Título original: Arcanum Unbounded: The Cosmere Collection
1.ª edición: octubre 2017
Traducción: Manu Viciano
Traducción de «La esperanza de Elantris»: Manuel de los Reyes
Traducción de «El alma del emperador»: Rafael Marín Trechera
© 2017, Sipan Barcelona Network S.L.
Travessera de Gràcia, 47-49, 08021 Barcelona
Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
www.edicionesb.com
ISBN: 978-84-9069-864-8
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Para Nathan Hatfield,
que ayudó a crear el Cosmere.
Agradecimientos
Si tuviera que dar las gracias una por una a todas las personas que me han ayudado con todos los relatos de este libro, esta sección abarcaría tanto como las propias historias. Lo que voy a hacer es centrar esta nota en quienes ayudaron a reunir esta colección, además del equipo que trabajó en Danzante del Filo, la novela corta que se publica por primera vez en esta antología.
Pero también querría dedicar un momento a agradecérselo de corazón a todos los que han trabajado conmigo en mi ficción breve a lo largo de los años. Al principio de mi carrera, jamás me habría atrevido a considerarme un escritor de narrativa breve, pero diez años de práctica han servido de algo y los relatos de esta antología son el resultado. (Aunque debo advertiros que aquí estoy usando la palabra «breve» sin demasiado rigor: la mayoría de estas historias son largas para tratarse de ficción breve.)
Muchas personas maravillosas me han ayudado a lo largo de los años. La mayoría de ellas son los nombres que soléis encontrar al principio de mis novelas. He tenido la fortuna de contar con mucho ánimo, comentarios y apoyo a lo largo de mi carrera.
Para Arcanum ilimitado en concreto, Isaac Stewart, mi colaborador artístico desde hace mucho tiempo, es el responsable de las hermosas guardas, las cartas estelares y la mayoría de los símbolos que encontraréis en este libro. Ben McSweeney realizó las ilustraciones de las distintas historias, Dave Palumbo se encargó de la portada y Greg Collins fue el diseñador.
Moshe Feder, editor de todas mis novelas de fantasía épica, fue también el editor de este proyecto... y aunque no fue el editor oficial de muchos relatos cuando se publicaron por primera vez, tiene costumbre de inmiscuirse y hacer revisiones, sin cobrar, de toda la narrativa breve que escribo —es más, se enfada si no le envío las historias y se niega a facturar cuando intento pagarle las revisiones—. Ha hecho muchísimo trabajo desinteresado a lo largo de todos estos años y me ha ayudado a convertirme en autor de ficción breve, por lo que merece elogios adicionales.
Y como siempre, el incitador Peter Ahlstrom fue el director interno de mis esfuerzos editoriales. (Pero interno de verdad, porque trabaja desde mi casa.) Peter es el encargado de recopilar los comentarios de mis distintos lectores de prueba, añadir sus propias notas editoriales y sobre continuidad y luego pulirlo todo después de que yo haya aplicado la tijera de podar a las historias.
El revisor del texto fue Terry McGarry. De la gente de Tor, gracias a Tom Doherty, Marco Palmieri, Patti Garcia, Karl Gold, Rafal Gibek y Robert Davis.
Joshua Bilmes fue mi agente para este libro en los Estados Unidos, y John Berlyne en el Reino Unido. Muchísimas gracias a todo el mundo de sus respectivas agencias.
Entre nuestros lectores alfa y gamma para Danzante del Filo se cuentan Alice Arneson, Ben Oldsen, Bob Kluttz, Brandon Cole, Brian T. Hill, Darci Cole, David Behrens, Eric James Stone, Eric Lake, Gary Singer, Ian McNatt, Karen Ahlstrom, Kellyn Neumann, Kristina Kugler, Lyndsey Luther, Mark Lindberg, Matt Wiens, Megan Kanne, Nikki Ramsay, Paige Vest, Ross Newberry y Trae Cooper.
Y como de costumbre, termino dando mi más sentido agradecimiento a mi familia: Joel, Dallin, Oliver y Emily. ¡Sois maravillosos!
Prólogo
El Cosmere siempre ha estado plagado de secretos.
Desde la distancia, puedo señalar varios momentos cruciales en mi gran plan. El primero fue la creación de Hoid, que se remonta a mi adolescencia, cuando concebí a un hombre que conectaba mundos que no sabían de la existencia de los demás. Una persona que conocía el secreto que nadie más entendía. Cuando leía libros de otros autores, insertaba mentalmente a ese hombre al fondo de las escenas, lo imaginaba como la persona aleatoria a la que se describe de entre una muchedumbre... y soñaba con la historia tras la historia de la que formaba parte.
El segundo momento que ayudó a que todo esto cuajara fue leer los libros más adelantados de la saga «Fundación» de Isaac Asimov. Me impresionó la forma en que lograba enlazar las novelas de la «Serie de los robots» y las de «Fundación» en una sola historia grandiosa. Entonces supe que yo quería crear algo parecido, una saga épica que superarara la épica. Una historia que abarcara diversos mundos y eras.
Y el tercer momento fue la primera aparición de Hoid en una novela. Lo añadí con nerviosismo, preocupado por si podría hacer que todo funcionara. En ese punto, todavía no tenía urdido mi gran plan para el Cosmere, sino solo una noción de lo que quería hacer.
Ese libro fue Elantris. La siguiente novela que escribí, Dragonsteel, no llegó a publicarse. Tampoco era demasiado buena, pero en ella concebí el trasfondo de Hoid y de un universo entero al que llamé el Cosmere. Ninguna editorial compraría Elantris hasta varios años más tarde, y cuando sucedió, ya tenía claro el plan general. «Nacidos de la bruma», «El archivo de las tormentas» y Elantris se convirtieron en su núcleo, y encontraréis historias relacionadas con las tres en esta recopilación.
Supongo que la mayoría de la gente que lee mi obra no sabe que muchos de los libros están relacionados, que incluyen una historia oculta tras la historia. Me gusta que así sea. Explico a menudo que no quiero que los lectores tengan la sensación de que deben memorizar todos mis libros para disfrutar de una narración. De momento, «Nacidos de la bruma» es solo «Nacidos de la bruma» y «El archivo de las tormentas» es solo «El archivo de las tormentas». Las historias de esos mundos ocupan el primer plano.
Lo cual no quiere decir que no haya indicios. Muchos indicios. La idea inicial era que esos cameos entre los mundos fuesen mucho menores, sobre todo al principio de todo. Sin embargo, a muchos lectores les encantaron, y eso me hizo comprender que no tenía por qué ser tan quisquilloso con la historia oculta como lo estaba siendo.
Sigo moviéndome en el límite. Escribo todas mis historias con la intención de que estén autocontenidas, por lo menos en el contexto de su propio mundo. Pero si hurgáis un poco, hay mucho más que saber. Más secretos, como diría Kelsier.
Esta antología se acerca un paso más a la naturaleza interconectada del Cosmere. Cada relato viene prologado con una anotación de Khriss, la mujer que ha estado escribiendo los apéndices titulados «Ars Arcanum» que aparecen al final de las novelas. También encontraréis las cartas estelares de cada sistema solar. Con detalles como esos dos, esta antología es lo más cerca que he estado hasta la fecha de conectar los mundos. Sugiere lo que terminará por llegar: cruces propiamente dichos en el Cosmere.
El momento de publicar esas novelas combinadas todavía no ha llegado. Si todo esto os abruma, sabed que la mayoría de estas historias pueden leerse de forma independiente. Algunas de ellas transcurren cronológicamente después de novelas que están publicadas, y se os advierte de ello al principio para que podáis evitar destripároslas si queréis.
Ninguno de los relatos de esta recopilación requiere tener conocimientos del Cosmere como un todo. Lo cierto es que la mayor parte de lo que sucede en el Cosmere aún no está revelada, así que es normal que no estéis al día con todo ello.
Dicho esto, prometo que esta recopilación no solo os traerá preguntas, sino, por fin, algunas respuestas.
ARCANUM
ILIMITADO
la colección del cosmere
El Sistema de Sel
El sistema de Sel
El núcleo de este sistema es el planeta Sel, cuyos distintos imperios tienen la particularidad de que, a grandes rasgos, cada uno se ha mantenido ignorante de los asuntos de los demás. Se trata de una ignorancia deliberada, mediante la que cada uno de los tres grandes dominios finge que los otros son meras anotaciones en el mapa, apenas dignas de mención.
El propio planeta facilita esa situación, ya que es más grande que la mayoría, con un tamaño de aproximadamente vez y media y una gravedad de 1,2 veces el estándar del Cosmere. Sus descomunales continentes y amplios océanos engendran una gran variedad de territorios, que en este planeta concreto presentan una diversidad extrema. En el planeta pueden hallarse llanuras cubiertas de nieve y extensos desiertos, hecho que habría encontrado notable en mi primera visita de no ser porque para entonces ya había descubierto que tal es el estado natural de muchos planetas del Cosmere.
Sel es destacable por ser biesquirlado, uno de los pocos planetas del Cosmere en atraer dos Esquirlas de Adonalsium distintas: Dominio y Devoción. Dichas Esquirlas ejercieron una influencia crucial en el desarrollo de las sociedades humanas del planeta, y la mayoría de sus tradiciones y religiones se derivan de ambas. Otra característica única es que los mismos idiomas y los alfabetos que se emplean hoy en día por todo el planeta se vieron influidos directamente por las dos Esquirlas.
Creo que, al principio, las Esquirlas adoptaron una actitud despreocupada hacia la humanidad y que la sociedad cobró forma a partir del lento pero constante descubrimiento de los poderes que impregnaban el terreno. Sin embargo, tal afirmación es difícil de confirmar con certeza, ya que, en algún momento del pasado lejano, se destruyeron tanto Devoción como Dominio. Su Investidura, es decir, su poder, fue Astillada, sus mentes arrancadas, sus almas enviadas al Más Allá.
No estoy segura de si su poder quedó libre para asolar el mundo sin control durante un tiempo o si se contuvo de inmediato. Todo esto sucedió durante los tiempos de la prehistoria humana en Sel.
