Ecuador entre dos siglos

Osvaldo Hurtado

Fragmento

RECONOCIMIENTOS

Mientras fue director académico de CORDES, y más tarde, cuando nos encontrábamos en Washington y él trabajaba para el FMI, Luis Jácome, en forma insistente, me pidió que escribiera sobre el período siguiente al estudiado en El poder político en el Ecuador. Quisiera agradecerle por haber sembrado la semilla que fructificó veinte años después.

Debo un especial reconocimiento a Patricio Donoso Hurtado. Fue suya la mayor carga de la investigación: revisó minuciosamente los borradores, hizo importantes observaciones conceptuales y señaló los párrafos que requerían un mejor desarrollo y redacción más clara, sin importarle trabajar en las noches y los fines de semana. También debo agradecer a Daniel Baquero y Diego Guerra porque siempre estuvieron atentos a proporcionarme la información que requería, así como la inicial colaboración de María Esther Guevara. De una manera especial, al director de CORDES, José Hidalgo Pallares, por las observaciones que hizo a todos los capítulos, sobre su contenido y redacción, pues, además de ser un prestigioso economista, ha incursionado en la novela y el cuento.

Los respetados economistas Abelardo Pachano, Augusto de la Torre y Luis Jácome hicieron importantes observaciones a la Primera parte y a los dos primeros capítulos de la Cuarta parte. Sus consejos resultaron particularmente útiles, por ser yo apenas un aprendiz de la economía. También me fueron provechosos los de Simón Pachano acerca de la Tercera parte, relativa a la política; de José Ayala Lasso, sobre el diferendo territorial con el Perú, y de Nick Mills, sobre algunos capítulos. Para todos ellos, mis rendidas gracias.

La oficina que ocupo en CORDES, desde hace treinta y cuatro años, lugar en el que escribí la mayor parte del libro, me facilitó múltiples servicios y ayudas, que especialmente recibí de mi asistente, Katherine Mora. Gracias a CORDES y a ella.

INTRODUCCIÓN

Con la preparación de mi tesis de grado (1966), en la que hice un diagnóstico económico, social, cultural y político del subdesarrollo ecuatoriano, inicié una relación con las ciencias sociales de la que no he podido desprenderme, aun en las épocas en que campañas electorales, el ejercicio de funciones públicas o el debate político perturbaron mi trabajo académico.

Muchos de los materiales contenidos en aquel escrito de juventud fueron usados en una investigación que dirigí y dio origen al libro Dos mundos superpuestos: ensayo de diagnóstico de la realidad ecuatoriana (1969). Fue impulsada por el Instituto Ecuatoriano para el Desarrollo Social (INEDES), a fin de que las organizaciones de trabajadores y campesinos y los centros de promoción social contaran con un análisis comprensivo de la problemática en que debían actuar. También sirvió a quienes se iniciaban en el conocimiento de los datos de la realidad nacional, en una época en que no existía un libro que la hubiera sistematizado. Tal era la ausencia de estudios de esta naturaleza, que los informes del Banco Central y de la Junta de Planificación fueron las principales fuentes consultadas, a las que se sumaron apenas 37 autores ecuatorianos, buena parte historiadores.

A pesar de que fue un esfuerzo seminal, hubo académicos que criticaron su contenido. Argumentaron que el libro carecía de un análisis histórico que permitiera comprender la causalidad de las realidades estudiadas y la significación económica, social y política de los cambios producidos. Respondí a estos cuestionamientos con la publicación de El poder político en el Ecuador (1977), libro en el que trabajé cinco años, con mayor dedicación cuando fui nombrado profesor de medio tiempo en la Universidad Católica del Ecuador.

El interés que despertó en los lectores y la generosa crítica que recibió en el país y en el exterior promovieron su difusión. Fue traducido al inglés (Political Power in Ecuador), idioma en el que se hicieron dos ediciones (University of New Mexico Press, Albuquerque, 1980, y Westview Press, Boulder, 1985), y al portugués (O Poder Político no Ecuador, Paz e Terra, Río, 1981). Cuarenta años después de su aparición sigue leyéndose, es una fuente frecuente de consulta y se lo ha llegado a considerar un clásico de las ciencias sociales ecuatorianas, probablemente por el objetivo y comprensivo análisis que contiene.

El sistema hacienda conformado en la Colonia y consolidado en la República, y la estructura de poder que engendró, fueron los marcos teóricos que guiaron la investigación contenida en El poder político en el Ecuador. Prescindí de la teoría marxista de la historia y de la teoría neomarxista de la dependencia, por entonces en boga entre los científicos sociales ecuatorianos. Los seguidores de la primera consideraban que no era posible explicar la historia nacional sin los supuestos teóricos del materialismo histórico y el materialismo dialéctico. Y quienes se adhirieron a la segunda atribuían el atraso del país a las “relaciones de dependencia y explotación” que ataban la economía nacional a los intereses de los países industrializados1.

En el capítulo titulado La lucha de clases demostré que la historia del Ecuador no había sido el resultado de los conflictos que se dieron entre “explotadores y explotados” y de las “pugnas de intereses económicos antagónicos” producidos “al interior de la clase dominante”. Contradiciendo lo que habían escrito académicos marxistas ecuatorianos2, sostuve que los conflictos más bien fueron ideológicos, culturales, religiosos, regionales, étnicos, e incluso elementales pugnas personales de caudillos civiles y militares. En otros capítulos establecí que la evolución del país tampoco había sido el simple reflejo de un sistema mundial omnipresente, que dictaba diariamente el curso de la economía nacional sin que el país pudiera hacer algo para conducirla de acuerdo a sus intereses. Al contrario, el aislamiento en el que se mantuvo el Ecuador en el siglo XIX, y las limitadas relaciones que tuvo con el exterior en la primera mitad del XX, explican, al menos en parte, el rezago económico y social que sufrió. Algunos de los elementos que contribuyeron a que el país impulsara su progreso fueron, precisamente, los vínculos que logró establecer con el mundo desarrollado en la segunda mitad del siglo XX.

Son numerosas las evidencias de lo equivocadas que estuvieron las teorías marxista de la historia y latinoamericana de la dependencia para entender el proceso evolutivo de una sociedad. Son patentes el predominio mundial de los países capitalistas y el fracaso del socialismo en la Unión Soviética, en los satélites de Europa

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