Criada, espía, activista y leyenda: las mil y una vidas de Josephine Baker
Antes (y después) de convertirse en leyenda, Josephine Baker tuvo muchas vidas: fue la niña que trabajaba de criada para tiránicos patrones blancos para aliviar la sangrada economía familiar, la aventurera que cruzó el Atlántico para conquistar los escenarios parisinos, estrella del Folies Bergère, musa de los surrealistas, espía de las tropas aliadas, activista política y madre adoptiva de doce niños de los cinco continentes. Jean-Claude Bouillon-Baker, el quinto miembro de la fraternal tribu arcoíris que alumbró la bailarina más iconográfica del siglo XX, ahonda en la memoria de su madre en «Josephine Baker» (Salamandra Graphic), una excepcional biografía en cómic fruto de su tesón, su investigación y sus recuerdos.
Por Carmen Cocina

Josephine Baker durante una actuación en Londres, Inglaterra. Crédito: Getty Images.
Al cierre de esta entrevista, tras casi una hora de conversación, la periodista que la firma no ha pasado por alto que Jean-Claude Bouillon-Baker se refiere a esa bailarina, activista, filántropa y mujer de rompe y rasga que fue Josephine Baker, alternativamente, de dos formas bien diferenciadas: Josephine y «mi madre». La lógica hace intuir el cuándo y el porqué de esta dualidad, y su respuesta confirma las sospechas: la archiconocida vedette de los años 20 y 30 que estudió, documentó y leyó en incontables libros y fotografías, por un lado, y la que conoció en la intimidad madre-hijo, por otro. La estrella más rutilante e internacional del Folies Bergère, que se codeara con literatos y artistas como Colette, Ernest Hemingway, Man Ray, Luis Buñuel o Le Corbusier y con políticos y activistas como Charles de Gaulle o Martin Luther King y la que lo sentaba junto a sus once hermanos (y varios acicalados chimpancés) a la mesa.
«Fue una mujer peculiar, fruto de la conjunción entre factores personales, históricos y contextuales azarosos, afirma pensativo durante nuestro encuentro en Lovo Bar, el pintoresco club dedicado a la memoria de su madre en el barrio madrileño de los Austrias. El motivo de su visita es la presentación de Josephine Baker (Salamandra Graphic), una biografía en cómic a cargo del guionista José-Louis Bocquet y la ilustradora Catel Muller, que han tenido el privilegio de contar con Bouillon como asesor histórico. El libro recorre de cabo a rabo la trayectoria vital de la artista, desde su nacimiento y su infancia en la ciudad de San Luis, Misuri, cuando la sombra de la esclavitud aún planeaba sobre la sociedad estadounidense, sus pinitos como bailarina coral en el teatro local y en Broadway hasta su conquista de los escenarios en el París de los años 30, el epicentro mundial del arte surrealista, su lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, su labor como espía al servicio de las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial y la adopción y crianza, junto a su cuarto marido, Jo Bouillon, de los doce hijos de lo que ella denominaba su «tribu arcoíris». Una empresa vital y simbólica de la que Bouillon es un notable embajador, dispuesto a perpetuar en la memoria y la conciencia colectivas el ideal de fraternidad universal por el que su madre luchó activamente durante su vida adulta.
LENGUA: ¿Cuál era su intención al embarcarse en la publicación de esta biografía en cómic de Josephine Baker?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Esta biografía pretender ser lo más completa posible. Quería encontrar un canal accesible para los jóvenes, más lúdico y más amable que el resto de biografías que se han escrito sobre ella, centrándose igualmente en la vida de Josephine desde que nació hasta el día de hoy, así como en su y en su repercusión en distintas esferas. El cómic y la narrativa no son mi especialidad, así que no podía hacerlo yo mismo. Al valorar qué equipo sería el más adecuado para esta labor me di cuenta de que había dos autores, Catel Muller y su marido, José-Louis Bocquet, que ya habían acometido la empresa de contar la historia de otras célebres heroínas francesas, como Kiki de Montparnasse, una visionaria que fue bastante allegada a mi madre durante los felices años 20. Dudaron un poco, porque acababan de lanzar la biografía de Kiki, que vivió en la misma época, pero insistí mucho para que lo hicieron ellos. Tenía miedo de que alguien me robara la idea y habría sido una pena que lo hicieran otros. Nos reunimos y me invitaron a su boda, y cuando estábamos los tres un poco piripis dijeron que se pondrían manos a la obra inmediatamente. Trabajamos en el libro durante tres años, mano a mano los tres: les acompañé a cada paso y les asesoré lo mejor que pude sobre lo que había vivido junto a esta extraordinaria mujer a lo largo de más de veinte años. Y doy fe de que todo lo que cuenta el libro es estrictamente cierto.
