Lo que no sabía de mí

Sibila Freijo

Fragmento

Contents
Contenido
Dedicatoria
1. Desayuno con diamantes
2. De repente, el último verano
3. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?
4. Encontrarás al hombre de tus sueños
5. Ratatouille
6. In the mood for love
7. La edad de la inocencia
8. Siempre nos quedará París
9. Armas de mujer
10. Nueve semanas y media
11. Jamón, jamón
12. El guateque
13. Vértigo
14. Searching for Sugar Man
15. La vaca lechera
16. Belle de Jour
17. La novia cadáver
18. Perdición
19. El bazar de las sorpresas
20. Cleopatra
21. Breve encuentro
22. Sola ante el peligro
23. La ley del deseo
24. Fuego en el cuerpo
25. Portera de noche
26. Delicatessen
27. Toy Story
28. El beso de la mujer araña
29. Días de vino y rosas
30. Dos hombres y un destino
31. Un tranvía llamado deseo
32. ¡Qué bello es vivir!
33. Tener y no tener
34. Una habitación con vistas
35. La vie en rose
36. Arde París
37. La sombra de una duda
38. Eyes Wide Shut
39. Dos en la carretera
40. El último tango en París
41. Lo que el viento se llevó
42. Sexo, mentiras y cintas de vídeo
43. Juego de lágrimas
Pasaje a la India
A las nueve horas...
Agradecimientos
sabia

A mis dos «fieras», Gael y Yago,

que jamás leerán esta novela.

A Dani, por estar siempre.

A los lectores de mi blog, por su apoyo

y compañía a lo largo de tantos años.

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Desayuno con diamantes

Hoy le he preguntado a Andrés por teléfono si yo era buena en la cama. Estábamos hablando sobre algo del colegio de los niños y se lo he soltado a bocajarro:

—Oye, una cosa, Andrés, ¿tú dirías que yo soy buena amante?

—¿Y esa pregunta, Carlota?, ¿a qué coño viene? Pues no sé. Estuvimos quince años juntos. Hubo etapas. Al final no, pero tampoco creo que fuera culpa tuya. Era más bien que no teníamos química sexual. Si te comparo con alguna de las tías que he conocido ahora...

—Hay que joderse. Ahora, cinco meses después de separarnos, ¿vas de dios del amor y del sexo, cuando conmigo te acostabas una vez al mes? ¿Tardaste quince años en ver que no teníamos química sexual?

—No empieces, por favor... Ya no —dice él con hastío.

No empiezo, no, porque si empiezo no paro. No sé en qué momento vi que lo nuestro no era normal, creo que fue más o menos en el mismo instante que pasé de ver a los otros hombres de entes transparentes a seres potencialmente follables. A partir de ahí todo se precipita.

El final de una relación es como un caballo desbocado, como una sangría. No hay quien lo detenga, ni torniquetes que poner, y si se ponen, la sangre saldrá por otro agujero.

Mi madre dice que todo se termina cuando te deja de apetecer acostarte con el otro. También que por lo general la gente se separa cinco años después de lo que debería. Esos cinco años son como el periodo de carencia que nos damos para mandarlo todo a la mierda o aguantar, o solucionar o follarnos a otros. O todo junto.

—Por lo menos —le digo a Andrés para zanjar la conversación—, no fuimos como esas parejas que dejan de acostarse durante un año o dos antes de separarse. Nosotros lo hacíamos una vez al mes, pero al menos lo hicimos hasta el final.

—Eso es verdad —dice.

—Y nos quisimos mucho, ¿no?

—Muchísimo, pero Carlota, el amor no es como tú lo ves. El amor como tú imaginas no existe, es un concepto del siglo diecinueve. Las cosas no son como en las películas ni en los libros.

—Así nos va —contesto con tristeza.

Después de quince años con la misma persona, ahora me gustaría saber si seré del tipo que gusta a los hombres, si soy buena en la cama o si puedo llegar a serlo. ¿Cómo hará una para saber eso? Preguntándoselo a los tíos con los que me acueste, supongo. Les pediré que me pongan nota. Compraré un cuadernillo donde iré apuntando cada polvo, la fecha y la nota que he sacado, a ver si voy mejorando. Veré películas porno y leeré novelas eróticas para aprender, me compraré un montón de juguetes distintos en el sex-shop, haré una lista con todo lo que quiero hacer en la cama, con todas las cosas que me faltan por probar. Pero ahora que lo pienso, no vale la pena gastar el tiempo en listas. Creo que me falta todo por probar.

Estas últimas semanas he empezado a hacer cosas sola, cosas yo, mí, me, conmigo. Las he dividido en fáciles (ir al cine, a comer, a museos y exposiciones) y difíciles (sentarse a cenar sola en un restaurante, viajar, salir de copas...).

El sábado supero con buena nota una prueba de las difíciles. Tengo un pase de prensa para ir al Festival Dcode, pero después de darle varias vueltas a la agenda, todo el mundo tiene plan, nadie quiere o puede venir conmigo. Me fastidia porque hay varios grupos que me apetece ver. Me quedo aburrida en casa viendo una peli y de repente me digo en voz alta: «¿Qué coño hago aquí un sábado por la noche pudiendo ir a un concierto cuando, además, hoy no están los niños?, ¿solo porque no me acompaña nadie me lo voy a perder?»

Entonces revuelvo mi armario en busca de un look de festival, lo que significa vestirme como si tuviera diez años menos: camiseta roquera, minifalda vaquera ultra corta, botas de cowboy... Lleno mi petaca de ron, la meto en mi bolsito de flecos y me planto sola en

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