Nuevas maneras de matar a tu madre

Colm Tóibín

Fragmento

W. B. Yeats:
nuevas maneras de matar a tu padre

Para una serie de hermanos artistas que florecieron entre el último cuarto del siglo xix y el primero del xx —Heinrich y Thomas Mann; Henry y William James; Virginia Woolf y Vanessa Bell;
W. B. y Jack Yeats—, la muerte del padre, una presencia abrumadora en vida, o la representación gradual y a menudo dramática de un asesinato metafórico, concedería a los hijos una extraña libertad, el derecho a ser ellos mismos y, después, a pelearse entre sí por cuestiones políticas y de estilo.

En el caso de los Mann y de Virginia Woolf y Vanessa Bell, la muerte literal del padre cuando eran jóvenes e inmaduros les permitió trasladarse física y emocionalmente a otros lugares y los libró de un peso del que solo continuaría persiguiéndolos la sombra. Para los hermanos James y los Yeats, ese peso seguiría siendo una realidad viva. En Yeats: The Man and the Masks, Richard Ellmann cita a Iván Karamázov: «¿Quién no desea la muerte de su padre?». Según sostiene Ellmann:

De los Urales a Donegal, el tema se repite: en Turguéniev, en Samuel Butler, en Gosse. Destaca de manera especial en Irlanda. En Confessions of a Young Man, George Moore proclama abiertamente su sensación de liberación y alivio al morir su padre. Synge convierte un intento de parricidio en tema de su obra El galán de Occidente. James Joyce describe en Ulises cómo Stephen Dedalus reniega de su padre y busca otro. […] Yeats, tras abordar el tema en una obra inédita escrita en 1884, lo retoma en 1892 en el poema «La muerte de Cuchulain», convierte la misma historia en una obra de teatro en 1903, realiza dos traducciones de Edipo rey, la primera en 1912, la segunda en 1927, y escribe otra obra dramática sobre el parricidio, Purgatorio, poco antes de morir.

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En el otoño de 1828, cuando Henry James, el padre del novelista, asistió durante un breve período al Union College de Schenectady, Nueva York, se metió de lleno en la vida estudiantil. Bebía en las tabernas y vestía caros trajes confeccionados a medida por el sastre del lugar. Lo cargaba todo a la cuenta de su padre, William, un hombre muy rico y propietario de los terrenos en que se había edificado el campus del Union College. William James, que había nacido en Bailieborough, en el condado irlandés de Cavan, era asimismo uno de los dos administradores de dicha universidad.

La marcha de Henry James padre del Union College, no mucho después de su llegada, supuso el inicio de un viaje que duraría toda la vida en busca de la libertad de pensamiento, la verdad eterna y compañeros interesantes que supieran escuchar. James, al igual que John Butler Yeats, el padre de W. B. Yeats, era un gran conversador. Los dos hombres guardan otras muchas similitudes. Por ejemplo, ambos se casaron con la hermana de un compañero de clase con el que tenían buena amistad. Sufrieron, y también disfrutaron, una vida entera de indolencia e inquietud; ejercieron el dominio en sus casas pero fracasaron, o eso parece, en el mundo exterior; trataron de realizarse a través del arte y la religión, pese a proceder de familias dedicadas al comercio y la industria.

Crearon hogares a los que acudían artistas y escritores y donde convertirse en artista se consideraba una evolución natural. Creían en el carácter proteico del ser y se oponían a la vida estable y a las ideas fijas. Por lo tanto, ni el novelista Henry James ni William Butler Yeats se beneficiaron de una educación universitaria, que tampoco destrozó sus mentes. Los padres, que se consideraban formidables instituciones de la más alta sabiduría por derecho propio, no tenían interés en exponer a sus hijos a competición alguna. Eran ambiciosos pero prácticamente incapaces de llevar a término un proyecto de envergadura. Para los dos, hablar era preferible a actuar, pero escribieron frases de insólita belleza. Adoraban Nueva York, no por su vida intelectual, sino por la vida que palpitaba en las calles atestadas, que ellos observaban con fascinación. Henry James padre creía —o, para divertir a un oyente, aseguraba creer— que un tranvía de caballos abarrotado era lo más parecido al paraíso en la tierra que había conocido. Los amigos los tenían por hombres encantadores y buscaban su compañía. Ambos consideraban a sus hijos —para gran frustración de estos en ocasiones— como fascinantes manifestaciones del poder y las posibilidades del futuro, en el que creían de manera apasionada. Podían ser realmente originales. Por ejemplo, el 4 de junio de 1917, antes de que su hijo escribiera el poema «El segundo advenimiento», John Butler Yeats le escribió: «El milenio llegará, y llegará sin duda, cuando la ciencia y las ciencias aplicadas nos hayan liberado de la carga de lo industrial y otras necesidades. Hoy en día, el hombre se deterioraría y descendería al instante a la condición de bestia si se le apartara del yugo y de la disciplina del esfuerzo y la preocupación». De manera similar, en 1879, casi dos décadas antes de que su hijo escribiera Otra vuelta de tuerca, Henry James padre escribió el siguiente relato acerca del terror que experimentó una noche normal y corriente en una casa alquilada de Windsor Park:

Por lo visto fue un terror absolutamente descabellado y deplorable, sin causa aparente, para mi atónita imaginación solo explicable por la forma de un condenado, invisible para mí, que se coló entre las paredes de la habitación y cuya fétida naturaleza irradiaba influencias fatales sobre la vida. El episodio no había durado más de diez segundos cuando me encontré hecho un guiñapo; yo, un adulto fuerte, vigoroso y alegre, quedé casi reducido a un niño desamparado.

Henry James padre tenía cinco hijos y John Butler Yeats, seis, dos de los cuales murieron en la infancia. Ambos tenían una hija dotada de una inteligencia excepcional, fértil y calculadora, tan calculadora, de hecho, que de algún modo impidió que Lily Yeats y Alice James se separaran de sus respectivas familias; las dos poseían un estilo epistolar magnífico y mordaz. Por lo visto, los padres sentían mayor aprecio por los dos hijos mayores: William y Henry James, por una parte, y W. B. y Lily Yeats, por la otra, recibieron un trato distinto que sus hermanos pequeños. John Butler Yeats y Henry James padre engendraron cada uno dos genios, cuatro hombres —Henry y William James; W. B. y Jack Yeats— que se concentraron, a diferencia de sus padres, quizá casi a pesar de estos, en acabar prácticamente cuanto empezaron. Tres de ellos desarrollaron en sus últimas obras un estilo complejo, audaz y extraordinario. Los cuatro estudiaron bellas artes; William James abrigó la ambición de ser pintor. Dos de ellos —W. B. Yeats y William James— coquetearon al principio con la magia y la religión mística y luego las convirtieron en un aspecto importante de su obra. Si bien los cuatro hombres estuvieron muy influidos por sus respectivos padres —influencia que en ocasiones fue negativa—, apenas tuvieron nada que decir sobre sus madres. Ambos padres utilizaron el océano Atlántico como un arma de su arsenal: John Butler Yeats recurrió a él para alejarse de su familia en la vejez; Henry James padre, para desestabilizar a unos hijos ya carentes de estabilidad.

Aunque en las décadas de 1880 y 1890 el novelista Henry James vio muchas veces a lady Gregory en Londres, no era amigo de
W. B. Yeats. Cuando este empezó a florecer en Londres, aquel ya se había retirado a Rye. Sin embargo, en mayo de 1903 James asistió en Kensington a una representación de la obra El reloj de arena de Yeats, y en 1915 se puso en contacto con él, en nombre d

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