Un icono de la modernidad
LENGUA: Su madre creció en el seno de una humilde familia afroamericana descendiente de esclavos y creció inusitadamente deprisa: empezó a trabajar cuando tenía apenas siete años y contrajo por primera vez matrimonio (de un día de duración) a los trece. A pesar del desprecio y el maltrato racista que sufrió de niña, a lo largo del libro descubrimos a mujer alegre y decidida desde su más tierna infancia. ¿Cree que esta naturaleza rebelde y luchadora fue determinante en su futuro?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Por supuesto. En los años 10 en Estados Unidos los niños negros crecían a toda prisa. Les robaban la infancia. No podían disfrutar la felicidad que correspondía a esa etapa vital porque no tenían tiempo. Desde muy pequeños trabajan como criados en las casas de los blancos para llevar algo de dinero a casa y aliviar la economía familiar como pudieran. En el caso de Josephine, que además era la hermana mayor, el sentido del deber estaba muy presente. Al mismo tiempo, enseguida se embarcó en el camino del espectáculo que Estados Unidos reservaba a algunas personas negras: con apenas once años se echó a la calle con una pequeña feria ambulante. Era muy pequeña y aún no tenía la edad legal para actuar, pero colaboraba con el vestuario y otras pequeñas tareas. Enseguida empezó a codearse con artistas negros, aunque la mayor parte de sus carreras profesionales acababan en un callejón sin salida. Por ejemplo, la famosa cantante de blues Billie Holiday, que murió tras una vida marcada por los abusos, el racismo, la prostitución y las drogas. Josephine consiguió escapar a ese destino porque tuvo la audacia y la suerte necesarias para emanciparse.
«Al salir las bailarinas, todas hermosísimas, perfectas e iguales las unas a las otras, Caroline Dudley se fijó en esa chica que estaba al final de la fila y que hacía el tonto con muecas graciosas. Le llamó la atención su expresividad y su extravagancia, y más tarde diría que Josephine destacaba como un punto de exclamación al final de la fila. Me pareció muy bonito».
LENGUA: Josephine Baker fue descubierta por Caroline Dudley, esposa de un diplomático francés y representante de artistas, en un una sala de conciertos de Nueva York. ¿Qué podría comentarnos acerca de su encuentro y su relación?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Caroline reveló a Josephine al público francés. Era una mujer extraordinaria, muy inteligente. El Teatro de los Campos Elíseos la envió a Estados Unidos para que reclutara a artistas afroamericanos y los llevara a trabajar a París. Dicho teatro acababa de poner fin a una producción extraordinaria, Les ballets russes, de Serguéi Diáguilev. Tras un éxito histórico, estaban faltos de inspiración y buscaban savia nueva. En ello tuvo mucho que ver el llamado pope del constructivismo, Fernand Léger, un tipo muy robusto que se recorrió los bares de Harlem y cuando volvió a Francia le dijo al director: «Al público francés le tienes que dar negros, son lo mejor que hay». Puestas en contexto, estas palabras revelaban por un lado la intención de rendir homenaje a los artistas negros y despertar la admiración que se merecían, y por otro la de provocar un escándalo. París era el epicentro artístico del mundo entero durante los felices años 20, que se extendieron desde la eclosión del movimiento surrealista hasta la formación del Frente Popular en 1936. Josephine llegó justo en el momento en el que París estaba en ebullición permanente y en el mundo del arte se sucedía un escándalo tras otro con personajes que después fueron muy celebrados, pero que por entonces no lo eran tanto: Cocteau, el poeta Robert Desnos, Picabia, los surrealistas o el propio Fernand Léger. Caroline era una mujer con gran olfato, que también hacía su propia prospección en Harlem y Broadway. Un día fue al club en el que actuaba Josephine, que por entonces tenía diecisiete años. Al salir las bailarinas, todas hermosísimas, perfectas e iguales las unas a las otras, se fijó en esa chica que estaba al final de la fila y que hacía el tonto con muecas graciosas. Le llamó la atención su expresividad y su extravagancia, y más tarde diría que Josephine destacaba como un punto de exclamación al final de la fila. Me pareció muy bonito.

