Mis ganas ganan. Nadie nos ha prometido un mañana, vive el presente

Elena Huelva

Fragmento

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Prólogo

Energía magnética

Elena, mi hermana, es una de esas personas que, como yo digo, tienen energía magnética. Ella te baila, te juega, te abraza... te engancha a su energía.

La verdad es que ella siempre ha sido así desde pequeña. Ha cambiado a raíz de su enfermedad, sí, pero siempre ha tenido la capacidad de disfrutar de cada segundo; de no importarle el pasado, pero tampoco el futuro, solo el presente; de saborearlo, de exprimirlo... porque ese segundo pasa y no vuelve más.

Yo he visto a mi hermana sufrir mucho, pero la he visto disfrutar aún más. Y esto es fuerte, sí, pero es así. He visto a Elena y a niños y niñas con cáncer en el hospital disfrutar. Disfrutar incluso más que personas que por suerte nunca han pisado un hospital.

Pienso siempre en que esta experiencia va a hacer feliz a mi hermana cuando se cure para siempre; sé que va a ser plenamente feliz.

Su lema «mis ganas ganan», que da título a su libro, puede aplicarse a cualquier cosa de la vida realmente, porque con ganas todo se gana. Y es así. Con su libro podéis ver la esencia de Elena, cómo vive la vida, cómo cada obstáculo lo ve como un aprendizaje y una buena noticia como una celebración, y cómo se permite caer, pero para coger impulso.

Este libro va de eso, de la vida, de VIVIR la vida, de no tener miedo, de disfrutar; de reír, también de llorar, pero sobre todo, del verdadero significado que tiene la vida, lo único que tenemos asegurado: el presente.

EMI HUELVA

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Capítulo 1

Cuando el cáncer llegó a mi vida

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¿Cuál es el peor regalo que habéis recibido? Es una pregunta fácil. Todo el mundo ha recibido un regalo terrible al menos una vez en la vida. Hay distintos grados de regalos terribles, desde «gracias por pensar en mí, pero esto no me va» a «esto da mucho asco de verdad».

¿El peor regalo que he recibido yo? Un tumor de diez centímetros en la pelvis, el mes de enero de mis dieciséis años.

Sé que en las películas y en las series siempre se dice lo mismo y que puede sonar un poco cliché, pero al menos en mi caso es la verdad: antes del diagnóstico tenía una vida de adolescente de lo más normal. Mis padres, Manuel y Emi, estaban separados, y mi hermana mayor, que también se llama Emi, vivía en Madrid. Yo había repetido tercero de la ESO y tenía varios grupos de amigos, aunque las personas más importantes para mí eran mis cuatro mejores amigas de toda la vida: Ana, Marta, María Dlr y María L.

¿En enero de 2019, sin embargo? En enero de 2019 fue como si alguien me hubiese cogido de las muñecas y me hubiese dado un giro de 180 grados. El diagnóstico tenía nombre y apellidos (sarcoma de Ewing) y mis padres se enteraron un poquito antes que yo, el día 3 de enero. Hasta que fuimos al oncólogo, tuvieron que poner cara de circunstancias, por decirlo de algún modo, y actuar como si no pasara nada. Yo me olía algo, claro, porque llevaba seis meses con un montón de dolores, aunque el cáncer es una de esas cosas que piensas que va a pasarle a los demás, no a ti. Pero algo sospechaba, sobre todo el día de la biopsia.

Así empieza todo...

La noche anterior a la biopsia, estaba en el salón con mi madre, viendo la tele e intentando no pensar en la prueba (lo que, por supuesto, solo hacía que pensase más en la prueba). Mi madre se levantó. No sé si lo oyó antes que yo o si fue casualidad, porque un segundo más tarde escuché un ruido terrible que venía del patio. Un sudor frío me bajó por la espalda.

«Con la suerte que estoy teniendo últimamente, a ver si nos van a entrar a robar justo hoy», pensé, pero no.

Había una chica delgada, con una melena larga y oscura, al otro lado de la puerta de cristal. ¡Mi hermana Emi! Cuando entró, me eché a llorar. Creo que tenía las emociones por las nubes y aquello fue la gota que colmó el vaso, porque no me pude contener. Me abracé a ella y la dejé empapada, a la pobre. Simplemente no tenía ni idea de que iba a estar ahí para la biopsia, y su presencia me animó muchísimo.

—¿Y tú aquí? —le pregunté, tratando de recomponerme.

Emi se encogió de hombros.

—¿Cómo que «y tú aquí»? Pues vengo a ver a mi hermana, claro. ¿Acaso es un crimen?

Sonreí.

—No, claro que no. ¡Si me alegro un montón de que estés aquí!

—Bien —dijo, sentándose en el sofá—. ¿Y qué estáis viendo...?

Por aquel entonces, Emi tampoco lo sabía. No se lo contaron hasta el día siguiente, mientras a mí me operaban. Se suponía que tenía que entrar en el quirófano a las cuatro, pero no lo hice hasta eso de las nueve, y fue en ese momento cuando mis padres y mis tíos le dieron a Emi las malas noticias: su hermana pequeña tenía cáncer.

Así que al final yo era la única que no lo sabía. Aunque las enfermeras y todo el personal fueron muy cariñosos conmigo, no podía evitar sentir un miedo horrible. La sola palabra biopsia ya da muchísimo miedo; suena demasiado a cáncer, al menos a mí. Durante la biopsia, te quitan un pedacito del tumor para analizarlo en el laboratorio y determinar si lo que tienes es benigno o maligno. Por supuesto, muchas biopsias acaban con un final feliz y sin cáncer, pero en las series y en las películas nunca te hablan de esos casos, así que estaba tan nerviosa que todo mi mundo parecía temblar.

Además, mis padres no son tan buenos actores.

18 de enero

Excepto en las plantas de pediatría, que suelen ser más coloridas, todas las salas de los hospitales son bastante parecidas. Blancas o de tonos neutros, sin demasiadas distracciones que te permitan pensar en otra cosa. No sé, a lo mejor está hecho a propósito.

Es en una sala así en la que me dicen que tengo cáncer. La persona encargada de darme las noticias es Nacho, mi oncólogo. Nacho es un hombre grandullón y muy sonriente, la perfecta caracterización del bonachón con el corazón más enorme del mundo.

—A veces, sin ningún motivo aparente, algunas de las células de nuestro cuerpo se descontrolan y se transforman en células malas —me explica Nacho, serio pero con un aura clara de tranquilidad; da la sensación de que ha dicho frases parecidas muchas veces antes a lo largo de su vida, y supongo que es así realmente—. El problema es que estas células malas no dejan de reproducirse, y eso es lo que crea masas.

Trago saliva. Ni Nacho ni mis padres han pronunciado la palabra «cáncer» aún, y eso me está volviendo loca. Biopsia, tumor

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