Sabina Urraca y el serio juego de la literatura
Como editora invitada de Caballo de Troya (año 2023), Sabina Urraca ha buscado alejarse de los centros con el trotar periférico de voces jóvenes. Aunque con dos libros publicados, varias colaboraciones en antologías, y una novela en camino, la periodista de origen vasco y canario confía más en su faceta como editora que como escritora. Hablamos con ella de la (in)compatibilidad de estas tareas, del aburrimiento de los géneros y las reglas sordas, de la curiosidad, la envidia y, sobre todo —porque nada más importa— de las historias.
Por Marta Díaz

Sabina Urraca. Crédito: Diego Lafuente.
Nació en San Sebastián en 1984, pero la suya es una «identidad familiar mixta». Se crio en Tenerife y estudió en Madrid, ciudad en la que vive desde hace 20 años. Convencida de que «es imposible no ser un montón de cosas al mismo tiempo», Sabina Urraca detesta las etiquetas, personales y profesionales. Si tuviera que elegir una para explicar su ocupación, no sería ni escritora (aunque escribe) ni editora (aunque edita). Ella es «contadora de cosas». Cada vez que escribe, se llena de barro; cada vez que edita, asiste partos. Con frecuencia, incluso, incita al embarazo —¿tienes alguna idea para un libro?— y acompaña a las creadoras en el complejo proceso de gestación. Concibe la literatura como el único terreno de la vida donde la libertad puede no tener límites, por eso hacer libros es jugar, y cada partida es —debe ser— única. No hay fronteras que valgan cuando las historias se contornean, no se puede encorsetar la belleza según criterios formales que aniquilen su esencia. Como su perra —que, por cierto, también escribe— Sabina olfatea y desentierra sus propios tesoros: las nuevas voces que despiertan en ella, y menos mal, una «envidia maravillosa».
LENGUA: ¿En qué consiste la labor editorial, más allá de las creencias generales, y cómo es Sabina Urraca como editora?
Sabina Urraca: La tradición de la figura de la editora es bastante distinta en cada país, pero siento que en España se ha extendido una idea errónea, de editor como figura que lee manuscritos, escoge uno que le gusta, lo pasa por corrección ortotipográfica y de estilo, lo publica y ya está. Y nada que ver. Al menos en mi caso, y en el de muchas otras editoras, la labor de edición consiste en encontrar un diamante en bruto (a veces más pulido, a veces menos) y trabajar sobre él, mano a mano con la autora, hasta que se le ha sacado todo el brillo que se le podía sacar. Por poner un ejemplo, como editora soy muy dada a cortar finales, eliminar tirabuzones barrocos de finales de capítulo, a veces capítulos enteros, sugerir entrelazar dos capítulos para que se transformen en uno, discutir cambios de título del libro (de los libros que he editado por ahora, creo que sólo uno se llamaba así originalmente; y prácticamente todos son libros algo o bastante distintos al manuscrito inicial). Editar es un trabajo duro, de leer, releer, proponer matices, discutirlos. En mi caso, casi siempre propongo libros que no existen, es decir, que veo autoras que me interesan, a las cuales he leído en talleres o alguna publicación previa, y les pregunto si tienen alguna idea de libro. Si me interesa lo que me cuentan, es ahí, en ese acompañamiento de la escritura, donde empieza mi labor como editora. Y también, no lo puedo negar, hay un componente importante de acompañamiento psicológico. Escribir un libro es un proceso complejo, hay altibajos. Es difícil que a lo largo del proceso editorial no se vaya forjando una especie de amistad o de relación casi familiar.
LENGUA: ¿Y cómo escritora? ¿Cómo se complementan estas facetas?
Sabina Urraca: Más que escritora me considero una contadora de cosas en general. Aunque estoy escribiendo una novela que, si todo va bien, saldrá el año que viene, cada vez disfruto más de la escritura fuera del circuito editorial, la escritura en redes, la de diario, la que se produce entre amigas, la conversación. La literatura está presente en todo eso, no es algo que se tenga necesariamente que enmarcar dentro de un libro con portada, promoción y toda esa parafernalia. Amo escribir, pero tengo mucha más confianza en mí como editora que como escritora. No sé editarme a mí misma. Es decir, las facetas de escritora y editora se complementan mal: me veo como una niña que le limpia las manos a otra niña con un trapito mojado en colonia, mientras ella misma está embadurnada de barro de los pies a la cabeza.