En la actualidad, la mayor parte de la Investidura que componía los poderes de Dominio y Devoción está atrapada en el Reino Cognitivo. Estos poderes, que tienen una relación polarizada, reciben colectivamente el nombre de Dor. Obligados como están a permanecer juntos, atrapados y ansiosos por escapar, alimentan las distintas formas de magia en Sel, que son multitud.
Dado que el Reino Cognitivo tiene ubicaciones diferenciadas (al contrario que el Reino Espiritual, donde reside la mayor parte de las formas de Investidura), la magia de Sel tiene una fuerte dependencia de la posición física. Además, las reglas de la percepción y el propósito se ven muy magnificadas en Sel, hasta el punto de que el lenguaje —o las funciones similares— conforman directamente la magia al extraerla del Reino Cognitivo y darle uso.
Esta superposición entre el lenguaje, la ubicación física y la magia en el planeta se ha convertido en una parte tan integral del sistema que hasta los cambios más sutiles en uno de ellos pueden tener profundos efectos en cómo se accede al Dor. De hecho, creo que el territorio mismo ha sido Investido hasta el punto de que tiene una creciente consciencia de sí mismo, de una forma inaudita en cualquier otro planeta del Cosmere. No sé cómo pudo ocurrir esto ni qué consecuencias tendrá.
He empezado a preguntarme si estará ocurriendo en Sel algo con mayor alcance del que estimamos desde las universidades de Luzdeplata. Quizá los Ire sepan más, pero se niegan a hablar del tema y han rechazado repetidas veces mis solicitudes de colaboración.
Debería mencionar, aunque sea con brevedad, las entidades conocidas como los seones y los skaze, Astillas de Investidura conscientes de sí mismos que han desarrollado particularidades al estilo humano. Creo que están relacionados con el misterio de la naturaleza de Sel.
El resto del sistema tiene poca relevancia. Aunque existen otros planetas, solo otro se halla en una zona habitable, aunque por los pelos. Es árido, inhóspito y propenso a unas terribles tormentas de arena. Su cercanía al sol, Mashe, lo vuelve demasiado cálido, incluso para alguien que haya pasado una buena parte de su vida en el lado diurno de Taldain.
El alma del emperador
Prólogo
Gaotona pasó los dedos por el grueso lienzo, examinando una de las mejores obras de arte que jamás había visto. Por desgracia, era un fraude.
—Esa mujer es un peligro —susurraron unas voces a su espalda—. Lo que hace es una abominación.
Gaotona inclinó el lienzo hacia la luz anaranjada rojiza de la chimenea y entornó los ojos. A su edad, ya no tenía la vista como antes. «Qué precisión», pensó mientras estudiaba las pinceladas, palpando las capas de densos óleos. Exactamente iguales que en el original.
Nunca habría advertido los errores por sí mismo. Una flor ligeramente desviada de su posición. Una luna que estaba una pizca demasiado baja en el cielo. Sus expertos habían necesitado varios días de detallado análisis para encontrar los errores.
—Es una de las mejores Falsificadoras vivas. —Las voces pertenecían a los otros árbitros, los colegas de Gaotona, los burócratas más importantes del imperio—. Tiene una reputación tan grande como el imperio. Debemos ejecutarla para dar ejemplo.
—No. —Frava, la cabecilla de los árbitros, poseía una intensa voz nasal—. Es una herramienta valiosa. Esta mujer puede salvarnos. Debemos utilizarla.
«¿Por qué? —pensó de nuevo Gaotona—. ¿Por qué alguien con esta capacidad artística, esta majestad, se dedica a la falsificación? ¿Por qué no crear pinturas originales? ¿Por qué no ser una verdadera artista?»
«Debo entenderlo.»
—Sí —continuó Frava—, la mujer es una ladrona y practica un arte espantoso. Pero yo puedo controlarla, y gracias a su talento lograremos enmendar este lío en que estamos metidos.
Los demás murmuraron preocupados, y expresaron sus objeciones. La mujer de la que hablaban, Wan ShaiLu, era más que una simple estafadora. Muchísimo más. Podía cambiar la naturaleza de la realidad misma. Lo cual planteaba otra cuestión: ¿por qué se molestaba en aprender a pintar? ¿No era el arte corriente algo mundano comparado con los talentos místicos que poseía?
Demasiadas preguntas. Gaotona, sentado junto a la chimenea, levantó la vista. Los demás, formando un círculo de conspiradores, estaban de pie alrededor de la mesa de Frava, mientras sus largas y pintorescas túnicas relucían a la luz del fuego.
—Estoy de acuerdo con Frava —dijo Gaotona.
Los demás lo miraron. Sus ceños fruncidos indicaban que les preocupaba bien poco lo que opinara, pero sus posturas mostraban algo distinto. El respeto que sentían hacia él yacía enterrado profundamente, pero lo recordaban.
—Traed a la Falsificadora —ordenó Gaotona, poniéndose en pie—. Quiero escuchar lo que tenga que decir. Sospecho que será más difícil de controlar de lo que supone Frava, pero no tenemos otra elección. O utilizamos las habilidades de esta mujer o renunciamos al control del imperio.
Los murmullos cesaron. ¿Cuántos años habían transcurrido desde la última vez que Frava y Gaotona estuvieron de acuerdo en algo, sobre todo tratándose de una cuestión que provocaba tantos desencuentros como utilizar a la Falsificadora?
Uno a uno, los otros tres árbitros asintieron.
—Que así sea —dijo Frava en voz baja.
Día dos
Shai presionó con la uña un bloque de piedra de su celda. La roca cedió levemente. Frotó el polvillo con los dedos. Piedra caliza. Un material extraño para utilizarlo en la pared de una prisión, pero no toda la pared era de caliza, solo esa única veta del bloque.
Shai sonrió. Piedra caliza. Había estado a punto de pasar por alto esa pequeña veta, pero si estaba en lo cierto, por fin había identificado los cuarenta y cuatro tipos de roca de la pared del pozo circular que era su celda. Estaba arrodillada junto a su camastro, usando un tenedor al que había doblado todas las puntas menos una para tallar notas en la madera de una pata de la cama. Sin sus gafas, tenía que entornar los ojos para escribir.
Para Falsificar algo, antes debía conocer su pasado, su naturaleza. Estaba casi preparada. Sin embargo, su placer pronto se esfumó en cuanto advirtió, a la luz de su vacilante vela, otro conjunto de marcas en la pata de la cama. Esas marcas llevaban la cuenta de sus días de encarcelamiento.
«Qué poco tiempo», pensó. Si sus cuentas eran correctas, solo quedaba un día para su ejecución pública.
Por dentro estaba tan tensa como las cuerdas de un instrumento. Un día. Solo le quedaba un día para crear un sello de alma y escapar. Pero no tenía ninguna piedra de alma, solo un burdo trozo de madera, y su única herramienta para tallar era un tenedor.
Sería increíblemente difícil. Esa era la clave. Esa celda estaba pensada para retener a gente como ella, construida con piedras compuestas por muchas vetas de roca distintas que dificultaban la Falsificación. Procederían de diferentes canteras y tendrían historias únicas. Sabiendo tan poco como sabía, Falsificarlas sería casi imposible. Y aunque transformara la roca, probablemente habría alguna otra protección para detenerla.
«¡Noches!». En qué lío se había metido.
Cuando hubo acabado de tomar sus notas, se encontró mirando su tenedor doblado. Había empezado tallando el mango de madera, tras quitar la porción de metal, para crear un burdo sello de alma. «No vas a escapar así, Shai —se dijo—. Necesitas otro método.»
Había dedicado seis días a buscar otra salida. Guardias a los que explotar, alguien a quien sobornar, un atisbo de la naturaleza de su celda. Hasta el momento, nada había...
En lo alto, muy lejos, la puerta de los calabozos se abrió.
Shai se puso en pie de un salto, escondiendo el mango del tenedor en la parte trasera de su cinturón. ¿Habían adelantado la ejecución?
Unas pesadas botas resonaron en los escalones que conducían a la mazmorra, y ella entornó los ojos para poder ver a los recién llegados que se asomaron a su celda. Cuatro eran guardias y acompañaban a un hombre de rasgos y dedos alargados. Era un grande, la raza que gobernaba el imperio. La túnica azul y verde indicaba que se trataba de un funcionario menor que había superado las pruebas para el servicio gubernamental, pero no había ascendido mucho entre sus filas.
Shai esperó, tensa.
El grande se asomó para mirarla a través de la reja. Vaciló un momento, y luego hizo una seña a los guardias para que la abrieran.
—Los árbitros quieren interrogarte, Falsificadora.
Shai se echó atrás mientras abrían el techo de la celda y bajaban una escalera. Subió por ella, cautelosa. Si fueran a llevarse a alguien para ejecutarla antes de tiempo, habrían hecho pensar a la prisionera que sucedía otra cosa, para que no se resistiera. Sin embargo, no colocaron a Shai ningún grillete mientras la sacaban de las mazmorras.
A juzgar por su ruta, parecía que, en efecto, la llevaban hacia el estudio de los árbitros. Shai se serenó. Un nuevo desafío, pues. ¿Se atrevía a esperar una oportunidad? No deberían haberla capturado, pero ya no podía hacer nada al respecto. La habían superado: el bufón imperial la engañó cuando supuso que podía confiar en él. El bufón le había quitado su copia del Cetro Lunar y lo había cambiado por el original, y luego había escapado.
Won, el tío de Shai, le había enseñado que ser superado era una regla de la vida. No importaba lo bueno que fueras, siempre había alguien mejor. Vive sabiéndolo y nunca te volverás tan confiado para cometer torpezas.
La última vez Shai había perdido. La siguiente, ganaría. Dejó de lado toda sensación de frustración por su captura y se convirtió en la persona que podría aprovechar la nueva oportunidad, fuera cual fuese. La aprovecharía y saldría adelante.
En esa ocasión, jugaba no solo por riquezas, sino también por su vida.
Los guardias eran arietes o al menos así los denominaban los grandes. Antes se habían llamado a sí mismos Mulla’dil, pero hacía tanto tiempo que su nación se había plegado al imperio que muy pocos usaban ya ese nombre. Los arietes eran gente alta de musculatura esbelta y piel pálida. Sus cabellos lucían casi tan oscuros como los de Shai, aunque los de ellos se rizaban mientras que los de Shai eran lacios y largos. Ella intentó con cierto éxito no sentirse empequeñecida en su presencia. Su pueblo, los MaiPon, no destacaban precisamente por su estatura.
