La isla de las brujas (El Club de los Exploradores del Oso Polar 2)

Alex Bell

Fragmento

content

Contenido

Portada

Dedicatoria

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

Normas del Club de Exploradores del Oso Polar

Normas del Club de Exploradores del Calamar Oceánico

Normas del Club de Exploradores del Chacal del Desierto

Normas del Club de Exploradores del Felino de la Jungla

Agradecimientos

Sobre la autora

Créditos

cap

Para Shirley y Fred Dayus

Gracias por acogerme tan calurosamente
en vuestra familia... y por criar y educar al mejor hombre
que he conocido jamás

cap-1

imagen

1

Stella Copodestrella Pearl se sentó en su banco de hielo preferido del jardín y suspiró. Su reciente expedición con sus amigos Habichuela, Shay y Ethan había sido reseñada detalladamente en todos los periódicos y las revistas de expediciones... y no sólo porque los cuatro jóvenes exploradores hubieran sido los primeros en llegar a la parte más fría del País del Hielo, ni porque ella hubiese sido la primera chica en ser admitida en el Club de Exploradores del Oso Polar, sino también porque Stella había resultado ser, en realidad, una princesa del hielo.

Miró a lo lejos a la marioneta con aspecto de bruja que se había llevado de su viaje al País del Hielo. Al descubrir que era un objeto mágico que podía moverse a voluntad, Stella se había quedado encantada, pero Felix, su padre adoptivo, había insistido en llevarse a la marioneta y encerrarla en la habitación más alta del ala este de la casa.

Desde donde estaba sentada, distinguió el contorno puntiagudo del sombrero de bruja de la marioneta, que se paseaba de aquí para allá por el alféizar de la ventana de la torre. De vez en cuando, se detenía y golpeaba el cristal con sus nudillos de madera, y el sonido le llegaba claramente a Stella a través del aire helado provocándole un escalofrío.

—No estará encerrada eternamente —le había prometido Felix—, pero debemos ser muy cuidadosos. Esta marioneta es una réplica exacta de Jezzybella, que no sólo mató a tus padres, sino que además hizo cuanto estuvo en su mano por matarte a ti también. He oído hablar de brujas que crean réplicas de sí mismas y luego pueden ver a través de los ojos de esas réplicas. Si ése es el caso con esta marioneta, entonces no podemos permitir que esté cerca de ti.

Stella era consciente de que lo que decía Felix era muy sensato, y aun así, en lo más profundo de su ser no podía evitar sentir que su padre estaba equivocado respecto a la marioneta. Cierto que era una versión de juguete de la bruja que había matado al rey y a la reina de las nieves, pero Stella se había sentido irremediablemente atraída por ella en el castillo de hielo, y en cierto modo todavía experimentaba esa atracción.

Volvió a oír el débil y triste sonido de la marioneta, que golpeaba el cristal con sus pequeños nudillos, y tuvo que hacer un esfuerzo para no subir corriendo al torreón y dejarla salir. Felix había llamado a un experto en marionetas de Puerta de Hielo, y hasta que llegara dejarían a la bruja donde estaba.

Stella se alisó la falda de su vestido color azul celeste y acarició con el dedo las relucientes coronas plateadas que tenía bordadas. Su diadema mágica se hallaba expuesta, junto con otras curiosidades, en el Club de Exploradores del Oso Polar, y la noticia de las aventuras de los jóvenes exploradores había corrido como la pólvora. En las dos semanas transcurridas desde su regreso, Stella había recibido montones de regalos de gente a la que ni siquiera conocía. Le habían enviado vestidos, guantes de encaje, preciosas cajas de gominolas rosa glaseadas de azúcar, diminutos unicornios de juguete y muchas cosas más.

Al principio estaba encantada: al fin y al cabo, a todo el mundo le gusta recibir regalos, y la gente enviaba obsequios muy bonitos a las princesas del hielo. Pero también le llegaban cosas no tan bonitas. Por ejemplo, cartas que decían que las princesas del hielo no pertenecían a la sociedad civilizada y que deberían quedarse en las inhóspitas tierras del País del Hielo, alimentando sus corazones helados y lanzando sus malvados hechizos. Felix había cogido esas cartas y las había tirado directamente al fuego, diciéndole a Stella que no les hiciera ni caso y asegurándole que todo volvería a la normalidad en poco tiempo, pero ella se sentía angustiada, como si tuviera un pedrisco justo en la boca del estómago.

Stella se olvidó de sus preocupaciones cuando vio a Gruñón, su oso polar, dirigiéndose bamboleante hacia ella por el jardín nevado. Felix había rescatado a Gruñón de la nieve, igual que la había rescatado a ella, y el gran oso blanco era su mejor amigo desde que tenía memoria. Las visitas solían sobresaltarse por su enorme tamaño, sobre todo cuando se alzaba sobre las patas traseras, cosa que hacía siempre que quería exhibirse y parecer increíblemente hermoso. De pie, medía más de tres metros, superando así a los hombres más altos. Gruñón se había alzado de ese modo la primera vez que vio a tía Agatha (la mandona y autoritaria hermana de Felix), y ella había soltado un chillido espantoso y había caído redonda al suelo en medio de una nube de enaguas y perfume. A Stella, aquel grito y el desmayo le parecieron una grosería, sobre todo porque Felix se había encargado de que Gruñón estuviera muy elegante poniéndole una encantadora pajarita que él mismo le había confeccionado para la ocasión.

Gruñón hundió su negro hocico en los bolsillos de la capa de Stella para buscar sus galletas de pescado favoritas. Ella lo apartó con un delicado empujón y le dijo que se sentara. El oso se dejó caer obedientemente sobre la nieve y Stella lo recompensó lanzándole una galletita. Gruñón la masticó con alegría esparciendo migas por todas partes y luego lamió la mejilla de su amiga antes de encaminarse bamboleante hacia el lago. Felix le había contado a Stella que los osos polares eran muy veloces y podían alcanzar los cuarenta kilómetros por hora, pero ella sólo había visto a Gruñón moverse a pasos lentos y relajados. Tal vez era porque había nacido con una pata torcida, aunque también podía deberse a que Gruñón era un haragán (algo que ella sospechaba).

Stella se levantó del banco. No servía de nada estar triste y preocupada. Felix siempre decía que si te sentías un poco angustiado o triste la mejor solución era concentrar

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos