Memorias de un exnazi

David Saavedra

Fragmento

Introducción

Introducción

Admiré la Alemania que creó Adolf Hitler. Me rapé el pelo al cero y adopté la estética skinhead. Me tatué la espalda con un enorme retrato de Rudolf Hess, lugarteniente del Führer. Contribuí a crear diversos grupos NS, nacionalsocialistas. Elaboré un censo de judíos en la ciudad de Pontevedra. Defendí la supremacía de la raza blanca. Me enfrenté a militantes antifascistas. Creí que el papel de la mujer se limitaba a dar hijos sanos a la patria. Me preparé físicamente para la batalla, participando en entrenamientos físicos extremos en la sierra de Madrid. Odié a los camaradas que preferían hablar en lugar de actuar. Igual de rápido que ascendí hasta la cima de la organización, me despeñé por un precipicio que me situó a las puertas del terrorismo. Un día empecé a dudar. Inicié un proceso que me vació por dentro y por fuera. Me quedé sin amistades, sin bares a los que acudir, sin ideas en las que refugiarme. El cañón de una pistola metido en la boca fue la señal de que había tocado fondo. Poco a poco empecé a remontar. Aún sigo remontando, porque el proceso de desconexión es tan largo que, creo, nunca acabaré de completarlo.

Si hace diez años me hubieran dicho que acabaría escribiendo este libro, sin lugar a dudas me habría arrojado de un puente para evitarlo. Decir que pasé dos décadas en la ultraderecha no reflejaría lo que viví. La realidad es que, durante ese largo periodo, la ultraderecha fue toda mi vida. Fue mucho más que asumir una ideología. Mis amigos, los lugares de ocio que frecuentaba, los libros que leía, la música que escuchaba, la información que recibía..., todo era parte de lo mismo y respondía a idénticos objetivos. Al igual que les ocurre a los miembros de una secta o a los fanáticos de cualquier causa, mi mundo era una burbuja, y así lo llamaré a partir de ahora: «la burbuja». Dentro de ella estábamos los puros, los que, a diferencia de los demás, sabíamos cómo salvar al planeta de un enemigo todopoderoso. Fuera quedaban todo y todos los que no comulgaban con unos principios que yo consideraba bellos y justos. Mis motivaciones en ese tiempo fueron sinceras. Verdaderamente creí formar parte del único baluarte defensivo de nuestra civilización frente a los pérfidos intereses que trataban de imponer unos oscuros poderes.

Este no es un libro antifascista ni tampoco pretende ser una crítica radical y despiadada de la ultraderecha. No es un libro «progre» ni responde a un encargo periodístico. No es un libro antiespañol o antipatriótico. Quien lo escribe ha estado veinte años dentro del llamado nacionalismo duro. De hecho, si he dado este paso es por mi sentido de lealtad y amor a España y porque considero que no se debe permitir que manos indignas corrompan nobles ideales. No he adoptado una postura contraria que sustituya a la inicial. Los procesos mentales que he superado me han permitido desarrollar una nueva personalidad sobre y no contra la anterior.

La esencia de esta obra se acerca más a una radiografía de la extrema derecha española. Partiendo de mis propias vivencias, analizo desde dentro cómo piensa y por qué, y cuáles son las palancas que la llevan a remar en cada dirección. Democracia Nacional, Hogar Social Madrid, Alianza Nacional, Falange, CEDADE, Vox o Ultras Sur: diferentes ladrillos de un mismo edificio que puede adoptar distintas formas pero que, sin embargo, es fácilmente reconocible una vez se comprenden sus líneas maestras. Es un mundo nada homogéneo que engloba un amplio abanico de ideas y posiciones no siempre bien avenidas y, en ocasiones, irremediablemente enfrentadas. Existen algunos puntos de encuentro en los que toda la extrema derecha parece estar a priori de acuerdo: la defensa de España, de sus valores y de su cultura occidental.

Sus integrantes se ven a sí mismos como una suerte de santos e incorruptibles cruzados que se enfrentan en solitario a ocultos poderes que solo ellos alcanzan a distinguir. En ocasiones son ambiguos al señalar al enemigo, como cuando nos hablan del «sistema», pero otras veces afinan más el objetivo apuntando al «progresismo» o al «feminismo».

Aunque no lo parezca, el duro discurso, firmemente defendido, está repleto de inseguridades y sobre todo de contradicciones. De entrada, un nacionalsocialista nunca iría a un acto de Vox por diversas razones: su apoyo al Estado de Israel, su herencia franquista, su defensa del nacionalcatolicismo... Sin embargo, tras el sorpasso a Podemos en las elecciones generales celebradas en noviembre de 2019, muchos fascistas olvidaron estos principios básicos para inscribirse en la formación que lidera Santiago Abascal. En su favor jugaba el hecho de ser el primer partido político de este espectro ideológico, desde la desaparición en 1982 de la ya muy debilitada Fuerza Nueva, que rompía la tradicional marginalidad y lograba entrar en las instituciones democráticas surgidas de la Constitución del 78. A partir de ese momento las reglas del juego cambiaron completamente en la ultraderecha y, salvo algunos irreductibles, los diferentes sectores parecieron enterrar sus viejas rencillas para unirse bajo las siglas del partido.

Es cierto que siempre había existido una línea dura dentro del Partido Popular, de la que surgió Vox. Sin embargo, el día en que los diputados de Abascal llegaron al Parlamento introdujeron en la sede de la soberanía nacional un discurso que hasta entonces nunca había traspasado las puertas de las sedes y los bares en los que nos reuníamos los ultras más radicales. La normalización del relato antiinmigración, antifeminista, antinacionalista —excluyendo el nacionalismo español— y conspiranoico supone una doble amenaza. Primero por lo que representa y el efecto que provoca en la sociedad. Segundo, y no menos grave, porque está abonando el terreno para que otras formaciones ultras, de ideología aún más extrema, puedan irrumpir próximamente en el panorama político español. Normalizado el discurso, desaparecen las barreras que frenan la expansión de las organizaciones que luchan contra la supuesta trama urdida para exterminar a la raza blanca. Una trama orquestada por los poderes económicos, los partidos políticos, las ONG y los medios de comunicación. Por si fuera poco, en el contexto de la pandemia mundial que nos ha tocado vivir surgieron toda suerte de teorías conspiranoicas y creencias que, en la línea del discurso de Vox, actuaron y actúan como argumento para «demostrar» la existencia de la gran conspiración que mueve todos los hilos de poder en nuestro planeta. Una supuesta amenaza sin la que es imposible comprender la dimensión en la que orbita la auténtica extrema derecha.

Quiero dejar claro en este punto, en el que comienzo a compartir mis análisis, que no soy sociólogo, ni politólogo, ni psicólogo. El valor que puede tener esta obra radica en que yo formé parte de ese mundo, al que entregué mi identidad, emociones y raciocinio. Estas páginas no están escritas por un observador externo, categoría en la que entrarían los periodistas o policías infiltrados, que por mucho que logren integra

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