«Mejor que muerto», de Fidel Moreno: érase una vez otro tipo de novela yonqui, una novela sin prejuicios, otro tipo de novela masculina
Dice que sólo le interesa la literatura que pone en crisis el pensamiento dominante. La insobornable. Aquella que no cae en la trampa de lo políticamente correcto. Quizá por eso se estrena como narrador —aquí, en «Mejor que muerto» (Random House, 2025)—, El Hombre Delgado —he aquí como era conocido hasta ahora, artísticamente, y también en lo que a lo literario se refería, porque su incursión en el medio era híbrida: música, e historias—, con una novela en la que el protagonista es un hombre —«que habla como hablan los hombres entre sí cuando no hay mujeres delante, que no ha cambiado nada en absoluto», confiesa—, y uno no del todo empático —todo lo que le rodea es él mismo—, y una vida saturada de la que desear desconectar, y de la que puede librarse a ratos, drogándose. Pero no drogándose con una sustancia que no aterre, sino con la más aterradora de todas: la heroína. ¿Y es el fin? ¿O un nuevo principio? Del primer asalto de Fidel Moreno se ha dicho que es algún tipo de «comeback», o regreso, de la novela masculina, porque habla «del hombre de hoy sin nostalgia por el poder perdido pero sin versiones de la masculinidad blanda que algunos autores», dice, «promocionan». Y puede hacerlo, dice, porque él está «en otro lado», porque no se identifica como hombre, o no como esa clase de hombre, y no le teme a mostrar la ambivalencia de un personaje infiel —«del que, si fuera mujer, celebraríamos sus infidelidades, y tampoco estaría bien que lo hiciéramos»—, ni a meterse bajo la máscara del mismo. ¿Entre los escritores que han traído hasta aquí a Moreno? Michel Houellebecq —«Plataforma» es su libro favorito del autor—, Philip Roth, J. M. Coetzee —en especial, «Desgracia», fundamental en la construcción de esta, su primera novela—, Ottessa Moshfegh, Ignacio Martínez de Pisón —«Castillos de fuego» es el que más le ha marcado— y Mercè Rodoreda —«La plaza del diamante» es, dice, el mejor libro que se ha escrito sobre la posguerra—. Opina que los cambios tecnológicos han cambiado nuestra vida tan incomprensible y enormemente como debió cambiar la de nuestros antepasados en la Era Neolítica —cuando el ser humano pasó de ser nómada a sedentario—, porque «vivimos vidas duales hoy, vidas entre lo físico y lo virtual». Si ha esperado tanto a publicar su primera novela es porque, durante mucho tiempo, creyó que la novela había muerto, y que el hipertexto sería el futuro, y el presente. Pero ese futuro, y ese presente, aún no ha llegado, así que ¿por qué no probar a encerrarse a teclear? Y no únicamente esta historia. En septiembre publicará un libro de poemas que llevará por título «El hombre equivocado en el momento oportuno» (Pretextos). Pero antes, conozcamos a Julio, y a Casilda, y a Manuela, a su perro Rulfo, y a Sara, que trajo la perdición, pero no era exactamente una perdición, ¿y por qué habíamos creído que lo era?
Por Laura Fernández

Fidel Moreno. Crédito: Tamara de la Fuente.
El lugar es la cafetería de sillones rojos y pocas mesas en la que Roberto Bolaño solía tomarse sus cafés con leche —esos que toman todos sus personajes— en Barcelona. Está junto a la puerta de la que era la pensión en la que vivía, donde hoy luce la placa que lo recuerda. Justo enfrente, aún pueden comprarse las Miquelrius en las que el autor de Los detectives salvajes escribía sus historias. De hecho, la cafetería en sí, un local llamado Cèntric, aparece en un momento dado de Estrella distante. «Me gusta Bolaño, aunque no el Bolaño de Estrella distante. Soy más del de Los detectives salvajes. Disfruté muchísimo Los detectives salvajes. Creo que Bolaño conquistó ahí una naturalidad incomparable. Es una novela jocosa, increíble», dice el escritor, a quien sobre todo, de Bolaño, el genio chileno, le interesa la manera en que se hizo famoso en Estados Unidos. Donde un error le llevó a su condición de enfant terrible y, a la vez, mártir. «Se selecciona un cuento suyo para una antología y el protagonista es un yonqui, y todo el mundo toma eso como algo real, y se piensa de él que es una especie de escritor maldito, que está tan enganchado como el personaje», dice el escritor. Bebe de un vaso de agua, y dice que no está nada de acuerdo con ese malditismo relacionado con las drogas. El escritor lleva mucho tiempo escribiendo, pero no ha sido hasta hace poco que ha publicado su primera novela. Su nombre es Fidel Moreno (Huelva, 1976), y el título de su novela, Mejor que muerto (Random House, enero de 2025), hace precisamente referencia al efecto de una