Índice
CUBIERTA
LA PEQUEÑA VENDEDORA DE PROSA
I. EL DELANTAL DEL CHIVO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
II. CLARA SE CASA
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
III. PARA CONSOLAR A CLARA
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
IV. JULIE
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
V. EL PRECIO DEL HILO
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
VI. LA MUERTE ES UN PROCESO RECTILÍNEO
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
VII. LA REINA Y EL RUISEÑOR
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
VIII. ES UN ÁNGEL
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
IX. YO ÉL
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
POST-SCRIPTUM
NOTAS
BIOGRAFÍA
CRÉDITOS
ACERCA DE RANDOM HOUSE MONDADORI
Para Didier Lamaison
A la memoria de John Kennedy Toole,
que murió por no haber sido leído,
y de Vassili Grossman, que murió
por haberlo sido.
El autor quiere expresar su agradecimiento a Paul Germain, Béatrice Bouvier y Richard Villet, que le guiaron, respectivamente, por las selvas de la imprenta, la partitura del pidgin chino y los sótanos de la cirugía.
Yo es otro, pero no es mío.
Christian Mounier
I
EL DELANTAL DEL CHIVO
–Tiene usted un vicio raro,
Malaussène: compadece.
1
Primero fue una frase que me pasó por la cabeza: «La muerte es un proceso rectilíneo». El tipo de declaración terminante que esperas encontrar, más bien, en inglés: Death is a straight on process… algo así.
Estaba preguntándome dónde lo habría leído cuando el gigante hizo irrupción en mi despacho. La puerta no había chasqueado todavía a sus espaldas cuando ya se inclinaba sobre mí:
–¿Es usted Malaussène?
Un esqueleto inmenso con una forma imprecisa a su alrededor. Huesos como mazas y el pelo como maleza plantada a ras de napia.
–Benjamin Malaussène, ¿es usted?
Doblándose como un arco por encima de mi mesa de trabajo, me mantenía prisionero en mi sillón, con sus enormes manos estrangulando los brazos. La prehistoria en persona. Yo estaba pegado al respaldo, mi cabeza se hundía entre los hombros y era incapaz de decir si era yo mismo. Tan sólo me preguntaba dónde había leído aquella frase: «La muerte es un proceso rectilíneo»; del inglés tal vez, del francés, o en una traducción…
Decidió entonces ponernos al mismo nivel: arqueando los lomos, nos arrancó del suelo, a mi sillón y a mí, para ponernos frente a él encima de la mesa. Incluso de ese modo seguía dominando la situación por más de una cabeza. A través de los abrojos de sus cejas, su mirada de jabalí hurgaba en mi conciencia como si hubiera perdido allí sus llaves.
–¿Le divierte torturar a la gente?
Tenía una voz extrañamente infantil, con un acento de dolor que quería ser terrorífico.
–¿Es eso?
Y yo, arriba, en mi trono, incapaz de pensar en algo distinto a aquella jodida frase. Ni siquiera hermosa. Puro saldo. Un francés que quiere jugar al yan