Una breve historia de las redes de información ...
Sara García Alonso: «Estoy aprendiendo a quererme: mi valía no tiene nada que ver con temas físicos ni con cómo me acepta la sociedad»
Sara García Alonso nació en León en 1989, pero su mirada siempre estuvo puesta más allá de los límites de la Tierra. Con un expediente que desborda logros –un doctorado cum laude en Biología Molecular del Cáncer, una licenciatura en Biotecnología, múltiples premios a la excelencia académica–, la joven científica ha sido la única mujer española seleccionada para la reserva de astronautas por la Agencia Espacial Europea, un honor que alcanzó tras un proceso de selección que atrajo a más de 22.000 candidatos. Aún así, Sara, que investiga tratamientos innovadores contra el cáncer y promueve la importancia de la ciencia en la educación de nuevas generaciones, parece tener claro que el éxito académico y profesional es solo una parte de la ecuación: mientras se dedica a proyectos que podrían salvar vidas, Sara García Alonso sigue tratando de resolver cuestiones personales como la identidad o la motivación y trabajando, activamente, en su autoestima. De ahí surge «Órbitas» (Ediciones B, colección Sine Qua Non; 2025), un libro que reúne sus reflexiones y descubrimientos en un viaje de autoexploración. Para ella, según relata a LENGUA en esta entrevista, escribir ha sido un desafío nuevo... y tal vez el más grande de todos: «Me ha llevado a un universo que desconocía». Un universo donde, más allá de las estrellas y los laboratorios, también se encuentra un aprendizaje profundo sobre uno mismo.
Por Marta Suárez

Sara García Alonso. Crédito: Diego Lafuente.
Hasta que llegue el anhelado día en el que reciba una llamada para volar al espacio exterior, Sara García Alonso (León, 1982) cumple varias misiones en el planeta Tierra: investigar nuevos tratamientos que curen el cáncer de pulmón y de páncreas en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO); divulgar los beneficios de la ciencia, sobre todo para las nuevas generaciones de niñas; y convencer a los poderes públicos y a la sociedad de la importancia estratégica que tiene apostar por la I+D+i, porque, como ella reivindica, los países más ricos son los que más invirtieron en ello en el pasado y ahora vemos quiénes están recogiendo sus frutos.
Cuando entrevisto a la única mujer española que ha sido elegida astronauta en la reserva por la Agencia Espacial Europea (ESA) tras un exhaustivo proceso de selección entre más de 22.000 candidatos, lo último que espero en nuestra conversación es escucharla decir -reiteradamente- que está trabajando en su autoestima y en su aceptación.
Se doctoró cum laude en Biología Molecular del Cáncer y Medicina Traslacional (fue Premio Extraordinario a la mejor tesis doctoral en Medicina por la Universidad de Salamanca) y se licenció como primera de su promoción en Biotecnología por la Universidad de León. Además de obtener varios premios a la excelencia académica, ha sido distinguida, entre otros, con el Ada Byron Joven 2023, la Medalla de Plata de la Comunidad de Madrid y ha sido nombrada Hija Predilecta de León.
Un apabullante currículo al que esta joven científica acaba de sumar Órbitas (Ediciones B, colección Sine Qua Non, enero de 2025), un primer libro dividido en seis órbitas de ensayo y autoexploración que invitan al lector a afrontar retos y que le ha servido para aprender a conocer cuáles son sus motivaciones, sus defectos y también a valorar sus virtudes. Una experiencia a la que ha dedicado miles de horas en los últimos dos años y que, para García Alonso, que lleva escribiendo desde que era adolescente, ha supuesto «el proyecto más desafiante y de los más gratificantes» de su vida. «Me ha llevado a un universo que desconocía», relata.
En estas páginas transita por momentos difíciles de su vida como cuando siendo una niña muy introvertida y con muchos problemas de autoestima y confianza la insultaban por su físico.
LENGUA: Cuando hablas de bullying en tu libro Órbitas, ¿lo haces en sentido figurado o fue algo que viviste en primera persona en el colegio?
Sara García Alonso: No quiero banalizar ese término porque probablemente hay mucha gente de antes y de ahora que lo habrá pasado mucho peor de lo que yo lo pude pasar. No sé cómo catalogar aquello porque no me gustaría banalizar el tema, lo que sí es verdad es que a mí me hizo mucho daño. Menguó mi confianza y me costó sobreponerme. Ahora, de adulta, me doy cuenta de que quizás esas heridas hayan incidido en cómo he encarado la vida, porque cuando eres adolescente eres un saco de inseguridades, todo te da miedo y te genera dudas.
LENGUA: Me imagino que ahora aquellos problemas de autoestima ya estarán más que disipados.
Sara García Alonso: Sigo trabajando en ella.
LENGUA: No me esperaba una respuesta así de una mujer que ha sido elegida entre 22.000 candidatos… me imaginaba que me dirías: soy astronauta, ¿tú cómo crees que tengo la autoestima ahora?