droga muy concreta, una droga «demonizada» por los medios de comunicación, y la ficción, «la cultura en general» de la que, se cree, nadie sale vivo. «La literatura, como decía Martin Amis, es la lucha contra el cliché. Por eso me propuse hacer lo que hice. Quería jugar con el horizonte de expectativas del lector», dice Moreno. ¿A qué se refiere? Se refiere a que su protagonista, el protagonista de Mejor que muerto, consume. Y consume heroína. Esa droga de la que, se dice, no se sale. Dicho protagonista es un tipo aparentemente corriente, alguien con una vida más o menos estable, una novia de buena familia —una red segura—, un trabajo del montón —al que no dar importancia, lo mismo da ser un precario dependiente en FNAC que jefe de obras, todo es un trámite inconsciente—, un piso en propiedad —y el cargo de presidente de la comunidad—, y la idea de ser padre en la cabeza —él, Julio, y Casilda, su pareja, lo están intentando, y no es fácil, y quizá sea caro, porque han esperado mucho, y han sobrepasado los 40, pero quizá lo consigan—. Es decir, para nada representa el estereotipo de un yonqui. ¿Y lo es? Sí, y no. Es decir, no es lo que el lector espera. ¿Que cómo acaba en ese mundo? ¿Cómo cruza la línea? Tiene una vecina okupa, Sara, de la que se enamora, o no se enamora, de la que simplemente se encapricha, con la que tiene una aventura, que a ratos parece pura transacción, y ella acostumbra a hacerlo. A ponerse de heroína. Y a Julio, en un primer momento, le da apuro. Porque... ¿y si luego no puede dejarlo? Pasa demasiado tiempo encerrado, la pandemia ha convertido el tiempo libre en demasiado, o demasiado sin salir, y al final se decide. No le gusta. ¿O sí? «Como escritor realista, quiero abordar una realidad que retrate y cuestione el campo de suposiciones», sentencia Fidel Moreno. Escritor, periodista y músico —autor del ensayo ¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones (Debate, 2018), «sobre todo aquello que reflejan las canciones de nuestros cambios sociales», en sus propias palabras—, Moreno coordinó El Estado Mental, una acción artística colectiva con aspecto de publicación, y actualmente dirige la revista Cáñamo, por lo que es todo un experto en la visión que se da de las drogas ilegales en los medios de comunicación, y «podría hablar durante horas» sobre el tema, porque, opina, hay mucho que decir, y nadie lo está diciendo.
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Laura Fernández: ¿Nace la novela como una especie de rebelión, en ese sentido?
Fidel Moreno: La novela es una anomalía, sin duda. Porque huye del malentendido que hay alrededor de las drogas. Un malentendido histórico. Cuando Charles Baudelaire le envió un ejemplar de Los paraísos artificiales a Gustave Flaubert, éste le afeó que condenara el hachís, el opio y el exceso y que insistiera demasiado en el «espíritu del mal». Baudelaire y todos los que han venido detrás cultivando ese malditismo lo único que hacen es reafirmar la prohibición moral alrededor de las drogas, igual que hacen los alarmistas. Las drogas no son buenas ni malas, depende del uso que se les dé. Es un malentendido pensar que las drogas son perniciosas, las drogas nos ayudan, lo que pasa es que son sustancias delicadas que hay que saber usar. A día de hoy, la prohibición de ciertas drogas mata mucho más que las drogas en sí. Los medios de comunicación y las novelas, en lugar de hablar del buen uso, se fijan únicamente en los casos más sangrantes. La mayoría de la gente que consume no acaba como se nos hace creer. Según un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra las Droga y el Delito, el 80% de aquellos que consumen drogas obtiene un beneficio sin problemas. Pero lo único que vemos en las series de televisión, y lo que leemos en los medios, es que las drogas matan, y que caer es perderse para siempre. Pero no es así. En el mismo informe se reconoce que la mayoría de los consumidores hacen un uso lúdico, por bienestar, diversión y alegría, que son cosas que las drogas aportan.
Laura Fernández: ¿Dirías, pues, que el malentendido consciente y militante es una cuestión moral?
Fidel Moreno: Sin duda, pero hay algo más. Cierto chovinismo cultural, porque no se tienden a cuestionar las drogas propias de tu cultura, pero sí las de otras, y luego está la idea del Mal, y cómo renovar esa imagen del lobo de cuento de hadas, la perdición por antonomasia, que representa, en el mundo de las drogas, la heroína. Y que, insisto, no es cierta. Sólo está sosteniendo el mito Cielo-Infierno, con el añadido del Purgatorio para aquel que sobrevive. Lo que mi novela cuestiona desde el principio.

