El método No Dieta

Mónica Katz
Valeria Sol Groisman

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Para vos, Camila.

Espero que el mundo que habites se parezca más a ese que soñamos.

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MK

Dedico este libro a mi adorada abuela Betty (Titi).

A todas esas mujeres que aman por muchas razones ajenas al “envase” y que se quieren a sí mismas tal como son: imperfectas, incompletas, insatisfechas, pero sustancialmente únicas. Romi,

vos sos una de ellas, y te admiro.

Por último, este libro va dedicado a mis hijas, Sophía y Lucía, que viven en una época en la que “parecer” posee más valor que “ser”. Ojalá las ayude a encontrar razones válidas para correr el riesgo de pedalear contra las ráfagas de viento.

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VSG

Dedicatoria especial

Diez años después del primer No Dieta, volvemos a dedicar este libro especialmente a todas aquellas personas que se han sometido a innumerables y diferentes dietas; a los que han padecido privaciones, estrés y una sensación de no tener los mismos derechos que el resto del mundo; a los que recuperaron todo el peso perdido o alcanzaron uno aún mayor que el inicial, no sin la frustración y la convicción del “no poder”.

También lo hemos escrito para todos aquellos librepensadores, audaces y de mente amplia que todavía creen que la realidad puede ser distinta y que tener un peso cómodo y saludable es posible sin privarnos del placer primario del alimento.

Y para María Teresa (y todas las “María Teresa” del mundo), que luego de participar de una escapada No Dieta nos abrazó y nos dijo: “¡Gracias por cambiarme la vida!”.

A diez años de No Dieta

Debo confesarte: ¡Estoy muy emocionada! Hace exactamente diez años, sentada frente a una computadora como la que tengo delante en este momento, escribí No Dieta. Puentes entre la alimentación y el placer. El primero de la serie, un libro que no pasa de moda, un long-seller.

Cuando hace algunos años me preguntaron cómo nació No Dieta, reconozco que no lo tenía muy claro. Luego de un tiempo, durante uno de esos largos vuelos que gracias al destino y a mi profesión suelo disfrutar, tomé conciencia de que surgió cuando me atreví a desafiar la práctica habitual de los años ochenta de prohibirles a los pacientes diabéticos los carbohidratos. Recuerdo mi audacia (creo en la medicina basada en la evidencia, pero también en la intuición y la creatividad) de prescribirles chocolate a personas con diabetes y también, su alivio y la evidente mejoría en su autorregulación alimentaria.

Me obsesionaba tratar de comprender por qué tanta gente se embarcaba una y otra vez en dietas extremas, mágicas. No soportaba el relato repetido de pacientes maltratados con dietas pasadas de boca en boca o aquellas indicadas por colegas que seguían creyendo en un paradigma ya perimido.

Venía escribiendo apuntes absolutamente caóticos, con ideas, experiencias con pacientes, preguntas y dudas que ni me animaba a plantear formalmente a mis colegas. En ocasiones me hacían ruido y eso me obligaba a revisar mis creencias. Pero llegó un momento en el que sentí que ya era hora de poner en orden mis propuestas, escribirlas y echarlas a volar. De esos actos y de esas ideas contraculturales nació aquel libro.

Me formé en la era de las dietas y de las verdaderas anfetaminas, esas que hoy ya no se comercializan. Una época en la que todavía creíamos en la magia de los tratamientos para perder kilos, en la velocidad del descenso y en el peso ideal. No pensábamos en las necesidades, los temores o las preferencias de la persona que teníamos enfrente. De hecho, si alguien no adelgazaba, le restringíamos aún más la comida. No por maldad, sino con la inocente —y muy naif— creencia de que el secreto del éxito consistía en ordenarle, decirle lo que debía hacer (como si no supiera nada) para que obedeciera. Comería menos, perdería peso, y todos seríamos felices y comeríamos perdices.

Los tiempos cambiaron… Cuando comencé mi formación, no pensábamos en la unicidad. Tampoco teníamos en cuenta que la consulta de personas con sobrepeso u obesidad debe ser un encuentro entre dos expertos: el profesional y el paciente. Que lo central es educar, empoderar. Porque las decisiones y las elecciones más importantes siempre ocurrirán fuera del consultorio, cuando el paciente se encuentre solo en su casa, frente a la heladera, sentado a la mesa con enormes fuentes de comidas tentadoras, en el mercado o a una cuadra de la panadería.

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