—Tú —dijo al líder ariete que caminaba delante del grupo—. Me acuerdo de ti.
A juzgar por el pelo bien cuidado, el joven capitán no debía de llevar casco con frecuencia. Los arietes estaban bien considerados por los grandes, y tal elevación no era sorprendente. Aquel en concreto tenía una expresión ansiosa. Aquella armadura pulida, aquel aire altanero. Sí, se creía destinado a cosas importantes en el futuro.
—El caballo —dijo Shai—. Me arrojaste a lomos de tu caballo después de que me capturaran. Un animal alto, de sangre gurish, blanco puro. Un buen animal. Entiendes de caballos.
El ariete siguió mirando al frente, pero susurró entre dientes:
—Voy a disfrutar matándote, mujer.
«Adorable», pensó Shai mientras entraban en el ala imperial del palacio. Allí la mampostería era maravillosa, siguiendo el antiguo estilo lamio de altas columnas de mármol con relieves tallados. Aquellas enormes urnas entre las columnas habían sido creadas para imitar la cerámica lamia de hacía mucho tiempo.
«En realidad, la Facción de la Herencia todavía gobierna, así que...», se recordó Shai.
El emperador pertenecería a esa facción, igual que el consejo de cinco árbitros que en la práctica se encargaba de gran parte del gobierno. Su facción ensalzaba la gloria y la sabiduría de las culturas ancestrales, y había llegado incluso a reconstruir su ala del palacio en imitación de un edificio antiguo. Shai sospechaba que, en las bases de esas antiguas urnas, estarían los sellos de alma que las habían transformado en imitaciones perfectas de piezas famosas.
Sí, los grandes consideraban una abominación los poderes de Shai, pero su único aspecto calificado sobre el papel como ilegal era crear una Falsificación para cambiar a una persona. La Falsificación disimulada de objetos estaba permitida, incluso explotada en el imperio mientras el Falsificador fuera controlado cuidadosamente. Si alguien volcara una de esas urnas y extrajera el sello del fondo, se convertiría en una simple pieza de cerámica sin adornos.
Los arietes la condujeron hasta una puerta con grabados de oro. Cuando se abrió, Shai alcanzó a ver un atisbo del sello de alma rojo al pie del borde interior que transformaba la puerta en una imitación de alguna obra del pasado. Los guardias la escoltaron hasta una habitación hogareña donde chisporroteaba una chimenea, con tupidas alfombras y muebles de madera pintada. «Una cabaña de caza del siglo v», supuso.
Los cinco árbitros de la Facción de la Herencia esperaban dentro. Tres, dos mujeres y un hombre, estaban sentados en sillones de respaldo alto junto al hogar. Otra mujer ocupaba la mesa que había nada más franquear la puerta: era Frava, la decana de los árbitros de la Facción de la Herencia, quizá la persona más poderosa de todo el imperio después del mismísimo emperador Ashravan. Llevaba los cabellos canosos recogidos en una larga trenza con lazos rojos y dorados, que envolvía una túnica dorada a juego. Shai se había preguntado durante mucho tiempo cómo robar a esa mujer, ya que, entre sus múltiples deberes, Frava supervisaba la Galería Imperial y tenía oficinas adyacentes a ella.
Era obvio que Frava había estado discutiendo con Gaotona, el grande que se hallaba de pie junto a la mesa. El anciano permanecía erguido con las manos a la espalda, en actitud pensativa. Gaotona era el que tenía más edad entre los árbitros gobernantes. Se decía que era el menos influyente de todos, pues había perdido el favor del emperador.
Ambos guardaron silencio cuando Shai entró. La miraron como si fuera un gato que acabara de volcar un jarrón valioso. Shai echaba de menos sus gafas, pero tuvo cuidado de no entornar los ojos mientras avanzaba para enfrentarse a esa gente: tenía que parecer lo más fuerte posible.
—Wan ShaiLu —dijo Frava, extendiendo una mano para recoger un papel de la mesa—. Tienes toda una lista de delitos acreditados a tu nombre.
«La manera en que lo dice...» ¿A qué estaba jugando esa mujer? «Quiere algo de mí —decidió Shai—. Es el único motivo para traerme aquí de esta forma.»
La oportunidad empezaba a desplegarse.
—Hacerte pasar por una noble de alcurnia —continuó Frava—, irrumpir en la Galería Imperial del palacio, Refalsificar tu alma y, naturalmente, el intento de robo del Cetro Lunar. ¿De verdad pensaste que no seríamos capaces de distinguir una simple falsificación de una posesión imperial tan importante?
«Parece que es justo lo que habéis hecho, suponiendo que el bufón escapara con el original», pensó Shai. Experimentó un pequeño escalofrío de satisfacción al saber que su falsificación estaba ocupando el puesto de honor del Cetro Lunar en la Galería Imperial.
—¿Y qué nos dices de esto? —preguntó Frava, agitando sus largos dedos para que un ariete le trajera algo de un lado de la estancia.
Se trataba de una pintura, que el guardia colocó sobre la mesa. La obra maestra de Han ShuXen, Lirio del estanque del manantial.
—Lo encontramos en tu habitación de la posada —prosiguió Frava, dando unos golpecitos en la pintura con los dedos—. Es una copia de un lienzo que yo misma poseo, uno de los más famosos del imperio. La entregamos a nuestros asesores, y ellos consideran que tu falsificación es, como mucho, propia de una aficionada.
Shai miró a la mujer a los ojos.
—Dime por qué has creado esta falsificación —dijo la decana, inclinándose hacia delante—. Es evidente que planeabas intercambiarla por el lienzo que tengo en mi despacho junto a la Galería Imperial. Y sin embargo, tu objetivo era el Cetro Lunar. ¿Por qué planeabas robar también el lienzo? ¿Por avaricia?
—Mi tío Won me dijo que siempre tuviera un plan de reserva —respondió Shai—. No pude asegurarme de que el cetro estuviese siquiera en exposición.
—Ah —dijo Frava. Adoptó una expresión casi maternal, aunque estaba cargada de una repulsión apenas disimulada y de condescendencia—. Solicitaste la intervención de un árbitro en tu ejecución, como hacen la mayoría de los prisioneros. Por impulso, decidí acceder a tu petición porque sentía curiosidad por saber por qué habías creado este lienzo. —Negó con la cabeza—. Pero niña, no pensarás en serio que vamos a dejarte en libertad. ¿Con pecados como este? Estás en una situación gravísima, y nuestra piedad tiene un límite.
Shai se volvió para mirar a los otros árbitros. Los que estaban sentados junto a la chimenea parecían no estar prestando ninguna atención, pero tampoco hablaban entre sí. Estaban escuchando. «Algo va mal —pensó Shai—. Están preocupados.»
Gaotona permanecía de pie a un lado. Inspeccionó a Shai con ojos que no traicionaban ninguna emoción.
Los modales de Frava tenían el aire de quien reprende a un niño pequeño. El final de su comentario encerraba el propósito de hacer que Shai esperara ser liberada. En conjunto, palabras y modales pretendían volverla maleable, dispuesta a aceptar cualquier cosa con la esperanza de alcanzar la libertad
«Una oportunidad, en efecto.»
Era hora de tomar el control de la conversación.
—Queréis algo de mí —dijo Shai—. Estoy dispuesta a discutir mi pago.
—¿Tu pago? —se extrañó Frava—. ¡Niña, van a ejecutarte al amanecer! Si deseáramos algo de ti, tu pago sería tu vida.
—Mi vida es mía —replicó Shai—. Y lo es desde hace días.
—Por favor —dijo Frava—. Estabas encerrada en la celda de los Falsificadores, con treinta tipos diferentes de piedra en la pared.
—Cuarenta y cuatro tipos, en realidad.
Gaotona enarcó una ceja, admirado.
«¡Noches! Me alegro de haber acertado.»
Shai miró a Gaotona.
—¿Creíais que no reconocería la piedra de afilar? Por favor. Soy Falsificadora. Aprendí a clasificar piedras durante mi primer año de formación. Ese bloque procedía claramente de la cantera de Laio.
Frava abrió la boca para hablar, con una leve sonrisa en los labios.
—Sí, sé lo de las placas de ralkalest, el metal Infalsificable, oculto tras la pared de roca de mi celda —aventuró Shai—. La pared era un acertijo para distraerme. No construiríais una celda de rocas como la piedra arenisca, por si un prisionero renunciara a Falsificar y tratara de abrirse paso cavando. Construisteis la pared, pero la asegurasteis con una placa de ralkalest detrás para impedir la huida.
Frava cerró la boca de golpe.
—El problema del ralkalest —continuó diciendo Shai— es que no es un metal muy fuerte. Sí, la reja en lo alto de mi celda era bastante sólida y no podría haber escapado por ahí. Pero ¿una placa fina? Venga ya. ¿Habéis oído hablar de la antracita?
Frava frunció el ceño.
—Es una roca que arde —terció Gaotona.
—Me disteis una vela —dijo Shai, rebuscando en su espalda. Arrojó sobre la mesa su sello de alma improvisado con madera—. Todo lo que tenía que hacer era Falsificar la pared y persuadir a las piedras de que son de antracita. No sería una tarea difícil, una vez identificados los cuarenta y cuatro tipos de roca. Podría quemarlas, y ellas derretirían esa placa tras la pared.
Shai acercó una silla y se sentó ante la mesa. Se reclinó en el respaldo. Tras ella, el capitán de los arietes refunfuñó en voz baja, pero Frava frunció los labios y no dijo nada. Shai dejó que sus músculos se relajaran y encomendó una plegaria silenciosa al Dios Desconocido.
¡Noches! Parecía que se lo habían tragado. A Shai le preocupaba que supieran lo suficiente sobre el arte de Falsificar para advertir su mentira.
—Iba a escapar esta noche —prosiguió Shai—, pero lo que queréis que haga debe de ser importante, ya que estáis dispuestos a implicar a una malhechora como yo. Y así llegamos al asunto de mi pago.
—Todavía podría hacerte ejecutar —dijo Frava—. Ahora mismo. Aquí.
—Pero no lo harás, ¿verdad?
Frava apretó la mandíbula.
—Te advertí que sería difícil de manipular —dijo Gaotona a Frava.