Fidel Moreno. Crédito: Tamara de la Fuente.
Laura Fernández: Julio no teme engancharse porque no le gusta, al principio. Pero luego le gusta, por lo que genera después, en los días posteriores, y sin embargo, sigue sin temer engancharse. Toma nota en un diario, y describe al lector cómo es incluso la combinación de la heroína con un tipo de viagra. Experimenta.
Fidel Moreno: Experimenta, sí, pero tiene un plan. El suyo es un uso esporádico, no habitual, y en muy pequeñas dosis. No sabemos, de todas formas, si el protagonista se va a quedar ahí o ese consumo acabará derivando en un hábito. Yo creo que puede consumirse heroína siempre que se tenga un plan para no engancharse, dejando pasar unos días o semanas entre toma y toma, como algo puntual. Uno tiene todo el derecho a querer aventurarse con una sustancia difícil, lo que es importante es que disponga de buena información y no se deje llevar por los mitos, se trata de no banalizar los riesgos ni tampoco dramatizarlos. Es curioso cómo la moral prohibicionista sigue condenando todo lo que proviene del opio, y ha perdonado ya a los psicodélicos, de los que se está recuperando su potencial terapéutico, por ejemplo, porque el mundo de la psiquiatría lleva años en crisis porque no encuentran nuevas moléculas para avanzar en el tratamiento de los pacientes. De repente, vuelven a ser fármacos esperanzadores. El MDMA, por ejemplo, está a punto de ser aprobado como medicamento para el estrés postraumático. Y el cannabis tiene un uso recreativo legal en cada vez más países. Hay síntomas de progreso en ese sentido.
«Todo el sentido místico que se atribuye al LSD y a los psicodélicos en general viene de Huxley, de Las puertas de la percepción. Así como William Burroughs fijó el mito yonqui entorno a la heroína, despertando el deseo del abismo, viniendo a decir algo así como "no lo pruebes, es demasiado bueno"».
Laura Fernández: Y sin embargo...
Fidel Moreno: Y sin embargo sigue sin haber un solo libro que explore la posibilidad de, por ejemplo, el consumo esporádico de heroína. Sólo he encontrado el de Ann Marlowe, Cómo detener el tiempo. Y en cualquier caso, pienso que en una sociedad en la que las drogas estuviesen normalizadas, no habría tantas muertes relacionadas con el consumo. Imagino una sociedad utópica, madura, en la que las drogas pudiesen usarse a conveniencia.
Laura Fernández: La utopía de Un mundo feliz de Aldous Huxley.
Fidel Moreno: Es curioso, porque en esa novela Huxley establece un control social en torno a las drogas. Y a la vez ha sido Huxley el que ha determinado la manera que tenemos de hablar de los psicodélicos. Todo el sentido místico que se atribuye al LSD y a los psicodélicos en general viene de Huxley, de Las puertas de la percepción. Así como William Burroughs fijó el mito yonqui entorno a la heroína, despertando el deseo del abismo, viniendo a decir algo así como «no lo pruebes, es demasiado bueno». Algo que no es real, la mayoría de la gente que prueba la heroína no le gusta, y de los que les gusta, pocos hay que tengan el tiempo, la dedicación y las ganas de descarrilar su vida enganchándose a ella. El peligro se multiplica cuando se prohíbe una sustancia y la que empieza a correr por las calles está adulterada o, de pronto, es demasiado pura y el consumidor no lo sabe y toma la cantidad habitual y sufre una sobredosis. La prohibición además contribuye a que las drogas sean más potentes. Como la heroína está prohibida, los narcos en Estados Unidos recurren al fentanilo, que por ser sintético es más fácil de producir, y que, por ser cincuenta veces más potente que la heroína, ocupa cincuenta veces menos, lo cual facilita su tráfico clandestino. El uso clínico del fentanilo es muy útil, pero su manejo en la calle es muy peligroso debido a su potencia. El caso del nieto de Paul Auster es muy significativo: un bebé que muere por consumir accidentalmente fentanilo, seguramente se llevaría a la boca una cantidad similar a unos granitos de sal y se le paró el corazón. Pero la gente ve esas imágenes que nos llegan de adictos al fentanilo recorriendo como zombis las calles de Kensington, en Filadelfia, y culpa a las drogas, sin pararse a pensar en que esa situación es fruto precisamente de su prohibición. Por haber prohibido el acceso a la heroína llegó el fentanilo y los muertos se multiplicaron por cien. Siempre se culpa a las drogas, cuando el adicto tiene otros problemas de los que a lo mejor está intentando huir a través de las drogas. Ven a un desesperado sin techo puesto de fentanilo y dicen «qué mala es la droga», y olvidan, por ejemplo, los problemas de vivienda que probablemente sean más determinantes en la desgracia de esa persona.

