Gregor 5 - La profecía final

Suzanne Collins

Fragmento

Índice

Índice

DEDICATORIA

PARTE 1. EL CÓDIGO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

PARTE 2. EL TICTAC

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

PARTE 3. EL GUERRERO

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 27

GREGOR. SUZANNE COLLINS

DEDICATORIA

Para Kathy, Drew y Joanie

PARTE 1. EL CÓDIGO

 CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

Gregor miraba las palabras que había escritas en el techo con la espalda apoyada en el frío suelo de piedra. Los ojos y la piel aún le escocían por culpa de la ceniza volcánica que lo había envuelto horas antes. Entre lo que le quemaban los pulmones y lo rápido que le latía el corazón, no era fácil respirar hondo. Para recobrar la calma, apretó la empuñadura de la espada que acababa de recuperar.

Había acudido corriendo a aquella habitación nada más recoger la espada en el museo. Hasta el último rincón de la sala —incluidos los muros, el suelo y el techo— estaba cubierto de profecías sobre las Tierras Bajas, aquel mundo sombrío y constantemente en guerra que se encontraba a varios kilómetros por debajo de Nueva York y que había absorbido por completo a Gregor durante el último año. Bartholomew de Sandwich, el fundador de la ciudad humana de Regalia, había grabado las profecías unos cuatro siglos antes. Aunque casi todas sus palabras estaban dedicadas a los habitantes de Regalia, también hacían referencia a muchas de las criaturas gigantescas que vivían en las tierras de los alrededores: los murciélagos, las cucarachas, las arañas, los ratones y, sobre todo, las ratas. Ah, Gregor. Varias de las profecías hablaban de Gregor, pero no lo llamaban por su nombre. En las profecías era conocido como «el guerrero».

Gregor no había permitido que nadie entrase con él en la sala. Quería estar completamente solo cuando leyese la profecía por primera vez. Durante los últimos meses todos se habían esforzado tanto en ocultarle su contenido que Gregor sospechaba que debía de decir algo horrible. Por eso había querido poder reaccionar al horror sin que nadie lo mirase. Para llorar, si es que necesitaba llorar, o para gritar, si es que necesitaba gritar. Pero en el fondo no le hubiese importado contar con la presencia de otra persona, porque la lectura de la profecía no le había provocado prácticamente ninguna reacción.

«Tienes que enfrentarte a ella. Tienes que comprenderla», se dijo para sus adentros. Se obligó a concentrarse de nuevo en las letras grabadas con precisión.

Mientras volvía a leer aquellas palabras, tuvo la impresión de que podía oír el tictac de un reloj a medida que avanzaba en la lectura de los versos. Después de todo, se llamaba «la Profecía del Tiempo».

Tictac, tictac, tictac, tictac, tictac, tictac, tictac, tictac...

La guerra se ha declarado, Tu aliado ha sido atrapado.

Es cuestión de vida o muerte.

Descifra el código o muere por siempre.

El tiempo se acaba

Se acaba

Se acaba.

Al guerrero dale mi espada,

Pues su mano el destino marca.

Pero no olvides el tictac

Ni el sonido que haces al chasquear.

Aunque una rata la lengua mueva,

Te engañará con la pierna.

Pues es la pata y no la quijada

La que crea el código de la garra.

El tiempo se para

Se para

Se para.

Como la princesa es la solución

Para desentrañar la traición,

No puede evitar la pugna

Ni el sonido de la rascadura.

Cuando en secreto un plan se trama,

En el nombre está la trampa.

Lo que ella vio es la falla

Del código de la garra.

El tiempo da marcha atrás

Marcha atrás Marcha atrás.

Cuando la sangre del monstruo se haya derramado,

Cuando al guerrero hayan matado,

No pases por alto el repiqueteo

Ni el sonido de un golpe seco.

Si los roedores dormido te encuentran,

Te pudrirás mientras planean

La ley de la rata

En el código de la garra.

El tictac se detuvo al acabar de leer las palabras.

Gregor cerró lo

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