Shai notaba que lo había impresionado, pero al mismo tiempo sus ojos parecían ¿apenados? ¿Era la emoción correcta? Le resultaba tan complicado leer a ese hombre como si se tratase de un libro en svordisano.
Frava alzó un dedo y luego lo dirigió a un lado. Un criado se acercó con una cajita envuelta en tela. El corazón de Shai se sobresaltó al verlo.
El hombre abrió los cierres de la parte delantera y levantó la tapa. La caja estaba recubierta de una suave tela y tenía cinco hendiduras para albergar sellos de alma. Cada sello cilíndrico de piedra era tan largo como un dedo y tan ancho como el pulgar de un hombre. Dentro de la caja, sobre las hendiduras, había un cuadernillo con tapas de cuero gastado por el uso. Shai aspiró un atisbo de su familiar olor.
Se llamaban Marcas de Esencia, el tipo más poderoso de sello de alma. Cada Marca de Esencia tenía que ser armonizada con un individuo concreto, y su función era reescribir su historia, su personalidad y su alma durante un breve período. Aquellas cinco estaban armonizadas con Shai.
—Cinco sellos para reescribir un alma —dijo Frava—. Cada uno de ellos es una abominación, y poseerlos es ilegal. Estas Marcas de Esencia iban a destruirse esta tarde. Aunque hubieras escapado, las habrías perdido. ¿Cuánto tiempo se tarda en crear una?
—Años —susurró Shai.
No había otras copias. Era demasiado peligroso dejar notas y diagramas, incluso en secreto, ya que daban a otras personas excesiva información sobre la propia alma. Shai nunca perdía de vista esas Marcas de Esencia, excepto en las raras ocasiones en que se las quitaban.
—¿Las aceptarás como pago? —preguntó Frava con una mueca en los labios, como si discutiera sobre una comida de cieno y carne podrida.
—Sí.
Frava asintió, y el criado cerró la caja.
—Entonces, déjame que te muestre lo que tienes que hacer.
Shai nunca había visto a un emperador antes, y mucho menos pellizcado a uno en la cara.
El emperador Ashravan de los Ochenta Soles, cuadragésimo noveno señor del Imperio Rosa, no respondió cuando Shai lo pellizcó. Continuó mirando a la nada, y sus mejillas redondas se veían sonrosadas y sanas, pero su expresión carecía por completo de vida.
—¿Qué le ha sucedido? —preguntó Shai, retirándose de la cama del emperador. Estaba confeccionada al estilo del antiguo pueblo lamio, con un cabecero en forma de fénix alzándose hacia el cielo. Había visto un dibujo de un cabecero semejante en un libro; probablemente la Falsificación se había extraído de esa fuente.
—Asesinos —dijo el árbitro Gaotona. Estaba de pie al otro lado de la cama, junto con dos cirujanos. De los arietes, solo habían permitido la entrada a Zu, su capitán—. Los asesinos irrumpieron hace dos noches y atacaron al emperador y a su esposa. A ella la mataron. El emperador recibió un virote de ballesta en la cabeza.
—Teniendo eso en cuenta —advirtió Shai—, su aspecto es bastante bueno.
—¿Estás familiarizada con el resellado? —preguntó Gaotona.
—A grandes rasgos —respondió Shai.
Su pueblo lo llamaba Falsificación de la Carne. Si la utilizaba un cirujano muy habilidoso, podía Falsificar un cuerpo para que eliminara sus heridas y cicatrices. Requería una gran especialización. El Falsificador tenía que conocer todos y cada uno de los tendones, cada vena y cada músculo, para poder curar con precisión.
Resellar era una de las pocas ramas de la Falsificación que Shai no había estudiado a fondo. Si se fracasaba en una falsificación corriente, se creaba una obra de escaso mérito artístico. Si se fracasaba en una Falsificación de la Carne, moría gente.
—Nuestros reselladores son los mejores del mundo —dijo Frava, dando unos pasos a los pies de la cama, con las manos a la espalda—. Atendieron al emperador a toda prisa tras el intento de asesinato. La herida de su cabeza sanó, pero...
—Pero ¿su mente no? —preguntó Shai, agitando de nuevo la mano delante de la cara del emperador—. No parece que hayan hecho un buen trabajo.
Un cirujano carraspeó. El hombre, diminuto, tenía orejas como los postigos de una ventana que se hubieran abierto de par en par en un día soleado.
—El resellado repara un cuerpo y lo renueva. Esto, sin embargo, es muy semejante a reencuadernar un libro con papel nuevo después de un incendio. Sí, puede parecer exactamente igual, y puede parecer entero. Pero las palabras... las palabras han desaparecido. Le hemos dado un nuevo cerebro al emperador. Lo que ocurre es que está vacío.
—Hum —dijo Shai—. ¿Habéis descubierto quién intentó asesinarlo?
Los cinco árbitros intercambiaron una mirada. Sí, lo sabían.
—No estamos seguros —respondió Gaotona.
—En otras palabras —dijo Shai—, lo sabéis, pero no podéis demostrarlo del todo para hacer una acusación. ¿Alguna otra facción de la corte, entonces?
Gaotona suspiró.
—La Facción Gloria.
Shai silbó con suavidad. Pero tenía sentido. Si el emperador fallecía, habría una buena oportunidad de que la Facción Gloria ganara la subasta para nombrar a su sucesor. A los cuarenta años, el emperador Ashravan era todavía joven, para los baremos de los grandes. Se esperaba que gobernara otros cincuenta años.
Si alguien lo reemplazaba, los cinco árbitros presentes en la estancia perderían sus puestos, lo cual, según la política imperial, supondría un enorme golpe a su estatus. Pasarían de ser las personas más poderosas del mundo a contarse entre las más bajas de las ochenta facciones del imperio.
—Los asesinos no sobrevivieron al ataque —dijo Frava—. La Facción Gloria no sabe todavía si su plan tuvo éxito o no. Tienes que sustituir el alma del emperador con... —Frava inspiró profundamente—. Con una Falsificación.
«Están locos», pensó Shai. Falsificar el alma propia ya era bastante difícil, y no había que reconstruirla partiendo de cero.
Los árbitros no tenían ni idea de lo que estaban pidiendo. Naturalmente que no. Odiaban la Falsificación, o eso decían. Caminaban por suelos de imitación ante copias de jarrones antiguos, dejaban que sus cirujanos repararan los cuerpos, pero no llamaban a ninguna de estas cosas «Falsificación» en su propia lengua.
La Falsificación del alma, eso era lo que consideraban una abominación. Lo que significaba que Shai era, en efecto, su única opción. Nadie en su propio gobierno sería capaz de llevarlo a cabo. Probablemente, ella tampoco.
—¿Puedes hacerlo? —preguntó Gaotona.
«No tengo ni idea», pensó Shai.
—Sí —respondió.
—Es preciso que sea una Falsificación exacta —dijo Frava con tono severo—. Si la Facción Gloria tiene alguna sospecha, atacará. El emperador no debe actuar de manera errática.
—He dicho que puedo —replicó Shai—. Pero será difícil. Necesitaré información sobre Ashravan y su vida, todo lo que podamos conseguir. La narrativa oficial servirá para comenzar, pero al final será demasiado estéril. Necesitaré entrevistas extensas y escritos sobre su persona redactados por quienes lo conocieron mejor. Criados, amigos, familiares. ¿Llevaba un diario?
—Sí —respondió Gaotona.
—Excelente.
—Esos documentos están sellados —intervino uno de los otros árbitros—. El emperador quería que se destruyeran...
Todos en la habitación se volvieron hacia el hombre. Este tragó saliva y luego agachó la cabeza.
—Tendrás todo lo que pidas —dijo Frava.
—Necesitaré también un sujeto de pruebas —prosiguió Shai—. Alguien con quien probar mis Falsificaciones. Un grande, varón, que tuviera mucho trato con el emperador y lo conociera a fondo. Eso me permitirá ver si hago bien la personalidad.
¡Noches! Hacer la personalidad como era debido sería secundario. Crear un sello que de verdad prendiera eso constituiría el primer paso. No estaba segura de poder conseguir siquiera eso.
—Y necesitaré piedra de alma, naturalmente.
Frava miró a Shai con los brazos cruzados.
—No esperaréis que lo consiga sin piedra de alma —dijo Shai secamente—. Podría tallar un sello de madera, si tuviera que hacerlo, pero vuestro objetivo ya es bastante difícil de por sí. Piedra de alma. En grandes cantidades.
—Bien —concedió Frava—. Pero se te mantendrá bajo vigilancia estos tres meses. Una estricta vigilancia.
—¿Tres meses? —se asombró Shai—. Creo que esto requerirá al menos dos años.
—Tienes cien días —repuso Frava—. En realidad, noventa y ocho, ya.
«Imposible.»
—La explicación oficial de por qué no se ha visto al emperador estos dos últimos días —intervino una de las mujeres árbitro— es que está de luto por la muerte de su esposa. La Facción Gloria dará por hecho que estamos ganando tiempo tras la muerte del emperador. Cuando los cien días de aislamiento hayan terminado, exigirán que Ashravan se presente a la corte. Si no lo hace, estamos acabados.
«Y tú también lo estás», implicaba el tono de la mujer.
—Necesitaré oro a cambio de este encargo —continuó Shai—. Coged lo que penséis que voy a pedir y duplicadlo. Saldré rica de este país.
—Hecho —dijo Frava.
«Demasiado fácil», pensó Shai. Magnífico. Planeaban matarla en cuanto terminara aquel trabajo.
Bueno, eso le daba noventa y ocho días para buscar una salida.
—Traedme esos archivos —dijo—. Necesitaré un lugar para trabajar, suficientes suministros y recuperar mis cosas. —Alzó un dedo antes de que pudieran quejarse—. No mis Marcas de Esencia, sino todo lo demás. No voy a trabajar durante tres meses con la misma ropa que he llevado mientras estaba encarcelada. Y ahora que lo pienso, que alguien me prepare un baño de inmediato.
Día tres
Al día siguiente, bañada, bien alimentada y descansada por primera vez desde su captura, Shai oyó cómo llamaban a su puerta.
