«Absolutamente todo», de Rubén Orozco: el amor por la vida prevalece
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de la edición de 2022 exponen su geografía literaria y explican cómo ésta encaja en esta colección panhispánica global que presenta la mejor literatura en español. Aquí, Rubén Orozco escribe sobre «Absolutamente todo».
Por Rubén Orozco

Rubén Orozco. Crédito: Angélica Vélez.
Ocurrió más o menos de este modo: cuando era un muchachito creí que naufragaba en el océano del absurdo hasta que, aferrado a los sueños, un día llegué a la literatura. Me maravillaba el hecho de que otros hombres y mujeres hubieran sabido encontrarle un propósito al peso que llevaban sobre los hombros, que de la nada hubieran sacado libros que, por su belleza taciturna o su espíritu juguetón, justificaban el dolor de saberse temporal. Durante muchos años viví con ese asombro de los libros, ese fervor por mis autores preferidos: siguiendo el dictamen de mi asombro, me matriculé en la universidad y obtuve un título inútil y seguí estudiando y renuncié a una maestría innecesaria y leí y releí y desbaraté las historias que más amaba, tratando de descifrar la magia de su hermosura, hasta que llegó el momento en que yo también quise escribir algo que justificara mi propia tristeza o la despojara de su maldita solemnidad y demostrara que tras la aparente temporalidad de la vida había otra cosa, no sabía bien qué, algo que no se desvanecía nunca. Así llegué a publicar un par de novelas, no sé si buenas. El autor no puede calificar bien sus obras, porque las siente muy próximas; los lectores no pueden calificar bien las obras del autor, porque están demasiado lejos. Al final la escritura y la lectura son procesos de creación que ocurren siempre cuando estamos solos, y el fuego del texto, si es que hay fuego, solo ilumina nuestro rostro emocionado.
De padres e hijos
El truco de los libros me funcionó durante algunos años y luego, por diversas razones, fue perdiendo la gracia. Las palabras se fueron despojando de su valor y su sentido, como si las pronunciara desde el tedio o el vacío, y el ambiente lúgubre de los mercachifles de libros, los insípidos bestsellers y los escritores desesperados por acaparar la atención de los lectores me abrumó con sus miasmas insalubres. El caso es que hacía rato me daba vergüenza ser escritor, tal vez porque no había vuelto a sentir las cosquillas que solían trepárseme por la columna cuando llegaba una nueva idea, y ahora ni siquiera los hermosos libros de los otros lograban zafarme de la melancolía que a veces me lastraba. Habituado a prestarle atención a la estructura de las tramas y las urdimbres, notaba que mi vida seguía la línea de progresión de tantas historias frívolas: había una vez un hombre feliz y después algo cambió. O yo había cambiado, cómo saberlo. Es fácil perderse dentro de uno mismo: uno es siempre su propio laberinto. Analizando escapatorias, se me llegó a ocurrir que si yo fuera un personaje en una de mis novelas todo sería más fácil; o no más fácil, pero al menos todo estaría dispuesto de modo que, avanzando a lo largo de los capítulos y las partes, atento a los detalles y a las pistas, yo encontrara, hacia el final de mi historia, el sentido de mi búsqueda. Eso pensé, y ese pensamiento se me convirtió en un sol gigantesco, alrededor del cual comenzó a girar todo lo demás.
¿Volvería a encontrar en los libros el flotador que me salvara? No lo sabía. No sabía nada. La incertidumbre era mi mantra y se intensificó cuando supe que iba a ser padre. Así es: vivo flotando en un mar ignoto, tratando de poner los pies sobre un suelo que no veo, que ni siquiera sé si existe. A veces sueño que yo soy ese océano, oscuro, sin límites, pero luego despierto y me doy cuenta de que no soy más que espuma. ¿Qué seguridad podía yo dejarle a mi descendencia? ¿Qué mensaje podía transmitirle? La verdad es que todavía no me acostumbraba a la idea de tener un hijo, y que la paternidad inminente me estaba obligando a revaluar todo en mi vida, absolutamente todo: mi relación con el multiverso, con los otros, con los objetos, con las palabras, conmigo mismo. Si al final decidí escribir Absolutamente todo, la novela de viajes que le regalé a Luciano, fue porque a pesar de todo, el amor por la vida prevalece, y porque creo con fervor que en el corazón de cada uno pulsa la misma energía que le dio origen al tiempo y a la materia: nuestra conexión íntima con el infinito.
Mapa de las Lenguas es una colección panhispánica global que presenta la mejor literatura de veintiún países que comparten el idioma. Pero es, sobre todo, un itinerario de viaje por trece de los libros que el año pasado tuvieron mayor trascendencia en su país de origen y que, a lo largo del 2022, recorrerán el resto del ámbito del español.
Adentrarse en la obra de estas trece voces es transitar un territorio físico, tangible, pero también un espacio moral, intelectual, anímico, político y sociocultural. La lectura de un autor contemporáneo de cualquier país de habla hispana es una ventana a una forma de expresarse y escribir en español, pero también un modo de tomarle la temperatura a las preocupaciones y los anhelos de cada uno de esos lugares.