Diálogos - Fedón , Fedro , Banquete

Platón

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Alma y Bien en Platón

Nada más fascinante que acercar al lector a la obra de madurez del primer, y más proteico, de los filósofos de Occidente: Platón. De modo gráfico, Alfred North Whitehead sostenía que «toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica».

Mucho se ha discutido sobre el origen de la filosofía: sobre si la filosofía es un producto genuinamente originario del genio griego nacido con las escuelas presocráticas, allá por el siglo vii a.C., justo siguiendo la obra de los grandes prebostes de la épica griega (Homero y Hesíodo) —tal como pensaban en el siglo XIX Schelling o Nietzsche, o ya en los inicios del siglo XX, Heidegger—; y si realmente la filosofía nace allí ex ovo, como Tetis de la cabeza de Zeus, forjándose entonces la famosa hipótesis del tránsito del mito al logos, del sustrato religioso a un intelectualismo de nuevo cuño.[1] En cualquier caso, una cosa permanece cierta: Platón es, en el seno de la naciente filosofía griega, un referente sin igual por la excelencia, calidad y arquitectónica de su pensamiento.

Podemos decir, por tanto, que con Platón (436-386 a.C.) el movimiento filosófico iniciado en el siglo VII a.C., con los filósofos presocráticos (Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Empédocles), alcanza su punto álgido a finales del siglo V y comienzos del siglo IV a.C.

1. ¿PLATÓN O SÓCRATES?

Toda la obra de Platón tiene a un único protagonista: Sócrates. El Sócrates platónico parece tan vivo y real que se ha llegado incluso a dudar en cierto momento de su existencia real, pensando que era un ser ficticio creado por el propio Platón. Por otras fuentes griegas (Jenofonte, Diógenes Laercio) tenemos bien acreditada la existencia histórica de Sócrates.[2] Sobre él se nos han transmitido ciertos rasgos físicos (su fuerza, su supuesta cojera, sus espaldas anchas, su pretendida fealdad o la vulgaridad de su rostro) que lo emparentan con la tradición de los sátiros y los faunos, acompañantes del cortejo de Dioniso.[3] Conocemos también el nombre de su mujer, Jantipa, y de la existencia de sus hijos, así como su labor como escultor, tradición heredada de su padre. Asimismo está ampliamente acreditada su participación como hoplita (guerrero de a pie) en las guerras del Peloponeso contra Esparta. Familiarizado con la retórica y la dialéctica de las escuelas sofísticas, tuvo como maestro a Arquelao.

No obstante, más allá del Sócrates histórico, Platón tomará su figura como centro polar de toda su producción. Será la muerte injusta de Sócrates, condenado por la ciudad de Atenas a morir injiriendo cicuta, tras las acusaciones de impiedad y corrupción de los jóvenes, tal como lo narra Platón en su Apología, el núcleo dramático de toda su reflexión filosófica. La gran cuestión que se plantea Platón, en medio de una Atenas que entra en claro declive y que no tardará en caer bajo dominio macedonio, es cómo, si la supuesta Atenas democrática de Pericles fue capaz de ejecutar injustamente al único hombre justo, puede esperarse nada mejor de la ciudad de los hombres en el futuro.

Sócrates, a diferencia de los presocráticos, ya no se pregunta por la Naturaleza, su finalidad y sentido (tarea que le parece desmedida y fuera de las capacidades humanas), sino que se centra en preguntar por la vida del hombre en la ciudad: qué reglas y qué comportamiento permitirán al hombre alcanzar una vida plenamente humana y feliz. Tal tarea sólo puede llevarse a cabo en el ámbito de la ciudad, lugar de la plena cooperación con los otros hombres, donde la vida humana se emancipa de la condición animal y de la mera lucha por la supervivencia para ingresar en el ámbito de la praxis, de la acción humana plena, fruto del lujo y de la fama, dirigida a gestionar los asuntos públicos e influir en la vida ciudadana.[4]

Como quedará claro en su diálogo la República (obra cumbre de los diálogos de madurez, que viene a complementar los presentados en este volumen), existe una conexión esencial entre el alma y la ciudad, de modo que una buena organización y funcionamiento de la misma favorecen la recta ordenación del alma y viceversa, el buen ordenamiento del alma contribuye al buen funcionamiento de la ciudad y a la convivencia cívica.[5] A nosotros los modernos, hijos de un cristianismo secularizado, para el cual el divorcio entre interioridad y exterioridad es la base de nuestro concepto de virtud y justicia, nos cuesta enfrentarnos con esta dimensión del pensamiento platónico. Ética y política son indisolubles en el planteamiento platónico, como han puesto de manifiesto los mejores expertos en este ámbito.

Sócrates es, por tanto, el emblema del hombre justo que es capaz de morir por mejorar la ciudad y la vida de los suyos, firmemente comprometido con la verdad y la justicia, y esperando crear así la obra que le inmortalice y le haga digno de la vida de los dioses. La Apología nos muestra la perversión de una ciudad, la de Pericles, que se deja seducir por la corrupción, la vanidad, la falsa fama y se olvida del destino eterno que hizo nacer a los grandes hombres de Grecia, a imagen de los protagonistas de la épica y la tragedia, géneros supremos de la formación (paideia) cultural griega.[6] En esa línea de hombres virtuosos y heroicos se enmarca, para Platón, la muerte de Sócrates.

Sócrates, comprometido insobornablemente con la enseñanza de la virtud y del bien, dedicado a desenmascarar la falsa sabiduría de los hombres que tan sólo vivían de la apariencia, se vuelve un personaje incómodo que, acusado de impiedad (¡Sócrates, que afirmaba que al hombre no le es lícito quitarse la vida porque es propiedad de los dioses!) y corrupción de los jóvenes (cuando lo cierto es que rodeado de los mejores atenienses, aristócratas o no, les impulsaba a la búsqueda de una vida sabia y virtuosa, alejándoles de la vanidad y la corrupción de las costumbres imperantes), debe ser ajusticiado y morir. No es de extrañar que los padres de la Iglesia vieran en Sócrates-Platón un protomártir cristiano: la semblanza de un hombre justo que muere por el bien de todo un pueblo.

2. FEDÓN O SOBRE LA INMORTALIDAD DEL ALMA

 

Sin embargo, esta imagen de un Sócrates que viene a imponer una nueva sabiduría (muy cercana a la de los cínicos como Diógenes que intentan desenmascarar la hipocresía social e instaurar una nueva ética, como vida asumida en su plena radicalidad,)[7] se sustenta sobre firmes bases éticas y ontológicas. La primera de ellas, como se expone en este primer diálogo, Fedón, nombre de uno de sus protagonistas y cercano a Sócrates, no es otra que la inmortalidad del alma.[8]

Fedón se apena ante la eminente muerte de Sócrates, que tendrá lugar cuando regrese la nave enviada por Atenas a Delos con los jóvenes que han de ser sacrificados en honor del Minotauro. Tras la vehemente negativa de Sócrates de huir de Atenas, tal como habían preparado sus discípulos, ya que para todo griego una vida fuera de la polis es una vida sin honor, verdaderamente infrahumana, peor que el suicidio,[9] Fedón siente, con sumo dolor, la cercanía de la muerte de su amado maestro. Sócrates intentará a lo largo de este diálogo consola

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