Sara García Alonso: Siempre busco mejorar. Estoy aprendiendo a aceptarme y a quererme, a entender que mi valía no tiene nada que ver con temas físicos ni con cómo me acepta la sociedad. Desde que era adolescente, desde que pegué ese cambio físico del que hablo en el libro, es algo en lo que estoy trabajando.

Sara García Alonso. Crédito: Diego Lafuente.
Ese momento al que se refiere y que narra en su obra comienza con una crisis vital en febrero de 2016 que la llevó a cambios profundos en su trabajo, en su actitud en general y que, tal y como experimentan tantas otras personas durante algunas catarsis o rupturas con el pasado, vino acompañado de una manifestación externa, física y estética, en forma de melena rojo fuego, tatuajes y otras expresiones de una nueva identidad personal.
Porque ser un cerebrito no le ha impedido tener su propia forma de expresarse alejada de lo que uno podría esperar de una científica. De hecho, es una apasionada de la moda que está «encantada» de romper esos estereotipos. «Usar tacones de 15 centímetros, vestido y pelo rubio platino no me hace menos lista, ni ponerme gafas y decir moléculas me hace más inteligente. No sé si es que aún no he encontrado un molde que se adapte a mí o es que me gusta romperlos, lo que está claro es que no me gusta que me cataloguen», advierte, y añade: «Yo reivindico que huyamos de los estereotipos. ¿Por qué el científico no va a preocuparse por su estética y parece que tiene que llevar gafas, bata, estar encerrado y que su vida se limite a su proyecto de investigación? El hecho de que yo vaya discreta o no, el hecho de que lleve el pelo castaño o rojo no me hace menos inteligente».
«[El bullying] menguó mi confianza y me costó sobreponerme. Ahora, de adulta, me doy cuenta de que quizás esas heridas hayan incidido en cómo he encarado la vida, porque cuando eres adolescente eres un saco de inseguridades, todo te da miedo y te genera dudas.».
Se expresa con dulzura y con una cadencia que me hace pensar que podría ser una profesora de dicción a la que se le escapan unas pocas zetas leonesas. Unas capacidades oratorias que le vienen como anillo al dedo a esta doctora que, desde 2022, a raíz de su nombramiento, se ha convertido en una figura pública que divulga la ciencia. «Siento que ser la única mujer española candidata a astronauta de la ESA -de momento- entraña unas responsabilidades y una de ellas es la representación, en cierta manera, de la ciencia de mi país, pues tengo un altavoz. Todo esto es un trabajo y una responsabilidad en los que no me permito dudar, por eso llevo bien la exposición pública, soy consciente de que tengo que estar a la altura. Ahora, si me preguntas si disfruto exponiéndome tanto… Bueno, depende, no me gusta darme bombo, son sentimientos encontrados», reconoce.
Una parte de su trabajo en la que pone un especial empeño es en ayudar a niños y jóvenes -sobre todo a ellas, que aún no se aproximan en igualdad de condiciones a la rama de ciencias- a romper barreras y superar miedos. «Muchas veces somos nosotras quienes nos ponemos límites y tenemos que romperlos y atrevernos a dar pasos. Las mujeres confundimos cometer errores con el fracaso, y los errores son parte del aprendizaje. Yo he cometido cientos de errores y he salido reforzada de ello. Siempre le digo a las niñas que suspender un examen de Matemáticas no es ser mala en Mates. Tú misma te limitas, atrévete a intentar lo que te motiva».
Aunque parezca mentira, a ella misma se le atravesaron asignaturas como las Matemáticas durante Primaria y la ESO porque no entendía la forma que algunos profesores tenían de enseñar. De hecho, su cerebro no era capaz de entenderlas de la manera en la que le explicaban la materia y cuando por fin usaron otra forma de enseñar se le empezaron a dar muy bien. A pesar de estos obstáculos puntuales, García Alonso ha tenido un expediente intachable si obviamos parvulitos, pues sus padres la apuntaron un año antes del que le correspondía y por esa razón tuvo que repetir. «De hecho cuando mis amigos se meten conmigo y me quieren vacilar me dicen: sí, sí, muy lista pero repetiste», bromea.

Sara García Alonso. Crédito: Diego Lafuente.
El libro muestra a una Sara vitalista en continua exploración que se lanza a romper límites y a afrontar desafíos obligándose a tirarse en paracaídas, a intentar mantenerse viva en un campamento militar de locos -ríete tú del crossfit, el triatlón, la Spartan Race o las maratones- o a superar una adolescencia «chunga» saliendo airosa: «Creo que mi trayectoria no ha sido un camino de rosas, pero afortunadamente tampoco ha habido ninguna tragedia, porque los mayores varapalos de la vida suelen estar relacionados con temas de salud o personales. Al final es sacrificio, esfuerzo y darte de bruces con la realidad. Generalmente cuando pruebo una cosa por primera vez no me sale bien a la primera. Pero me quedo con lo positivo y salgo reforzada o al menos incremento mi confianza».
