Sana sin esfuerzo

Dr. Joseph Mercola

Fragmento

Sana sin esfuerzo
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Introducción

Tal vez pienses que siempre me he dedicado a la salud, pero no es así. Me crié comiendo postre después de cada comida, donas, pastelillos, frituras y helado. Dicho de otro modo, crecí comiendo la típica dieta estadounidense. Mis padres hicieron su mejor esfuerzo por alimentarnos con comida casera, pero entonces no se sabía tanto como ahora sobre nutrición. Como resultado, cuando estaba en bachillerato, casi la mitad de mis dientes tenían caries y mi rostro y espalda estaban tapizados de acné. Igual que muchas otras personas en la actualidad, estaba yendo en contra de mi cuerpo y no fluyendo con él en la misma dirección.

Es un comienzo curioso para alguien que terminaría siendo uno de los principales defensores del uso de la comida como medicina. No obstante, mis experiencias me impulsaron a ayudar al individuo promedio, el cual está habituado a comer cualquier cosa que sepa bien y lucha contra afecciones crónicas, pero nunca ha unido estos dos puntos.

Durante las últimas tres décadas he tratado a más de 25 000 pacientes en consulta médica, he revisado diligentemente gran variedad de enfoques nutricionales, he escrito dos libros que han sido éxitos de ventas según el New York Times y creé el portal de salud natural más visitado del mundo, el cual está dedicado a educar a los lectores sobre métodos comprobados para mejorar su salud. En la actualidad, Mercola.com llega a 25 millones de lectores cada mes.

La cualidad más responsable de mi camino a convertirme en defensor de la nutrición de alta calidad es mi amor por la lectura. Lo que me llevó a emprender este viaje fue un artículo publicado en 1968 en la revista Parade, el cual reseñaba el libro más reciente del doctor Ken Cooper: Aerobics. En esa época casi nadie se ejercitaba de forma regular. (Cuando yo salía a correr en las calles de Chicago la gente me lanzaba piedras y latas porque asumían que debía ser un criminal que estaba huyendo de la escena del crimen.) Leí el libro del doctor Cooper e hice un compromiso duradero con la salud y la forma física que ya tiene casi cinco décadas. Como es de esperarse, mi perspectiva ha ido evolucionado con el tiempo. De hecho, ya no soy un devoto creyente de lo que ahora conocemos como cardio, sino todo lo contrario. Pero ya lo explicaré a detalle más adelante.

En ese entonces la práctica médica no era uno de mis intereses. Entré a la universidad a estudiar ingeniería y me cambié a medicina poco después. En esos tiempos mi acercamiento a la medicina era muy tradicional, pues durante seis años antes de especializarme como médico trabajé como aprendiz de farmacéutico. Disfrutaba ese empleo y creía que los medicamentos que ayudaba a formular eran una solución benéfica para los problemas de salud de nuestros clientes.

Ese adoctrinamiento continuó durante mi formación en la Facultad de Medicina, aunque la diferencia entre la tendencia médica dominante y yo empezaba a hacerse notar; mis colegas me apodaron Doctor Fibra por mi dedicación a estudiar la fibra y su relación con la salud intestinal. (Mi conocimiento sobre los verdaderos responsables de la salud intestinal ha seguido evolucionando tras muchos años de estudio e investigación, pero ya te contaré más junto con el Sexto pilar de la salud.)

Como médico familiar, me pagaban por dar conferencias en nombre de las empresas farmacéuticas y volaba por todo el mundo financiado por ellas para alabar las virtudes de la terapia de remplazo de estrógenos.

Durante mis primeros años como médico privado me enfoqué en el tratamiento de la depresión, por tratarse de una afección tan poco diagnosticada. El sufrimiento de las personas era palpable, pero yo no conocía otro tratamiento que no fuera con medicamentos. Miles de pacientes míos se iban llenos de esperanza de sanar gracias a que llevaban una receta firmada por mí. En ese tiempo no sabía que había un mejor camino.

Entonces ¿cómo hice la transición a la medicina naturista?

A mediados de los ochenta leí The Yeast Connection, un revelador libro del doctor William Crook, en donde se describían recuperaciones milagrosas en pacientes a los que trataba por crecimiento excesivo de levaduras. Reconocí en mis propios pacientes muchos de los síntomas que él describía. En ese punto, ignoré las recomendaciones alimenticias de Crook y sólo utilicé los medicamentos antimicóticos que él recomendaba como parte del tratamiento. Como era de esperarse, fracasé sin remedio. Sin embargo, a comienzos de los años noventa releí el libro y, como ya era un poco más sabio, esa vez seguí las recomendaciones alimenticias al pie de la letra. Funcionaron de maravilla, con lo cual abrí los ojos al poder de los alimentos —y no de los medicamentos— como medicina. Cuando empecé a asistir a congresos médicos me di cuenta de que había una amplia red de médicos que utilizaban terapias naturistas para tratar a sus pacientes.

Al implementar estas nuevas habilidades a mi práctica médica me entusiasmó observar que muchos de mis pacientes se sentían mucho mejor con los cambios alimenticios y de estilo de vida. Me convencieron tanto estos resultados que decidí cambiar mi enfoque clínico hacia la medicina natural y me negué a recibir pacientes que no estuvieran dispuestos a embarcarse en la aventura de enfrentar las causas fundacionales de su enfermedad.

Esto representó un gran desafío económico, además de que era el único médico en mi consultorio, por lo que terminé perdiendo 75% de mis pacientes. Sin embargo, como ocurre con la mayoría de las decisiones de vida que se toman por las razones correctas, al final todo salió bien, y pronto mi consulta estaba llena de pacientes que llegaban recomendados por otros pacientes a los que les había ido muy bien. Con el tiempo empecé a recibir pacientes de todas partes del mundo.

Fue un cambio radical en mi visión de mí mismo, de sanador capaz de administrar los medicamentos que “arreglarían” la salud de un paciente a educador capaz de ayudar a la gente a aprender el poder de la sanación. Tu cuerpo está diseñado para estar sano sin medicamentos. Si le das lo que necesita para prosperar, por lo regular se regenerará a sí mismo sin necesidad de intervenciones externas. Esta tendencia restauradora interna es lo que yo llamo “sanar sin esfuerzo”.

Ese giro —para darles a las personas el conocimiento para sanarse a sí mismas— se convirtió en el hilo conductor de mi práctica médica. Junto con mi pasión por investigar y separar la verdad de la propaganda, aquel deseo me llevó a ser una de las primeras fuerzas de cambio en varios ámbitos de la salud que se han vuelto lugares comunes ya: debatir la etiquetación de los organismos modificados genéticamente, eliminar de forma gradual las amalgamas “plateadas” de mercurio en todo el mundo, impedir la fluoración del agua municipal, defender la importancia de la vitamina D en su relación con la buena salud y la prevención del cáncer, así como sostener la importancia de los ácidos grasos omega-3, como el

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