Le habían proporcionado una habitación. Era diminuta, probablemente la más fea de todo el palacio, y olía un poco a humedad. Por supuesto, seguían apostando guardias para vigilarla toda la noche, y por lo que recordaba del trazado del enorme palacio, se hallaba en una de las alas menos frecuentadas, utilizada sobre todo para almacenaje.
Con todo, era mejor que una celda. Apenas, pero lo era.
Al oír la llamada, Shai dejó de inspeccionar la vieja mesa de cedro de la habitación. Dudaba que hubiera visto un hule desde que ella naciera. Un guardia abrió la puerta y permitió entrar al anciano árbitro Gaotona, que llevaba una caja de dos palmos de ancho y unos cinco centímetros de grosor.
Shai se acercó deprisa, provocando una mirada del capitán Zu, que acompañaba al árbitro.
—Mantén la distancia de su excelencia —gruñó Zu.
—¿O qué? —preguntó Shai, cogiendo la caja—. ¿Me apuñalarás?
—Algún día, disfrutaré
—Que sí, que sí —dijo Shai mientras regresaba a su mesa y abría la tapa de la caja. Dentro había dieciocho sellos de alma, con las cabezas lisas y sin grabar. Sintió un escalofrío de emoción y cogió uno, que alzó a la luz para examinarlo.
Había recuperado sus gafas, así que ya no tenía necesidad de entornar los ojos. También llevaba ropas más adecuadas que un vestido desastrado. Una falda hasta la pantorrilla, lisa, roja, y una blusa abrochada. Los grandes considerarían que era una indumentaria poco adecuada, ya que entre ellos el estilo del momento eran las túnicas de aspecto antiguo o los saris. A Shai le parecían espantosos. Bajo la blusa llevaba una ajustada camisa de algodón y, bajo la falda, unas calzas. Una dama nunca sabía cuándo podía necesitar desprenderse de su capa exterior de ropas para disfrazarse.
—Es buena piedra —dijo, refiriéndose al sello que tenía entre los dedos.
Sacó uno de sus cinceles, que tenía la punta casi tan fina como la cabeza de un alfiler, y empezó a rascar la roca. Sí que era una buena piedra de alma. La roca se desprendía con facilidad y precisión. La piedra de alma era casi tan blanda como la tiza, pero no se resquebrajaba al rascarla. Podía tallarse con gran precisión y luego fijarla con una llama y una marca en la parte superior, que la endurecían hasta darle una consistencia parecida a la del cuarzo. La única forma de conseguir un sello mejor era tallar uno a partir del cristal mismo, que era increíblemente difícil.
En cuanto a la tinta, le habían proporcionado una de calamar, roja y brillante, mezclada con un pequeño porcentaje de cera. Cualquier tinta orgánica fresca funcionaría, aunque las tintas de animales eran mejores que las extraídas de plantas.
—¿Has robado un jarrón del pasillo de fuera? —preguntó Gaotona, frunciendo el ceño ante un objeto que había a un lado de la pequeña estancia.
Shai había cogido uno de los jarrones al volver del baño. Un guardia había tratado de interferir, pero Shai había podido convencerlo. Ese guardia se estaba ruborizando.
—Tenía curiosidad por las habilidades de vuestros Falsificadores —aclaró Shai, al tiempo que soltaba sus herramientas y colocaba el jarrón sobre la mesa. Lo volvió de lado, para mostrar la parte inferior y el sello rojo impreso en la arcilla.
Un sello de un Falsificador era fácil de localizar. No solo se marcaba en la superficie del objeto, sino que se hundía en el material creando una depresión de surcos rojos. El borde del sello redondo era también rojo, pero elevado, como un repujado.
Se podía decir mucho de una persona por la manera en que diseñaba sus sellos. Ese, por ejemplo, lucía un aspecto estéril. No era arte verdadero, lo cual contrastaba con la belleza minuciosamente detallada y delicada del jarrón mismo. Shai había oído que la Facción de la Herencia tenía cadenas de Falsificadores a medio formar trabajando de memoria, creando esas piezas como las hileras de hombres que producen zapatos en una fábrica.
—Nuestros obreros no son Falsificadores —replicó Gaotona—. No usamos esa palabra. Son Recordadores.
—Es lo mismo.
—No tocan las almas —objetó Gaotona con severidad—. Aparte de eso, lo que nosotros hacemos es por aprecio al pasado, no por engañar o estafar a la gente. Nuestros Recordadores traen a la gente una mejor comprensión de su herencia.
Shai enarcó una ceja. Sacó su martillo y su cincel y los colocó en ángulo sobre el borde repujado del sello del jarrón. El sello resistió —había una fuerza en él que trataba de permanecer en su sitio—, pero el golpe se abrió paso. El resto del sello se abrió, los surcos desaparecieron, el sello se convirtió en un simple tampón y perdió sus poderes.
Los colores del jarrón se apagaron rápidamente, convirtiéndose en un simple gris, y su forma se retorció. Un sello de alma no hacía solo cambios visuales sino que también reescribía la historia de un objeto. Sin el sello, el jarrón era una pieza horrible. Quien lo había creado no se había preocupado por el producto final. Tal vez sabía que formaría parte de una Falsificación. Shai negó con la cabeza y siguió trabajando en el sello de alma sin terminar. No era para el emperador —todavía no estaba preparada para eso—, pero tallar la ayudaba a pensar.
Gaotona hizo un gesto a los guardias para que se marcharan, todos menos Zu, que permaneció a su lado.
—Eres un enigma, Falsificadora —dijo Gaotona cuando los otros dos guardias salieron y cerraron la puerta.
Se sentó en una de las dos desvencijadas sillas de madera, que junto con la endeble cama, la antigua mesa y el cofre con sus cosas, componían todo el mobiliario de la habitación. La única ventana tenía el marco combado y dejaba entrar la brisa, e incluso las paredes mostraban grietas.
—¿Un enigma? —preguntó Shai, alzando el sello para observar con atención su trabajo—. ¿Qué clase de enigma?
—Eres una Falsificadora. Por tanto, no se puede confiar en ti sin tenerte bajo vigilancia. Intentarás escapar en el momento en que se te ocurra un modo factible de huir.
—Entonces, deja a los guardias conmigo —respondió Shai, tallando un poco más.
—Perdona —repuso Gaotona—, pero dudo que tardaras mucho tiempo en intimidarlos, sobornarlos o chantajearlos.
Zu, a su lado, se envaró.
—No pretendía ofenderte, capitán —dijo Gaotona—. Confío mucho en tu gente, pero lo que tenemos ante nosotros es una maestra del engaño, mentirosa y ladrona. Tarde o temprano, tus mejores guardias acabarían siendo barro en sus manos.
—Gracias —repuso Shai.
—No era un cumplido. Lo que tu clase toca, lo corrompe. Me preocupaba dejarte sola durante un día bajo la supervisión de unos ojos mortales. Por lo que sé de ti, casi podrías encandilar a los propios dioses.
Ella continuó trabajando.
—No puedo fiarme de ningún grillete que te contenga —dijo Gaotona en voz baja—, ya que nos pides que te demos piedra de alma para que puedas trabajar en nuestro problema. Convertirías tus grilletes en jabón y te perderías en la noche riendo.
Esas palabras, por supuesto, delataban una completa falta de comprensión sobre el funcionamiento del arte de la Falsificación. Una Falsificación tenía que ser verosímil, creíble; de otro modo, no prendía. ¿Quién iba a creer en una cadena hecha de jabón? Sería ridículo.
Lo que sí podía hacer, sin embargo, era descubrir los orígenes y la composición de la cadena y luego reescribir una cosa o la otra. Podía Falsificar el pasado de la cadena para que un eslabón suyo se hubiera forjado de manera incorrecta, lo cual le proporcionaría un defecto que podría explotar. Aunque no fuera capaz de dar con la historia exacta de la cadena, lograría escapar: un sello imperfecto no duraba mucho, pero solo necesitaría unos instantes para romper el eslabón con un martillo.
Podían hacer una cadena con ralkalest, el metal Infalsificable, pero eso tan solo retrasaría su huida. Con tiempo suficiente y piedra de alma, encontraría una solución. Falsificar la pared para que tuviera una débil grieta, para conseguir soltar la cadena. Falsificar el techo para que tuviera un bloque suelto, que pudiera dejar caer y aplastar los débiles eslabones de ralkalest.
Shai no quería hacer algo tan extremo si no había necesidad.
—No creo que debáis preocuparos por mí —dijo Shai, sin dejar de trabajar—. Me intriga lo que estamos haciendo, y me han prometido riquezas. Eso es suficiente para mantenerme aquí. No olvides que podría haber escapado de mi celda anterior en cualquier momento.
—Ah, sí —respondió Gaotona—. La celda donde habrías usado la Falsificación para atravesar la pared. Dime, por curiosidad, ¿has estudiado la antracita? Esa roca en la que dijiste que convertirías la pared. Creo recordar que es muy difícil hacerla arder.
«Este hombre es más listo de lo que los demás le reconocen.»
La llama de una vela habría tenido problemas para inflamar la antracita: en teoría, la roca ardía a una temperatura concreta, pero calentar lo suficiente toda una muestra era muy complicado.
—Habría sido muy capaz de crear un entorno ardiente adecuado utilizando la madera de mi camastro y convirtiendo en carbón unas cuantas piedras.
—¿Sin horno? —inquirió Gaotona, con tono algo divertido—. ¿Sin fuelles? Pero eso no viene al caso. Dime, ¿cómo planeabas sobrevivir dentro de una celda con la pared ardiendo a más de mil grados? Un fuego como ese, ¿no absorbería todo el aire respirable? Ah, pero claro. Podrías haber usado la ropa de cama para transformarla en un conductor pobre, tal vez cristal, y haber hecho un caparazón para ocultarte dentro.
Shai continuó tallando, incómoda. La forma en que el hombre decía aquello... Sí, sabía que ella no podría haber hecho lo que estaba describiendo. La mayoría de los grandes ignoraban el arte de la Falsificación, y ese hombre sin duda era uno de ellos, pero sabía lo suficiente para comprender que no podría haber escapado como decía. Igual que la ropa de cama no podía convertirse en cristal.