Fidel Moreno. Crédito: Tamara de la Fuente.
Laura Fernández: Julio es en ese sentido un buen personaje de su época.
Fidel Moreno: Julio encarna muy bien las contradicciones de nuestra época, sí. Busca una satisfacción permanente, y una intensidad constante. No duerme bien. Está sometido a todo lo que la vida nos somete hoy en día. Que es de una densidad tremenda. Quería que todo el ruido estuviese en la novela. Malú. Albert Rivera. Todo eso que no nos importa, pero con lo que tenemos que convivir cada día. Nuestra vida está atravesada por nimiedades, una sobreinformación estúpida. La retrato desde el rechazo. Julio busca desconectar, pero nunca lo consigue en realidad. Escogí además la crisis de los 40, que es hoy el fin de la adolescencia. Ese breve lapso que tenemos para ordenar nuestra vida entre los 40 y los 50, comprar una casa, alcanzar cierto oficio. Llegamos muy desesperados. En términos sexuales, se diría que Julio pasa de joven pajillero a viejo verde sin transición.
Laura Fernández: Y, puesto que hay una primera persona —unos diarios— aunque la historia está narrada en una interesante, mayestática, y todopoderosa tercera persona, es inevitable preguntarse cuánto de ti hay en el personaje de Julio.
Fidel Moreno: Bueno, yo fui padre por primera vez a los 33, cuando trabajaba de camarero. Y ahora tengo dos hijos, así que en el asunto de la paternidad tardía no se parece en nada a mí. No he tenido esa vida fácil que parece tener él. Pero sí le presto algunas lecturas, como la de Agustín García Calvo, el pensador, y poeta.
Laura Fernández: Lecturas que tienen que ver con el tema de la identidad.
Fidel Moreno: Sí, con el tema de las microidentidades que el mundo de hoy busca subrayar todo el tiempo. Yo soy contrario a ellas. Quiero ser lo menos posible. Todo son bandos hoy en día. La identidad nacionalista. Los bandos que generó el Covid, al poco de dar comienzo. Y los que se han generado dentro del feminismo. Hay que dejar de agitar banderas, porque sólo generan la exclusión. Soy partidario de la concordia y la igualdad, de pensar en términos inclusivos, no excluyentes. Ser lo menos hombre y lo menos mujer posible. Hay que defender la porosidad de las fronteras, incluidas las identitarias. Somos como un archipiélago, un conjunto de islas unidas por aquello que las separa.
«Hay que dejar de agitar banderas, porque sólo generan la exclusión. Soy partidario de la concordia y la igualdad, de pensar en términos inclusivos, no excluyentes. Ser lo menos hombre y lo menos mujer posible. Hay que defender la porosidad de las fronteras, incluidas las identitarias».
Laura Fernández: Suena todo deliciosamente utópico.
Fidel Moreno: La mía, mi utopía, sería lo más parecido a la anarquía, pero tenemos que ser conscientes de que estamos muy lejos. Si le preguntamos al I Ching: El Libro de las Mutaciones, nos diría que el éxito está en lo pequeño, que si apuntas demasiado lejos, la flecha no da en la diana. Todo eso se filtra de alguna manera en la novela. No hay personajes ejemplares. Las mujeres están menos desorientadas que los hombres, eso sí. Porque hoy en día está muy claro qué significa ser mujer, pero no está muy claro qué significa ser hombre. Para lo bueno y para lo malo. Creo que la mujer tiene una exigencia enorme. Paradójicamente, cuando se ha alcanzado la igualdad real y efectiva, han surgido nuevas formas de sometimiento. En el caso de los hombres, la indefinición nos hace estar confundidos, y pasivos, pero tener un perfil bajo evita que caigamos en algunas trampas, no hay un molde al que tengamos que amoldarnos, curiosamente es un papel más abierto a la singularidad.
Laura Fernández: ¿Y qué opinas de la novela masculina, y su regreso, en el que supuestamente encaja Mejor que muerto?
Fidel Moreno: Lo mencionó una periodista joven durante una entrevista. De hecho, es curioso de qué forma la novela está gustando a mujeres jóvenes que quizá no habían leído nada parecido. Porque es cierto que no sólo se rompe el horizonte de expectativas con el asunto de las drogas, también lo hace, supongo, en el de cómo se comporta un hombre que ni siente nostalgia por el poder perdido, ni está explorando una masculinidad blanda, pero que, sin embargo, está bajo el control de las mujeres, y busca su libertad ahí, bajo ese control femenino. ¿Eso es una vuelta de la novela masculina?
Premio Nobel de Literatura 2024