El tercer lado de los ojos

Giorgio Faletti

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

El tercer lado de los ojos

Prólogo

Primera parte. Nueva York

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Segunda parte. Roma

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Tercera parte. Nueva York

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Cuarta parte. Roma

Capítulo 54

Agradecimientos

Notas

Biografía

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

A Roberta, la única

Canción de la mujer que quería ser marinero

Ahora, tan solo ahora
que mi mirada abraza el mar,
hago añicos el silencio
que me prohíbe imaginar

filas de mástiles erguidos y miles, miles de nudos marineros,
y huellas de serpientes frías e indolentes

con su lento andar antinatural,
y líneas en la luna, que en la palma cada una
es un lugar para olvidar;
y el corazón, este extraño corazón
que por un arrecife ya sabe navegar.

Ahora, tan solo ahora
que mi mirada envuelve el mar,

comprendo al que ha buscado a las sirenas,
al que ha podido su canto amar,

dulce en la cabeza como un día
de festejo con dátiles y miel,

y fuerte como el viento que tórnase tormento
y el corazón quebranta al hombre y el bajel,
y entonces ya no hay anhelo o gloria

que puédase beber ni masticar,
ni piedra de molino de viento
que esa roca en el alma pueda triturar.

CONNOR SLAVE,
del álbum Las mentiras de la oscuridad

Prólogo

Prólogo

La oscuridad y la espera tienen el mismo color.

La mujer, que un día se sentará en las sombras como en un sillón, habrá tenido bastante de ambas como para tenerles miedo. Habrá aprendido demasiado bien y muy a su pesar que a veces la vista no es algo exclusivamente físico, sino mental. De pronto, los faros de un coche que pasa dibujarán un recuadro luminoso que recorrerá las paredes con rápida y furtiva curiosidad, como buscando un punto imaginario. Después, tras el cautiverio de la habitación, ese retazo de luz encontrará la libertad a través de la ventana y volverá fuera para perseguir al coche que la generó. Más allá de las cortinas, de los cristales y de las paredes, en la amarillenta oscuridad de miles de luces y tubos de neón, se encontrará todavía aquella locura incomprensible que llaman Nueva York; la ciudad que todos dicen detestar pero que todos continúan recorriendo obstinadamente, solo para darse cuenta de cuánto la aman. Aunque con el terror de descubrir qué poco correspondidos son. Así, descubren que son solo seres humanos, iguales a los que pueblan el resto del mundo; simples seres humanos que se niegan a tener ojos para ver, oídos para oír y una voz que oponer a otras voces que gritan con más fuerza.

Sobre la mesita que se encuentra junto a la silla en la que está sentada la mujer habrá una Beretta 92 SBM, una pistola con una empuñadura de dimensiones algo reducidas con respecto al tamaño habitual, fabricada especialmente para adaptarse a una mano femenina. Antes de apoyarla sobre la superficie de cristal habrá introducido con gesto decidido la bala en el cargador; el ruido del obturador rebotará en el silencio de la habitación con el sonido seco de un hueso que se rompe. Poco a poco, sus ojos se adaptarán a la oscuridad y logrará tener una clara percepción del lugar en el que se encuentra, incluso con las luces apagadas. La mirada de la mujer estará fija en la pared de delante, donde adivinará, más que verá, la mancha oscura de una puerta. En una ocasión, en el colegio, aprendió que si se mira con intensidad una superficie de color, cuando se aparta la vista queda en las pupilas una mancha luminosa del color complementario al que se acaba de mirar.

La mujer imaginará en las sombras su amarga sonrisa.

Los colores complementarios son aquello

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