Élmer Mendoza: «La novela negra no es una novela de delito, es una novela de profundo raigambre social»
Para Élmer Mendoza, considerado uno de los autores mexicanos más relevantes de los últimos años, escribir sobre la violencia del narco es un puente para hablar de lo que sucede en el día a día. En esta conversación con Mónica Maristain, Mendoza habla extensamente sobre novela negra, sus procesos de escritura y su carrera literaria.
Por Mónica Maristain
Élmer Mendoza. Crédito: Janeth Gomez.
Por MÓNICA MARISTAIN
Un calor inmenso en Culiacán. Es el mediodía. Camino por las calles sin sombrero. Resguardándome de un sol imposible. Voy al encuentro de Élmer Mendoza para hablar de La cuarta pregunta, una novela juvenil en la que regresa El Capi Garay, un personaje joven, lleno de humor, que obliga al escritor a ingresar en mundos extraños, raros y diversos. Pronto el escritor cumplirá 70 años.
Es antes de la pandemia.
Está en un lugar que dice defender por la herencia y el legado, acaba de ganar el Premio Nacional Letras de Sinaloa, otro galardón más en una larga y elogiada carrera que tiene entre otros títulos El amante de Janis Joplin, Efecto Tequila, Balas de plata, Nombre de perro y La prueba del ácido.
Es la primera vez que entrevistaré a Élmer en su ciudad, Culiacán. Me recibirá en el Colegio de Sinaloa, que Mendoza preside, en una casa que tiene árboles en el patio, donde el aire acondicionado hace ruido, donde todos lo miran con mucha admiración y donde la siesta —a pesar de que es mediodía— se asoma por los entreveros de un lugar tranquilo y amable. Es difícil decir «si quieres conocer a un autor tienes que entrevistarlo en su lugar de origen», pero al mismo tiempo digo que es un privilegio visitar esta ciudad tan ordenada físicamente y tan desordenada en esas costumbres del narcotráfico y los militares.
«A menudo escucho balaceras cerca de mi casa. Pero, ¿qué le voy a hacer? Este es mi lugar», dice ahora Élmer Mendoza cuando recuerdo esa visita a la ciudad en la que nació el 6 de diciembre de 1949. «Culiacán era una ciudad que tenía una vida provinciana, que salía por las tardes con sus mecedoras, había pocos autos, jugué béisbol en las calles, la ciudad era de todos, de compartirla. Teníamos dos ríos naturales e íbamos a nadar allí, hasta que alguien se ahogaba. Yo logré sacar a dos chicos y uno de ellos me lo encontré una vez, me abrazó mucho, porque le había salvado la vida. Los domingos la caminábamos por la calle Obregón, la principal y le decíamos el obregronazo. Desde un templo que se llama La Lomita, hasta el centro», evoca.
Crimen y pasión
«También recuerdo un espíritu de confianza. Creo que al menos para mí, quizás por la edad, los cambios se fueron dando. Desde el folclore, donde vimos bailar a nuestros padres y que nos enseñaban de niños a bailar, de pronto apareció el rock. El baile cambió. Eran bailes auténticamente atléticos que nunca los pude hacer. A partir de ahí vino una invasión de la música en inglés. Comienza a formar parte de nuestra cultura. Recuerdo una marcha, por los descuentos en el cine y como no quisieron hacerlo quemaron los cines. Fui cuando ya los habían quemado; los estudiantes saqueaban dulces, yo era niño. Te confieso que nunca me gustaron las marchas, tal vez tenga que ver con eso. Yo rechazo las marchas», agrega este hombre que se muere por las delicias de la machaca, que su mujer Leonor Quijada, directora general de la Sociedad Artística Sinaloense, sabe hacer 99 de las 100 recetas que hay para este platillo.
«Soy un escritor al que le ha ido bien. He logrado hacer una obra pertinente, cuido muchísimo mis textos, trabajo todos los días, mis novelas tienen 250 páginas y las repaso y las repaso… a lo largo de estos años he desarrollado mecanismos de relación con mis textos, con principios muy sencillos pero firmes, que consigo tomarlos con mucha seriedad. Cada novela la escribo como si fuera la primera. Consigo disfrutar de la sorpresa, el logro de crear una atmósfera completa, las novelas que hago tienen muchos caminos, varias opciones, el manejo del delito dentro de la ficción tiene varios caminos, pero intento tomar el más adecuado, porque pienso que en algún momento alguien la va a leer y se va emocionar. Es el juego eterno de un novelista intentar hacer las cosas bien y el juego eterno, porque no termina. Cada obra que intento parto con la misma idea y tengo una novela que mucha gente dice que es la mejor que he escrito y cuando me paro, abro cualquier página de ella y me pregunto: ¿qué hice aquí que no puedo hacer ahora?», admite este autor de El amante de Janis Joplin, una novela del 2003, que llevaría sin duda a una isla desierta.
«La novela que me ha costado más, que fue una pequeña locura, la única novela que la entregué y la regresé, trabajé seis meses más en ella, fue Efecto Tequila», dijo entonces, aquella vez que lo fui a entrevistar a Culiacán, con el sol a pleno y la admiración por una ciudad que tiene mucho más encanto que lo que se dice en los periódicos.