Josephine Baker y su marido, Joe Bouillon, posan con siete de los 12 hijos que adoptaron. Jean-Claude Bouillon-Baker es el primero desde la izquierda. Crédito: Getty Images.
LENGUA: A medida que avanzamos en el libro repasamos los acontecimientos más relevantes y los lugares más emblemáticos del siglo XX: las revueltas racistas de principios de siglo en Estados Unidos, la Belle Époque, el teatro Folies Bergère, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española, los asesinatos de JFK y de Martin Luther King... ¿Cuál cree que fue el suceso histórico que más marcó a su madre?
Jean-Claude Bouillon-Baker: La Segunda Guerra Mundial la transfiguró por completo. Adicionalmente a la estadounidense, adquirió la nacionalidad francesa al casarse con Jean Lion en 1938, justo antes de la guerra, y a partir de ese momento consideró que ese era su país. Así que, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se puso al servicio de Francia inmediatamente. Dijo: «Francia ha hecho de mí lo que soy y puede pedirme todo lo que quiera». Sentía una inmensa gratitud hacia las gentes de Francia, que la recibieron con los brazos abiertos. Durante la guerra apadrinó a más de cuatro mil huérfanos y fue ella quien se ofreció a trabajar como espía para los servicios secretos. Fue un compromiso total por el que lo dejó todo, incluso afirmó que no volvería a cantar en Francia mientras hubiese en suelo francés un solo alemán nazi. Desarrolló sus pesquisas para los servicios de inteligencia en el norte de África, entre Marrakech y Algeria. Fue allí donde tuvieron que practicarle la histerectomía, y la septicemia que sufrió la dejó postrada en la cama con un inmenso dolor durante meses. Estuvo a punto de morir, pero cuando los americanos desembarcaron en África del Norte, en 1943, fue como si resucitara. Los siguió a todas partes, cantando para las tropas aliadas, e incluso estuvo en Alemania: hace poco descubrí unas imágenes de archivo donde sale conduciendo un jeep por la nieve en este país en 1945. Sabía conducir y también pilotar aviones, y por eso la destinaron al Ejército del Aire.
«Fue ella quien se ofreció a trabajar como espía para los servicios secretos. Fue un compromiso total por el que lo dejó todo, incluso afirmó que no volvería a cantar en Francia mientras hubiese en suelo francés un solo alemán nazi».
LENGUA: Su participación en la Marcha en Washington por el Trabajo y la Libertad del 28 de agosto de 1963, liderada por Martin Luther King como parte de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, fue una aportación histórica. Por entonces ya era su madre, ¿habló de ello alguna vez?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Hace unos meses salió un librito en Francia con los discursos más bellos del siglo XX, y el primero es el que Josephine Baker dio en Washington ese día, el 28 de agosto de 1964. Figura tanto en inglés como en francés, e incluye su intercambio de cartas con Martin Luther King y una entrevista cruzada entre ambos a cargo del historiador Pap Ndiaye, que también es negro, que casualmente fue nombrado ministro de Educación francés en mayo. Fue la única mujer que tomó la palabra ese día, y recientemente se ha descubierto una grabación audiovisual en la que se la ve y la oye hablar. El final de su discurso era una llamada a la acción pacífica: «Y es el momento, jóvenes, de que luchéis por vuestra libertad, pero no con las armas, sino con la pluma». Tras el asesinato de Luther King en Memphis en 1968, su viuda, Loretta King, le propuso a Josephine que recogiera la llama, porque necesitaban a alguien representativo para liderar esa lucha. Ella declinó la propuesta, pero no por falta de valentía, que ya había demostrado fehacientemente durante la guerra, sino porque mis hermanos y yo éramos muy pequeños y temía que si ella faltaba nos volvieran a llevar a los orfanatos. Pero nunca dejó de participar en todas las luchas de las asociaciones por los derechos de las personas negras.

Dos páginas (sueltas) del interior de «Josephine Baker» (Salamandra Graphic).
LENGUA: Además de pilotar aviones, algo insólito para una mujer de la época, en la novela gráfica vemos más peculiaridades suyas, como que salía de paseo junto a un jaguar (el animal, no el coche). El libro narra las visitas de Josephine Baker a España en 1929 y 1939. ¿Le habló alguna vez de este país?
