¡Es que no me entiendes!

Algarabía

Fragmento

Es que no me entiendes

PRESENTACIÓN

NO QUIERO COMPRENDER TU IDIOMA, LO QUE QUIERO

ES ENTENDERME CON TU LENGUA

Julio: ¿Qué te pasa, estás enojada?

Lulú: No, para nada. (Más vale que averigües por qué estoy enojada porque si no, te va a ir de la mismísima chingada).

Divorcios, malos entendidos, palomitas en color azul —y otras formas de saber que te dejaron en visto—; mujeres hablando mal de los hombres; hombres emborrachándose porque ya no aguantan a sus mujeres; mujeres quejándose de sus parejas en el café.

Ideas preconcebidas, tabúes, formas ancestrales no revisadas, paradigmas anquilosados —te abre la puerta pero quiere que tú le abras hasta la chela—, malos tratos, entuertos, reveses, traiciones que no lo son pero que son concebidas como tales; frases hechas como «mujeres en paz y juntas ni difuntas» o «you can take the man out of the cave, but you can’t take the cave out of the man»; en fin… éstas son sólo algunas de las cosas que pueblan nuestro día a día simple y llanamente porque vivimos en un mundo mixto, y tenemos —queramos o no— que convivir día a día con personas del sexo opuesto en tooodo lo que hacemos y en tooodo lo que decimos. Por otro lado, nuestra lengua es el reflejo de todo lo que hacemos y tooodo lo que pensamos; es nuestra identidad, nuestra tarjeta de presentación, nuestro principio y nuestro final. Puedes ponerte un traje nuevo y andar en un auto de lujo, pero a la hora de hablar sale tu verdadero «yo». La lengua es nuestra fachada, y, además, a través del lenguaje conocemos el mundo, porque es la mejor y más efectiva forma de comunicarnos con los demás.

Si sumamos estos dos puntos nos daremos cuenta de que muchos de los problemas que surgen en las relaciones humanas, entre hombres y mujeres, son problemas de comunicación, así de sencillo y así de difícil. Y por comunicar entiendo lo que señala el diccionario: «hacer partícipe al otro —o a los otros— de nuestras ideas, compartir, interrelacionarse con otros a nivel del pensamiento, hacerle sentir lo que nosotros sentimos». Justo viene del latín communicare que significa «hacer común algo».

Podríamos decir que la comunicación consiste en hacerle sentir, entender o pensar a otro lo que nosotros sentimos, entendemos o pensamos; parece fácil, pero no lo es, porque todos hablamos distinto, por eso a veces es tan difícil comunicarnos, más aún porque de acuerdo a diferentes vertientes —a nuestra edad, a nuestro estrato sociocultural, a nuestra región y, obvio, a nuestro sexo—, hablamos diferente.

Ni las mujeres somos de Venus ni ellos vienen de Marte, pero los hombres van a evitar mostrar sus emociones y las mujeres se pondrán chípiles cada 28 días, simple y llanamente porque somos distintos; desde los genes —XX y XY— y las interconexiones cerebrales, hasta la educación y la cultura que nos rodea y nos coloca en cierto lugar; porque «los niños no lloran» y «mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin»; que, aunque no sea cierto, ha permeado en nuestro inconsciente colectivo al punto de que nos lo creemos y no le hablamos igual a un niño que a una niña, ni le ponemos zapatitos rosas a Pablito, ni botas mineras a Mariloli.

Es un hecho que somos diferentes en forma y en fondo: las mujeres en general tenemos más capacidad verbal, mientras que los hombres son mejores para ubicarse en el espacio —leen mejor los mapas y son más orientados— y para concentrarse en actividades abstractas como las matemáticas. Las mujeres hablan, los hombres hacen, se dice por ahí. Pero Margaret Thatcher rebate y nos dice: «Si quieres que se diga algo pídeselo a un hombre; si quieres que se haga, pídeselo a una mujer».

Aunque cualquier generalización nos lleva a un desacierto, porque conozco mujeres muy calladitas, y hombres que se pierden hasta en el súper. Mi tío Manolo no paraba de hablar, te enganchaba con la mirada y no te soltaba en toda la fiesta, además era memorioso y no olvidaba nada —como dicen que somos las mujeres, que no olvidamos, archivamos— y, por su lado, mi hermana Nieves es un Waze humano y te lleva hasta «donde el tigre baja a tomar agua», sin mapa y sin 4G, y mi amiga Chavira es una matemática de impacto, mientras que mi primo Enrique no sabe sacar ni una raíz cuadrada.

De lo que trata este libro, es de dejar este tipo de ideas preconcebidas atrás, de olvidarnos de prejuicios y dogmas anquilosados y ahondar en este tema para saber cómo y por qué cada uno de los sexos habla de forma diferente y cómo se relacionan; cuáles son sus puntos de encuentro, dónde está la brecha y dónde hay matices salvables y, por último, si hay áreas en donde la comunicación puede mejorar y de qué manera lograrlo. Aquí encontrará mil y un ejemplos de cómo nos comportamos las mujeres y los hombres, con una explicación fácil y didáctica del porqué.

Como lingüista, me di a la tarea de oír detenidamente los juegos de los niños, las interacciones en la escuela, los diálogos de adolescentes, los chismes, las pláticas entre amigos y entre parejas, las conversaciones entre sólo mujeres y entre puros hombres, y las situaciones más comunes y más inverosímiles para luego corroborar, como lo exige la ciencia y la lingüística, cada uno de ellos.

La idea es presentar las diferencias del lenguaje masculino y femenino de forma sencilla y por temas: desde la cama hasta la cocina, desde el trabajo hasta la escuela, desde lo formal hasta lo coloquial y desde el ámbito público hasta el privado; para que ustedes puedan darse una idea de cómo y de qué va esto de comunicarnos para quienes hablamos una especie de «femeñol» y los que hablan un tipo de «masculinés».

Espero, querido lector, que con este libro pueda saber un poco más sobre los lenguajes, reírse un rato y, por qué no, hasta encontrar una manera de resolver los engorros diarios con el otro sexo.

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

Es que no me entiendes

PRÓLOGO FEMENINO

María del Pilar Montes de Oca Sicilia habla bien y mucho.

Como reconocida lingüista y amante del idioma, conoce su estructura, significado, uso y efecto preciso de las palabras; es experta en frases idiomáticas y domina el lenguaje coloquial con pericia. Pero, no conforme con saber sobre el idioma más que la mayoría, ha decidido tratar de contestar la pregunta que la humanidad se ha hecho desde que Eva le ofreció una manzana a Adán —y és

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