Misión portero imposible (Antiescuela de Fútbol 2)

Juan Carlos Crespo

Fragmento

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El estadio Santiago Bernabéu tenía un aspecto impresionante. El de las grandes noches. Y pocas, o ninguna, como aquella.

Miguelón, con su brazalete de capitán, se disponía a subir las escaleras camino del palco para recoger otra Copa de Europa más para el Real Madrid.

El sueño de su vida, hecho realidad.

Su entrenador de siempre, Charly, se le acercó y le susurró al oído:

—Miguel, disfruta el momento. Y, sobre todo, sé educado con las autoridades y no te pongas a soltar barbaridades, que ya nos conocemos..., y sonríe siempre. La Copa te la va a dar Platini, que es el presidente de la UEFA. Ese hombre ha sido el mejor futbolista que ha dado Francia. Para muchos, mejor incluso que Zidane. Así que si quieres hablar de fútbol, hazlo con él. Con los demás, solo frases de cortesía. Y disfruta, que has trabajado mucho para llegar a esto.

Miguelón hizo una seña a los jugadores para que le siguieran. Allí estaban Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, Benzema, Roberto Carlos...

¿Roberto Carlos? Si hace mogollón que se fue del Madrid… Bueno, como sabe que es mi ídolo, seguramente ha reaparecido para jugar la final, pensó Miguelón.

Y enfiló las escaleras del palco.

El Bernabéu entero gritaba:

—¡Mi-gue-lón, Mi-gue-lón!

Y allí estaba él: el capitán más joven de la historia del Madrid. De su equipo del alma. El héroe de la final.

Saludó a la grada y siguió subiendo las escaleras.

Anda que no hay escaleras. Ya podían poner un ascensor o algo. O bajarme la copa al césped, volvió a pensar para sus adentros. La leche, esto es más cansado que jugar al fútbol. Acabó aquel tramo casi con la lengua fuera.

Ya frente al palco, empezó a saludar a las autoridades:

—Hola, señor Alcalde.

—Hola, Miguelón. ¡Enhorabuena!

—Muchas gracias —respondió, atento, mientras pensaba: Si supieras a quién ha votado mi padre, a lo mejor no me dabas la enhorabuena. Se le escapó una sonrisa solo de imaginarlo—. Señor Alcalde —prosiguió Miguelón con cara de pillo—, no pongan muchas vallas en la Cibeles que me pienso dar un bañito en la fuente.

—Por supuesto, Miguelón. Tus deseos son órdenes, capitán. Has hecho que nuestra ciudad brille en todo el planeta.

Miguelón sintió que el pecho se le hinchaba de orgullo.

—Así me gusta —respondió.

El siguiente en la fila era el presidente del Real Madrid:

—Estamos muy orgullosos de ti y de cómo has liderado al equipo. Esta copa es tuya más que de ningún otro. Y la pondremos en el Museo del Club junto a tu foto. Nunca olvidaremos lo que has hecho esta noche.

—Gracias, presi. Por cierto, me gustaría renovar de por vida.

—¿De por vida? Si solo tienes doce años. Bueno, vente mañana por las oficinas, que tendremos que revisar tu contrato. Eres el orgullo del club.

—Gracias, presi.

Y Miguelón siguió saludando a las autoridades.

—Hola, Rey, ¿cómo le va? Mmm, digooo…, hola, Majestad.

—Encantado, Miguelón. Felicidades por el triunfo.

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—Muchas gracias, Majestad. Permítame que le diga que es usted mucho más guapo al natural que en las monedas de euro.

El Rey sonrió.

—Muchas gracias, Miguel. Es un honor viniendo de ti. ¿Me regalarás una camiseta firmada?

—Por supuesto, Majestad. Pero esta no puede ser, que se la he prometido a mi padre.

—Lo entiendo, Miguelón. Siempre que me la firmes tú, servirá cualquiera. Eres el orgullo de España.

—Muchas gracias, Majestad —respondió Miguelón, y siguió avanzando.

El siguiente en la lista de autoridades era... ¿Ramontxo? ¿Ramontxo? ¿En serio? ¿El presidente de honor del Pardillo Club de Fútbol? ¿El dueño del bar de la urbanización? ¿Con la misma camisa azul de siempre, el delantal y un trapo al hombro? ¿En el palco? ¿Y quién cuidaba del bar mientras tanto?

—Hola, Ramontxo. ¿Cómo te has colado aquí, entre tanta gente importante?

—Ya ves, amigos que tiene uno. He venido a verte y te he traído además una empanada de atún, que estarás hambriento de tanto correr.

—Gracias, Ramontxo. La verdad es que me viene fenomenal.

Miguelón retiró un poco el papel de aluminio y le dio un mordisco a la empanada.

Entonces, sintió una mano que le empujaba en el hombro con fuerza.

—Vamos, Miguelón, que es tarde.

Miguelón no se volvió. Seguro que sería la de Sergio Ramos o la de Roberto Carlos. Tenía que darse más prisa con los saludos.

Siguió saludando a las autoridades sin dejar de hincarle el diente a la empanada. Y al fin llegó frente a Platini y… frente a la Copa.

Con este sí que puedo hablar de fútbol, pensó.

—Hola, Platini. ¿Cómo estás? Yo encantado de conocerte.

—Igualmente, Miguelón —respondió Michel Platini con una amplia sonrisa.

Ambos se estrecharon la mano. Al soltar la de Miguelón, Platini se dio cuenta de que le había dejado en la suya restos de empanada de atún, que se limpió con disimulo.

—¿Cómo hacía usted para ser tan bueno? —preguntó Miguelón.

Con un acento muy francés, Platini le respondió:

—Paga empezag, cuidaba más lo que comía. Y tú debegías pensag en haceg lo mismo, pogque te sobgan unos cuantos kilos.

Miguelón volvió a sentir la mano en el hombro. ¿Otra vez Sergio Ramos? Y escuchó cómo le susurraba:

—Miguelón, venga.

Pero Miguelón se vino arriba y replicó a Platini:

—Oye, que ya estoy a dieta. Y eso de que eras mejor que Zidane habría que verlo.

Platini hizo como que no escuchaba la respuesta y siguió preguntando:

—¿Pog qué llevas un pollo pintado en la camiseta?

Miguelón respondió casi ofendido:

—¡Oye! Que sepas que esto no es un pollo. Es un pardillo. Y es el símbolo del equipo de mi pueblo: Villanueva del Pardillo.

Pero... ¿Un pollo? ¿En la camiseta del Madrid?

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