Jean-Claude Bouillon-Baker: La verdad es que no. Yo descubrí estas visitas muy tarde en el libro Las memorias de Josephine Baker, del gran periodista y poeta Marcel Sauvage. Se hizo amigo de Josephine porque quería escribir sus memorias. Cuando se lo propuso, ella replicó: «¿Cómo que mis memorias? ¡Si tengo veintidós años!». Y él dijo: «No te preocupes, no te perderé la pista. Nos veremos una vez cada seis meses o cada año para que me cuentes cómo te va». Así que le confió sus grandes viajes por Europa, entre ellos los que hizo España. Le encantaban Andalucía y Alicante, y España en general, excepto Franco. Es un libro muy bonito y muy sentido.
LENGUA: Hace diez años escribió El castillo de la luna, donde narraba su niñez con sus hermanos y Josephine en el castillo de Milandes, en la localidad de Périgord, como parte de lo que ella llamaba «tribu arcoíris». ¿De dónde viene el título y por qué se decidió a escribir este libro?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Quería empezar por el principio, por mi propia historia, así que me llevó mucho tiempo escribirlo e hice varias versiones. Los doce éramos huérfanos, víctimas de guerra... Así que para contar mi vida tuve que volver a los tiempos del orfanato donde me adoptó, algo que no me apetecía nada. A partir de ahí comprendí las condiciones de la adopción y por qué quiso adoptarme, algo de lo que dio testimonio en varias cartas que descubrí cuando ya tenía cuarenta años: yo estaba a punto de cumplir dos años y no quería que mi segundo cumpleaños fuera en un orfanato. En una de mis primeras fotos con ella salimos los dos ante una tarta con dos velitas encendidas. Mantengo todo lo que contaba en el libro, no tocaría ni una coma, aunque hace mucho que no lo releo. La metáfora del título es un sueño suspendido de la humanidad, la idea de fraternidad en el mundo. Algo inaccesible por el momento, pero espero que algún día lleguemos ahí. Ese era el gran deseo de mi madre, que lo hizo realidad en su propio ámbito. El momento crucial fue cuando llegamos a la adolescencia, que es una etapa de transformación en la que uno se vuelve más independiente a nivel intelectual, y quizá flotaba en el aire la cuestión de cómo veríamos las cosas entonces. Ella podría haber temido que tuviéramos en cuenta nuestras diferencias y que nos enemistáramos o nos dividiéramos. Pero ella no creía en los de sangre, sino en los lazos del corazón. Tenía toda la razón, y así se demostró.
«Tras el asesinato de Martin Luther King en Memphis en 1968, su viuda, Loretta King, le propuso a Josephine que recogiera la llama, porque necesitaban a alguien representativo para liderar esa lucha. Ella declinó la propuesta, pero no por falta de valentía, que ya había demostrado fehacientemente durante la guerra, sino porque mis hermanos y yo éramos muy pequeños y temía que si ella faltaba nos volvieran a llevar a los orfanatos».
LENGUA: Su «tribu arcoíris» es realmente una labor extraordinaria y una visión ejemplar. ¿Cómo valoraría las reacciones que despertó?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Hubo mucho escepticismo e incluso de burla ante esta idea tan singular y única en el mundo, que se alejaba mucho de las convenciones en los años 50 y 60. Hoy sería menos extravagante. Hace poco me dijeron que han rodado una serie sobre un hombre que adopta doce niños, y que seguramente esté inspirada en Josephine. Mis dos hermanos mayores, Akio y Jeannot, provenían de Japón. Brahim, de Argel, lo adoptó cuando el país estaba en guerra. Koffi vino de Costa de Marfil: su familia lo había rechazado porque era el decimotercero y la superstición así lo dictaba. Al penúltimo lo habían abandonado en Nochebuena a la entrada de una iglesia. Una periodista avisó a mi madre de que había un bebé congelándose a la intemperie, y ella fue a buscarlo. Lo adoptó y lo llamó Noël (Navidad en francés). Y la última, Stellina, era la hija de una princesa marroquí que vino a ver a mi madre. Siempre recordaré su rostro, porque era igual que el de mi hermana: se parecían como dos gotas de agua. Vino con un sari muy elegante, y aunque le guardó el secreto y nunca nos lo contó, creo que mi madre adoptó a la niña porque su padre y la princesa no estaban casados. Esa idea profunda y única era adoptar a niños del mundo entero, de todos los continentes, que fueran representativos de la diversidad, y criarlos juntos para demostrar que se pueden derribar las barreras raciales y religiosas desde el momento en que esas personas crecen unos con otros. Y para ello se guio por su instinto, no por teoría intelectual alguna.
