Una excursión a los indios ranqueles

Lucio V. Mansilla

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

NOTA PRELIMINAR

Una excursión a los indios ranqueles de Lucio Victorio Mansilla se publicó, como era frecuente, antes en la prensa que en libro. Las cartas que lo componen las dio a conocer La Tribuna, el periódico de Héctor Varela, gran amigo del autor. Fue allí, de hecho, donde Mansilla escribió la crónica de su expedición de dieciocho días Tierra Adentro, de la que había regresado un mes antes tras concertar un tratado de paz con los ranqueles. Si bien una primera serie de cincuenta y cuatro cartas salió regularmente entre el 20 de mayo y el 7 de agosto de 1870, a partir de la siguiente las entregas se espaciaron hasta concluir el 7 de septiembre con la número sesenta y seis, con lo cual las dos últimas cartas y el epílogo se conocerían recién a finales de año directamente en libro.

En ese nuevo soporte, Una excursión a los indios ranqueles produce un efecto de lectura diferente, ya que ahora cada entrega, antes familiarmente firmada por “Lucio” y dirigida a su amigo “Santiago”, es un capítulo. De allí que la carta funcione como marco de todo el texto, y Santiago Arcos como un destinatario cuya importancia es solo inicial (explícita, por su amistad con Mansilla, e implícita, por declararse a favor de la guerra contra el indio). El libro incorporaba también algunos elementos que ya no estarían en las siguientes ediciones al cuidado del autor. En primer lugar, dos textos típicos de las relaciones de elite: una “Carta a Orión”, el seudónimo de Varela en la prensa, que escribía Mansilla agradeciéndole la publicación en volumen, y una nota de Varela a Mansilla devolviéndole los elogios. Además, los acompañaba un retrato del autor y un mapa desplegable de las tierras recorridas, junto con una advertencia anticipando las cartas: “Para comprender algunas de ellas, es menester estar al cabo de la vida política y social de la República”. La frase se refería, antes que al contexto, a cierta información personal que se vuelve imprescindible: mientras salían las cartas, Mansilla fue destituido de su cargo militar por el presidente Domingo F. Sarmiento al encontrarlo responsable de un fusilamiento en el puesto de fronteras que comandaba. Esa tensión con Sarmiento, de quien Mansilla había impulsado la candidatura presidencial, está latente en todo el relato.

Unos años después de su primera edición, en 1875, Una excursión a los indios ranqueles fue premiada en el Congreso Internacional Geográfico de París como mejor ensayo. El premio destaca cuál fue la lectura predominante e impulsa la edición alemana de Leipzig, de 1877, como parte de una colección de textos en lengua española difundidos junto con una extensa noticia biográfica del autor. Finalmente, en 1890, se realiza la última edición autorizada, a cargo de la imprenta de Juan A. Alsina, quien a la par publicó en volumen las causeries que Mansilla escribía para la prensa. Además de un prólogo en francés firmado por su sobrino Daniel García-Mansilla y de un retrato litografiado, la edición llevaba ilustraciones del pintor español José Bouchet, que trabajaba entonces en la decoración del Museo Nacional de La Plata, lugar de destino de algunos indios e indias tomados prisioneros en la campaña bélica del gobierno nacional en 1879.

Leído a modo de tratado etnográfico o de texto de geografía, Una excursión a los indios ranqueles se fue convirtiendo, en el último tercio del siglo XX, en un clásico alternativo que, en pleno debate sobre la ocupación territorial y antes de la consolidación del Estado, había dejado ver las fisuras de la configuración nacional y advertido sus irreparables contradicciones.

ALEJANDRA LAERA

PRÓLOGO

En mayo de 1870, cuando los lectores del diario La Tribuna de Buenos Aires se enteran de que el coronel Lucio Victorio Mansilla se adentró en zona india, ese otro mundo bárbaro que la época llamaba Tierra Adentro —así, con mayúsculas—, hacía más de un mes que la excursión más célebre de la literatura argentina había terminado y apenas una semana que su autor, cerca de cumplir los cuarenta, había vuelto a Buenos Aires desde Río Cuarto, en la provincia de Córdoba, donde había pasado un año y medio como comandante de Fronteras.

Publicadas según el sistema de entregas del folletín, las sesenta y ocho cartas que terminarían componiendo Una excursión a los indios ranqueles producen un efecto temporal extraño: nunca pretenden haber sido enviadas desde las tolderías, jamás fingen ser contemporáneas de lo que narran. Pero tienen el tempo a la vez alerta y cansado, en carne viva y reflexivo, del despacho de guerra, que el corresponsal redacta muy poco después de haber temido por su vida en el frente de batalla, ya lejos de las balas pero no de sus ecos, que aún le zumban en los oídos, ni de los estragos sangrientos que vio con espanto que sembraron.

Mansilla sabe que todo “tiempo real” es puro artificio, pero sabe también, ahora que se acerca a la mitad de su vida, que todo lo que diga sobre los dieciocho días que pasó en tierra ranquel, con una tropa de diecisiete hombres y casi sin armas, irá perdiendo eficacia a medida que la aventura se deje disi

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