«El Libro de Aisha», de Sylvia Aguilar Zéleny: escribir sin mapa
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de la edición de 2022 exponen su geografía literaria y explican cómo ésta encaja en esta colección panhispánica global que presenta la mejor literatura en español. Aquí, Sylvia Aguilar Zéleny escribe sobre su novela «El Libro de Aisha».
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Crédito: foto cedida por la autora.
«Nunca nadie hizo jamás buena literatura con historias familiares» dice Emilio Renzi, personaje en Respiración Artificial de Ricardo Piglia. Digo personaje, pero bien podría decir alter ego pues Piglia le regala a Emilio Renzi un poco de su propia historia familiar, lo hace desplazarse por las calles de la ficción y esto le permite al autor escudriñar una realidad.
«Nunca nadie hizo jamás buena literatura con historias familiares», esa frase me persiguió por años y lugares, se volvió mi enemiga y, al mismo tiempo, mi razón contar la historia de mi familia. Desoyendo a Renzi, escribí El Libro de Aisha un tanto por necedad y otro tanto por necesidad. No quería necesariamente hacer buena literatura (¿cómo y quién define esa, por cierto?). Yo necesitaba de la literatura para escribir la historia de mi familia y descubrir quién era mi hermana.
Me tomó años decidirme a contarla y otros tantos encontrar la forma de hacerlo. Y es que sabía qué quería contar, pero en un primer momento no sabía ni por qué ni cómo. Era como hacer senderismo o oscuras.
Sin mapa, avanzaba sin mapa.
La única manera de llegar a donde quería llegar, era haciendo el mapa yo misma conforme lo recorría. Esto es algo que he aprendido con los años, en la escritura hay que investigar, hay que tomarse tiempo para procesar, hay que hacer un laboratorio con palabras y formas antes de sentarse a escribir. Al menos así aprendí a hacerlo yo escribiendo este libro.
Todes en algún momento hemos estado tentades a escribir de la familia, de algo de la familia, de ese incidente, de esa tía, de ese padre y lo hacemos porque tenemos preguntas, dudas, curiosidad. He comprendido finalmente que cuando no hay respuestas, hay que volver a hacer las preguntas. Y si no hay quien las responda, toca apelar a lo que sí sabemos y especular.
Para El Libro de Aisa apelé a lo que sí recordaba, a lo que me habían contado; y luego me armé de valor y comencé a acomodar la memoria desde las lecciones de la ficción para contar la historia de mi hermana Patricia. Ella se enamoró y se casó con un turco musulmán y cuando lo hizo, dejó atrás su nombre, su nación, su idioma y abandonó el ateísmo en el que fuimos criadas para convertirse al islam y cubrirse del mundo occidental.
Yo quería entender por qué.
Historia de una familia
Y en ese querer entenderlo, comprendí que la de ella no era una historia única, la de mi hermana, la de mi familia, era una historia que se repite en todos lados, se va del amor a la violencia, se va de la libertad a la seclusión sin que lo sepamos.
La Sylvia que narra la historia de Patricia, tiene mi memoria, mi edad, mis preguntas y gran parte de mi familia. La Sylvia que narra avanzó por el mapa de dos países, una religión y una casa: la cocina, la sala, las habitaciones en las que yo crecí son el territorio de este libro. Las charlas que tuve y las que hubiera querido tener, los documentos que encontré y los que me tuve que inventar son también parte del desplazamiento que tuve que llevar a cabo para contar lo que quería contar.
La Sylvia que escribió este libro lo hizo tres veces. Primero fue una novela con narrador omnisciente y tal. Luego fue una memoria bastante tímida. Eventualmente encontré que no necesitaba ser uno u otro, mi libro podía ser todo lo que necesitara ser. La Sylvia que escribió este tuvo que leer sobre Islam, a autoras como Maggie Nelson, Eleni Sikelianos, Lolita Bosch, Cristina Fallarás, Cristina Rivera-Garza, Nona Fernández, autoras que han «tenido» que hacer de la novela el terreno de la investigación. Porque la historia de una persona, de una familia, de un barrio, de una ciudad es también la historia de una sociedad y esa no hemos terminado de contarla.
Así que podemos coincidir con Renzi que en realidad es Piglia y decir: «Nunca nadie hizo jamás buena literatura con historias familiares» pero no vamos a dejar de intentarlo. Una y otra vez. Las que sean necesarias.
Pareciera que escribir, para mí, es un acto de desobediencia y sí, lo es.
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