Aparte de eso, transformar la pared entera en otro tipo de roca habría sido difícil. Habría tenido que cambiar demasiadas cosas, reescribir la historia para que las canteras de cada variedad de piedra estuvieran cerca de depósitos de antracita, y que en cada caso un bloque de la roca inflamable se hubiera extraído por error. Suponía un esfuerzo enorme, y casi imposible, sobre todo sin el conocimiento específico de las canteras en cuestión.
La plausibilidad era la clave de cualquier falsificación, mágica o no. La gente comentaba entre susurros que los Falsificadores convertían el plomo en oro, sin darse cuenta jamás de que lo contrario era mucho, mucho más fácil. Inventar una historia para un lingote de oro donde en algún momento del proceso alguien lo hubiera adulterado con plomo bueno, era una mentira verosímil. Lo contrario sería tan improbable que un sello que hiciera esa transformación no duraría mucho.
—Me impresionáis, excelencia —dijo finalmente Shai—. Pensáis como un Falsificador.
La expresión de Gaotona se agrió.
—Eso pretendía ser un cumplido —aclaró ella.
—Valoro la verdad, jovencita. No las Falsificaciones. —La miró con la expresión propia de un abuelo decepcionado—. He visto lo que tus manos son capaces de hacer. Esa copia de la pintura que llevaste a cabo era notable. Sin embargo, se realizó en nombre de la mentira. ¿Qué obras maestras podrías crear si te concentraras en la diligencia y la belleza en vez de en la riqueza y el engaño?
—Lo que yo hago son obras de arte de gran valor.
—No. Copias las obras de arte de gran valor de otros. Lo que haces es una maravilla técnica, pero carece por completo de espíritu.
A Shai casi le patinó el cincel por la creciente tensión en sus manos. ¿Cómo se atrevía? Amenazar con ejecutarla era una cosa, pero ¿insultar su arte? ¡Hacía que pareciera como uno de esos Falsificadores de cadena de montaje, produciendo jarrón tras jarrón!
A duras penas se calmó, y luego forzó una sonrisa. En una ocasión, su tía Sol le había dicho que sonriera ante los peores insultos y saltara ante los menores. De esa forma, ningún hombre conocería su corazón.
—Entonces, ¿cómo vais a controlarme? —preguntó—. Hemos establecido que me cuento entre las más viles mujerzuelas que reptan entre los muros de este palacio. No podéis atarme y no podéis confiar en que vuestros propios soldados me vigilen.
—Bueno —dijo Gaotona—, cuando sea posible, yo supervisaré personalmente tu trabajo.
Ella habría preferido a Frava, que parecía más fácil de manipular, pero tendría que apañárselas.
—Si así lo deseáis —repuso Shai—. Gran parte del proceso será aburrido para alguien que no entienda de Falsificación.
—No me interesa que me entretengan —dijo Gaotona, haciendo un gesto con la mano al capitán Zu—. Siempre que esté aquí, el capitán Zu me protegerá. Es el único de nuestros arietes que conoce la gravedad de las heridas del emperador, y solo él está al tanto de nuestro plan contigo. Otros guardias te custodiarán durante el resto del día, y no hablarás con ninguno de ellos de tu tarea. No habrá ningún rumor de lo que nos traemos entre manos.
—No tenéis que preocuparos de que hable —dijo Shai, sincera por una vez—. Cuanta más gente sepa de una Falsificación, más probable es que fracase.
«Además —pensó—, si se lo dijera a los guardias, sin duda los ejecutaríais para preservar vuestros secretos.» No le gustaban los arietes, pero aún menos le gustaba el imperio, y los guardias en realidad eran otro tipo de esclavos. Shai no se dedicaba a hacer que mataran a la gente sin motivo.
—Excelente —dijo Gaotona—. El segundo método de asegurar tu atención a nuestro proyecto aguarda fuera. Cuando quieras, mi buen capitán.
Zu abrió la puerta. Una figura embozada esperaba con los guardias. La figura entró en la habitación. Caminaba con paso vivo, pero de algún modo antinatural. Después de que Zu cerrara la puerta, se quitó la capucha y reveló un rostro de lechosa piel blanca y ojos rojos.
Shai siseó suavemente entre dientes.
—¿Y llamáis a lo que yo hago abominación?
Gaotona la ignoró y se levantó de su silla para dirigirse al recién llegado.
—Díselo.
El recién llegado apoyó sus largos dedos blancos sobre la puerta, inspeccionándola.
—Colocaré aquí la runa —dijo con una voz cargada de acento—. Si ella sale de esta habitación por algún motivo, o si altera la runa de la puerta, lo sabré. Mis mascotas vendrán a por ella.
Shai se estremeció. Fulminó con la mirada a Gaotona.
—Un sellador de sangre. ¿Habéis invitado a un sellador de sangre a vuestro palacio?
—Este ha demostrado hace poco ser un activo importante —dijo Gaotona—. Es leal y discreto. También es muy efectivo. Hay ocasiones en que es preciso aceptar la ayuda de la oscuridad para contener una oscuridad aún mayor.
Shai siseó en voz baja cuando el sellador de sangre sacó algo de su túnica. Un burdo sello de alma creado a partir de hueso. Sus «mascotas» también serían de hueso, Falsificaciones de vida humana creadas a partir de los esqueletos de los muertos.
El sellador de sangre la miró.
Shai retrocedió.
—No esperaréis que...
Zu la sujetó por los brazos. Noches, sí que era fuerte. Sintió pánico. ¡Sus Marcas de Esencia! ¡Necesitaba sus Marcas de Esencia! Con ellas podía luchar, escapar, correr...
Zu le hizo un corte en la parte interior del brazo. Shai apenas sintió la herida poco profunda, pero se debatió de todas formas. El sellador de sangre avanzó un paso y empapó su horrible herramienta con la sangre de Shai. Entonces dio media vuelta y apretó el sello contra el centro de la puerta.
Cuando retiró la mano, dejó un brillante sello rojo en la madera. Tenía forma de ojo. En el momento en que marcó el sello, Shai sintió un agudo dolor en el brazo, donde había recibido el corte.
Shai dio un respingo, con los ojos muy abiertos. Nunca antes nadie se había atrevido a hacerle una cosa como aquella. ¡Casi era mejor que la hubieran ejecutado! Casi era mejor que...
«Contrólate —se dijo con tenacidad—. Conviértete en alguien que pueda enfrentarse a esto.»
Respiró hondo y se dejó convertir en otra persona. Una imitación de sí misma que conservaba la calma, incluso en una situación como aquella. Era una burda falsificación, solo un truco mental, pero funcionó.
Se zafó de Zu y aceptó el pañuelo que Gaotona le ofrecía. Miró con odio al sellador de sangre mientras el dolor de su brazo desaparecía. Él le sonrió con unos labios que eran blancos y un poco traslúcidos, como la piel de un gusano. Hizo un gesto con la cabeza a Gaotona antes de volver a colocarse la capucha y, acto seguido, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Shai se obligó a respirar con regularidad, calmándose. No había ninguna sutileza en lo que hacía el sellador de sangre: ellos no se andaban con remilgos. En vez de habilidad o capacidad artística, usaban trucos y sangre. Sin embargo, su oficio era efectivo. El hombre sabría si Shai salía de la habitación, y tenía su sangre fresca en el sello, que estaba armonizado con ella. Con eso, sus mascotas no-muertas podrían darle caza huyera adonde huyera.
Gaotona volvió a sentarse en su silla.
—¿Sabes qué sucederá si te das a la fuga?
Shai miró con furia al anciano.
—Ahora comprendes lo desesperados que estamos —dijo él con voz suave, entrelazando los dedos—. Si huyes, te entregaremos al sellador de sangre. Tus huesos se convertirán en su siguiente mascota. Esa promesa fue todo lo que requirió como pago. Puedes comenzar tu trabajo, Falsificadora. Hazlo bien y escaparás de este destino.
Día cinco
Y Shai trabajó.
Empezó a indagar en la vida del emperador. Pocas personas comprendían que la Falsificación se basaba en el estudio y la investigación. Era un arte que cualquier hombre o mujer podía aprender, pues solo requería una mano firme y ojo para el detalle.
Eso y la disposición a pasar semanas, meses, incluso años preparando el sello de alma ideal.
Shai no disponía de años. Se sintió apurada mientras leía biografía tras biografía y a menudo se quedaba despierta hasta muy tarde tomando notas. No pensaba que pudiera hacer lo que le pedían. Crear una Falsificación creíble del alma de otra persona, sobre todo con tan poco tiempo, no era posible. Por desgracia, tenía que mantener la farsa mientras planeaba su huida.
No le permitían salir de la habitación. Utilizaba un orinal cuando debía atender a sus necesidades, y para lavarse le traían una tina de agua caliente y toallas. La supervisaban en todo momento, incluso cuando se bañaba.
Aquel sellador de sangre acudía todas las mañanas a renovar su marca en la puerta. En cada ocasión, el acto requería un poco de sangre de Shai. Pronto tuvo los brazos cubiertos de cortes poco profundos.
También Gaotona la visitaba. El anciano árbitro la estudiaba mientras leía, observándola con aquellos ojos que juzgaban pero que no odiaban.
Mientras maquinaba sus planes, Shai llegó a una conclusión: para ser libre tendría que manipular a ese hombre de algún modo.
Día doce
Shai presionó su sello sobre la superficie de la mesa.
Como siempre, este se hundió levemente en el material. Un sello de alma dejaba una impronta que se podía sentir, sin importar el material del que estuviese hecho. Dio medio giro al sello: eso no emborronaba la tinta, aunque no sabía por qué. Uno de sus mentores le había enseñado que era debido a que a esas alturas el sello tocaba el alma del objeto y no su presencia física.
Cuando retiró el sello, dejó una brillante marca roja, como si estuviera tallado allí. La transformación se extendía a partir del sello como una oleada. El cedro gris oscuro de la mesa se volvió hermoso y bien cuidado, con una cálida pátina que reflejaba la luz de las velas que Shai tenía delante.
Apoyó los dedos en la nueva mesa, que había pasado a ser suave al contacto. Los cantos y las patas estaban bellamente tallados, repujados aquí y allá de plata.
Gaotona se irguió en su asiento, soltando el libro que estaba leyendo. Zu se agitó incómodo al ver la Falsificación.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Gaotona.