Los Caballos de Sabina
LENGUA: Dices que casi siempre propones libros que no existen a autoras que te interesan. ¿Cuál es la diferencia entre encontrar ese diamante en bruto y recibir un manuscrito? ¿Los flujos autor/a-editor/a son iguales?
Sabina Urraca: Es muy distinto enfrentarse a un proyecto terminado que ver cómo va brotando la historia. Es un trabajo que no tiene nada que ver. Las dos modalidades me gustan mucho, pero una cosa es como cuidar a un niño y la otra es ayudarlo a nacer (es este último el caso de casi todos los libros de la colección de Caballo de Troya). En cada uno de los casos operan emociones distintas. Hay tantos flujos autora-editora como autoras. Ningún caso se parece al otro. Cada libro es un viaje nuevo.
«No sé editarme a mí misma. Es decir, las facetas de escritora y editora se complementan mal: me veo como una niña que le limpia las manos a otra niña con un trapito mojado en colonia, mientras ella misma está embadurnada de barro de los pies a la cabeza».
LENGUA: Es difícil clasificar los títulos que has editado en un género o formato narrativo concreto (algo que pone nerviosos a muchos). ¿Por qué ese interés en fundir fronteras y apostar por lo híbrido y en cierta medida incatalogable?
Sabina Urraca: Es como cuando te digo que lo que me interesa, más que escribir, es contar: a mí me da igual si un texto es una novela, un poema extraño, prosa poética, relatos, una historia que me cuenta un borracho por la calle. Mis poemas favoritos los escriben mis amigas por WhatsApp, y ni siquiera son conscientes de estar escribiendo un poema cuando envían ese WhatsApp. Los géneros son un aburrimiento. Hay que olvidarse de los formatos y encontrar nuestras formas de contar. No puedo entender, por ejemplo, la gente que dice «no me gusta la poesía». Luego esa gente se lee Leche condensada, de Aida González Rossi, o Los bloques naranjas, de Luis Díaz, y me dice que le encantaron. Como no está enmarcado como poesía, han leído poesía sin darse cuenta y les ha gustado. Por eso evito, en la medida de lo posible, poner etiquetas. En mis talleres promuevo esta libertad total a través de autores como Lydia Davis, Lina Meruane, Natalia Carrero, Mario Bellatín, María Gainza. Me interesa mucho lo que hacen editoriales pequeñas como Comisura: juntar imagen y texto, pero no constreñirse en cuanto a formato, sino darle a cada libro lo que cada libro necesita. La historia debe encontrar su forma, y esa forma única que encuentra cada historia es su formato, también único e inclasificable. No me interesa fundir fronteras, sino que directamente no existan.

Sabina Urraca. Crédito: Diego Lafuente.
LENGUA: En esta misma línea, eliges las voces de la periferia y revindicas los acentos y los localismos en las narraciones de estas historias, incluso cuando niegan la norma. Has expresado tú misma en redes sociales que esto te ha llevado a ser una «editora echadora de pulsos con los correctores ortotipográficos». ¿Por qué es importante para ti insistir en esa lucha y no ceder, o sucumbir, a las presiones más academicistas?
Sabina Urraca: Entiendo que cada corrector ortotipográfico tendrá también su escuela y su ideología, y también comprendo que cada editorial tendrá un manual de estilo de cómo se debe realizar la corrección. Por supuesto, siento que la figura del corrector es fundamental y la agradezco enormemente, pero también creo que debe establecerse un diálogo entre editora y correctora con el fin de que el corrector comprenda que cada libro es un mundo y precisa, por tanto, de una corrección ortotipográfica concreta e intransferible a otro libro. Para entendernos: una correctora no puede corregir según normas ortográficas, digamos, habituales un libro cuya propuesta formal es no incluir puntos, comas o mayúsculas, así como no puede proponer cursiva para los extranjerismos o las palabras escritas respetando la oralidad en un libro que juega precisamente con escribir las palabras como se pronuncian o con la mezcla inevitable de idiomas. También me parece muy atrevido, e indicador de esta pulsión imperialista del español de España, el corrector español de España que corrige libros de autoras latinoamericanas percibiendo cualquier disonancia con el español de España, compulsado como central y único, como una incorrección. Cada libro es un juego nuevo que debe corregirse ateniéndose a su propuesta. Tampoco es que eche pulsos, porque, una vez que lo explico, los correctores parecen atenderlo, o, al menos, acatarlo.
