Torres de Malory 1. Primer curso

Enid Blyton

Fragmento

1. Partida hacia el internado

Partida hacia el internado

Darrell Rivers se miró en el espejo. Ya casi era la hora de ir a la estación, pero aún tenía un minuto para ver cómo le quedaba el uniforme de la nueva escuela.

—¡Es la mar de bonito! —dijo Darrell dándose la vuelta—. Abrigo marrón, sombrero marrón con cinta naranja, y, debajo, vestido marrón con cinturón naranja. Me gusta.

Su madre la miró desde la puerta de su habitación y sonrió.

—¿Admirando tu nuevo aspecto? —le preguntó—. Bueno, a mí también me gusta. Hay que reconocer que la escuela Torres de Malory tiene un uniforme precioso. Vamos, Darrell, ¡no querrás perder el tren en tu primer día!

Darrell no cabía en sí de la emoción. Estaba a punto de ingresar en un internado por primera vez en su vida. En Torres de Malory no aceptaban a niñas menores de 12 años, así que Darrell iba a ser una de las alumnas más jóvenes. Tenía por delante varios años de estudio y deportes, diversión y amistades.

—¿Cómo será? —se preguntaba una y otra vez—. He leído un montón de historias de internados, pero espero que Torres de Malory sea diferente. Cada escuela es un mundo. Seguro que haré muchas amigas allí.

Darrell lamentaba tener que dejar a sus amistades de toda la vida. Ninguna iba a ir a Torres de Malory. Habían sido compañeras de clase hasta entonces, pero la mayoría habían decidido proseguir los estudios en la misma escuela o ingresar en otros internados.

Llevaba la maleta llena hasta los topes. En uno de los lados, había escrito “DARRELL RIVERS” en enormes letras negras y en la etiqueta se leían las iniciales de Torres de Malory: TM. Darrell solo tenía que cargar con la raqueta de tenis y una bolsa de viaje pequeña en la que su madre había metido todo lo que necesitaría para la primera noche.

—No vais a deshacer las maletas hasta el día siguiente —le había dicho—. Así que todas debéis llevar una bolsa de mano con el camisón, el cepillo de dientes y esas cosas. Aquí tienes un billete de cinco libras. Tiene que durarte todo el trimestre, porque a las niñas de primero no se les permite llevar más dinero.

—¡Tendré bastante! —aseguró Darrell, guardando el billete en el monedero—. ¡No creo que en la escuela haya mucho en lo que gastarse el dinero! Mira, ahí está el taxi, mamá. ¡Vamos!

Ya se había despedido de su padre, que a esas horas ya debía de haber llegado al trabajo. La había abrazado muy fuerte y le había dicho:

—Hasta pronto, Darrell, y muy buena suerte. Torres de Malory es una escuela excelente y te enseñará muchas cosas. ¡Trata de devolverle algo a cambio!

Por fin quedó todo listo y subieron al taxi. Aposentaron la maleta en el asiento del acompañante, al lado del conductor. Darrell sacó la cabeza por la ventana para contemplar su casa una última vez.

—¡Volveré pronto! —le gritó al enorme gato negro que estaba acostado sobre la tapia, acicalándose—. Al principio os echaré mucho de menos a todos, pero enseguida me aclimataré. ¿Verdad, mamá?

—Por supuesto —la tranquilizó su madre—. ¡Te lo pasarás muy bien! ¡Cuando lleguen las vacaciones de verano no querrás volver a casa!

Tenían que ir hasta Londres para coger el tren hacia Cornualles, donde se encontraba Torres de Malory.

—Hay un tren especial para Torres de Malory —dijo la señora Rivers—. Mira, ahí hay un aviso. Torres de Malory. Andén 7. Vamos. Aún falta un ratito. Me quedaré contigo hasta que estén aquí tu tutora y las demás niñas. Entonces me iré.

Se dirigieron al andén. Enseguida llegó un tren muy largo con el cartel de “Torres de Malory”. Todos los vagones estaban reservados para las alumnas de ese internado. En las ventanillas había pegados distintos carteles. La primera serie rezaba “Torre Norte”. La segunda, “Torre Sur”. Luego venían varios compartimentos con el cartel “Torre Oeste” y, finalmente, otros donde se leía “Torre Este”.

—Tú eres de la Torre Norte —le informó su madre—. Torres de Malory tiene cuatro edificios distintos para sus internas, todos coronados con una torre. La directora me dijo que tú te alojarías en la Torre Norte. La encargada de esa Torre es la señorita Potts. A ver si la encontramos.

Darrell echó un vistazo a su alrededor. Montones de niñas se apiñaban en el andén. Todas debían de ser alumnas de Torres de Malory, porque también vestían abrigos marrones y sombreros con cinta naranja. Al parecer se conocían, y reían y charlaban animadamente. De pronto, Darrell tuvo un ataque de timidez.

“¡Nunca conseguiré conocerlas a todas! —pensó mientras miraba a su alrededor—. ¡Madre mía, qué mayores son algunas! Son casi adultas. Me intimidan.”

Las muchachas de los últimos cursos parecían muy mayores. Subían a los vagones con aire arrogante, sin prestar atención alguna a las más pequeñas, que se apartaban a su paso.

“¡Hola, Lottie! ¡Hola, Mary! ¡Mira, ahí está Penélope! Hola, Penny, ven aquí. ¡Hilda, ya está bien, estas vacaciones no me has escrito ni una sola vez! ¡Jean, súbete a nuestro vagón!”

Se oían alegres voces a lo largo y ancho del andén. Darrell buscó a su madre con la mirada. Ah, ahí estaba, hablando con una profesora de rostro inteligente. Esa debía de ser la señorita Potts. Darrell la observó con detenimiento. Sí, le gustaba el brillo de su mirada, pero el gesto de sus labios denotaba determinación. Más valía no hacerla enfadar.

La señorita Potts se acercó y sonrió a Darrell.

—¡Bueno, Darrell! —exclamó—. Tú viajarás en mi vagón. Mira, es ese de ahí. Las alumnas nuevas siempre van conmigo.

—Oh, ¿hay más niñas nuevas? Quiero decir en mi clase… —preguntó Darrell, interesada.

—Desde luego. Dos más. Aún no han llegado.

La señorita Potts hizo una pausa y se dirigió entonces a la madre de Darrell.

—Señora Rivers —le dijo—, le presento a una niña que irá a la misma clase que Darrell. Se llama Alicia Johns. Cuidará de su hija en cuanto se hayan ustedes despedido.

—Hola —saludó Alicia mirando a Darrell con ojos brillantes—. Iremos a la misma clase. ¿Te gustaría sentarte junto a la ventana? Si es así, será mejor que vayamos subiendo.

—Bien, cariño, ya me despido —dijo la señora Rivers con una sonrisa. Besó a Darrell y, tras darle un fuerte abrazo, añadió—: Te escribiré en cuanto reciba carta tuya. ¡Pásatelo muy bien!

—¡Lo haré! —aseguró Darrell, y se quedó contemplando a su madre mientras esta se alejaba por el andén.

No tuvo tiempo de sentirse sola, porque Alicia se hizo cargo de ella al instante: se la llevó de la mano hasta el vagón de la señorita Potts y la hizo subir de un empujón.

—Pon tu bolsa en el asiento de la ventana, y yo la po

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