LENGUA: Además de por los niños, su madre sentía un gran amor por los animales, y de hecho tenía a muchos en casa. ¿Cómo recuerda usted aquello?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Ella no hacía distinción ni por la especie del animal ni por su atractivo. En su camerino del Folies Bergère había fotos suyas con cabras, un jabato, un cerdito, un lagarto, serpientes en una caja... Ese amor por los animales, psicológicamente, proviene de su infancia, cuando trabajaba en casa de una mujer blanca que a menudo la maltrataba y que le quemó una mano con agua hirviendo porque se le rompió un plato. A sus ocho años esa mujer la hacía dormir en el sótano con un perro al que le faltaba una pata y la obligó a degollar un pollo, cosa que la traumatizó. Todo eso fomentó su empatía con los animales. Creía que todas las criaturas de la tierra eran iguales. De pequeña iba al zoo a ver a los monos, y en casa había pequeños chimpancés: los vestía con ropa de niño, como a nosotros, y se sentaban a comer a la mesa. Era el arca de Noé.
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El guionista José-Louis Bocquet y la ilustradora Catel Muller, autores de «Josephine Baker» (Salamandra Graphic). Crédito: Mathieu Zazzo.
LENGUA: Su vida amorosa fue profusa y muy libre: seis matrimonios en total y múltiples amantes. ¿Qué destacaría de su relación con los hombres?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Creo que ella y mi padre se querían Su vida fue muy rica en ese aspecto, aunque hombres la traicionaran. Cuando se casó por primera vez tenía solo 13 años, las leyes de algunos estados permitían casarse a chicas inusitadamente jóvenes. Su matrimonio con Willie Wells duró un día: le golpeó ella con una cacerola en la cabeza para defenderse, según nos contó, pero no nos habló más del tema. A su segundo marido, Willie Baker, lo conoció en una fiesta que organizaban para recaudar dinero quienes no podían pagar el alquiler, una estrategia por entonces muy arraigada en Nueva York. También duró muy poco y tras irse a París no volvió a verle, pero se quedó con su apellido para toda la vida. Así que Willie, sin comerlo ni beberlo, tiene uno de los apellidos que más han sonado en el mundo dela creación escénica.
LENGUA: Siendo hijo de Josephine Baker, ¿cómo se enfrentó a los aspectos más íntimos y crudos de su biografía? Por ejemplo, el maltrato que sufrió a manos de sus patrones blancos o su liberada vida sexual, insólita para una mujer de su época.
Jean-Claude Bouillon-Baker: Creo que por mucho que se cuente sobre Josephine nunca será suficiente. Habrá más biografías suyas que darán habida cuenta de su labor filantrópica, que ha sido reconocida y celebrada el mes de noviembre de 2021 con un hito histórico: se convirtió en la primera mujer en ser enterrada en el Panteón de París. El traslado del féretro coincidió con el aniversario de su adquisición de la nacionalidad francesa, y lo decidimos así como símbolo de su amor por este país. En Francia el libro se publicó en 2016, y no podíamos imaginar que años después se produciría tamaño acontecimiento. Ya lo habíamos intentando, sin éxito, cuando el presidente era François Hollande. Éramos conscientes de que en el momento en que la conciencia colectiva absorbiera y comprendiera su dedicación a los más desfavorecidos, así como su valentía y determinación tomando parte activa de los grandes acontecimientos históricos del siglo XX, este reconocimiento sería unánime.
«Esa idea profunda y única era adoptar a niños del mundo entero, de todos los continentes, que fueran representativos de la diversidad, y criarlos juntos para demostrar que se pueden derribar las barreras raciales y religiosas desde el momento en que esas personas crecen unos con otros».
LENGUA: ¿Conoció a las amistades de su madre? ¿Qué impresión le causaron?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Benito Avatti fue su compañero, amante, agente, empresario y el pigmalión que la adecuó a los códigos artísticos de Francia, aunque no fue el único que tuvo. Eran gente maravillosa. Conocí a Stéphane Manet y a Henri Bernard, un gran señor que llevaba el casino y el teatro Mogador de París, y que la enseñó a moverse a base de hacerla bajar la escalinata del teatro llevando libros sobre la cabeza. Le regaló a un guepardo que se llamaba Chiquita, y ella se lo sacaba de paseo poniéndose un collar de brillantes, lo que la hacía instantáneamente reconocible. Era algo extraordinario. Además él no solo era director de teatro, sino también un gran letrista: coescribió con ella el tema J'ai deux amours.
