La polis literaria

Rafael Rojas

Fragmento

Título
pleca

INTRODUCCIÓN

La Guerra Fría tuvo desde sus orígenes una dimensión ideológica que la distinguió de los conflictos bélicos mundiales que le precedieron en la primera mitad del siglo XX. Desde la década de 1950 aquella nueva guerra no se definió por el choque militar, frenético y efímero, de los ejércitos o las alianzas en el campo de batalla. Las imágenes y los símbolos, los alardes de fuerza o las amenazas de ambos lados —los líderes soviéticos, especialmente tras la muerte de Stalin en 1953, y los políticos norteamericanos, en la que asumían como su década dorada—, marcaron la identidad de ese nuevo tipo de guerra.

En América Latina, como observa el historiador Patrick Iber, la Guerra Fría se vivió con especial intensidad en la esfera de la cultura.1 Desde fines de los años 40, las dos grandes instituciones rivales en la pugna por la hegemonía ideológica mundial, el Congreso para la Libertad de la Cultura y el Consejo Mundial por la Paz, abrieron sus respectivos capítulos nacionales en la región. El choque entre diversas doctrinas políticas (liberales y conservadoras, socialistas y católicas, populistas y democráticas…), que poseían su propia tradición en cada uno de los países y en todo el subcontinente, se intensificó en los años 50, colocando a la literatura en el centro de las querellas letradas.

La Guerra Fría en América Latina fue tiempo de dictaduras y revoluciones. Entre principios de los 50, cuando se producen los golpes de Estado de Fulgencio Batista en Cuba, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, Alfredo Stroessner en Paraguay, Carlos Castillo Armas en Guatemala o la primera dictadura antiperonista en Argentina, y principios de los 70, cuando se crean las Juntas Militares boliviana, chilena, uruguaya y argentina, la mayoría de los países latinoamericanos adoptó un régimen autoritario. Los estudiosos observan algunas diferencias entre las dictaduras anticomunistas de la década de los 50 y las contrainsurgentes de los 60 y 70, pero todas restringieron derechos civiles y políticos, fueron altamente represivas y aplicaron diversas modalidades del estado de excepción.2

Mientras las derechas recurrían al autoritarismo, las izquierdas se volcaban a la revolución. Populistas y socialistas, marxistas y nacionalistas, católicos y liberales convergieron en la zona heterogénea y rígida de las guerrillas rurales y urbanas.3 El hechizo que generó la Revolución cubana en América Latina, en los años de mayor calentamiento de la Guerra Fría, tuvo que ver, justamente, con que en esa isla del Caribe llegó al poder un movimiento cuya composición social y orígenes ideológicos eran muy parecidos a los de toda la izquierda regional. El giro al socialismo que produjo el gobierno revolucionario, en medio del conflicto con Estados Unidos, fue defendido por buena parte de esa izquierda y, de hecho, alentó el tránsito del populismo al marxismo en amplios sectores de la juventud latinoamericana.

La alianza de Fidel Castro con la Unión Soviética, no exenta de fricciones entre 1962 y 1968, también generó disensiones en el campo antiestalinista de la izquierda latinoamericana. A pesar de las denuncias de los “procesos de Moscú” y del culto a la personalidad de Stalin ante el XX Congreso del PCUS en 1956 y del “deshielo” de Nikita Jruschov en los años siguientes, una zona del antiestalinismo latinoamericano de izquierda, de origen liberal o populista, católico o marxista, trotskista o socialdemócrata siguió identificando a la URSS con el modelo estalinista. Tras la caída de Jruschov en 1964 y el ascenso de una burocracia contrarreformista, encabezada por Leonid Brezhnev, que invadió Checoslovaquia en 1968 y reprimió a intelectuales disidentes como Andréi Siniavsky y Yuli Daniel —sometidos a juicio en 1966—, aquel antiestalinismo, para entonces muy cerca de los postulados de la Nueva Izquierda, reafirmó su crítica al sistema soviético.4

Fue ése el contexto de la entrada en escena del llamado boom de la nueva novela latinoamericana. Una generación de escritores, nacida, fundamentalmente, entre los años 20 y 30, comenzó a publicar cuentos y novelas en los años previos al triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959. Las primeras ficciones de Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso o Guillermo Cabrera Infante, se escribieron y publicaron, en editoriales o revistas, antes de que las tropas de Fidel Castro bajaran de la Sierra Maestra y tomaran las principales ciudades de la isla.

Todos eran escritores profesionales antes de que el evento de la Revolución cubana ubicara a esa isla del Caribe y, con ella, a toda América Latina, en el eje de tensiones hemisféricas de la Guerra Fría. Ninguno de ellos, ni otros que comenzarían a escribir y a publicar regularmente novelas y cuentos después de enero de 1959, como Mario Vargas Llosa o Jorge Edwards, fueron ajenos a la experiencia cubana. El oficio de la literatura o, específicamente, de la novela, al que aspiraban aquellos escritores formaba parte del conflicto ideológico de la Guerra Fría. La literatura latinoamericana no podía imaginarse entonces al margen de la oposición a las dictaduras y de la lucha de la izquierda por el socialismo o la democracia.5

Pero el lugar común de que la Revolución cubana y el boom de la nueva novela latinoamericana fueron fenómenos estética e ideológicamente conectados o asimilables, debe someterse a crítica. Desde principios de los años 60, y, sobre todo, tras la constitución definitiva de un Partido Comunista único en Cuba, en 1965, surgieron fricciones entre los mayores representantes del boom y el poder político cubano. Cada uno de los escritores latinoamericanos desarrolló un concepto propio de Revolución, desde su contexto nacional, que muchas veces entró en contradicción con la idea hegemónica de la izquierda que se trasmitía desde La Habana.

En el relato fundacional del boom se superponen dos tesis igualmente cuestionables: que la nueva novela latinoamericana fue obra de la Revolución cubana y que la idea del boom, sobre todo desde la revista Mundo Nuevo y los ensayos de Carlos Fuentes y Emir Rodríguez Monegal, fue una reacción contra el proyecto cultural latinoamericano de La Habana y, especialmente, de la revista Casa de las Américas.6 Intentaremos matizar esas nociones por medio de un recorrido por las poéticas de la historia y las políticas intelectuales de los narradores centrales del boom, en el contexto de la Guerra Fría y el ascenso de la Nueva Izquierda en los 60 latinoamericanos.

Entre 1968, año en que el gobierno cubano respalda la intervención militar de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, y 1971, cuando encarcelan en La Habana al poeta Heberto Padilla y lo someten a una confesión pública ante la comunidad artística y literaria de la isla, las relaciones entre el boom y la Revolución pasaron de la ar

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