Peligros y verdades (Perfectos Mentirosos 2)

Alex Mírez

Fragmento

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Prólogo

¿En dónde nos habíamos quedado?

Ah, sí, en esa noche de la feria en honor a los fundadores, después de que mi plan contra Aegan fracasara y dejara su alma en un baño público por culpa de una diarrea, y Adrik se fuera con Artie a nuestro apartamento.

Ahí, en un banco, yo. Junto a mí, Regan Cash. Y la pregunta: «¿Quién eres tú en realidad?».

Bueno, es momento de contártelo. Es momento de contártelo todo: no me llamo Jude Derry, y definitivamente no había ido a Tagus solo a estudiar. Había ido porque solo quería una cosa: venganza.

Lo sé, lo sé, debes de estar hecho un lío. Estarás pensando: «¡¿Qué p*tas estás diciendo, Jude del Carmen?!». También sé que se supone que debes confiar en mí. ¡Todos confían en las protagonistas! Las protas nunca mienten y nunca son malas. Jamás cambian la historia, de ninguna forma alteran los hechos y mucho menos omiten secretos, y si yo hice eso...

Entonces supongo que esta siempre fue la historia de una villana.

Para que entiendas este lío y el porqué de mis mentiras, hay que volver seis años atrás. Debemos irnos muy pero que muy lejos de Tagus, a Miami, la ciudad a la que llegan la mayoría de los inmigrantes. Tenemos que detenernos en un día en el que un muchacho de dieciocho años llamado Henrik Damalet recibió una llamada para decirle que había sido contratado como jardinero en la casa de una familia muy importante.

Ese chico, Henrik, era mi hermano.

Tras colgar el teléfono, le quedó estampada en la cara una sonrisa enorme. Todo acababa de cambiar para él y nuestra familia gracias a ese empleo. Por esa razón, mamá lloró, emocionada. Era una mujer muy delgada con la piel pálida, los ojos cansados, el cabello opaco, las uñas rotas y la existencia exhausta y adolorida. Llevaba cinco años enferma de algo incurable y nosotros no teníamos mucho dinero para pagar los medicamentos en un país en el que no tener un seguro médico significaba exclusión. Pero con el nuevo trabajo de Henrik en la casa de esa familia importante, todo sería diferente.

Eso lo sabía muy bien la chica de trece años sentada en la mesa, es decir, yo. Me alegraba la idea, la posibilidad de un futuro mejor, pero me entristecía que mi hermano se fuera tan lejos, aunque también sabía que en su nuevo trabajo le pagarían bastante solo por ser jardinero y cuidar el enorme jardín de una mansión; además, tendría la posibilidad de seguir estudiando por la noche en un sitio mejor. Y eso era bueno para nosotros.

—¿Cuándo vendrás a visitarnos? —le había preguntado yo con el corazón encogido.

—Pediré vacaciones y seguro que podré venir los días de fiesta —me respondió, animado—. Pero llamaré todos los días al mediodía y por la noche, y te enviaré un móvil para que podamos enviarnos mensajes. Lo tengo todo planeado.

—¿Y cómo se llama el tipo para el que vas a trabajar? —pregunté.

—Adrien Cash —contestó Henrik con mucho orgullo.

Se fue al día siguiente, y cuando volvió de nuevo a casa, lo hizo dentro de un ataúd.

Sí, Henrik murió en la mansión de los Cash. Le practicaron una autopsia pero su muerte fue calificada como accidente: estaba limpiando las tejas, se cayó y falleció al instante.

Ahí debió de haber acabado esa historia: luto, dolor y olvido.

Pero no, yo nunca olvidé. Yo nunca creí que su muerte hubiera sido un accidente. Y no lo creí porque, antes de morir, Henrik me dio pistas de que algo así podía sucederle, solo que no las supe interpretar hasta muy tarde.

Rebobinemos. Como él prometió el día antes de irse, a los dos meses me envió un móvil para que habláramos constantemente por mensajes. Todos los días me lo contaba todo: lo que hacía, lo que no, lo que comía, lo que ahorraba y lo que veía al salir a algún lado. No omitió ningún detalle. Me contó desde cómo era la mansión hasta cómo eran las personas que vivían en ella.

Adrien Cash era tan rico por herencia familiar e inversiones que meaba en un retrete de oro y se limpiaba el culo con billetes de dólar. Bueno, no; pero nos gustaba hacer ese chiste. Era senador y no tenía esposa porque ella había muerto en un accidente. El enorme jardín que Henrik cuidaba había sido el sitio más querido de su mujer; por esa razón querían mantenerlo y lo trataban como si fuese una especie de altar en su memoria.

Ese hombre, Adrien, tenía cuatro hijos: tres de la mujer fallecida y uno fuera del matrimonio, todos varones. Eran chicos malcriados y consentidos, que hacían y deshacían a su antojo. Solo uno de ellos le dirigía la palabra a mi hermano, y únicamente lo hacía porque disfrutaba dificultándole las cosas y molestándolo, porque molestar era lo que más le motivaba en la vida.

Se llamaba Aegan.

Aegan hacía cualquier cosa para hacerle la vida imposible a Henrik. Al principio, no resultó muy ingenioso: dañaba los arbustos para que culparan a mi hermano de haberlos podado mal; pisaba las flores; echaba basura en lugares limpios y se burlaba de él llamándole «jardimierdo» o «recogebasura», entre otros apodos denigrantes.

Henrik siempre me decía que tenía la suficiente paciencia para soportarlo, que así era el mundo, que Aegan solo era demasiado joven y con una vida demasiado fácil para entender la magnitud de lo que hacía y decía. Pero yo no lo veía del mismo modo, y comencé a odiarlo. Todavía sin conocerlo, detestaba lo que mi hermano me contaba de ese chico cruel. Me sentía impotente la mayoría del tiempo, pero Henrik intentaba tranquilizarme asegurándome que en algún momento se cansaría.

Aegan no se cansó. Peor aún, aumentó el nivel y la gravedad de sus jugarretas.

Henrik me llamó una noche a reventar de furia porque Adrien le había ordenado mantener bien limpia la piscina para un evento especial que tendría lugar esa misma noche. Para asegurarse de ello, se levantó muy temprano y estuvo todo el día trabajando para dejar el área de la piscina impecable. A las seis de la tarde, se fue a su casa a descansar. A las seis treinta, cuando Adrien llegó, la piscina estaba llena de hojas, ramas y tierra, y tenía una tonalidad verdosa semejante al moho.

Casi despiden a Henrik. Al final no lo hicieron porque, de alguna manera que no quiso contarme, se descubrió que el responsable de aquel desastre había sido Aegan, que había ensuciado la piscina a propósito. El hecho de que no hubieran despedido a Henrik enfureció a Aegan a unos niveles inimaginables, por lo que desde entonces se dedicó a meter a mi hermano en más problemas constantemente.

Cuando Henrik me contaba las humillaciones que los hijos de Adrien Cash le hacían pasar, me llenaba de una rabia apoteósica. Y me enfurecía mucho más que Henrik dijera que debía aguantarlo porque el dinero que ganaba nos ayudaba de una forma difícil de conseguir con cualquier otro trabajo. Y en verdad nos había ayudado. Habíamos alquilado una casita en un sitio mejor y logramos empezar a pagar el tratamiento de mamá, e incluso se hicieron planes para que yo asistiera a una escuela privada.

Pero yo no quería ir a ninguna estúpida escuela privada. Lo que yo quería era ir a visitar a Henrik, ver con mis propios ojos a ese tal Aegan, plantarme frente a él y darle un puñetazo en la cara para que dejara de ser tan imbécil.

Pisé la casa Cash un mes antes de que Henrik murie

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