—Estaba cansada de encontrarme lascas —respondió Shai, y volvió a sentarse en su silla, que crujió. «Tú eres el siguiente», pensó.
Gaotona se levantó y se acercó a la mesa. La tocó, como si esperara que la transformación fuera una simple ilusión. No lo era. La hermosa mesa parecía horriblemente fuera de lugar en la sórdida habitación.
—¿Esto es lo que has estado haciendo?
—Tallar me ayuda a pensar.
—¡Deberías concentrarte en tu tarea! —exclamó Gaotona—. Esto es una frivolidad. ¡El imperio mismo corre peligro!
«No —pensó Shai—. No el imperio, sino vuestro dominio de él.» Por desgracia, después de once días, seguía sin tener un aspecto de Gaotona que poder explotar.
—Estoy trabajando en vuestro problema, Gaotona —dijo—. Lo que me pedís no es una tarea sencilla.
—¿Y cambiar esa mesa lo era?
—Claro que sí. Todo lo que tuve que hacer fue reescribir su pasado para que estuviera bien cuidada, en vez de permitir que se hundiera en la imposibilidad de ser reparada. Eso apenas requiere ningún esfuerzo.
Gaotona vaciló, pero terminó arrodillándose junto a la mesa.
—Estas tallas, estas incrustaciones... no formaban parte de la mesa original.
—Puede que haya añadido algo.
Shai no estaba segura de si la Falsificación iba a prender o no. En unos minutos, el sello podía evaporarse y la mesa volver a su estado anterior. Sin embargo, tenía la convicción de que había imaginado lo bastante bien el pasado de la mesa. Algunas de las historias que estaba leyendo mencionaban de dónde habían venido los regalos. Sospechaba que esa mesa procedía de la lejana Svorden, regalada al predecesor del emperador Ashravan. La tensa relación con Svorden había impulsado al emperador a guardarla y olvidarse de ella.
—No reconozco esta pieza —dijo Gaotona, sin dejar de mirar la mesa.
—¿Por qué deberías?
—He estudiado a fondo las artes antiguas —respondió él—. ¿Esto es de la dinastía Vivare?
—No.
—¿Una imitación de la obra de Chamrav?
—No.
—¿Qué, entonces?
—Nada —dijo Shai, exasperada—. No imita nada. Solo se ha convertido en una versión mejor de sí misma.
Esa era una máxima de la buena Falsificación: si se mejoraba un original, aunque fuese solo un poco, la gente a menudo aceptaría la obra falsificada porque era superior.
Gaotona se levantó, preocupado. «Está pensando de nuevo que desperdicio mi talento», se dijo Shai con malestar, apartando un fajo de informes sobre la vida del emperador. Recopilados a petición suya, esos informes procedían de los sirvientes de palacio. No quería solo las historias oficiales. Necesitaba autenticidad, no recitados estériles.
Gaotona volvió a sentarse en su silla.
—No veo cómo transformar esta mesa puede no haber supuesto casi ningún trabajo, aunque claramente debe de ser mucho más sencillo que lo que se te ha pedido que hagas. Ambas cosas me parecen increíbles.
—Cambiar el alma de un hombre es mucho más difícil.
—Puedo aceptar eso a nivel conceptual, pero no conozco los detalles. ¿Por qué es así?
Ella lo miró. «Quiere saber más de lo que estoy haciendo —pensó—, para poder entender cómo preparo la huida.» Él sabía que Shai lo estaría intentando, por supuesto. Los dos fingían que ninguno era consciente de eso.
—De acuerdo —dijo ella, poniéndose en pie y acercándose a la pared de la habitación—. Hablemos de Falsificación. La jaula en la que me encerrasteis tenía una pared de cuarenta y cuatro tipos de piedra, que sobre todo eran una trampa para mantenerme distraída. Si quería intentar escapar, antes debía averiguar la disposición y el origen de cada bloque. ¿Por qué?
—Para poder crear una Falsificación de la pared, obviamente.
—Pero ¿por qué todos ellos? —preguntó Shai—. ¿Por qué no cambiar solo un bloque o unos pocos? ¿Por qué no limitarme a hacer un agujero lo bastante grande para meterme dentro y crear un túnel por el que pudiera pasar?
—Pues... —Gaotona frunció el ceño—. No tengo ni idea.
Shai apoyó la mano en la pared exterior de la habitación. La habían pintado, aunque la pintura se desprendía en varias zonas. Podía sentir las distintas piedras.
—Todas las cosas existen en tres reinos, Gaotona. Físico, Cognitivo y Espiritual. El Reino Físico es lo que sentimos, lo que tenemos delante. El Reino Cognitivo es cómo vemos un objeto y cómo ese objeto se ve a sí mismo. El Reino Espiritual contiene el alma del objeto, su esencia, además de las formas en las que está conectado a las cosas y las personas que lo rodean.
—Debes comprender que no suscribo tus supersticiones paganas —objetó Gaotona.
—Sí, en cambio adoras al sol —respondió Shai, sin poder reprimir la burla de su voz—. O más bien, a ochenta soles creyendo que, aunque todos son exactamente iguales, cada día sale un sol diferente. Bueno, querías saber cómo funciona la Falsificación y por qué el alma del emperador será difícil de reproducir. Los reinos son importantes para esto.
—Muy bien.
—Este es el argumento. Cuanto más tiempo exista un objeto como conjunto, y cuanto más tiempo se vea a sí mismo en ese estado, más fuerte será su sensación de identidad completa. Esa mesa está compuesta de diversas piezas de madera unidas, pero ¿pensamos así en ella? No. Vemos el todo.
»Para Falsificar la mesa, debo comprenderla como un conjunto. Lo mismo sucede con una pared. Aquella pared había existido el tiempo suficiente para verse a sí misma como una única entidad. Quizá pudiera haber abordado cada bloque por separado, porque todavía podrían estar lo bastante diferenciados, pero hacerlo sería difícil, ya que la pared quiere actuar como un todo.
—La pared... ¿quiere que se la considere como un todo? —dijo Gaotona con voz inexpresiva.
—Sí.
—Estás dando a entender que la pared tiene alma.
—Todas las cosas la tienen —respondió ella—. Cada objeto se ve a sí mismo como algo. La conexión y la intención son vitales. Por eso, maestro árbitro, no puedo escribir sin más una personalidad para tu emperador, sellarlo y terminar. Siete informes que he leído dicen que su color favorito era el verde. ¿Sabes por qué?
—No —respondió Gaotona—. ¿Y tú?
—No estoy segura todavía —dijo Shai—. Creo que es porque a su hermano, que falleció cuando Ashravan tenía seis años, le gustó siempre. El emperador cobró apego al color, ya que le recordaba a su hermano muerto. También puede que haya un componente de nacionalismo, ya que nació en Ukurgi, provincia en cuya bandera predomina el verde.
Gaotona parecía preocupado.
—¿Tienes que conocer esos detalles tan concretos?
—¡Noches, sí! Y mil cosas igual de detalladas. Puedo equivocarme en algo. Y me equivocaré en algo, sin duda. Pero la mayoría de los errores no importarán. Harán que su personalidad se desvíe un poco, pero cada persona cambia día a día, de todos modos. No obstante, si me equivoco demasiado, tanto dará la personalidad, porque el sello no prenderá. O al menos, no durará lo suficiente para servir de nada. Asumo que si tu emperador tiene que ser resellado cada quince minutos, será imposible mantener la charada.
—Asumes correctamente.
Shai se sentó dejando escapar un suspiro y se puso a examinar sus notas.
—Dijiste que podrías hacer esto —le recordó Gaotona.
—Sí.
—Lo has hecho antes, con tu propia alma.
—Mi alma la conozco —explicó Shai—. Mi propia historia la conozco. Sé qué puedo cambiar para conseguir el efecto que necesito e incluso así, hacer bien mis propias Marcas de Esencia fue difícil. Ahora no solo tengo que hacerlo para otra persona, sino que además la transformación debe ser mucho más extensa. Y me quedan noventa días para hacerlo.
Gaotona asintió despacio.
—Ahora —dijo ella—, deberías contarme qué estáis haciendo para mantener la simulación de que el emperador sigue vivo y bien.
—Estamos haciendo todo lo que hay que hacer.
—Disto de sentirme tan confiada como vosotros. Creo que se me da un poco mejor que a la mayoría engañar a la gente.
—Creo que te sorprenderás —respondió Gaotona—. Al fin y al cabo, somos políticos.
—Muy bien, de acuerdo. Pero le estaréis haciendo llegar comida, ¿verdad?
—Naturalmente. Cada día se envían tres servicios de comida a los aposentos del emperador, que regresan vacíos a las cocinas de palacio, aunque como es obvio se le alimenta en secreto con caldo. Lo bebe cuando se le da, pero mira al frente, como si fuera sordo y mudo.
—¿Y el orinal?
—No tiene control sobre sí mismo —dijo Gaotona, haciendo una mueca—. Le hemos puesto pañales.
—¡Noches, hombre! ¿Y nadie cambia un orinal falso? ¿No crees que eso resultará sospechoso? Las criadas harán comentarios, igual que los guardias que vigilan su puerta. ¡Debéis tener en cuenta esas cosas!
Gaotona tuvo la decencia de ruborizarse.
—Me encargaré de que así sea, aunque no me gusta la idea de que entre nadie más en sus aposentos. Demasiada gente puede descubrir lo que le ha sucedido.
—Entonces, escoge a alguien en quien confíes —dijo Shai—. De hecho, impón una norma ante las puertas del emperador. Que no entre nadie a menos que tenga una tarjeta con tu sello personal. Y sí, sé por qué abres la boca para ponerme objeciones. Conozco a la perfección lo bien protegidos que están los aposentos del emperador: formó parte de lo que estudié para irrumpir en la galería. Vuestra seguridad no es lo bastante férrea, como demostraron los asesinos. Haz lo que sugiero. Cuantas más barreras de seguridad haya, mejor. Si lo que le ha ocurrido al emperador se hace público, no tengo ninguna duda de que acabaré de vuelta en esa celda esperando a ser ejecutada.
Gaotona suspiró, pero asintió.
—¿Qué más sugieres?