LENGUA: Entre las múltiples personalidades que conoció, el libro dedica especial importancia a Grace Kelly, que por entonces ya era Princesa de Mónaco. ¿Qué podría contarnos de su amistad?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Nada predisponía a ese encuentro, ya que no compartían ni cultura ni tradiciones. Pero ambas eran mujeres carismáticas. Vivíamos a su lado en Mónaco y ella era tan luminosa como mi madre, eran como dos astros que se reconocían el uno al otro. Hay gente con cierto magnetismo que se atrae recíprocamente y entabla amistad. Tiempo después le ocurrió lo mismo con Frida Kahlo, que no podía tener hijos a raíz del terrible accidente que la limitó toda su vida, aunque no le impidiera pintar. Mi madre tampoco podía tener hijos tras la histerectomía que sufrió durante la guerra, y por eso compartían la misma desesperación. Y también nombre, porque el auténtico nombre de pila de Josephine era Freeda. Son amistades poco predecibles.
LENGUA: ¿Qué recuerdos alberga de su infancia junto a su madre?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Tengo tantos... Siempre tuvo un gran sentido del deber. Era la hermana mayor, y para ella eso era sagrado: debía asumir su responsabilidad para con su familia. Durante toda nuestra infancia su hermana y su marido estuvieron con nosotros, les hizo venir a todos a Francia y se ocupaba de ellos. Pero si algo recuerdo es que vivía para el mañana. Si pasaba algo durante el día, si castigaba a alguno de nosotros, al día siguiente iba a su habitación, subía la persiana y era como si no hubiese pasado nada. De hecho, de entre sus canciones, una de sus favoritas es Demain (mañana). Nunca miraba al pasado y jamás nos mostró las heridas de su infancia, sino que las canalizó a través de la filantropía y de decisiones muy representativas, como la de comprar ese castillo para que mis once hermanos, nuestro padre, ella y yo viviéramos allí. En San Luis, la ciudad de Misuri en la que creció, hay muchos inmigrantes alemanes, y sus casas eran altas, ornamentadas y muy hermosas, casi como mansiones. Y creo que Josephine quiso incorporar a su vida adulta aquello con lo que soñaba de niña. Muchas veces nos decían que era un castillo como de cuento de hadas, y puede que hubiese un matiz como de Cenicienta: quería mostrar a los blancos que la habían maltratado que podía ser mejor que ellos. Pero siempre pensaba en el mañana porque borraba lo demás, y lo importante era lo que iba a vivir y lo que podía cambiar a su alrededor. Esa actitud multiplica la fuerza de voluntad y la generosidad, porque no estamos atrapados en el pasado, por muy triste y lúgubre que sea. Tenía una capacidad extraordinaria para eso.
LENGUA: Tras lo vivido y lo aprendido, ¿cómo definiría a Josephine Baker a día de hoy?
Jean-Claude Bouillon-Baker: Descubro cosas nuevas de ella cada día. Hace poco que me enteré de que después de que la Alemania nazi bombardeara Marsella financió la restauración de una antigua iglesia de la localidad, que tiene unas vidrieras hermosísimas. Pero nunca nos lo dijo. Eran múltiples gestos, muy distintos unos de otros, pero todos fruto de su generosidad. Cada día me encuentro con fotos que nunca había visto y que algunas personas tienen en sus casas. Ha sido una de las mujeres más fotografiadas del mundo, es un icono. Y no es solo la iconografía, es también su historia. Muchas veces me he preguntado qué habría pensado de ella si no la hubiese conocido y he intentado mirarla con neutralidad, desde la distancia, como si la descubriera en un libro de historia, de revistas o de biografías. ¿Qué pensaría de esa mujer? No solo despertaría mi admiración, sino que buscaría los porqués de su entrega y su energía para cambiar el curso de los acontecimientos y para actuar conforme a tres principios que para ella eran innegociables: la justicia, la integración racial y la dignidad de todos los seres humanos. Para mí se parece en sus ideales a otro de los más grandes personajes del siglo XX: Nelson Mandela. Nunca lo conoció personalmente, pero ambos tenían la misma idea de fraternidad y de perdón. Él soñaba con construir una nación arcoíris a pesar de haber pasado veintiocho años en prisión, y Josephine ya había creado esa tribu arcoíris en su propia casa. Tenían los mismos principios, la misma misión. El año pasado inauguré en una ciudad de la región de París el bulevar Josephine Baker, que tiene forma de arco. Y da la casualidad de que en una calle paralela hay otro arco igual dedicado a Nelson Mandela. Son signos del destino. No eran hermanos de armas, sino de alma.