Malas impresiones (Siete noches 1)

Alys Marín

Fragmento

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Capítulo 1

Temida invitación

«Yo me siento único, soy valioso e increíble». Es lo que me repetía mi madre para que lo utilizara como un mantra desde pequeño, para demostrar que importaba más el interior que cualquier exterior.

No soy guapo, ni alto, ni deportista, ni un jugador. Solo soy yo, Fernando Muñoz. Un joven que cree haberse endurecido tras los que algunas personas han llamado travesuras de críos, pero yo llamo acoso. Su verdadero nombre.

Por eso desconfío de todo aquello que llegue, primero, con amabilidad. Por ejemplo, la invitación a la fiesta de mis futuros compañeros. Estoy receloso, aunque tuve el placer de conocer a algunos de los alumnos, y resultaron agradables y abiertos. Esperaba desprecio o superioridad. Sin embargo, se comportaron hasta cuando la directora se fue y pudimos hablar un poco sobre nosotros. Los que me presentaron fueron jovenzuelos de distinto sexo, etnias y personalidades.

No tengo intención de rechazarla por educación, aunque tendré precaución y protegeré mi espalda. Para tener confianza debo ir acompañado de mis guardaespaldas, que no son otros que mis mejores amigos. Camaradas que poseo desde pequeño, ya que viven en el mismo bloque de pisos del barrio. Jugábamos juntos en el diminuto parque, tan antiguo y descolorido, en el que algunos mayores fumaban o se burlaban de todos los críos.

Mis compañeros de travesuras no son otros que Goliat Soto, un jovenzuelo simpático y agradable. Su rostro representa lo opuesto: parece que es serio y que se encuentra enfurruñado, con esos rasgos rectos en esa tez clara de negras cejas gruesas y ojos oscuros.

En su lugar, Vanessa Díaz parece lo que es: una joven divertida y alocada, con sus facciones grandes, de cabello rubio y piel tostada. Yo soy el más bajito de ellos, con tez paliducha, pequeños ojos verdes, cuerpo delgado comparado con esa consistencia de deportista de mi amigo. Mi semblante es más peculiar, y me quedo con que la belleza no es la que marcan las revistas, sino los ojos.

Espero junto a mi motocicleta con las defensas en negro y que, por su apariencia, te las encuentras mejores en el desguace. Pero, al ser un regalo de mi padre, la cuido como si fuera nueva. Aun así, funciona de maravilla. Suena hasta en china, aunque así es mejor; me escuchan venir.

En cambio, la moto de Goliat es más nueva porque, cada vez que ha trabajado, la ha arreglado y mejorado. La suya es blanca y brilla tanto que solo crea sombras en la mía.

Es costumbre para mí aguardar a mis amigos, ya que Vanessa es muy perfeccionista, concienzuda y cabezona. Si algo no sale como le gusta, se enfada. Así, pues echo un vistazo a mi ropa, vaqueros azules y camisa de botones blancos. Mis zapatos no son los mejores; no obstante, no tengo nada en condiciones, ni del nivel para codearse con personas a las que, por mucho que me esfuerce, no conseguiré igualar en cuanto a la vestimenta, debido a la altura que exige su clase social.

Los oigo hablar sobre la fiesta, por eso preveo que van a salir dentro de unos segundos por la puerta del portal. Ella, con un vestido muy casual y botines. Él, en ropa deportiva. Es su estilo el ir cómodo; si no, no quiere ir a ningún lado. Un saludo rápido, como si no nos hubiéramos visto hace unas horas, y emprendemos el camino hacia la parte rica de la ciudad.

En el ambiente, en las calles y en la pulcritud, se nota la diferencia entre clases. La dirección nos guía hasta una urbanización en la que tengo que enseñar mi documento de identidad y esperar la validez por parte del anfitrión. Por lo que recuerdo, es un chico llamado Adam y es muy amable.

Unos minutos después, nos permiten proseguir y recorrer esas calles desiertas con lujosas casas independientes, que con tranquilidad pueden ocupar un bloque de pisos en el que viven miles de familias y no tan solo una. No mentiré al decir que me fascina que sean diferentes, bonitas y que desborden riquezas inimaginables.

Aparcamos frente a una casa moderna, con paredes azul piedra y acristalada, lo que te impide ver el interior. Hay alboroto entre las paredes, ya que se escucha débil desde esta distancia.

El amplio jardín a los pies de la mansión nos ofrece un camino por seguir que se divide en un punto como un río. Desciendo de mi vehículo mientras lucho con la correa del casco, y mis amigos reaccionan a su manera.

Vanessa, de la emoción, se arranca el casco antes de inclinarse para acomodar su cabello, al mirar su reflejo en el espejo retrovisor. En cambio, su pareja, con calma, se ocupa de guardarlos en el hueco bajo el asiento. Yo la imito antes de aplanar mi cabello con mis manos. Estoy muy inquieto por, si sale mal, haberlos arrastrado.

Sin meditar más, con un movimiento de cabeza, les indico que me acompañen hasta la puerta. Permanecemos en el camino principal, hacia la colosal puerta de madera oscura. Se unen otras emociones en mí, para debilitarme más, como la inseguridad y la angustia.

Es otra presión añadida querer una relación agradable con mis compañeros para que el último año de instituto no se convierta en un infierno. Porque es claro que serán cautelosos también conmigo, por ser el intruso, el nuevo, el desconocido.

Algunos sentirán que puedo ser una amenaza o un incordio; aun así, no es cierto, y es que no poseo ese poder. Nunca he sido un líder, ni una persona con iniciativa, solo con ganas de vivir en paz. Que la vida siga su curso natural, sin desvíos ni presas. Solo crecer, ir a la universidad, trabajar y construir una vida fuera de los centros de estudio. Adiós, exámenes; adiós, adultos que deban decirme qué hacer o cómo comportarme, y hola, independencia.

Por esa sencilla razón me obligo a esforzarme por ser amable y molestar lo mínimo posible. Y como un idiota busco el timbre, así que termino por tocar con mis nudillos. Como si esperaran detrás, se abre de pronto, lo que me sorprende y me provoca que retroceda un paso. Aunque me asombra más cómo se mueve de una forma extraña, sin bisagra a los laterales, sino en los mediales de arriba y abajo.

Suponía que quien vendría a recibirme sería el anfitrión, es decir, Adam, ya que es su hogar. En su lugar, aparece una joven de precioso y largo cabello castaño ondulado hasta la cintura, que embellece el rostro del color del café, manchado con pecas oscuras en sus mejillas. Sus ojos, redondos y verdes, son tan bonitos como sus gruesos labios. Además, es una chica alta y con un cuerpo bien proporcionado, con un estilo muy casual con mallas rosa pálido, sudadera negra con la palabra «Human». Y unas zapatillas negras. En resumidas cuentas, es preciosa.

Mi corazón golpea fuerte contra mi pecho ante la enorme sonrisa que esboza como si me reconociera, y me siento culpable por no corresponder. Se echa a un lado y, con un movimiento de mano, nos invita a entrar a ese espacioso rellano de techo alto y decorado con madera oscura y metal. Solo una triste y solitaria planta enorme pegada a una pared es lo único que aporta algo de color.

—Es genial que ya hayas llegado, Fernando —dice con una alegría que parece verdadera—. No me recordarás, ya que ese día te agobiamos con tantas presentaciones. —Da en el clavo enseguida—. Soy Helena Cortés. —Con un desparpajo espontáneo, me da un beso ligero en mi mejilla y, al apartarse, inclina su cabeza a un lado—. Traes compañía,

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