«Los años extraordinarios», de Rodrigo Cortés: puerta cerrada, puerta abierta
Todo mapa es una representación del mundo que refleja la visión de quien lo dibuja, y el Mapa de las Lenguas no tiene fronteras ni capitales: trece libros, un año y un territorio común para la literatura de veintiún países que comparten un idioma con tantas voces y lenguas como hablantes. Invitados por LENGUA, los autores de la edición de 2022 exponen su geografía literaria y explican cómo ésta encaja en esta colección panhispánica global que presenta la mejor literatura en español. Aquí, Rodrigo Cortés escribe sobre su novela «Los años extraordinarios».
Por Rodrigo Cortés
Rodrigo Cortés. Crédito: Irene Medina.
Todos los territorios son imaginarios. También los reales. También los metafóricos, de los que huyo como se huye de los abogados con cara de niño, como se huye de los osos hasta en África, donde no hay osos. (En realidad no sé si en África hay osos, supongo que no, pero no lo he mirado). Todos los territorios son inventados. Tirando por el lado sistemático, confieso que en Los años extraordinarios hay lugares de dos tipos: reales e imaginarios. Los imaginarios, me parece, me los he imaginado. Tomemos, pues, los reales, que son de dos tipos también: los que he visitado y los que no; los segundos he tenido que inventármelos, así que quedan los primeros, los de la sustantividad —eso que llamamos realidad, más bien un destilado de la experiencia—, los que he olido y tocado, los que he pisado; lugares familiares y frecuentes que, vaya por Dios, también me he inventado. Me los he inventado todos.
Para eso era la literatura, creo, antes de ponerse cada uno a sí mismo por bandera a hacer de héroe y antihéroe, antes del objetivismo y la crónica del sufrimiento, antes de la autoficción, contra la que nada tengo y que también es inventada, que requiere acaso —pecado venial—algo menos de imaginación, aunque, como lo del oso, tendría que mirarlo; eso tiene el compromiso, que sirve para tener razón, no gracia. La realidad está bien para los alemanes y para el notario, la literatura busca la verdad, que es otra cosa. O, aún mejor: la encuentra sin buscarla.
Recuerdos y viajes
Decía Borges del realismo que es una moda que terminará por pasar. Pasó antes Borges. Decía Umbral que (el realismo) da para el conformismo más que para el optimismo; que renuncia a la imaginación, acorta sus distancias y no quiere ver más allá de lo que hay, cuando lo que hay está siempre más allá. Pasó Umbral. Digo yo —diciendo menos y peor— que lo de leer es, a lo mejor, lo que era y es para el infante: visitar quimeras, avivar disparates. Los de Ulises, los del Quijote, los de Gulliver, los de Alicia. De eso iba esto. Por eso Fawlkner inventó Yoknapatawpha, Conrad Costaguana y García Márquez Macondo tanto como Cunqueiro inventó Mondoñedo o Dickens Londres. Porque de eso —me repito— iba esto. De desvariar. De inventarse cosas. De contar mentiras. De poner árboles a hablar y concejales a guardar silencio. De cabalgar balas de cañón y caballos con nombre propio. De la visita de Dios a Madrid, de un señor que se despierta gusarapo, de gigantes de roca, de niñas con amistades de plomo y paja. Por eso pensar es andar, por eso cada mapa es de un solo uso. Por eso para mirar basta con cerrar —responsablemente— los ojos. Y por eso, o algo parecido, elijo elegir la lengua como único espacio honorable en que encerrar mi despropósito. Por puro optimismo.
Mapa de las Lenguas es una colección panhispánica global que presenta la mejor literatura de veintiún países que comparten el idioma. Pero es, sobre todo, un itinerario de viaje por trece de los libros que el año pasado tuvieron mayor trascendencia en su país de origen y que, a lo largo del 2022, recorrerán el resto del ámbito del español.
Adentrarse en la obra de estas trece voces es transitar un territorio físico, tangible, pero también un espacio moral, intelectual, anímico, político y sociocultural. La lectura de un autor contemporáneo de cualquier país de habla hispana es una ventana a una forma de expresarse y escribir en español, pero también un modo de tomarle la temperatura a las preocupaciones y los anhelos de cada uno de esos lugares.