«La historia debe encontrar su forma, y esa forma única que encuentra cada historia es su formato, también único e inclasificable. No me interesa fundir fronteras, sino que directamente no existan».
LENGUA: ¿Crees que los/as escritores/as de la generación Z escriben con mayor libertad? ¿Cómo afecta esto a los textos?
Sabina Urraca: Hay de todo, no puedo generalizar. He leído a muchas escritoras de la generación Z, y es absolutamente imposible englobarlas bajo un mismo paraguas. Sí que parece haber, en algunas de ellas, menos miedo a la ruptura de las formas clásicas, y menos miedo, así en general. Pero señalarlas como una moda sólo las perjudicaría, porque son escritoras individuales, con estilos demasiado complejos y personales como para lanzarlas a ese cubo. Como muy bien dice Andrea Toribio en el podcast literario La amiga eres tú, «tengo miedo de que las escritoras venideras se dejen poner vestidos que no les van».
LENGUA: La oralidad es muy importante en los libros en los que te involucras. Tú has contado que como vasca que llegó siendo niña a Canarias, te forzaste a imitar el acento de las islas, el mismo que luego escondiste al llegar a Madrid. ¿Hasta qué punto el lenguaje conforma una identidad y otorga, o legitima, la pertenencia?
Sabina Urraca: Como con casi todo, las cosas son más complejas de lo que puede resumir un titular: yo era una niña vasca, de padre vasco y madre canaria, que llegó del País Vasco a Tenerife, y, por lo tanto, mi proceso de canarización, además de inevitable (vivir un lugar es volverte parte de él), estaba sostenido por partir de una identidad familiar mixta. Este asunto de la pérdida de acento como pérdida de identidad puede ser muy tramposa: yo no he perdido nada; soy una superposición de identidades que conforman lo que soy. Las identidades puras, esa persona que te dice «yo soy esto y nada más» me despiertan sospechas. Es imposible, en estos tiempos en los que vivimos, no ser un montón de cosas al mismo tiempo. No me definiría como una canaria que fingía ser vasca, así como tampoco soy una canaria que oculta su acento. Es cierto que ha habido opresiones en todo el proceso, pero no es la opresión el único factor en juego en todos estos cambios. Considero que el lenguaje, además de una herramienta, también es un juego, y es eso lo que me interesa principalmente de editar libros en los que se juega con la oralidad. Por mucho que se habla de estos libros como «obras que se mantienen apegadas a la oralidad de un lugar», esto no deja de ser absolutamente falso. Como bien dijo Luis Díaz, autor de Los bloques naranjas, en una entrevista, la sensación de naturalidad o descuido es un efecto cuidadosamente buscado, corregido, repasado, hasta el punto de conseguir provocar ese efecto. Lo mismo sucede con la oralidad. Tras estos libros hay un trabajo consciente, un juego que se juega muy seriamente. En el caso de casi todos, la oralidad es algo que está de base, y a lo que se juega es a una voz muy original, distinta en cada caso.
«La historia debe encontrar su forma, y esa forma única que encuentra cada historia es su formato, también único e inclasificable. No me interesa fundir fronteras, sino que directamente no existan».
LENGUA: ¿Crees que proyectos como Leche Condensada o Panza de burro son una buena forma de reconocer los dialectos, en este caso el canario, y enfrentar la glotofobia que se vive dentro de nuestro país?
Sabina Urraca: Decir que estos dos libros muestran el dialecto canario es un titular muy resultón, pero no una verdad total. Estos libros están escritos desde la voz de unas autoras y la voz que estas autoras le dieron a sus historias y personajes. Hay resquicios por los que se ve el habla de unos personajes, pero es el habla concreta de esos personajes de un lugar y una época concretas. En el barrio de al lado o en el portal de al lado no hablarían igual. La gran apuesta, diría yo, más que esa «ilusión de oralidad», es la poesía, o más bien esa libertad de formato. Sí que está siendo interesante ver la reacción del público canario y de la comunidad lectora en general ante estas apuestas, y no dudo que esto pueda beneficiar a la hora de que la gente sienta que su habla está legitimada dentro de la literatura, pero no tiene un fin didáctico ni moralizante. La gente debería respetar e integrar los acentos y las palabras propias de los otros sin necesidad de que una novela o una campaña antiglotofóbica se lo metiese a empujones en la cabeza. Incluso olvidando la noción de respeto, me parece absurdo no sentir curiosidad por el lenguaje de los otros. No me digas que te gusta viajar y te encantan los idiomas si arrugas la nariz cuando escuchas el acento extremeño y aún crees que es español correcto es el del telediario y lo demás son variantes que van de lo paleto a lo gracioso.

