Galaor / Ámbar

Hugo Hiriart

Fragmento

Galaor

4
LOS PASOS DEL TIGRE

A hurtadillas, con timorato cariño maternal, la reina llegó hasta la cuna en un intento de rescatar a la hija. Cuando iba a tomarla gritó dolorosamente y se doblegó en el piso de mármol.

—¿Quién es la afable gorda que venía en mi socorro y desapareció? —entonó, desde la cuna, la cuidadosa voz musical.

Moviose Sota de Espadas con incomprensible agilidad: los ojillos de puerco, iracundos; el pico fundamental, levantado y agresor; el hociquillo desdentado mudándose de mueca en mueca; la gibosa silueta lanzada hacia adelante; las manos nudosas, huesudas como árboles secos en miniatura, expresivamente amenazantes. Algo teatral advertíase en la anciana furiosa, pues, por ahora, afectaba grave seriedad, y su voz de hada anciana era hermosamente juvenil y su risa surtidor de agua fresca y purísima:

—¡Insensatas! ¡Golosas creaturas! ¡Ved lo que habéis logrado!

Entonces, con poco comedimiento y menor destreza maternal, sacó de su cuna a la princesa Brunilda y la alzó en sus brazos. Mas lo que extrajo no fue una niña de facciones gentiles, sino un objeto sumamente deformado, una horrenda masa de carne y pelos, un monstruo enano. Por acción de los dones, la princesa habíase metamorfoseado: su cabeza, por guardar inteligencia había crecido desmesuradamente; los rasgos antes armoniosos de su cara, eran ahora los de un desapacible batracio; el cuello de incomparable cantora, era ancho y vigoroso como de luchador turco; los brazos y piernas de laudista consumada, eran musculosos y blancuzcos semejantes a los del discóbolo de mármol.

Sota de Espadas increpó a las cuatro hadas niñas:

—¡Qué dones habéis otorgado a la princesa! Tornarla sapo canoro, diversión de feria, globo viviente, medusa, arpía dolorida. ¡Ah! Caramelos brutalizados por vanidades y fiestas: contemplad vuestra obra; ved a este pobre engendro, a este tierno horror sufriente. ¡Qué cabeza! ¡Qué cabeza! Desde las destrucciones de Circe y de su sobrina Medea, nada se ha contemplado tan atroz y tan refinadamente torpe como esta criatura. Pero escúchenme: las voy a barajar, las copas y los bastos; y los caballos trotarán sobre vuestras cabezas: les espera el horror de las torturas cartománticas: lo sentencio yo, Sota de Espadas. Mil veces dije, aconsejé, ordené que el trabajo y la construcción que no se comprenden cabalmente en sus causas y efectos consecuentes, no debe jamás emprenderse y levantarse. Las cartas se tiran sólo en gobernada y sabia mesa. Pero en vano mencioné deformidades, monstruosidad, desórdenes y fealdad. En vano señalé que la magia y el orden de la naturaleza sutilmente se traman y tejen, se retuercen y anudan formando el tapiz suntuario de nuestra operosa tarea. En vano estaban ustedes para no escucharme.

¿Qué hacer de ti criaturita dolorida? No puede deshacerse lo mudado: no camina nunca hacia atrás el tigre; inderogables son los portentos. ¿Qué hacer? Sufres y sufrirás víctima de encantamientos: incongruente y desacompasada es tu naturaleza; todo está previsto en el orden de las cosas, y los dones en mala hora regalados, martirizan tus tiernas carnes y tu blanco espíritu. Para que las buenas disposiciones alcancen imperio han de estar bien acomodadas. ¿Qué hacer? Ha cuajado ya en ti la pesadilla de lo mágico y maravilloso…

La armoniosa voz de Brunilda interrumpió a la anciana:

—Nada pido, señora de razones esmeradas, sino que termine mi sufrimiento. Si, como decís, sobrecargada estoy de benevolentes maleficios, volvedme, señora, al sueño oscuro de donde broté; haced, encarezco, mi vida, breve tránsito.

Enternecida habló Sota de Espadas:

—Brunilda, niña, hija de reyes, tus peticiones escucho: ten valor y padece tus penas porque pronto terminarán. Reina joven, rey sabio: el dolor de Brunilda sólo puede cesar con el sueño. Así, ofrezco dormirla en el sueño profundo: propongo que Brunilda, la niña, sea por mí disecada. La taxidermia y sus agujas son la única salvación del dolor, porque es la disecación el humano recurso que puede enfrentarse victoriosamente a la magia.

Lloraron entonces el rey y la reina y los clérigos y feligreses y lloró el pueblo y los nobles señores venerables. El rey anunció entre sollozos:

—Señora Sota de Espadas, disecadla, disecadla.

Entrecerró los ojos y anunció la anciana:

—Será disecada la princesa. Mas yo juro en el nombre de mis ancestros los magos que aparecen cuando llueve, que si alguien llegare a amar a Brunilda, se romperán las magias y volverá a la vida en los quince años de su edad y será bella y tierna como una manzana.

Sota de Espadas ordenó entonces al mono con que se tocaba a manera de gorro:

—Almanzor, toma a la princesa y sígueme.

Saltó el animalito de la cabeza de la anciana a la cuna.

—¡Dioses! ¡Soy tomada por un antropoide!

Al frente marchó por la catedral Sota de Espadas mirando hacia uno y otro lado con ojillos feroces, detrás Almanzor, con la princesa echada al hombro, y los reyes; las cuatro hadas, muy juntas lloriqueando temerosas, cerraban el cortejo.

Galaor

5
LA DE RISA DE AGUA

La disecación de Brunilda se consumó en un salón octagonal de Palacio, primorosamente vestido con tapicería azul cielo; el mueblaje incluía una fuerte mesa de caoba. Sota de Espadas afectó durante la operación ser maestra de artesanas. Mostrose muy activa, y mediante órdenes lacónicas y toscas exigió toda clase de agujas, vigorosos hilos de colores, cuencos, retortas, sustancias diversas y un caldero. Con la camisa arremangada hasta los codos y tatareando antiguas canciones de cuna, Sota de Espadas disecó.

Durmiose Brunilda en el sueño oscuro y el hada anciana explicó al rey, a la reina, al arzobispo y a algunos notables que tristemente aguardaban:

—Terminada mi labor de cirugía y altísima costura, debo recordarles que Brunilda, pese a su apariencia de embalsamada o de monumento, está sólo dormida, y que si algún varón no mayor de treinta años ni menor de quince, realizare con ella cualquier acto de honesto y sincero amor, Brunilda volverá a la vida en los quince años de su edad y será bella y tierna como una manzana. Si el amor no se clavare en ella como mis agujas de costurera, permanecerá en su estado actual de admirable obra maestra de la taxidermia.

Agradecida la reina besó las manos de Sota de Espadas, la Buena. Despidiose el hada secamente y partió mudada en brisa matinal; Almanzor la seguía como blanca espuma

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