Contra la empatía

Paul Bloom

Fragmento

Contra la empatía

PRÓLOGO

Hace algunos años, me encontraba en casa una hermosa mañana, eludiendo el trabajo y navegando en la red, cuando me enteré de la masacre en Newtown, Connecticut. Los primeros reportes eran terribles, aunque no de una manera inusual (le habían disparado a alguien en una escuela), pero poco a poco los detalles salieron a la luz. Pronto me enteré de que Adam Lanza asesinó a su madre en su cama hacia las nueve de la mañana, y que después se dirigió a la escuela primaria Sandy Hook, en donde asesinó a 20 niños pequeños y a seis adultos. Después, se suicidaría.

Hay mucho que decir respecto a qué motivó a Lanza para cometer tan terrible crimen, pero me interesan más las reacciones del resto de nosotros. Mi esposa quiso ir de inmediato a recoger a nuestros hijos en su escuela y llevarlos a casa, pero se contuvo de hacerlo —nuestros hijos son adolescentes, y aunque hubieran estado en primaria, ella sabía que no tenía sentido—. Sin embargo, entiendo su impulso. Vi videos de padres ansiosos que corrían a la escena del crimen, y puedo imaginarme lo que debían sentir. Tan sólo de pensar en eso ahora, se me revuelve el estómago.

Ese mismo día, más tarde, me encontraba en una cafetería cercana a mi oficina; en una mesa junto a mí, una mujer lloraba mientras era consolada por una amiga; escuché lo suficiente para enterarme de que, aunque no conocía a nadie en la escuela Sandy Hook, tenía un hijo de la misma edad que varias de las víctimas.

Siempre existirán sucesos que nos conmocionen, tales como los ataques terroristas del 9/11 o los tiroteos masivos que ahora parecen ser parte de la vida cotidiana. Pero para mí y la gente cercana, la masacre de Sandy Hook fue distinta. Se trató de un crimen inusualmente violento, el cual involucró a niños y además ocurrió cerca de donde vivíamos. Casi todos mis conocidos tenían alguna conexión personal con las familias de Newtown.

Unos días más tarde, asistimos a una vigilia en el parque de New Haven; mi hijo más pequeño lloró, y llevó por varios meses un brazalete en honor de las víctimas.

Luego vi por televisión una conferencia de prensa en la que al presidente se le hizo un nudo en la garganta cuando habló acerca de la masacre, y aunque suelo ser cínico en lo que se refiere a políticos, no creo ni por un momento que se tratara de algo calculado. Me dio gusto verlo tan afectado.

Nuestra respuesta a este suceso, en el momento en que ocurrió y más tarde, fue poderosamente influenciada por nuestra empatía, es decir, por la capacidad —muchos la verían como un don— de ver el mundo a través de los ojos del otro, de sentir lo que ellos sienten. Es fácil entender por qué muchas personas consideran a la empatía como una fuerte influencia para el bien y el cambio moral; asimismo, por qué mucha gente cree que el único problema con la empatía es que muchas veces no tenemos la suficiente.

Yo solía pensar así también, pero ya no. La empatía tiene sus méritos; puede ser una gran fuente de placer, en el arte, la ficción y en los deportes; también puede ser importante en las relaciones íntimas, y algunas veces puede motivarnos a hacer el bien. Pero en su totalidad, es una guía moral mediocre; fundamenta juicios pobres y con frecuencia motiva indiferencia y crueldad. Nos puede llevar a tomar decisiones irracionales y políticas injustas; puede desgastar relaciones importantes, como las que existen entre un doctor y su paciente, y hacernos malos amigos, padres, esposos o esposas. Yo estoy contra la empatía, y uno de los objetivos de este libro será convencerte de que tú también lo estés.

Ésta es una posición radical, pero no tan radical, por lo que este libro no es una de esas raras obras que defiende la psicopatía. El argumento contra la empatía no implica que debamos ser egoístas e inmorales; se trata de lo opuesto, es decir, si queremos ser buenas personas y solidarias y hacer del mundo un lugar mejor, entonces estamos mejor sin la empatía.

O para decirlo con más cuidado, en cierta manera estamos mejor sin la empatía. Algunas personas usan el término empatía para referirse a todo lo bueno, como un sinónimo de moralidad, amabilidad y compasión. Y muchos de los argumentos a favor de más empatía no hacen más que reflejar la idea de que sería mejor si somos más agradables con el otro. ¡Estoy de acuerdo!

Otros piensan que la empatía es el acto de entender a los otros, de meterse en sus cabezas y descifrar lo que están pensando. En ese sentido tampoco estoy contra la empatía. La inteligencia social es como cualquier clase de inteligencia y puede ser utilizada como una herramienta para el acto moral. Sin embargo, veremos que este tipo de “empatía cognitiva” está sobrevalorada como una fuerza para el bien. Después de todo, la habilidad para leer con exactitud los deseos y las motivaciones de los otros es el sello distintivo del psicópata exitoso y puede ser usada para fines crueles y la explotación.

La noción de empatía que más me interesa es como el acto de sentir lo que se cree sienten las otras personas, experimentar lo que ellos experimentan, es decir, en el sentido que utiliza la mayoría de los psicólogos y filósofos. Pero debo hacer hincapié en que nada delimita a la palabra en sí. Si prefirieren usarla en un sentido más amplio, para referirse a nuestra capacidad de preocuparnos y entender a los otros, está bien. Para ustedes, no estoy contra la empatía. Deberían entonces pensar acerca de mis argumentos en relación con un proceso psicológico que muchas personas —no ustedes— entienden como empatía. O bien pueden olvidarse de la terminología por completo y pensar acerca de este libro como una discusión sobre moralidad y psicología moral, en la que se explora lo que te lleva a ser una buena persona.

La idea que analizaré es la referente a que el acto de sentir lo que se cree sienten los otros —como quieras llamarlo— es distinto a ser compasivo, amable y, sobre todo, bueno. Desde un punto de vista moral, estamos mejor sin la empatía.

Muchos consideran esto una afirmación poco creíble. En este sentido, la empatía es una capacidad que muchos creen de vital importancia. Con frecuencia se dice que los ricos no se esfuerzan por comprender lo que implica ser pobre y que si lo hicieran, habría más equidad y justicia social. Siempre que hay tiroteos contra afroamericanos desarmados, los comentaristas de izquierda argumentan que la policía no tiene la suficiente empatía por los adolescentes de raza negra, mientras que los de la derecha sostienen que los críticos de la policía no empatizan con los oficiales, quienes tienen que enfrentarse a situaciones difíciles, estresantes y peligrosas. Se dice que los blancos no tienen la suficiente empatía por los negros y que los hombres tampoco la tienen por las mujeres. Muchos comentaristas estarían de acuerdo con Barack Obama y dirían que los enfrentamientos entre palestinos e israelitas terminarán sólo cuando en cada lado “aprendan a

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