Sabina Urraca. Crédito: Diego Lafuente.
LENGUA: La mayoría de las autoras con las que has trabajado son mujeres. ¿Es una búsqueda intencionada? ¿Qué encuentras en estas voces femeninas?
Sabina Urraca: En mis decisiones editoriales no hay una estrategia de cuotas ni una intencionalidad (más allá de la de intentar salirme un poco de los centros literarios habituales, cosa que no es tan sencilla); simplemente me ha interesado más lo que me han contado unas historias concretas, y muchas de las autoras de estas historias han resultado ser mujeres. Veo una tendencia últimamente, y es que las mujeres empezamos a leer sólo a mujeres. Por supuesto, después de tantos años de monopolio literario masculino, esto tiene una parte maravillosa, pero también otra que a mí me parece peligrosa. Sería una estupidez que nos perdiésemos, por citar a unos cuantos, a Federico Falco, a Roque Larraquy, a Marcelo Donadello, a Antonio di Benedetto, a Mario Bellatín. Tenemos que estar más agudas de lo que lo han estado esos hombres leyendo sólo a hombres durante tantos años: no nos perdamos tantas maravillas absolutas por el hecho de estar escritas por hombres.
LENGUA: Es muy frecuente que la gente valore una obra literaria, o artística en general, en función de su nivel de identificación con la misma, algo que me consta que rechazas. ¿Por qué dirías que ocurre esto y cómo podríamos caminar hacia otra forma de lectura? (que no esté, además, atravesada por los ritmos frenéticos del consumismo en una sociedad capitalista).
Sabina Urraca: Es algo de lo que llevo hablando mucho tiempo, un asunto que, la verdad, me desespera bastante. Creo que la búsqueda de una historia que sea como la nuestra va de la mano con esta cultura del ego que nos está engullendo y que muchas veces, tristemente, se alienta desde las editoriales: se aplauden historias moralizantes, en las que la protagonista encarne lo que nosotros somos, o más bien lo que nosotros creemos que somos (personas sin tacha, sin un solo pensamiento o acción que se salga de un manual de buenas prácticas morales). Eso y la tendencia a unificar la opinión y las acciones de los personajes con la opinión y las acciones del autor es algo que sólo nos puede llevar a una literatura bobalicona y vacía, que no nos permita pensar ni disfrutar con realidades que no tengan que ver con la nuestra, ni darnos cuenta de que el mundo es complejo, cruel, terrible, al mismo tiempo luminoso, y que nosotros también somos todas esas cosas. No veo salida posible a esto; es una tendencia que avanza a pasos agigantados, y que además viene precedida por la moral estadounidense, que nos lleva ventaja en cuanto a bobería. Sí que veo un consuelo: siempre habrá alguna gente que seguirá queriendo leer una historia que le hable de un mundo nuevo y ajeno o de una mente nueva y ajena, distinta de la propia.
«La gente debería respetar e integrar los acentos y las palabras propias de los otros sin necesidad de que una novela o una campaña antiglotofóbica se lo metiese a empujones en la cabeza. Incluso olvidando la noción de respeto, me parece absurdo no sentir curiosidad por el lenguaje de los otros».
LENGUA: Como editora que también escribe sus propias historias, ¿sientes a veces envidia de los autores y autores con los que trabajas? ¿Cómo se relacionan envidia y admiración? ¿Es posible la una sin la otra?
Sabina Urraca: Creo que más bien soy una escritora que también edita. Es que no sé si estas dos labores son demasiado compatibles, así que quizás, una vez terminada la colección de Caballo de Troya, deba dejar de editar por un tiempo. Con respecto a la envidia, por supuesto que sí. Yo siento envidia, una envidia maravillosa, por las autoras que me enseñan cosas nuevas y fascinantes, por mis amigas y sus frases literarias no del todo conscientes, por la forma de hablar de una señora en el supermercado, por escritoras que leo. Pero, sobre todo, siento envidia de mi perra, tumbada al sol, sin un lenguaje humano claramente articulado, analfabeta, pero que sin embargo escribe. ¿Sabías que los perros, cuando hacen pis en la calle, no están marcando un territorio, sino dejándose mensajes unos a otros?