¿Quién domina el mundo?

Chomsky Noam & Pappe Ilan

Fragmento

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Créditos

Título original: Who Rules the World?

Traducción: Javier Guerrero, 2016

1.ª edición: octubre 2016

© L. Valéria Galvão-Wasserman-Chomsky, 2016

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-541-8

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Contenido

Portadilla

Créditos

Introducción

1. La responsabilidad de los intelectuales, el retorno

2. Terroristas buscados en el mundo entero

3. Los memorandos sobre la tortura y la amnesia histórica

4. La mano invisible del poder

5. Causas y consecuencias del declive estadounidense

6. ¿Está acabado Estados Unidos?

7. Carta Magna, su destino y el nuestro

8. La semana en la que el mundo contuvo la respiración

9. Contexto y consecuencias de los Acuerdos de Oslo

10. La víspera de la destrucción

11. Las opciones reales en el conflicto Israel-Palestina

12. «Nada para los demás»: la guerra de clases en Estados Unidos

13. ¿Seguridad para quién? Washington se protege a sí mismo y al sector empresarial

14. Atrocidad

15. ¿A cuántos minutos de la medianoche?

16. Los alto el fuego que nunca se cumplen

17. Estados Unidos es un destacado Estado terrorista

18. El paso histórico de Obama

19. Dos formas de verlo

20. Un día en la vida de un lector de The New York Times

21. «La amenaza iraní»: ¿cuál es el peligro más grave para la paz mundial?

22. El Reloj del Apocalipsis

23. Amos de la humanidad

Notas

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Introducción

Introducción

La cuestión planteada por el título de este libro no puede tener una respuesta simple y definitiva. El mundo es demasiado variado, demasiado complejo, para que eso sea posible. Aun así, no es difícil reconocer las grandes diferencias en la capacidad de modelar los asuntos mundiales ni identificar a los actores más destacados e influyentes.

Entre los Estados, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha sido de lejos el primero entre desiguales y sigue siéndolo. Continúa dictando en gran medida los términos del discurso global en un abanico de asuntos que van desde Israel-Palestina, Irán, Latinoamérica, la «guerra contra el terrorismo», la organización económica, el derecho y la justicia internacionales, y otros semejantes, hasta problemas fundamentales para la supervivencia de la civilización, como la guerra nuclear y la destrucción del medio ambiente. Su poder, no obstante, ha disminuido desde que alcanzó una cota sin precedentes históricos en 1945. Con el inevitable declive, el poder de Washington queda hasta cierto punto compartido dentro del «Gobierno mundial de facto» de los «amos del universo», por usar los términos que utilizan los medios de comunicación para referirse a los poderes capitalistas dominantes (los países del G7) y las instituciones que estos controlan en la «nueva era imperial», tales como el Fondo Monetario Internacional y las organizaciones internacionales que reglan el comercio.1

Por supuesto, los «amos del universo» distan mucho de ser representativos de la población de las potencias dominantes. Hasta en los países más democráticos, la población tiene un impacto pequeño en las decisiones políticas. En Estados Unidos, hay destacados investigadores que han dado con pruebas convincentes de que «el impacto que ejercen la elites económicas y los grupos organizados que representan intereses empresariales en la política del Gobierno de Estados Unidos es sustancial, mientras que los ciudadanos comunes y los grupos de intereses de masas tienen poca o ninguna influencia independiente». Dichos autores afirman que los estudios «apoyan de manera sustancial la teorías del dominio de la elite económica y la del pluralismo sesgado, pero no la teorías de la democracia electoral mayoritaria o el pluralismo mayoritario». Otros estudios han demostrado que la gran mayoría de la población, en el extremo bajo de la escala de ingresos/riqueza, se halla, de hecho, excluida del sistema político, y sus opiniones y posturas son pasadas por alto por sus representantes formales, mientras que un pequeño sector en la cima posee una influencia arrolladora; asimismo han revelado que, a largo plazo, la financiación de campañas predice, con mucha fiabilidad, las opciones políticas.2

Una consecuencia es la apatía: no molestarse en votar. Esa apatía tiene una correlación significativa con la clase social, cuyas razones más probables enunció hace treinta y cinco años Walter Dean Burnham, un destacado experto en política electoral. Burnham relacionó la abstención con «una peculiaridad crucial del sistema político estadounidense: la ausencia total de un partido de masas socialista o laborista que pueda competir de verdad en el mercado electoral», lo cual, argumentó, explica en buena medida «el sesgo de clase en la abstención», así como la minimización de opciones políticas que podrían contar con apoyo de la población general, pero se oponen a intereses de las elites. Esas observaciones siguen siendo válidas hoy en día. En un detallado análisis de las elecciones de 2014, Burnham y Thomas Ferguson muestran que el índice de participación «recuerda los principios del siglo XIX», cuando el derecho de sufragio estaba prácticamente

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