La autora de Órbitas usa las redes para divulgar su trabajo, pero no cae en ese vacío del scroll infinito al que muchas veces nos llevan en Internet. Prefiere dedicar su tiempo libre a charlar con su pareja y a escuchar música o ir a conciertos con él. Bebe de muchos estilos, a esta científica le gusta el rock y el black metal, pero también se conmueve con la ópera -ahorró durante meses para ir a ver Madame Butterfly en el Teatro Real con su madre en el clásico asiento con vista a una columna que casi sólo te permite escuchar- y también puede echarse a llorar viendo un concierto de Réquiem en Viena.
«Muchas veces somos nosotras quienes nos ponemos límites y tenemos que romperlos y atrevernos a dar pasos. Las mujeres confundimos cometer errores con el fracaso, y los errores son parte del aprendizaje. Yo he cometido cientos de errores y he salido reforzada de ello».
Saber decir no
En la época en la que experimentó su crisis vital, Sara aprendió algo que entonces le costó «muchísimo», pero que a día de hoy le parece de fundamental: saber decir no. Sobre todo cuando fue capaz en el ámbito laboral de «decirle a un superior, a un jefe o jefa de quien depende tu futuro y que tiene más poder que tú, que las cosas que están pasando no son justas y que no las vas a tolerar. De eso me siento muy orgullosa».
También defiende su derecho a cambiar de opinión, «es necesario, y no porque seamos veletas que cambian con las modas, sino porque cuanto más avanzas, más referencias y conocimientos tienes. Si vas abriendo la mente, leyendo, viajando más y conociendo a más gente, la visión de túnel que tienes se amplía. Estamos en continuo cambio, somo monstruos de muchas cabezas y podemos ser una cosa y la contraria al mismo tiempo».
Su sueño sería poder fusionar sus dos pasiones: la investigación contra el cáncer que desarrolla a tiempo completo en tierra -en el prestigioso CNIO- y poder realizarla en el espacio como astronauta española. Una misión que se cumpliría si la convocaran para un viaje espacial en baja órbita que le permitiera aprovechar las ventajas de la microgravedad para estudiar cuestiones de biomedicina o relacionadas con la cura del cáncer.
Dos proyectos vitales, uno microscópico y terrenal, otro cósmico y planetario, que para Sara están completamente conectados: «Si no, nunca habría intentado ser astronauta. Ambas cuestiones consisten en avanzar en el conocimiento para el beneficio de la humanidad», asegura. «Responder preguntas, encontrar nuevas respuestas que puedan traducirse en avances, desde nuevos medicamentos para el cáncer -cosa que puedo hacer tanto en el laboratorio como en el espacio- como encontrar el origen de la vida, qué está escondido en el ADN y qué nos pueden decir las estrellas acerca del origen del universo. Para mí todo es avanzar en el conocimiento».
De momento el posible viaje de Sara está pendiente de que la NASA determine una nueva expedición de baja órbita. «No puedo hablar de tiempos, porque no está en mis manos, pero es una posibilidad real que ojalá suceda más pronto que tarde», explica esta astronauta a quien no le preocupa estar confinada en una misión que podría durar entre 15 y 30 días. «Me adaptaría y lo disfrutaría sin problemas. Luego hay otras expediciones de seis meses, cuando empiecen las misiones a la luna serán más largas, y cuando nos planteemos ir a marte ya estaremos hablando de palabras mayores», me cuenta con un brillo en la mirada.
De momento, desde la Tierra, le gustaría que los poderes públicos sigan apostando por la I+D porque «la base de cualquier economía y país es la I+D+i en todos los ámbitos, no sólo en la lucha contra el cáncer sino también en la educación, cuanta más gente formada e informada haya más libres seremos».

Sara García Alonso. Crédito: Diego Lafuente.
Una de las pocas preguntas ante las que duda es una que realizo cuando estamos terminando nuestra conversación, al cuestionarle si deberíamos estar más preocupados por la basura de la tierra o por la que nos sobrevuela en el espacio: «No podemos ignorar ninguna de las dos porque la contaminación del planeta es realmente problemática y la espacial también, en especial por el riesgo que corremos de que esa basura dañe tecnología de la que dependemos todos los días porque nuestro móvil, el GPS, el control tráfico aéreo, marítimo, terrestre, la observación de la tierra, hasta cuando sacamos dinero del cajero… todo ello está en riesgo de verse dañado y el coste económico y tecnológico es inasumible -insiste-. No podemos seguir contribuyendo a crear más basura en el espacio, igual que en la Tierra porque ya nos estamos cargando el planeta y no hay un planeta B. Las agencias espaciales, empezando por la ESA, están convocando muchos proyectos para que investigadores aporten ideas para arreglarlo, desde satélites que reacondicionarían a los obsoletos para darles una segunda vida hasta formas de mover la chatarra hacia la atmósfera para que se incinere».
Al despedirnos quiero saber si además del trabajo de introspección y su recorrido por mil aventuras, su libro Órbitas busca algún tipo de reacción en los lectores y me cuenta que no hay ningún propósito oculto más allá de ser «una invitación a atreverte, a explorar tus límites, a reflexionar y a plantearte preguntas como por qué haces las cosas». «Pero si al final lo usas para calzar una mesa, bienvenido sea», bromea.
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