El fin del Alzheimer

Dale Bredesen

Fragmento

El fin del Alzheimer

1

Desmantelar la demencia

No se cambian las cosas combatiendo la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que vuelva obsoleto el modelo anterior.

R. BUCKMINSTER FULLER

Es imposible escapar del martilleo de noticias desalentadoras sobre el Alzheimer: que es incurable y casi del todo intratable, que no hay forma segura de prevenirlo y que lleva décadas derrotando a los mejores neurocientíficos del mundo. A pesar de que las agencias gubernamentales, las farmacéuticas y los genios de la biotecnología gasten miles de millones de dólares inventando y probando medicamentos para tratar el Alzheimer, el 99,6 % de lo que hemos inventado tiene fallos abismales y ni siquiera llega a la fase de pruebas. Y, si acaso crees que hay esperanza en ese 0,4 % restante de descubrimientos que ha llegado al mercado —ya que, a fin de cuentas, solo hace falta un medicamento para el Alzheimer que sea efectivo, ¿cierto?—, espera a mirarlo de cerca. En su desalentadora valoración, la Asociación para el Alzheimer afirma lo siguiente: «Desde 2003 no se aprueba un medicamento para tratar el Alzheimer que sea de verdad novedoso, y los medicamentos aprobados para su tratamiento no son efectivos para frenar ni detener el curso de la enfermedad». Aunque los cuatro medicamentos disponibles para el Alzheimer «puedan aliviar un poco síntomas como la pérdida de memoria y la confusión», solo lo hacen «durante un tiempo limitado».

Tal vez estés intentando recordar el último texto que leíste sobre la aprobación de la FDA de algún medicamento nuevo para el Alzheimer. No te preocupes si no lo logras: de los 244 medicamentos experimentales que se probaron entre 2000 y 2010, solo uno —la memantina— fue aprobado en 2003. Como explicaré a continuación, sus beneficios son, en el mejor de los casos, modestos.

Como ya dije, resulta desalentador. Con razón la gente tiene pánico de que se le diagnostique Alzheimer. Un hombre, cuya esposa estaba en medio de la larga despedida cognitiva del Alzheimer, agitó la cabeza, desconsolado, y me dijo: «Nos dicen con frecuencia que se están desarrollando medicamentos para frenar el deterioro, pero ¿quién querría eso? Lo último que cualquier persona querría sería vivir con esto a diario».

El Alzheimer se ha vuelto parte del espíritu de nuestros tiempos. En los periódicos, los blogs y los podcasts; en la radio, la televisión y el cine —tanto documental como de ficción—, leemos y escuchamos historia tras historia sobre el Alzheimer. Le tememos más que a casi cualquier otra enfermedad, y hay dos buenas razones para hacerlo.

En primer lugar, es la única —la única— de las diez causas de muerte más comunes para la que no existe un tratamiento efectivo. Y, cuando digo «efectivo», lo hago con expectativas muy bajas. Si tuviéramos un medicamento o algún otro invento que mejorara, aunque fuera un poco, la vida de las personas con Alzheimer, por no hablar de curar la enfermedad, yo sería el primero en proclamarlo a los cuatro vientos. Lo mismo haría cualquiera con un familiar enfermo de Alzheimer, cualquiera en riesgo de desarrollar Alzheimer y cualquiera que haya desarrollado ya la enfermedad. Pero no existe tal cosa. Ni siquiera hay un tratamiento para impedir que la gente con deterioro cognitivo subjetivo o leve (dos afecciones que suelen anteceder al Alzheimer) termine desarrollando esta enfermedad.

Increíblemente, a pesar del extenso progreso que han experimentado otras áreas de la medicina en los últimos veinte años —pensemos en el VIH/sida o la fibrosis quística o las enfermedades cardiovasculares—, mientras escribo esto no solo no se ha encontrado una cura para el Alzheimer, sino que ni siquiera hay estrategias para prevenir de forma efectiva su desarrollo ni para frenar su avance. Sabemos que los críticos de cine disfrutan burlándose de los programas especiales de televisión y de las películas sentimentaloides sobre niños angelicales, o madres y padres santificados que lucharon con valentía contra el cáncer y, con ayuda de un nuevo tratamiento milagroso, recuperaron la salud antes de los créditos del final. Historias cursis, sin duda. Pero quienes trabajamos en el campo del Alzheimer aceptaríamos la cursilería con brazos abiertos si fuera remotamente posible esbozar un final feliz para esta enfermedad.

La segunda razón por la que el Alzheimer inspira tanto temor es porque no solo es letal. Muchas enfermedades son letales. Incluso se dice en broma que la vida en sí misma es letal. El Alzheimer es peor que eso. Durante años o hasta décadas antes de abrirle la puerta a la Parca, el Alzheimer priva a sus víctimas de su humanidad y aterroriza a sus familias. Los recuerdos, el intelecto y la capacidad de llevar vidas íntegras e independientes se esfuman en una espiral descendiente e imparable que lleva a un abismo mental en el que las personas dejan de ser capaces de reconocer a sus seres queridos, su pasado, el mundo e, incluso, a sí mismos.

La protagonista de la película Siempre Alice (2014), una profesora de lingüística, tiene una mutación genética descubierta en 1995 que provoca que el Alzheimer se desarrolle durante la mediana edad. Probablemente has leído sobre los grandes avances que han hecho los biólogos que estudian el cáncer al descubrir los genes asociados a los tumores y crear medicamentos basados en ellos. ¿Qué hay del Alzheimer? Pues ese descubrimiento de 1995 no ha derivado en el desarrollo de un solo medicamento para tratar la enfermedad.

Hay otra razón por la cual destaca esta terrible enfermedad. Las últimas cinco décadas han estado caracterizadas por grandes triunfos en biología molecular y neurociencias. Los biólogos han descifrado los complejísimos senderos que derivan en cáncer y han encontrado formas de bloquear muchos de ellos. Hemos cartografiado los procesos químicos y eléctricos que ocurren en el cerebro cuando pensamos y sentimos, lo cual ha permitido desarrollar medicamentos efectivos, aunque imperfectos, para la depresión, la esquizofrenia, la ansiedad y el trastorno bipolar. Sin duda falta mucho por aprender y mucho espacio para mejorar los componentes de nuestra farmacopea. Pero en casi cualquier otra enfermedad hay la convicción de que las investigaciones van por buen camino, que se entienden los fundamentos y que, aunque la naturaleza siga lanzándonos curvas, también nos ha revelado las reglas fundamentales del juego. Pero no es así con el Alzheimer.

En el caso de esta enfermedad, es como si la naturaleza nos hubiera dado una lista de reglas escrita con tinta invisible y editada por alimañas malignas que reescriben capítulos completos a nuestras espaldas. Me refiero a que evidencias al parecer sólidas provenientes de trabajo en roedores de laboratorio sugerían que el Alzheimer era causado por la acumulación en el cerebro de unas placas pegajosas e interruptoras de las sinapsis hechas de un fragmento de proteína llamada beta-amiloide. Aquellos estudios indicaban que la proteina beta-amiloide se forma en el cerebro siguiendo varios pasos, y que intervenir en esos pasos o destruir las placas de beta-amiloide* serí

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