«Es el juego eterno de un novelista intentar hacer las cosas bien y el juego eterno, porque no termina. Cada obra que intento parto con la misma idea y tengo una novela que mucha gente dice que es la mejor que he escrito y cuando me paro, abro cualquier página de ella y me pregunto: ¿qué hice aquí que no puedo hacer ahora?».
AUNQUE ELLA ENTRÓ POR LA VENTANA DEL BAÑO
«La literatura de violencia es cada vez más propositiva. No es solo un recuento épico de la depredación humana; se sustenta en una estética que se va definiendo en base a una voluntad de estilo y un territorio lingüístico concreto. Si logramos crear obras maestras, será un género literario», había dicho hace años el escritor de la «narcoliteratura», Élmer Mendoza. Han pasado muchos cadáveres bajo la sangre que corre por las venas de México. No es ahora que vamos a discutir si tiene sentido hablar de ese género o debatir si hay más narco o más literatura entre los escritores que tratan de correr sin tenis ni condición física la gran carrera que gana la realidad.
Lo que sí es cierto es que Élmer Mendoza parece salido de una corriente pop, que esa violencia y esa sangre se licuan para hablar de una cierta esperanza, decidirse por una estética absolutamente particular, por un lenguaje que a estas alturas ya le es propio y entretener a los miles de lectores que les son fieles desde hace mucho tiempo.
Quiero decir: no es rockero, es popero. Para los amantes de la música esta comparación se hará fácil. No testimonia un impulso letal y destructivo como el que establecía The Clash en Londres, sino que nos hace bailar y cantar con una rola de Paul McCartney (nunca de John), cuando entran las fans a la casa, sin pedir permiso.
Pienso esto por supuesto después de haber leído la nueva novela de Élmer Mendoza, otra aventura de ese detective tan cercano y tan poco eficiente como es El Zurdo Mendieta, donde esta vez se las verá feo con el delincuente Sebastián Salcido, aceptará la ayuda de Samantha Valdés y le cumplirá los deseos a un viejo ricachón que soñaba con volver a ver a una mujer que se parecía a Milla Jovovich.
«Cuando llegó a su casa, ventanas reparadas y muy bien barrida, lo primero que hizo fue poner el cedé que le había regalado el Chóper y encontrar la número trece: She Came In Through the Bathroom Window. Órale, se escuchaba tremenda», dice El Zurdo Mendieta, mientras en esta pandemia un tanto absurda y siempre letal, valoro cada día más la vida, ese único tesoro que tenemos cada uno.
Ella entró por la ventana del baño, de Élmer Mendoza, resulta ser otra novela, mas no sólo para pasar un buen rato una tarde de domingo, sino también para aprender de una vez y para siempre que «hay noches en que los hombres duros sí bailan». Como esas canciones pop que se renuevan cada década y que nos acompañan toda la existencia.
«Yo creo que hay una pregunta en la novela negra y que ahora se ha ampliado. Y esa pregunta es ¿por qué?, como lo concibe Claudia Piñeiro, es como una amplitud, hay un aspecto social que es lo que da la extensión en la semántica. La novela negra no es una novela de delito, es una novela de profundo raigambre social».
Escribir tanto es su oficio. Su tiempo está organizado. Lo empieza a la mañana, tipo 5:00 o 6:00 AM. Siempre trabaja por ratos. Se dedica mayormente a la historia que cuenta. No tiene fecha de entrega. Va avanzando y cuida mucho los textos. Lee poemas, ensayos, narrativa, aunque esta última la ve con un mayor sentido profesional.
Frente a la disyuntiva de leer a los escritores por la identidad, Élmer Mendoza dice: «Yo leo libros». No se fija en los autores por sus características. Piensa, eso sí, qué buena la lucha de las mujeres. «Estoy acostumbrado a las mujeres. A lo largo de todos mis años siempre he trabajado con mujeres. No es posible que todavía estén peleando por sus derechos», dice en entrevista con LENGUA: «En mi literatura están las mujeres, porque aquí estamos todos. Los niños no aparecen, porque se me hace difícil escribir con ellos».
Él y Leonor son muy amigos de la escritora argentina Claudia Piñeiro, quien dice entre otras cosas que han cambiado las preguntas para determinar una novela negra. Ya no buscamos al asesino, sino «preguntar lo que pasó, por qué llegó a eso, qué resortes no saltaron, la novela negra corre sus límites para incorporar estos tipos de crímenes», afirmaba.
«Yo creo que hay una pregunta en la novela negra y que ahora se ha ampliado. Y esa pregunta es "¿por qué?", como lo concibe Claudia Piñeiro, es como una amplitud, hay un aspecto social que es lo que da la extensión en la semántica. La novela negra no es una novela de delito, es una novela de profundo raigambre social», dice Élmer. «En muchos momentos empata con la realidad que viven todos los seres humanos. Han cambiado las definiciones y las preguntas para la novela negra. En el caso de El Zurdo Mendieta, tiene que ser un personaje parecido al real, pero que tenga un universo de problemas, de debilidades y de dos o tres fortalezas, que lo pone en la vida real», agrega.
No sabemos a estas alturas si Élmer Mendoza ha escrito una obra maestra del género. Pero lo que sí es cierto es que sus novelas ya no saben a Faulkner o a Rulfo, saben a él mismo.
La mención de su traje para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Sinaloa se mezcla para preguntar cómo ha salido Checo Pérez en el Grand Prix de Portugal. Esta tarde verá el América-Pumas, no sabemos si comerá machaca.
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