Mala influencia

Fragmento

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1

Reese

Mis pies se deslizan por el escenario al ritmo de la música de Para Elisa, de Beethoven. Los focos me iluminan recreando mi sombra danzando en el suelo y el público guarda silencio. Siento la música entrar en mi cuerpo y dirigirlo como si de una marioneta se tratara. Hago al pie de la letra todos los pasos, concentrándome bien en no fallar ni en el más mínimo movimiento. Y por fin llega el momento del último salto, el cual he estado ensayando durante muchos meses. Me impulso sobre mi pie derecho y lo realizo con la máxima precisión, sintiendo el alivio inundarme el pecho al instante. El público se levanta de sus asientos para aplaudirme animadamente.

Tengo la respiración acelerada y aún sigo nerviosa, pero lo importante es que lo he conseguido. No puedo evitar dibujar una sonrisa en mi cara, a pesar de que aún esté temblando entera. Ha sido mi primer espectáculo delante de tanta gente y realmente me siento orgullosa de mí misma.

La música ya ha dejado de sonar. Me acerco al borde del escenario y hago una reverencia al público. Sonrío de nuevo.

Dios, no me lo puedo creer, ¡de verdad lo he hecho!

Alguien tira pétalos rojos y los veo revoloteando a mi alrededor mientras escucho los aplausos y las ovaciones. Todo es perfecto.

La verdad es que no me veía capaz de hacerlo, he bailado ballet desde que era una niña, pero nunca yo sola, siempre sin destacar, entre las demás chicas. Tengo pánico escénico, así que representar el papel principal de una de las funciones más grandes en el ballet ha sido un logro para mí.

Pero algo cambia de repente, la gente empieza a murmurar y a gritar, mirando hacia la parte superior del escenario, y el ambiente se vuelve tenso. Cuando menos me lo espero, alguien de la primera fila grita dejándome desconcertada.

—¡Cuidado!

Todos ahogan un grito y se escuchan exclamaciones de todo tipo.

No tengo ni idea de lo que está pasando. ¿Por qué está todo el mundo alarmado? La gente se levanta de sus asientos, mirándome. Supongo que es porque sigo aturdida, pero no sé cómo reaccionar.

Entonces dirijo mi mirada hacia arriba. Un foco está a punto de caer sobre mí y mi cuerpo no reacciona. No tengo escapatoria. La cuerda del foco se suelta sin darme tiempo a apartarme y cierro los ojos con fuerza, esperando lo peor.

De repente, siento algo chocar contra mí y unos brazos fuertes rodean mi pequeño cuerpo, tirándome al suelo. El hombro y la cadera frenan el impacto y me encojo, alguien está encima de mí. Mantengo los ojos apretados con fuerza mientras escucho un gran estruendo y un cristal estallando en miles de pedazos. El foco ha caído al suelo del escenario, justo donde yo estaba.

Casi muero.

Quien sea que me acaba de salvar la vida se levanta de encima de mí y me obligo a abrir los ojos. Desde el suelo, veo a un chico caminar de espaldas a mí, hacia el lado contrario del escenario.

—¡Espera! —le grito con la esperanza de verle la cara.

Quiero saber quién es. Pero no se gira.

Y de un momento a otro, me veo rodeada de un montón de gente que entorpece mi vista. Mis amigos, los profesores y gente que no conozco. Pero estoy tan aturdida que ni siquiera sé lo que me están preguntando, solo observo a ese joven desaparecer entre el telón del escenario mientras noto los párpados pesados y mis oídos pitar levemente.

—Todo el instituto está hablando de ti, Reese —dice una chica de primer curso que comenzó a ir con mi grupo hace poco. Ariadna creo que se llama.

Estamos sentadas en las mesas de fuera de la cafetería, en el patio. Hace un calor de muerte, ya que apenas corre el aire, pero por suerte el árbol que adorna el jardín nos brinda un poco de sombra. Siempre tenemos los mejores sitios en la hora del descanso.

—¿Es que no lo hacían ya antes? —digo con algo de sarcasmo. No me malinterpretéis, pero no es una novedad escuchar mi nombre en boca de la gente. Soy la hija del director, vengo de una familia bastante adinerada, soy bailarina, salí con el quarterback y tengo muchas amigas. No podría pedir más, pero si juntamos todos esos factores, el resultado te convierte en alguien popular. Muy a mi pesar.

—Pues ahora más. Eres una heroína para todos.

Frunzo el ceño, realmente confundida.

—¿Por qué?

—Porque has sobrevivido, nena —contesta Lily, mi mejor amiga. Ella es en la única en la que de verdad confío. En este sitio nunca se sabe si la gente quiere acercarse a ti por lo que se dice de ti o por lo que de verdad eres, y eso solo se demuestra con el tiempo. Sin embargo, me molesta que piense igual que el resto. A la mínima cosa que hago, todo el mundo le da más valor del que tiene, y aunque parezca difícil de creer, odio esa sensación. Me hace sentir inútil.

Una brisa de aire caliente nos golpea y todas comenzamos a hacernos una cola de caballo casi al mismo tiempo. Yo me la hago altísima, ya que tengo mucho pelo y, si no, se me acaba cayendo.

—Pero yo no he hecho nada. Alguien me ha salvado —digo, cansada de escuchar los estúpidos rumores.

Todas permanecen calladas, esperando a que continúe hablando y diga quién es. Pero no puedo hacerlo, porque ni siquiera lo vi.

—¿Quién fue? —pregunta Karol, otra de mis amigas, al ver que no digo nada. Me extraña que casi nadie viera a aquel chico. Es raro sabiendo que en ese momento todas las miradas estaban puestas sobre mí y que debió de ser alguien que viene a este instituto. Porque, si no, no me explico qué hacía allí.

—No lo sé —murmuro, levantándome de la mesa y tirando la manzana a la papelera—. Lo siento, chicas, pero estoy muy cansada, creo que me iré a casa.

Ellas asienten con la cabeza. Recojo mi mochila del suelo y me la cuelgo sobre un hombro, después me despido de todas con un beso y decido ir a avisar a mi padre.

Los pasillos están vacíos, al ser la hora del descanso todos los alumnos están almorzando en la cafetería o en el patio, y siento un vacío a mi alrededor poco habitual, pero me gusta. Observo los rayos del sol veraniego entrar a través de las cristaleras y disfruto del silencio. Necesitaba estar sola. Ha sido llegar de la enfermería y todo el mundo me ha bombardeado a preguntas.

Cuando llego a su despacho, toco dos veces a la puerta antes de entrar.

—¡Adelante! —contesta desde el otro lado.

Paso dentro de la sala y lo encuentro hablando por teléfono. Puedo notar enseguida que está de mal humor. Tiene el aire acondicionado puesto, lo que supone un gran alivio físico para mí, ya que fuera hace demasiado calor.

—No tienes ni currículum, no puedes pedir un trabajo así como así —dice enfadado—. Déjate de tonterías y ven ahora mismo a mi despacho —vuelve a hablar, bajando esta vez el tono de voz. Observo su mesa, está tan llena de papeles que apenas se ve el cartel donde pone Sr. Russell—. Espero que lo hagas, porque ya conoces las consecuencias.

A continuación, cuelga y suspira.

—¿Quién era? —pregunto intrigada, sentándome en el sofá de cuero negro que hay a la derecha del despacho.

—Nadie importante, cariño —contesta, y después se acerca a mí, dejándome con la duda—. ¿Cómo estás?

—Llevo un día muy duro —digo sinceramente. Normalmente, odio ser el centro de ate

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