Deseos rojos (Chasing Red)

Isabelle Ronin

Fragmento

cap-1

1

Kara

Estaba a punto de cometer un terrible error.

No iba a ser la primera vez que sucedía ni tampoco sería la última. Sabía por qué no debía seguir adelante, lo sabía muy bien. Conocía perfectamente el dolor de las consecuencias de lo que me disponía a hacer, pero eso no me detuvo.

Cerré los ojos, conté hasta tres en silencio e inspiré profunda y pausadamente. Y entonces me llevé a la boca un pedazo de la lasaña vegetariana con queso que servían una vez a la semana en la cafetería de la universidad.

—Aaah... —suspiré, extasiada, mientras paladeaba el sabroso y adictivo queso cremoso y las esponjosas láminas de pasta. Era mi recompensa: esa semana había sido una buena ciudadana y me merecía...

—Pero ¿qué haces?

Abrí los ojos de golpe. Mi mejor amiga, Tala, con su poco más de metro y medio de estatura, estaba de pie ante mí con un gesto de decepción en su bonito rostro. Dejó sus libros sobre la mesa, tiró su mochila en el suelo, apartó una silla y se sentó.

Le sonreí con malicia y me llevé otro bocado de lasaña a la boca.

—Te recuerdo que eres intolerante a la lactosa —puntualizó mientras me observaba masticar extasiada.

Pero su advertencia fue inútil. Me lamí el queso caliente de los labios, di otro bocado y gemí de placer.

—He tenido una mañana horrible en el trabajo. Me merecía esta maravilla llena de queso.

—Ahora estás muy contenta —continuó. Abrió su mochila y sacó una fiambrera cuadrada de color rosa cubierta de imágenes de gatitos. Cuando la abrió, el aroma de las especias inundó el aire—. Pero ¿te acuerdas de lo que pasó la última vez, en el seminario del profesor Balajadia?

Hice una mueca.

—Me he tomado las pastillas.

Ella negó con la cabeza, sacó una servilleta de papel de su mochila y la desdobló. Dentro tenía una cuchara y un tenedor; siempre usaba ambos cubiertos para comer.

—Ya sabes que no te funcionan.

La fulminé con la mirada.

—Me estás estropeando el momento. ¿No vas a calentarlo en el microondas? —Señalé su fiambrera con el tenedor. Ese día tocaba carne en adobo con arroz.

Me miró avergonzada.

—¿Para que me denuncien? No, gracias.

Puse los ojos en blanco. Para demostrarle lo mucho que la quería, pospuse mi cita romántica con la lasaña, cogí su fiambrera y me fui directa hacia el microondas. Solo había tres personas en la cola. Bingo.

La madre de Tala siempre le preparaba la comida, que normalmente consistía en arroz y carne. Cuando la calentaba en el microondas, despedía un olor tan penetrante que impregnaba toda la sala. La primera vez que había utilizado el microondas de la cafetería del campus la gente se había quejado de que el olor de su comida se les quedaba pegado a la ropa. Nunca lo volvió a utilizar.

Pero, al fin y al cabo, estábamos en la cafetería. ¿Dónde iba a calentarse la comida si no? ¿Bajo el sol? No quería que se sintiera mal. La gente tendría que aguantarse.

Había conocido a Tala durante el primer año de universidad. Estábamos en la misma clase de contabilidad. Una de nuestras compañeras hizo un comentario desagradable sobre el sobrepeso de Tala y yo... reaccioné en consecuencia. De eso ya hacía dos años y todavía éramos amigas, así que debía de ser una amistad verdadera. Ella era una de las mejores personas del planeta Tierra.

Cuando llegó mi turno, metí su comida en el microondas durante dos minutos. Treinta segundos más tarde, el aroma penetrante de las especias y la carne flotaba en el ambiente. Podía oír las quejas de la gente detrás de mí, así que los fulminé con la mirada, desafiándolos a decirme algo.

Como nadie se atrevió a decir nada, me volví y me quedé mirando el microondas. Cuando faltaban dos segundos para que terminase, lo abrí de golpe, como si me fuera la vida en ello. Odiaba los pitidos que emitía cuando el contador marcaba cero.

¿Por qué no podía ser un único pitido? ¿O una canción pegadiza?

Apreté el botón para dejar el contador a cero, me bajé las mangas para taparme las manos y no quemarme con la fiambrera y volví a la mesa.

—No es tu querido Gaspard Ulliel, pero bueno —bromeé. Estaba obsesionada con ese actor francés—. Que lo disfrutes.

Ella se rio.

—No pasa nada, estás perdonada. —Abrió su fiambrera con cuidado—. ¿Te acuerdas de aquel estudiante de arquitectura tan mono del que te hablé? Esta mañana hemos compartido un momento especial. ¡Me ha mirado! —dijo con entusiasmo—. Creo que le dejaría hacerme un bebé.

—¿En serio? —Alcé una ceja—. ¿Como al estudiante de enfermería con el que quieres casarte en Las Vegas? Serás adúltera...

Se echó a reír y me tiró un poco de arroz.

La cafetería se estaba llenando con rapidez. Algunos estudiantes nos miraban, calculando el tiempo que tardaríamos en comer para poder ocupar nuestro sitio en cuanto nos levantáramos. Mi mirada se cruzó con la de uno de ellos y esbocé una sonrisa que decía: «Te entiendo».

—Con la indecente cantidad de dinero que tenemos que pagar para la matrícula, podrían permitirse construir una nave espacial como cafetería, ¿no crees? —dije, mirando la mesa coja y las sillas de plástico naranja con desdén.

—Pues sí. Y no te olvides de unos alienígenas muy sexis como camareros. —Se metió una cucharada de arroz en la boca—. Ya sabes, ¿no? Naves espaciales, alienígenas... Pero alienígenas muy sexis —añadió entre risas. Antes solía ofrecerme comida, hasta que le dije que no comía carne—. ¿Cómo te va, ahora que has vuelto a la universidad?

—Bien —respondí.

En casa el dinero siempre había sido un problema, y lo seguía siendo, así que había dejado de ir a la universidad durante un año para ayudar a mi padre con los gastos. Mi amor eterno por la ropa y el maquillaje no contribuía a mejorar la situación, pero tenía claras mis prioridades.

Tenía dos trabajos de media jornada —era dependienta en el taller mecánico de mi padre, en el que trabajaban mi hermano y él, y cajera en una cafetería los fines de semana— y uno de jornada completa en un asilo. Había tenido que dejar ese último trabajo al volver a la universidad.

—Me ha costado un poco aclimatarme —añadí con sinceridad mientras me debatía entre lamer el plato o no—. Pero ya me acostumbraré. Voy a una de las optativas de nivel avanzado que ofrecen para estudiantes de segundo y tercer curso.

El trimestre apenas había comenzado, pero ya sentía que tenía mucho que hacer para ponerme al día. No me molestaba ir a la universidad, pero tampoco era lo que más me gustaba en el mundo. Hay gente que sabe desde el principio lo que quiere hacer con su vida. Pues ¡felicidades! No me caéis bien.

Y, si tengo que ser sincera, os haría una reverencia.

Yo no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida... todavía. Así que, como cualquier futuro universitario pragmático e indeciso, me había apuntado a Empresariales. Cuando me graduase, tendría muchas oportunidades para trabajar en cualquier campo.

—Eso es genial, genial —respondió mi amiga, mordiéndose el labio.

La observé durante unos segundos. Ya sabía lo que iba a pasar a continuación. Tala aseguraba ser vidente.

Yo no creía en esas cosas, pero tampoco era totalm

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos