Un asunto pendiente

John Katzenbach

Fragmento

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Contenido

Prólogo

PARTE 1. Martes por la tarde

PARTE 2. Lodi, California, septiembre de 1968

PARTE 3. Martes por la noche

PARTE 4. Miércoles por la mañana: Karen y Lauren

PARTE 5. Miércoles a mediodía

PARTE 6. Miércoles tarde. Miércoles noche

PARTE 7. Jueves

PARTE 8. Viernes

PARTE 9. Sábado

PARTE 10. Domingo

PARTE 11. Domingo por la noche

PARTE 12. La puerta de atrás

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Para los dos Nicks

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Prólogo

—Lentamente. Conserve la calma, como yo. Nada de movimientos bruscos, juez. Piense en lo absurdo que sería si murieran aquí los dos...

Hay un viejo dicho que quizá sea siciliano (o tal vez francés, o inglés, puede que de los Klingon) que afirma que «la venganza es un plato que se sirve mejor...».

La última palabra debería de ser «frío», pero también podría ser «a menudo», y esta última frase quizá incluso sea más adecuada, sobre todo en el ámbito de las novelas de misterio y suspense. Ni siquiera recuerdo cuántas veces ha sido utilizado este refrán como epigrama para lanzar una novela. Mea culpa: hasta yo lo he usado. Ahora ya es casi un cliché, aunque bastante útil, por cierto.

Los escritores adoran la venganza.

Probablemente no tanto llevarla a cabo como valerse de ella.

En el DSM-5, que es la quinta edición del Manual de diagnosis y estadística de los problemas mentales, publicado por la American Psychiatric Association, la palabra «venganza» no figura ni una sola vez en sus novecientas y pico páginas en las que se describe las complejidades de la enfermedad mental. Hay extensos artículos acerca de la obsesión y la compulsión, de las que se vale la venganza. En términos generales, estos largos fragmentos indican los síntomas que un psiquiatra buscará en un paciente. El DSM-5 emplea palabras como «persistente» y «recurrente».

«Venganza» incluye todas esas palabras y otras... y no tarda en pasar del mundo de la psiquiatría al terreno de los novelistas. Pero cuando un personaje de una novela desea vengarse, entra en un estado psicológico de demanda cuyos elementos figuran en el DSM-5 y manuales anteriores. Y ese anhelo emerge en algunas de las obras literarias importantes y menos importantes.

Eso es lo que siempre me ha intrigado respecto de la venganza. Es un elemento predilecto de numerosas historias, y lo tuve muy presente cuando comencé a escribir Un asunto pendiente, a finales de 1980.

¿Por qué? Porque la venganza es una necesidad psicológica identificable... y eso es precisamente lo que alimenta la moderna novela de suspense. Desde luego que identificar esas necesidades a menudo constituye el mecanismo al que recurro para hacer avanzar mis novelas.

Bien, resulta que con frecuencia la venganza es el menos sutil de los deseos. A veces el desencadenante es un único acontecimiento desagradable; por ejemplo, en el caso de Jacob y sus hijos vengando en el Génesis la violación de Dina. O tal vez sea más complicado. Desde cualquier punto de vista, Hamlet es bastante más que el complejo análisis del universitario licenciado en Literatura, y en el último acto abundan los resultados de su venganza. En El conde de Montecristo, Edmond Dantés concibe una venganza endiabladamente detallada, en la que el dinero, el poder y el prestigio constituyen elementos clave de su plan. Pero lo que la venganza hace en cada historia es crear un sendero que ha de ser recorrido con una insistencia que va más allá de lo necesario y entra en esos terrenos de los que trata, tan convincentemente, el DSM-5.

Escribí Un asunto pendiente cuando las turbulencias de los años sesenta aún formaban un mosaico de recuerdos permanentes.

Quien haya vivido aquella época sabe que se caracterizó por la pasión. Todos los asuntos ocupaban un lugar importante en nuestra imaginación, todos los acontecimientos eran de una importancia enorme. Todas las guerras, la agitación y las protestas estaban acompañadas de una rítmica percusión eléctrica. Resulta fácil recordar los Días de la Ira y Kent State, My Lai y Haight-Ashbury, Woodstock y Altamont, el flo­­wer power y el Ejército Simbionés de Liberación. Si Dickens hubiese podido imaginarlo, sin duda habría considerado que se hallaba ante lo peor y lo mejor de cualquier época.

Y si eras un escritor criado en esos tiempos convulsos, encontrar el modo de trasladarlo al papel era el resultado natural de cuanto veías, leías y, en la forma de un tenue aroma de gas lacrimógeno a cien metros de distancia, olías.

Creo que estaba escuchando Power Failure, de Procol Harum, cuando imaginé a Duncan, Megan y Olivia, su antigua compañera en la comisión de delitos radicales. Tal vez tropecé con un artículo sobre Patty Hearst, su secuestro y posterior lavado de cerebro. Quizá fue algo tan sencillo como darle vueltas a la idea de la naturaleza de la traición... que a menudo funciona como eje del mecanismo de venganza. Puede que estuviese reflexionando sobre el hecho de que muchos ideales de los años sesenta —tanto los positivos como los negativos— fueron masticados y luego escupidos.

Y durante todas esas consideraciones, estimuladas por rasguidos de guitarra bastante sofisticados que oía a través de los auriculares, no pude evitar preguntarme qué pasaría si los años sesenta se prolongaran descontroladamente en los años ochenta. Restos del radicalismo chocando contra el espíritu de empresa que afirma «primero yo».

Imaginé una conversación entre alguien que fue a la cárcel y alguien que no lo hizo.

—¿Sabes cuánto tiempo he pensado en este día?

—Puedo imaginármelo.

—Cada minuto de cada día, durante dieciocho años.

He aquí un aspecto de la venganza que la convierte en algo fascinante y atractivo para los autores. Nunca se limita a ser sencilla. Lo que está bien y lo que está mal se confunde. El bien y el mal se entrelazan. El lamentable fracaso de una persona desencadena la alocada compulsión de otro personaje, niveles de conducta se confunden haciendo emerger las complejidades. Las buenas personas, ¿pueden hacer cosas malas? Los actos de malvados, ¿están justificados? Una vez emprendido un camino —comienza con una traición, avanza abrigando la venganza, dirígete hacia un final incierto— y todo se convierte en el proverbial tren de carga sin frenos. Se detendrá en algún lugar, pero nadie sabe cómo y tras causar qué daños.

Eso es lo que resulta vital en cualquier novela de suspense. Si nosotros los lectores supiéramos cómo acaba... ¿dónde queda la emoción? Porque después de todo, esa es la característica de la venganza. Todos los personajes creen saber cuál es el final

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