La letra escarlata

Nathaniel Hawthorne

Fragmento

intro

INTRODUCCIÓN

I

La noche del 3 de febrero de 1850 Nathaniel Hawthorne le leyó a su esposa el final de La letra escarlata, que acababa de terminar de escribir. «La novela le partió el corazón y la mandó a la cama con un tremendo dolor de cabeza», escribió jubiloso a un amigo al día siguiente, «¡lo que me parece un éxito triunfante! A juzgar por su efecto», seguía, «calculo obtener lo que los jugadores de bolos llaman ¡un pleno!». Tras veinticinco años de paciente esfuerzo literario sin éxito, Hawthorne parecía estar a punto de conseguir la fama y la fortuna. Tenía casi cuarenta y seis años y —como revelan los atípicos signos de exclamación de su carta— se sentía febrilmente entusiasmado ante esa perspectiva.

Sus expectativas resultaron acertadas y equivocadas al mismo tiempo. La letra escarlata, aplaudida desde el principio como un clásico literario, continúa ocupando su lugar entre las obras maestras americanas. No obstante, no se vendieron más que 7.800 ejemplares en vida de Hawthorne, quien ganó solo unos 1.500 dólares. Aunque esta no fuera una suma nada desdeñable para la época, desde luego no se tradujo en riqueza. La esperanza del autor de que el libro fuese un «pleno» se vio defraudada, y de hecho nunca logró su objetivo de convertirse en un gran éxito.

Hoy en día prácticamente todos los escritores de ficción americanos esperan escribir una novela que sea tanto un superventas como una gran obra literaria. A principios del siglo XIX, cuando Nathaniel Hawthorne era niño, la autoría estaba experimentando una evolución que la convertiría en una profesión cuya recompensa podía ser la riqueza y también la fama. Con anterioridad, un aspirante a autor tenía que confeccionar una lista de suscriptores antes de publicar, y las ventas se limitaban a quienes se hubiesen inscrito en ella. No se imprimían más ejemplares que los que se habían encargado. Este método, conocido como sistema de mecenazgo, era la única esperanza de autosuficiencia para un autor en unos tiempos en que la mayoría de la gente no sabía leer y en que solo unos pocos tenían dinero para comprar libros, tiempo libre para disfrutarlos o un acceso fácil a las fuentes de distribución. Pero la tecnología generó un cambio. Resultaba más barato imprimir, encuadernar y enviar los libros. Se desarrollaron las redes de transporte, que permitían distribuir los libros a cierta distancia del lugar de publicación. Cada vez más, los miembros de una clase media en expansión volvían su mirada hacia los libros en busca de conocimiento, disfrute y, tal vez por encima de todo, una ampliación de su experiencia. Ahora, en lugar de limitarse a un grupo elitista de mecenas, los autores podían soñar con llegar a un gran número de personas de cualquier condición. Sus libros, vendidos a precios bajos pero en enormes cantidades, podían proporcionar a los escritores una fama y una fortuna que nunca se habían alcanzado antes en la historia de la literatura.

Inspirado por sir Walter Scott, uno de los primeros ejemplos de éxito popular, el joven Hawthorne, gran lector, decidió convertirse en autor. A diferencia de quienes abandonan esa ambición a medida que toman conciencia de las dificultades que entraña la profesión, Hawthorne persistió en su objetivo. Tras graduarse en la universidad de Bowdoin en 1825, rechazó las profesiones habituales que se le ofrecían al graduado universitario de esa época y regresó al hogar de su familia en la ciudad portuaria de Salem, Massachusetts. Allí pasó doce años trabajando en sus escritos.

Hawthorne vivía con la familia de su madre, Elizabeth Manning. El padre del autor, también llamado Nathaniel, había sido capitán de barco y se pasaba casi todo el tiempo en el mar; murió en 1808, cuando su hijo solo tenía cuatro años. Desde un punto de vista psicológico, más que perder a un padre en su más tierna infancia, sería más exacto afirmar que nunca lo tuvo, ya que no pasó en casa más de siete meses en toda la vida de Hawthorne. Poco después de la muerte del padre, Elizabeth abandonó la residencia de los Hathorne (así se escribía el apellido) y volvió con los Manning, entre quienes se sentía más cómoda. Elizabeth, hija de un herrero, no era del agrado de su suegra viuda ni del de las hermanas solteras del difunto, quienes se consideraban aristócratas aunque llevasen una vida bastante modesta. Tanto daba que el padre de Elizabeth hubiese pasado de ser herrero a hacer negocios y que estuviese prosperando; ellas preferían asociarse con los armadores e importadores cuyas familias habían hecho de Salem un puerto importante en el siglo XVIII. Así pues, una vez que Elizabeth regresó con su propia familia, ambas familas apenas mantuvieron el contacto, aunque vivieran casi pared con pared.

Los Manning eran una gran familia muy unida. Todos excepto Elizabeth se casaron a una edad tardía o permanecieron solteros; por ello, cuando esta llevó a la casa familiar a sus tres hijos, catorce personas se encontraron residiendo bajo un mismo techo. Pero Nathaniel y sus dos hermanas eran los únicos niños. La familia Manning, un mundo en sí misma, no se relacionaba demasiado con los demás habitantes de Salem, por lo que el niño tuvo pocos compañeros de juegos. Su tendencia a la soledad y a la fantasía se vio reforzada cuando, hacia los nueve años, se hizo daño en un pie y anduvo cojo durante más de un año. Los libros se convirtieron en sus mejores amigos.

Los Manning habían comprado tierras en Maine, y escogieron la universidad de Bowdoin, en la cercana ciudad de Brunswick, para la educación de Hawthorne. Fue el primer miembro de las dos familias, Manning y Hathorne, en recibir formación universitaria, y sin duda sus tíos y tías se sintieron muy decepcionados cuando decidió no aprovecharla. Sin embargo, eran también muy tolerantes, y apenas le presionaron para que cambiara de opinión cuando regresó a Salem en 1825. A partir de entonces y durante doce años, Hawthorne vivió tranquilamente en casa, leyendo y escribiendo. Leía revistas contemporáneas para averiguar cuáles eran los gustos populares, así como abundantes obras históricas sobre Nueva Inglaterra (en particular acerca de la época puritana y el período revolucionario) para hacerse con temas que le inspirasen para sus relatos. Gracias a sus lecturas, conoció la historia de la familia Hathorne y tuvo noticia de la participación de sus antepasados en la fundación de Salem y en los juicios por brujería de la década de 1690. Fue entonces cuando cambió la ortografía de su apellido, tal vez como un gesto para distanciarse de aquellas personas sentenciosas que habían ahorcado a brujas y que no querían saber nada de su madre ni de él.

Su producción durante esos doce años fue extensa, pero Hawthorne destruyó unos dos tercios. En 1827 publicó de forma anónima una novela corta, Fanshawe, cuya autoría no fue revelada hasta después de su muerte. Ni siquiera su esposa sabía que la había escrito él. Los relatos y bosquejos que sobrevivieron de aquella época muestran un estilo muy maduro, un dominio de la estructura oracional y del vocabulario, así como de los matices, la ambientación, el estilo y la línea argumental. También muestran una imaginación interesada por temas privados y a veces perturbadores —la soledad, el secreto, el voyerismo, la obsesión por el mal— y tienden a centrarse inexorablemente en un único efecto pesimista. Los contemporáneos de Hawthorne querían

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