Ever After High. El cuento de Madeleine Hatter

Shannon Hale

Fragmento

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MADELINE HATTER ESTABA EN EL BOSQUE Encantado al amanecer, el mejor momento del día para encontrar flores de la fortuna. Las flores, de un color amarillo chillón, solo se abrían al alba, cuando retorcían sus tallos en dirección al sol saliente. Maddie añadió unas cuantas a su cesta de menta salvaje, flores de camomila y escamas de dragón. Un conejo blanco pasó a su lado y olisqueó unos tréboles.

—¿Cómo estás en esta mañana chispeante y soleada? —preguntó Maddie.

El conejo olisqueó de nuevo y se alejó dando saltitos sin mediar palabra. Maddie sacudió la cabeza. ¡Los conejos del País de Siempre Jamás eran tan maleducados! ¡Ni un «¿cómo estás?» ni un «¡llego tarde, me tengo que ir!». Desde que se marchó del País de las Maravillas, Maddie no había vuelto a ver un conejo con pajarita. Y los conejos parecían desnudos sin pajaritas. ¡Birlos y birloques! Maddie pensaba que nunca llegaría a comprender del todo aquel disparatado mundo que había más allá de las fronteras del País de las Maravillas.

Se apresuró en salir del bosque, atravesó el puente colgante, los terrenos de Ever After High y volvió a la Aldea de Érase una Vez. Tras un plácido verano, la calle principal de Érase una Vez estaba abarrotada. Al día siguiente empezaba un nuevo curso en Ever After High, un internado para los hijos e hijas adolescentes de los protagonistas de los cuentos de hadas. Los alumnos de primero llegaban un día antes para comprar ropa en la tienda Hombres de Jengibre, zapatos en El Zapato de Cristal, y espejo-pods en Espejolandia. Solían ir en grupos o en parejas, pero unos cuantos iban solos.

Hacía apenas un año, Maddie había sido una de las solitarias. Aunque había llegado a Érase una Vez con su padre, un montón de sombreros y su lirón de compañía, Chisgarabís, acusaba mucho la ausencia de un buen amigo de verdad.

Miró su reloj.

—¡Faltan veintidós horas, cuarenta y siete minutos y dieciocho segundos! —se dijo. No quedaba nada para que sus mejores amigas por siempre jamás, Raven Queen y Cedar Wood, volvieran a Ever After High. ¡Por fin! Ambas vivían en reinos muy, muy lejanos, y las llamadas no eran lo mismo que tener a un amigo al lado.

Maddie intentó sacar algo positivo de la ausencia de sus amigas: echarlas de menos hacía que se sintiera aún más emocionada de empezar su segundo año de instituto.

Segundo era el Año del Destino, cuando los alumnos firmaban El Gran Libro de los Cuentos para quedar destinados por un vínculo mágico a revivir los cuentos de sus padres. Maddie se moría de ganas. ¿Quién no qu

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