Academia Unicornio 1 - Sofía y Arco Iris

Julie Sykes

Fragmento

iris-3

–¡Casi hemos llegado a la escuela! —exclamó Sofía al ver un panel justo delante. Las letras rizadas y doradas decían «Academia Unicornio» y al lado había la ilustración de un unicornio blanco como la nieve, con un arco iris encima de su cabeza. Una flecha señalaba un largo camino bordeado de árboles.

—Te echo una carrera por el camino —gritó Harry, de siete años, el hermano de Sofía.

Sofía se moría de ganas de ver la escuela tras cinco horas de viaje, y le hubiera encantado galopar, pero se apeó deslizándose del lomo de su poni gris y peludo, y le dio unas palmaditas en el cuello con cariño.

—Lo siento, Harry, pero Trébol está cansado. No le haré correr.

Trébol, que era viejo y ya no podía andar rápido, metió el morro en el pelo de Sofía en señal de agradecimiento. Los sinuosos rizos de ella resbalaron por encima de su hocico dibujando un bigote. Sofía soltó una risita pero sentía un gran peso en el estómago. Ahora tenía diez años, estaba de lo más contenta por ser lo suficientemente mayor para ingresar en la Academia Unicornio y al fin recibir su propio unicornio. ¡Pero echaría muchísimo de menos a Trébol!

—¿Estás bien, cariño? —preguntó su madre, trotando a su lado. Solitario, su unicornio, era un adulto hecho y derecho, y se veía muy elegante en comparación con el paticorto de Trébol—. Te lo pasarás de maravilla aquí en la escuela, pero imagino que ahora mismo debes de sentirte bastante rara. Acuérdate de ser educada y, por favor, intenta pensar antes de precipitarte.

Sofía sonrió.

—¡Como si yo hiciera tal cosa, mamá!

—Mmm —respondió su madre, alzando las cejas. Después su expresión se suavizó—. Recuerda que todas las demás niñas y niños estarán tan nerviosos como tú. Pero muy pronto os conoceréis.

—Estoy un poco nerviosa por hacer amigos —admitió Sofía—, pero me preocupa más Trébol. —Acarició el cuello del animal—. ¿Crees que estará bien sin mí?

—Estará perfectamente —dijo su mamá—. Se está haciendo mayor y será feliz llevando una vida más tranquila. Harry y yo nos aseguraremos de que reciba montones de abrazos y mimos. No te apures por Trébol, simplemente disfruta conociendo a tu unicornio, establece un vínculo con él y aprended a trabajar juntos para proteger nuestra isla.

A Sofía se le hinchió el corazón. Le encantaba la idea de proteger la isla Unicornio, su hermoso hogar.

—Me pregunto cómo será mi unicornio y qué poder mágico tendrá. Espero que pueda curar como Solitario.

Cada unicornio nacía con un poder mágico particular. Había muchos poderes diferentes y los unicornios jóvenes solían descubrir de lo que eran capaces durante su primer año en la Academia Unicornio.

La madre de Sofía se inclinó para apartarle a su hija un rizo negro suelto que le caía por delante de los ojos.

—Estoy segura de que amarás a tu unicornio al margen de cuál sea su poder.

Sofía se sumió en el silencio mientras recorría a lomos de Trébol el verde túnel de árboles hacia la escuela. Deseaba de veras que su unicornio fuera capaz de sanar. Con magia curativa, tal vez pudiera aliviar algunos de los achaques que Trébol sufría.

El túnel llegó a su fin y Sofía emergió con su poni a la pálida luz de enero. Le embargó la emoción al clavar los ojos en el inmenso edificio de mármol y vidrio con una fuente borboteando delante. Llevaba años soñando con este momento.

—Es precioso.

Apenas podía apartar la mirada de las majestuosas torres de la escuela y los jardines a su alrededor que, cuidados a la perfección, rebosaban de plantas y flores, incluso en invierno. A lo lejos, la mágica agua multicolor del famoso lago Destellos centelleaba con la luz del sol.

—Ojalá fuera lo bastante mayor para venir aquí —dijo Harry con anhelo.

Los alumnos corrían apresurados. Los maestros daban instrucciones. Un grupo de niñas se encontraba al pie de las escaleras de la puerta principal de la escuela. Parecía que acababan de llegar. Sofía respiró hondo. Era el momento. ¡Hora de despedirse de Trébol y de su familia! Estrechó entre sus brazos el cuello del poni mientras enterraba su rostro bañado en lágrimas en su suave crin.

—Adiós, mi querido Trébol. Descansa bien pastando en el campo.

Su madre le colocó una mano en el brazo.

—¿Quieres que te acompañe hasta el grupo?

—No, estaré bien. —Sofía se secó los ojos en la crin de Trébol antes de darles a su madre y a Harry un abrazo—. ¡Adiós!

Sofía se aproximó a las cinco niñas. Le gustaba en particular el aspecto de una de ellas, que llevaba un ramito de nomeolvides azules en la melena negra que le llegaba hasta el mentón, y le ofreció una tímida sonrisa. La niña le devolvió el gesto. Sofía estaba a punto de preguntarle cómo se llamaba cuando una mujer alta se les acercó. Tenía un rostro enjuto y cetrino, y una nariz larga con unas diminutas gafas que descansaban sobre la punta. Una niña de pelo castaño y ondulado caminaba con seguridad a su lado. Sus ojos eran vivos y verdes, y su nariz, larga y delgada justo como la de la maestra. Sofía le sonrió pero la niña le lanzó una mirada fulminante y movió la nariz nerviosamente, como si hubiera olido algo apestoso.

—Niñas —dijo la maestra con rudeza—. Soy la señora Ortigas, vuestra maestra de Geografía y Cultura. Seguidme. Sois las últimas en llegar y la señora Prímula está esperando en el salón de actos para emparejaros con vuestros unicornios. Apresuraos. No os entretengáis.

Sofía acomodó su paso al de la niña de pelo oscuro.

—Hola, me llamo Sofía —susurró.

—Yo soy Ava —respondió la niña. Señaló con la cabeza a la señora Ortigas—. Da un poco de miedo, ¿verdad?

La cabeza de la señora Ortigas se volvió bruscamente. Con su cuello escuchimizado y sus ojos mezquinos parecía una tortuga malhumorada.

—¡No habléis! —espetó.

Ava hizo una mueca a Sofía, que reprimió una risita. Una descarga de felicidad hirvió en su interior. ¡Tuvo la corazonada de que Ava y ella serían, sin duda alguna, amigas!

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