Cócteles de América Latina

Ivy Mix

Fragmento

Disfrutando un mezcal en Candelaria Yegolé. Oaxaca, México.

INTRODUCCIÓN

Es una sencilla ley de la física: la energía no se destruye ni desaparece; se tiene que transmitir. Se libera cuando hablamos, bailamos y reímos. Los destilados latinos son la base de nuestras celebraciones.

—CARLOS CAMARENA, DESTILERÍA LA ALTEÑA

Yo crecí en un pueblo muy pequeño en el interior de Vermont. Y cuando digo pequeño quiero decir realmente minúsculo —setecientos habitantes—, de esos pueblos donde todos se conocen de nombre y no hay nada que no sepan de ti. Como se hallaba lejos de ciudades y aeropuertos, mi experiencia del mundo y su inmensidad fue bastante limitada de pequeña.

Cuando decidí estudiar en una universidad de artes liberales (de nuevo, en Vermont), mi vida cambió. El año escolar se dividía en trimestres, y cada año, durante el trimestre de invierno, estábamos obligados a salir del campus y trabajar en nuestro rubro. Yo no tenía idea de qué quería hacer ni de cuál era mi “rubro”; solo quería ir a algún lado —adonde fuera—, salir del país, aprender una lengua extranjera y ver algo distinto de aquello a lo que estaba acostumbrada. Aunque no lo distinguía muy bien aún, sufría un clásico caso de “espíritu viajero”.

Acabé en Antigua, Guatemala. Dos días después de mi llegada, me topé con el ahora famoso Café No Sé. Me senté, pedí una cerveza y traté de aparentar que mi yo de diecinueve años se hallaba a sus anchas en un bar. Disfruté tanto el lugar, que volví la noche siguiente… y cada noche después, durante los dos meses que estuve en Antigua. Cuando llegué a Vermont, contaba los días que faltaban hasta que por fin pudiera regresar, y así fue como Guatemala se convirtió en mi hogar, y el bar, en mi trabajo durante casi la mitad de todos los años de universidad. Siempre que estaba ahí, pasaba las noches trabajando y los días explorando, inmersa en esa tierra extraña que se sentía como mi casa. Antigua es un pueblito colonial particularmente pintoresco, y yo me pasaba horas cada día vagando por sus calles empedradas y visitando los mercados antes de ir a trabajar.

Lejos de curarme, esa experiencia estimuló mi espíritu viajero, que continuó creciendo. Mis viajes pronto me llevaron a otras partes de América Latina: primero, a México, a donde viajé con John, el dueño del Café No Sé, para importar de contrabando mezcal oaxaqueño en Guatemala. Luego, a Perú, y más tarde a Argentina, y más. Tiempo después me mudé a Nueva York, donde trabajé como cantinera, ingeniándomelas para viajar al sur por cualquier motivo, cada vez que podía.

En 2015 abrí mi bar, Leyenda, en Brooklyn, un lugar dedicado a celebrar las culturas latinoamericanas de las que me había enamorado. Llevaba ya siete años viviendo en Nueva York y extrañaba tanto América Latina que sabía, con toda certeza, que si no me mudaba para allá tenía que traer un poco de esa tierra a mí. Leyenda fue mi solución, la manera de unir mi pasión por los bares con mi pasión por lo latino.

Este libro es una solución más. Viajar al sur y conocer pueblos latinoamericanos y sus culturas, en parte a través de lo que suelen tomar, me enseñó a relacionarme con otros en tanto miembro de una sociedad global, y no como la isla de un solo habitante que antes había sentido que era. A través de estas páginas me gustaría ofrecer otro contexto para lograr justamente eso: unirnos a otras culturas a través de sus bebidas tradicionales.

Muchos de los cócteles clásicos súper famosos provienen de América Latina, desde el Daiquirí y la Margarita hasta el Pisco Sour y el Mojito. Sin embargo, en comparación con el resto del mundo, América Latina no tiene una cultura de coctelería. Lo que sí posee es una amplia e imprescindible tradición de destilados.

Siendo como soy una cantinera a quien le encanta experimentar con sabores, tengo a las bebidas latinoamericanas entre mis más grandes fuentes de inspiración. La riqueza cultural de esos lugares encuentra paralelo en el sabor profundo y distintivo de sus licores. Estos son como una paleta de colores; no quieres pintar con un solo azul y un amarillo, sino con todos los matices que cada uno de estos contiene. Yo quiero grandes sabores para crear mis cócteles, y en mi opinión ningún conjunto de licores y destilados tiene más espíritu, viveza y sabor Tecnicolor que los de América Latina. Desde los brillantes tonos florales del pisco peruano hasta el toque ahumado y terroso del mezcal oaxaqueño, sus sabores ofrecen una muy rica materia prima para trabajar, y de ellos se obtienen algunos de los cócteles más brillantes y vívidos que hay.

Tierra arcillosa seca en un campo de agave de La Alteña, en Arandas. Jalisco, México.

El agricultor David William, cosechando caña de azúcar en un campo recién quemado, en Appleton Estate. St. Elizabeth, Jamaica.

En la cultura vinícola existe una palabra que quizá hayas escuchado con anterioridad: terroir. No hay una traducción literal para el término, pero básicamente hace referencia a la manera en que ciertos factores geográficos, como la tierra, el sustrato, la topografía y el clima, le otorgan sabores y sensaciones particulares al vino. Para mí, terroir afecta a toda clase de alimentos y bebidas. Y no solo el suelo, también la identidad, la historia y la cultura en donde surge cada plato o bebida tiene un impacto en esta. Hay razones concretas, tanto ecológicas como culturales, que hacen que el Pinot Grigio sepa diferente de, digamos, el Verdejo, o que el Chardonnay de California no sepa igual que el de Francia. Pero también hay un motivo por el que no pienso “¡Oh, París!” cuando bebo tequila. Existe una conexión entre lo que pruebo y la identidad, historia y tradición de la gente que lo prepara; es una relación intrínseca que me parece un terroir cultural. Yo quería comprender más allá de la composición del suelo y la elevación de los campos de agave de donde sale mi tequila. Me di cuenta de que, para mí, no era tan importante responder de qué estaba hecho algo, como por qué se hacía en un principio. Por qué existen estas bebidas, cómo se originaron, de qué clase de historia son parte y por qué las seguimos disfrutando hoy en día, son las incógnitas que intenté responder en este libro.

Desde un punto de vista burdo y comercial, los destilados de América Latina claramente están “teniendo su momento” aquí en Estados Unidos. Dondequiera que mires, encontrarás que casi todas las celebridades parecen tener su propia marca de tequila. Hace una década más o menos, la popularidad del tequila disparó una fascinación mundial por s

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