Otros días, otros juegos

Manuel Vicent

Fragmento

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Prólogo

Contra Paraíso

 

En un principio quise titular estas memorias como El libro de los cinco sentidos porque de eso se trataba. No he pretendido escribir unos recuerdos de infancia, que a cierta edad son siempre alentados por la nostalgia o la melancolía, sino investigar en las fuentes más puras de la creación literaria: ese punto en que la sensibilidad entra en contacto por primera vez con la naturaleza. Para eso nada mejor que remontar la ruta interior de los sentidos hasta alcanzar aquel tiempo en que los sentidos eran extremadamente limpios, sin adherencia alguna.

La infancia es una patria común. En ella se constituye el estado de la naturaleza. Esa patria consiste sólo en un nudo de sensaciones: los primeros aromas, los primeros sabores, las primeras visiones, las primeras canciones, las primeras caricias. Todas las personas, aun en ámbitos diversos y en tiempos distintos, se reconocen en ella, y según sea la memoria feliz o desdichada que de la infancia se conserve, ésta significará para siempre el paraíso o el infierno.

La expulsión del paraíso estriba en crecer. El camino del Este del Edén es la edad. A medida que con los años uno se aleja de la niñez aquel lugar donde los días eran tan azules como el propio mar se va convirtiendo en un espacio natural de la literatura. Llega un momento en que el escritor tiene que volver a él para recuperar la virginidad en los ojos cuando la experiencia de la vida le ha llenado de erosiones.

Empecé a escribir este libro por experimentar una divertida curiosidad conmigo mismo, pero en seguida descubrí que estaba tratando con un material muy sensible, de primera mano, altamente inflamable, y esto lo hacía no sólo excitante sino también ineludible, una prueba para medir mi honestidad literaria. Por primera vez tuve la sensación de estar narrando algo necesario para mí y por tanto verdadero, y esto requería una gran sencillez en la escritura, puesto que las sensaciones que tenía que analizar eran puras y sencillas.

Creo que en este libro está en esencia todo el material que a lo largo de los años me ha nutrido espiritual y literariamente. También anida en él lo fundamental de mi estética: debajo de la belleza está la corrupción, debajo de la destrucción renace siempre la belleza. Las primeras visiones de un niño se convierten en lacres de luz que sellan el alma. Las primeras sensaciones, aromas, sonidos, sabores, trazan caminos interiores que uno tendrá que recorrer una y otra vez hasta formar profundos surcos que conducen desde el placer al terror.

Balnearios derruidos, pérgolas bombardeadas, soldados muertos, cascos y botas militares llenas de tierra donde habían florecido plantas silvestres cuyos violentos perfumes lijaban el fondo de la nariz, y en medio de este festín nacía el sexo acompañado de las amenazas morales. Bajo estas amenazas morales se desarrollaba la imaginación, que en principio era un baluarte para defenderte. Primero se miente para enmascararse, después para complacer, luego para jugar con uno mismo y, finalmente, la mentira se convierte en una creación y el niño la va llevando hacia la obra de arte si es capaz de volar todos los puentes. Tal vez sea éste el origen de la literatura o de la ficción. Frente a la amenaza moral o autoridad represiva la imaginación es capaz de generar una energía que pone en marcha los cinco sentidos corporales. También quise dar a este libro otro título: Los límites del paraíso. Con él trataba de insinuar una doctrina que he aprendido de los presocráticos. Creo que el máximo placer de las cosas y de los sentidos se produce en la línea divisoria donde comienza la prohibición, el lado oscuro o negativo del Edén. También la sensación de despojo comenzó a atraerme con gran fuerza cuando comencé a escribir este libro con la intención de despojarme y despojar mi literatura de todas las adherencias barrocas o esteticistas. Al final el título ha sido Contra Paraíso, que marca un claroscuro, la luz y las tinieblas, los placeres y los terrores, la belleza y la destrucción de un tiempo, la inocencia y la primera veladura que la culpa deja en la mirada del niño.

La acción de este libro consiste en el despertar de los sentidos. Su contacto con la naturaleza produce una luz muy pura, una reacción tan tierna como profunda: ésa es la única hazaña que se sucede en estas páginas. Todo junto constituye esa masa básica que se llama experiencia anímica o animal y de la que nunca se podrá uno ya liberar.

No debe uno escribir de lo que ha vivido, sino de lo que ha experimentado. Si uno escribe sus vivencias se erige en protagonista; en cambio, cuando se escribe sobre experiencias el escritor se transforma en medio, aglutinante o sintetizador de una sensibilidad que atañe a otros. Éste no es un libro de recuerdos de infancia. Tampoco es un acopio de nostalgias y melancolías. Quiero dejar claro que éste es un estudio del tiempo, la historia de una herida, la memoria de un paraíso o de una patria donde reinaban unos determinados sonidos, sabores, caricias o sensaciones, que todas juntas formaban una sola unidad con la naturaleza y que a todos nos unificaban con ella porque a todos nos pertenecían.

Tranvía a la Malvarrosa

 

Si Contra Paraíso es un análisis de los sentidos atrapados en ese instante en que su niebla se separa de la naturaleza, Tranvía a la Malvarrosa es un libro de iniciación. El paso de la adolescencia a la juventud viene determinado por el sacramento de la confirmación, que en cualquier cultura equivale al sacrificio del héroe. El viaje es una fuente de revelación. El héroe huye al Este del Edén, navega en busca del Vellocino de Oro, regresa a Ítaca, se refugia en el desierto, sube al Sinaí, se adentra en el bosque para rescatar a la princesa que está bajo el poder del dragón o da la vuelta alrededor de su propio yo y en cualquiera de estas aventuras encuentra una salvación.

En este caso el adolescente viaja en un tranvía azul y su trayecto es corto, se desarrolla desde la ciudad a la playa de la Malvarrosa, pero su significado es el mismo que alentó a todos los héroes. En aquella Valencia sensual, huertana, eclesiástica, reprimida de los años cincuenta del siglo pasado bajo la bota franquista los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras de los cuerpos. Sobre el color ala de mosca que envolvía todas las cosas había una línea azul que abría todo el horizonte. Esa línea no sólo era el mar como símbolo de la libertad y de la belleza, también era el destino final de todos los deseos y placeres. Tranvía a la Malvarrosa trata de eso.

Jardín de Villa Valeria

 

En cambio aquí el protagonista ya ha madurado y se ha vuelto coral, porque ésta es la historia de una generación, la de aquellos jóvenes progresistas aleg

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