Día diecisiete
Una fría brisa cargada de especias desconocidas se colaba por las grietas de la ventana combada de Shai. El grave rumor de los vítores también se filtraba. En el exterior, la ciudad estaba de celebración. Era la Delbahad, una fiesta de la que nadie sabía nada hasta dos años antes. La Facción de la Herencia continuaba recuperando y reviviendo antiguas festividades en un esfuerzo por inclinar hacia ellos el favor de la opinión pública.
No serviría de nada. El imperio no era una república, y los únicos que tenían algo que decir en el nombramiento de un nuevo emperador serían los árbitros de las diversas facciones. Shai dejó de prestar atención a los festejos y siguió leyendo el diario del emperador.
«He decidido, por fin, acceder a las exigencias de mi facción —decía el diario—. Me ofreceré para el puesto de emperador, como Gaotona ha insistido tantas veces en que haga. El emperador Yazad se debilita por la enfermedad, y pronto habrá que hacer una nueva elección.»
Shai hizo una anotación. Gaotona había animado a Ashravan a conseguir el trono. Y sin embargo, más adelante en el diario, Ashravan hablaba con desprecio de Gaotona. ¿Por qué ese cambio? Terminó la anotación y luego pasó a otra entrada años más tarde.
El diario personal del emperador Ashravan la fascinaba. Lo había escrito de su puño y letra, y había incluido instrucciones para que fuera destruido tras su muerte. Los árbitros habían entregado a Shai el diario a regañadientes, y con vehementes justificaciones. El emperador no había muerto. Su cuerpo vivía todavía. Por tanto, habían hecho bien al no quemar los escritos.
Hablaban con confianza, pero ella notaba la incertidumbre en sus ojos. Era fácil leer en ellos, en todos menos en Gaotona, cuyos pensamientos más íntimos continuaban eludiéndola. Los árbitros no comprendían el propósito de aquel diario. ¿Por qué escribir, se preguntaban, si no era para la posteridad? ¿Por qué poner tus pensamientos sobre el papel si no era para que otros los leyeran?
«Igual que pedirle a una Falsificadora por qué obtiene satisfacción al crear una copia y verla expuesta sin que nadie sepa que fue obra suya, y no la del artista original, la que reverenciaban», pensó ella.
El diario le decía mucho más sobre el emperador que las historias oficiales, y no solo por su contenido. Las páginas del cuaderno estaban gastadas y manchadas por el constante uso. Era cierto que Ashravan había escrito su diario para que fuera leído, pero por él mismo.
¿Qué recuerdos había buscado Ashravan con tanto anhelo para leer ese cuaderno una y otra y otra vez? ¿Era vanidoso y disfrutaba de la emoción de las conquistas pasadas? ¿Era, al contrario, inseguro? ¿Se pasaba horas rebuscando entre las palabras porque quería justificar sus errores? ¿O había otro motivo?
La puerta de la habitación se abrió. Habían dejado de llamar. ¿Para qué? Ya le negaban cualquier semblanza de intimidad. Seguía siendo una cautiva, pero más importante que antes.
Frava, la decana de los árbitros, entró, grácil y esbelta, llevando una túnica de suave morado. Su trenza gris estaba adornada en esa ocasión de oro y violeta. El capitán Zu la acompañaba. Shai suspiró para sus adentros y se ajustó las gafas. Había previsto una noche de estudio y planificación, ininterrumpida ahora que Gaotona había decidido unirse a las celebraciones.
—Me dicen que progresas a un ritmo irrisorio —dijo Frava.
Shai soltó el libro.
—La verdad es que voy rápido. Casi he empezado a tallar los sellos. Como le he recordado hoy mismo al árbitro Gaotona, sigo necesitando un sujeto de pruebas que conociera al emperador. La conexión entre ambos me permitirá probar los sellos con él, y prenderán brevemente, lo suficiente para que pueda probar unas cuantas cosas.
—Se te proporcionará uno —respondió Frava, caminando junto a la mesa de brillante superficie. Pasó un dedo por ella, luego se detuvo ante la marca del sello rojo. La decana de los árbitros la tocó—. Qué atrocidad. Después de tomarte tantas molestias para volver más hermosa la mesa, ¿por qué no poner el sello en la parte inferior?
—Me siento orgullosa de mi trabajo —dijo Shai—. Cualquier Falsificador que vea esto puede inspeccionarlo y comprobar lo que he hecho.
Frava arrugó la nariz.
—No deberías sentirte orgullosa de algo así, pequeña ladrona. Además, ¿el objetivo de lo que llevas a cabo no es precisamente ocultar el hecho de que lo has realizado?
—A veces —respondió Shai—. Cuando imito una firma o falsifico un cuadro, el subterfugio es parte del acto. Pero con la Falsificación, la auténtica Falsificación, no se puede ocultar lo que se ha hecho. El sello estará siempre ahí, describiendo exactamente lo que ha sucedido. Bien puede una sentirse orgullosa de ello.
Era la extraña paradoja de su vida. La Falsificación no trataba solo de los sellos de alma: trataba del arte de imitar en su integridad. Escritura, arte, sellos personales... Una aprendiz de Falsificadora, adoctrinada medio en secreto por su gente, asimilaba todas las falsificaciones mundanas antes de aprender a usar los sellos de alma.
Los sellos eran la orden más elevada de su arte, pero también los más difíciles de ocultar. Sí, un sello podía colocarse en un lugar apartado del objeto y luego esconderlo. Shai lo había hecho en alguna ocasión. Sin embargo, mientras un sello estuviera en algún lugar donde pudiera hallarse, una Falsificación no podía ser perfecta.
—Dejadnos —ordenó Frava a Zu y los guardias.
—Pero... —objetó Zu, dando un paso adelante.
—No me gusta tener que repetirme, capitán —dijo Frava.
Zu renegó para sus adentros, pero inclinó la cabeza, obediente. Dirigió a Shai una dura mirada —por aquel entonces, esa era prácticamente su segunda ocupación— y se retiró con sus hombres. Cerraron la puerta con un chasquido.
El sello de sangre seguía colgado en la puerta, renovado esa misma mañana. El sellador de sangre acudía a la misma hora casi todos los días. Shai había anotado los detalles concretos. Los días que llegaba un poco tarde, su sello empezaba a oscurecerse un poco antes de que apareciera. Siempre llegaba a ella a tiempo de renovarlo, pero quizá algún día...
Frava escrutó a Shai con ojos calculadores.
Shai le sostuvo la mirada sin pestañear.
—Zu piensa que voy a hacerte algo horrible mientras estamos solas.
—Zu es un simplón —dijo Frava—, aunque resulta útil cuando hay que matar a alguien. Esperemos que no tengas que experimentar nunca su eficacia de primera mano.
—¿No te preocupa? —preguntó Shai—. Estás a solas en una habitación con un monstruo.
—Estoy sola en una habitación con una oportunista —replicó Frava, encaminándose a la puerta para examinar el sello que ardía allí—. No me harás daño. Sientes demasiada curiosidad por saber por qué he mandado retirarse a los guardias.
«La verdad es que sé exactamente por qué los has mandado retirarse —pensó Shai—. Y por qué has venido en un momento en que todos tus árbitros asociados están ocupados en el festival.» Esperó a que Frava hiciera su ofrecimiento.
—¿No se te ha ocurrido lo útil que sería para el imperio tener un emperador que escuchara a una voz sabia cuando esta le hable? —preguntó Frava.
—Sin duda el emperador Ashravan ya lo hacía.
—En algunas ocasiones —dijo Frava—. En otras podía ser agresivamente necio. ¿No sería sorprendente si, tras su renacimiento, careciera de esa tendencia?
—Creía que queríais que actuara exactamente como antes —replicó Shai—. Tan parecido a lo real como fuera posible.
—Cierto, cierto. Pero eres famosa por ser una de las mejores Falsificadoras que han existido jamás, y sé de buena tinta que tienes un talento específico para sellar tu propia alma. Sin duda podrás replicar el alma de Ashravan con autenticidad, y al mismo tiempo hacer que se sienta inclinado a atender a razones cuando esa razón la expresen ciertos individuos concretos.
«Noches de fuego —pensó Shai—. No estás dispuesta a decirlo a las claras, ¿verdad? Quieres que construya una puerta trasera al alma del emperador, y ni siquiera tienes la decencia de sentirte avergonzada por ello.»
—Yo tal vez podría hacer algo así —dijo Shai, como si lo considerara por primera vez—. Sería difícil. Necesitaría una recompensa que mereciera el esfuerzo.
—Una recompensa justa sería lo apropiado —convino Frava, volviéndose hacia ella—. Soy consciente de que probablemente tenías pensado dejar la Sede Imperial después de tu liberación, pero ¿por qué? Esta ciudad podría ser un lugar de grandes oportunidades para ti, con un gobernante comprensivo en el trono.
—Sé más clara, árbitro —espetó Shai—. Aún me espera una larga noche de estudio mientras los demás festejan. No tengo la mente para juegos de palabras.
—La ciudad goza de un pujante negocio de contrabando —dijo Frava—. Seguirle la pista es una de mis aficiones. Me vendría bien tener a alguien adecuado dirigiéndolo. Te lo entregaré, para que hagas esa función por mí.
Ese era siempre su error, asumir que sabían por qué Shai hacía lo que hacía. Asumir que saltaría sobre una oportunidad como esa, asumir que un contrabandista y un Falsificador venían a ser lo mismo porque los dos desobedecían las leyes de los demás.
—Eso parece agradable —repuso Shai, y mostró su sonrisa más genuina, la que tenía un visible matiz de puro engaño.
Frava sonrió ampliamente a su vez.
—Te dejo para que lo consideres —dijo, y tras abrir la puerta dio una palmada para que los guardias volvieran a entrar.
Shai se hundió en su silla, horrorizada. No por la propuesta, que llevaba varios días esperando, sino porque acababa de comprender las implicaciones. El ofrecimiento del acuerdo del contrabando, naturalmente, era falso. Frava podía cumplirlo, pero no lo haría. Incluso asumiendo que la mujer no hubiera ya planeado matar a Shai, ese ofrecimiento sellaba esa posibilidad.
Sin embargo, había más. Mucho más. «Que ella sepa, acaba de meter en mi cabeza la idea de poder controlar al emperador. No se fiará de mi Falsificación. Esperará que incorpore puertas traseras por mi cuenta, puertas que me den a mí y no a ella el control absoluto sobre A