Sanando la herida materna

Aura Medina de Wit

Fragmento

¡Atrévete y hazlo!

Introducción


Empecé este libro justo cuando cerraba un ciclo de vida con mi madre.

Mientras escribía esta primera hoja, sentada en su comedor, enfrente de mí, mi hermana Patricia trabajaba en su propia laptop, mi hija Dassana y mi sobrino Max revisaban los estantes de la cocina, y separaban lo que era para empacar, lo que se iba a tirar y lo que alguien quisiera llevarse, y entre empacada y empacada echaban ojo a las fotos que mi madre rescataba, literalmente, del baúl de los recuerdos, y se reían de cómo nos veíamos a la edad de ellos.

Yo veía de reojo todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor, pensaba: “En pocos días esta casa estará vacía, mi madre ya no vivirá en ella y todos estos muebles que han estado con ella por años se habrán repartido, lo mismo los cuadros, esculturas, casetes viejos, macetas y cosas que no se llevará con ella a Jalisco”.

Durante varias semanas estuvimos revisando tanta chuchería guardada, tantos referentes a diferentes épocas desde que mis padres eran jóvenes, se casaron, nos tuvieron, crecimos, bodas, bautizos, etc. En esos días me fueron invadiendo muchas emociones, miedo quizá la más fuerte. Miedo de asomarme a la ventana del estudio —vivía justo atrás de la casa de mi madre— y ver su casa vacía. Por las mañanas me gustaba asomarme y checar si la cortina de su recámara ya estaba abierta, lo cual indicaba que ella ya había despertado; a veces la veía ya en la cocina, preparando su desayuno, una naranja cortada a la mitad con chile piquín, un huevo, una tortilla y después café con pan dulce. Todos los días lo mismo, a menos que fuéramos a desayunar a otro lugar.

Escribo esto con mucha nostalgia y añoranza, ya que hace dos meses que mi madre se fue a Jalisco. Antes de irse se quedó con nosotras —mi hija y yo— en la casa a donde nos mudamos hace poco, en un arranque espontáneo por haber encontrado una casa con un gran jardín y una vista sensacional afuera de San Miguel. Esas semanas no pude escribir casi nada. Además de ella, estaba mi hermana Patricia, que prolongó su estancia para apoyar a mi madre y a mí en el proceso de la mudanza. Fueron unas semanas muy lindas. Yo estaba nerviosa porque entonces tenía dos perros y mi madre nunca fue fan de los animales, me daba miedo que la tiraran al salir al patio o que la molestaran, pero nada de esto pasó, se portaron bastante bien y ella incluso se acostumbró a tenerlos cerca.

Como ya comenté, durante las semanas que estuvo en casa no me sentía con ganas de escribir, no sé exactamente qué pasaba, pero me sentaba y no salía nada, o algunas palabras que luego borraba. Decidí relajarme y disfrutar que ella y mi hermana estaban de visita y así lo hice. Patty se fue y unos días más tarde me fui a Jalisco con mi hermano a llevar a mi madre al rancho de mi otro hermano.

De regreso en casa, ya sin la presencia de mi madre o mi hermana, dos figuras femeninas sumamente importantes para mí, pude sentarme y retomar la escritura, intentando quitarle importancia al hecho de no haber podido escribir mientras mi madre estaba en mi casa.

Decidí tomarme el tiempo para indagar un poco qué pasaba en mí, y encontré miedo de traicionar a esa madre, a esa mujer que hoy a sus 82 años no tiene nada que ver con la madre dura y a veces demasiado severa de la que hablo en este libro y con la que tantos conflictos tuve durante mi vida.

Y digo esto en un sentido totalmente positivo. Mi madre, como comento en un capítulo, rompió con la rigidez de muchas de sus estructuras familiares. Se abrió a tomar terapia, a probar la meditación y no sólo a probarla, se convirtió en una de las practicantes más entregadas y disciplinadas de vipassana primero y de otras escuelas tibetanas después.

Sí, en esencia sigue siendo la misma mujer de siempre, pero sus maneras, su personalidad cambiaron, suavizándose y dulcificándose; mi madre de hoy está más allá de las formas y las dificultades de nuestra relación y de algún modo es como si yo estuviese protegiéndola al escribir acerca de esas dificultades y de cómo muchas cosas que vivimos me afectaron tan profundamente.

Decidí retomar la escritura con mucho respeto hacia ella, pero también desde la visión de lo que para mí ha sido real y verdadero. Los eventos, los ejemplos de este libro están por supuesto basados en mi propia percepción de las personas que describo, las situaciones que viví y en mi sensación de cómo afectaron mi vida.

Seguramente mis hermanos y muchas de las personas con las que crecí tienen sus propias percepciones y quiero ser clara en que mi perspectiva no es la verdad absoluta, es tan sólo eso, mi propia impresión.

A mi madre le agradezco profundamente la vida y lo que me dio, tomo lo que me sirve, que es mucho, y dejo atrás todo aquello que no funciona para mí. Y, sobre todo, me hago responsable de mis limitaciones, de mis carencias, de mis dificultades soltándola a ella y a mi padre con respeto y agradecimiento y sobre todo con mucho amor.

En los años que llevo de investigar y experimentar con el tema de la codependencia siempre me ha llamado la atención este primer vínculo madre-hija. Como he comentado y seguiré profundizando a lo largo de este libro, siempre sentí que mi relación con mi madre era particularmente difícil, de hecho, sé que lo fue. Pero lo atribuía a las grandes diferencias de temperamentos de ambas.

Sí, es cierto, esas diferencias existen, aunque también compartimos características muy similares que antes no supe ver, pero ahora puedo darme cuenta de cómo por años hemos proyectado una en la otra situaciones emocionales no resueltas, en especial nuestro daño tan profundo en la parte femenina y cómo ambas nos posicionamos en lo masculino para salir adelante, sacrificando nuestra suavidad, intuición, sabiduría y amor hacia nosotras mismas, y esto es justo lo que me comprometí a sanar y recuperar en todos estos últimos años.

He visto cómo por años una parte mía muy inconsciente le seguía exigiendo a mi madre la restitución de lo femenino, pretendiendo que fuese ella quien resolviera esas carencias emocionales y mis dificultades como mujer. Esto creó una relación conflictiva, codependiente y difícil de manejar para ambas. Y también me provocó una situación de estancamiento en mi propio desarrollo. Me quedé atorada con una parte mía que se negaba a crecer hasta que mamá me pagara la deuda.

Así pues, este libro nació de esa búsqueda interna, de querer entender y poder resolver esa codependencia. Con los años y a través del trabajo terapéutico me di cuenta de lo importante que ha sido mi madre para mí y de lo mucho que eso me molestaba, y de cómo proyecté esa necesidad de ser cuidada, nutrida, amada, aceptada en las parejas de mi vida.

Trabajar conmigo, aprender a convertirme en mi propia madre, darme lo que tanto he buscado afuera, ha sido un gran logro en mi vida. Y eso es lo que pretendo compartir en este libro.

En mi trabajo veo muchas mujeres con dones y fuerza increíbles, mujeres atoradas en el miedo y en

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