Porque eres especial

Alma Gross

Fragmento

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¿Qué tengo yo de especial?

Desde que la pequeña Marie —con su pelo castaño, sus enormes ojos oscuros y su amable sonrisa— empezó primero de primaria, se siente muy mayor.

Al fin y al cabo, llevaba casi un año entero contando los días y esperando ese primer día, con una excitación e impaciencia que eran cada vez ma­yores.

En ocasiones, incluso a ella le cuesta creer que ya lleve ocho meses en la clase de primero C del Colegio Astrid Lindgren y que en pocas semanas cumplirá siete años.

Quizá sea cierto eso que tanto repite su madre: «Cuanto mayor se hace uno, más rápido pasa el tiempo».

Probablemente, en el fondo no sea tan mala idea escuchar de vez en cuando a los adultos y pensar en todas esas cosas que les encanta decirnos en cuanto tienen ocasión.

Efectivamente, habéis calado muy bien a Marie. Para la edad que tiene, da la impresión de pensar mucho en todo lo que ocurre a su alre­dedor. Es tremendamente curiosa y se empapa de todo lo que le parece importante e interesante. Y, como comprende muchas cosas que sus amigos aún no son capaces de entender, sus padres están muy orgullosos de ella.

Sin embargo, desde hace algún tiempo, están preocupados por su hija, a quien quieren más que a nada en el mundo. En infantil y al principio de su primer curso en el cole, Marie parecía contenta y despreocupada. Charlaba sin parar desde que se levantaba a primera hora de la mañana hasta que se iba a la cama por la noche. Y, aunque podía resultar agotadora algunos días, a sus padres les gustaba que Marie les preguntara sin descanso, por­que quería enterarse de todo, hasta del más mínimo detalle. Además, por aquel entonces se reía mucho más, se lo pasaba genial todos los días y contagiaba su adorable sonrisa a todo el que la rodeara.

Pero que Marie esté cada vez más cambiada y más silenciosa no puede deberse al cole. Afortunadamente, no le cuesta aprender y sus profesores siempre hablan maravillas de ella.

Así pues, tiene que ser otra cosa lo que preocupa a Marie. Y, aunque sus padres le den vueltas continuamente al asunto, para ellos sigue siendo un misterio. Por esta razón, esperan a que surja el momento oportuno para hablar con su hija.

Y ese momento llegó ayer. Después de que su madre la recogiera del cole, Marie se puso a comer, nuevamente desganada, mareando los alimentos por el plato.

—¿No te gusta? —le preguntó su madre, preocupada—. Y yo que preparé tu comida preferida pensando que te haría ilusión…

—No…, si está muy rico —le aseguró Marie rápidamente y algo asustada—. Es que no tengo mu­cha hambre. Quizá puedas calentarlo más tarde.

Acto seguido, su madre se secó las manos y se sentó a la mesa de la cocina junto a su hija.

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—Claro, lo haré encantada —le prometió, con una reconfortante sonrisa—. ¿Es que prefieres ir a jugar al parque?

—La verdad es que no —murmuró Marie sin levantar la vista hacia su madre—. Me gustaría irme a mi habitación, a leer y jugar un poco.

Marie seguía con la cabeza gacha, mirando en silencio el plato, cuando su madre apoyó la mano izquierda suavemente sobre el brazo de la niña.

—¿Qué te

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