La entrevista

Liliana Bodoc

Fragmento

Cualquier conversación acerca de la profesora Inés Mavers terminaba del mismo modo: pero sabe mucho.

¿Vieron cómo camina?

¿Y los pañuelitos descartables?

No falta ni muerta.

Pero sabe mucho.

¿Quién se murió?

Nadie.

Pero sabe mucho.

Tal vez alguien objetaría que se trataba de un conocimiento enciclopédico: datos con datos con datos, guiso de datos, un armario lleno, una vida entera dedicada a las fechas, los nombres, las categorías y los tipos de discursos.

Como fuera, Inés Mavers, profesora de Lengua y Literatura, lograba impresionar a sus jóvenes oyentes.

Ese martes de inicios de noviembre, turno mañana, giró hacia el pizarrón, y en el sitio didácticamente correcto escribió con caligrafía capaz de sobreponerse al trazo rústico de la tiza:

Entrevistamos a una persona destacada de la comunidad.

A Inés Mavers le encantaba el plural: resumimos, estudiamos, leemos, sacamos conclusiones. O de lo contrario, ¡señores!, desaprobamos la materia.

A Inés Mavers le encantaba el plural:

Entrevistamos a una persona destacada de la comunidad.

Antes de formar los grupos, la profesora aclaró que los alumnos debían solicitarle al entrevistado una breve presentación, o bien hacerla ellos mismos.

A Manuel Reyes se le cayó la gorra que hacía girar sobre su dedo índice. La mirada impaciente de la profesora no logró inmutar al alumno, que continuó indolente, echado sobre el respaldo.

La profesora explicó que cada entrevista debía constar de siete preguntas pertinentes, referidas a la actividad o profesión del informante, ¡sin entrometerse en asuntos privados! ¿Lo tenemos claro, señores?

—Una pregunta, profesora —dijo Guadalupe Bauco.

El siguiente paso consistía en hacer una desgrabación limpia de toda marca de oralidad. Cuando la profesora Inés Mavers se aprestaba a aclarar el concepto, se le adelantó Gregorio Estevanez con una catarata de ejemplos que a él solo le parecieron graciosos: ehh, como decía, ehh vamo por parte, como decía, ehh, ¿me repetís la pregunta?, bue, no sé...

—Exactamente eso, Estevanez —lo interrumpió la profesora.

—Por último, señores, vamos a adjuntar una reflexión, un ensayo evaluativo sobre la experiencia, teniendo en cuenta lo que aprendimos, los roles grupales, las diferencias de registro con el entrevistado. ¿Cómo lo hacemos? Enumeramos palabras y conceptos no comprendidos, buscamos el significado y lo entregamos por escrito.

Justina Grimalt, delgada y de ojos tristes, se tocó cinco veces la punta de la nariz.

Inés Mavers pidió recordar que tenían que trabajar todos, y no echar la carga sobre los hombros de un solo alumno porque, en el momento de la evaluación, cada integrante del grupo debería exponer en forma oral.

De inmediato, Mavers se abocó a la tarea de reunir azarosamente a los alumnos, así se evitarían trampas y triquiñuelas.

Ella era capaz de decir “triquiñuelas”.

Por lo demás, el azar les serviría para establecer nuevas relaciones, porque en la vida no siempre van a tener la suerte de trabajar con gente de su agrado. Lo mejor es que se acostumbren a convivir con aquellos que les caen mal.

Como resultado de esa firme y filantrópica creencia, surgió un grupo ciertamente complicado:

—Bauco, Estevanez, Grimalt y Reyes.

El curso entero se quedó mudo: ¿Bauco, Estevanez, Grimalt y Reyes?

¿Guada iba a trabajar con Manu y con Grimalt?

¿Grimalt iba a hacer una entrevista con Gregorio y con Guada?

¿Manu iba a hacer algo con alguien alguna vez en su vida?

Pero estaba dicho. Y, si algún alumno pensó en quejarse por la índole caprichosa de aquella elección, notó muy rápido que había causas peores para atormentarse.

—Plazo de la primera entrega, martes próximo —dijo Inés Mavers, anotando en su planilla, y todos sabían que esas marcas eran tan rotundas como un sello de sangre.

La profesora Mavers venía de una licencia de dos meses “por estrictas razones de salud”.

—Y no tengo la culpa de que su pésimo comportamiento haya amedrentado a esa pobre chica que vino a reemplazarme. Pero ahora volví.

La profesora hizo la lista: miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes y martes. Completó los siete dedos y los movió delante del curso por si quedaba alguna duda.

Frente a ella, vio componerse un monstruo colectivo, resultado de los gestos sumados de veintiocho alumnos, día de asistencia perfecta, que no podían creer lo que escuchaban. Veintiocho muecas para un solo y enorme fastidio: boca entreabierta, mentón oscilante, risa histérica, aletas de la nariz más abiertas de lo normal, movimiento involuntario de las comisuras, cuello como signo de pregunta, aire general de abatimiento, respiración entrecortada, maxilar caído.

¿Veintiocho muecas?

En verdad fueron veintisiete, porque Manuel Reyes no gastaba más energía que la imprescindible excepto para componer hip hop.

El valiente que se atrevió con un “Pero profesora…” tuvo su respuesta:

—El año escolar se acaba, el programa manda. Y una semana es tiempo suficiente, señor.

Timbre.

El grupo más conflictivo se reunió en el recreo para intentar un acuerdo inicial.

—Esto es un asco —arrancó Guadalupe Bauco—: ¿Por qué no nos deja elegir a nosotros?

Por causas que nadie más que él conocía, Gregorio Estevanez no solo le dio la razón sino que explicitó el origen del extraño carácter de la profesora de Lengua.

—Sufrió mucho... Por amor. Estaba por casarse con un escritor famoso, y ese mismo día el tipo tuvo un accidente, perdió la memoria ¡y la olvidó para siempre!

Se hizo silencio.

Justina Grimalt volvió al asunto que, por excepción, los reunía junto al cantero central del patio. Dijo que tenía una idea, en realidad no sabía si iba a parecerles bien, por ahí era una estupidez, pero había pensado que a lo mejor, si estaban de acuerdo...

—Ay, Grimalt, ¿vas a seguir dando vueltas? —interrumpió Bauco, que no creía en la inocencia de Justina.

—No, yo lo decía porque tengo un tío que es diputado...

—Sí, ya lo sabemos. Pero no me parece meterse con políticos; son todos una porquería.

—Es verdad, política no —repitió Justina Grimalt, sin manifestar ninguna clase de molestia por el comentario de Bauco que, a ojos vistas, incluía a su tío, el diputado.

Mientras tanto, Manuel Reyes observaba desde una especie de Pol

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