Alta negra

Evelina Cabrera

Fragmento

Introducción

Contar su historia es un impulso que tienen muchos. Llevan un diario durante bastante tiempo o escriben todo de una vez, para que lo lean miles o para dejar un legado a la gente cercana, incluso para guardarlo en un cajón y que no lo vea nadie. Con el propósito de ofrecer su propia versión de la historia a los demás o por la necesidad de contársela a sí mismos. Dicen algunos que escribir cura. Mientras redactaba este libro, me repetía: “No sé si me está curando, pero me está doliendo”. Como cuando tenés una herida y le tirás alcohol para limpiarla y te arde. Eso sentí en todo el proceso me ardía el alma.

Tenía, además, miedo. Porque iba a contar cosas que involucraban a mi familia y a mis amigos, y no quería lastimarlos. Por eso lo primero que quiero decir aquí es que todas las personas que aparecen en esta historia, por unas pocas líneas o unas cuantas páginas, dejaron una huella importante en mi vida. Pienso en todas ellas con orgullo, las siento parte de mi realización personal, esa que aún no está completa, que sigo intentando día a día. Aprendí a mirar el lado positivo y el negativo de cada cosa que viví. A ver todo como un aprendizaje, lo que me orientó en las decisiones que tomé después.

Hay partes de mi historia que son bastante duras, hay otras de las que no me explico cómo salí. Y están también los fragmentos luminosos, los que me permitieron llegar a lugares que no había soñado, incidir en otras personas, participar en proyectos con impacto social. Una forma de reparar, tal vez, el desamparo de mi infancia y mi juventud extraordinario demasiado frecuente, es la soledad en la que crecen miles de chicas y chicos. Por eso no quiero mostrarme como una heroína y no me gustaría que pensaran “pobrecita”. Es algo que detesté desde chica, ese “pobrecita”. Cuento aquí mi historia simplemente porque necesito repasar mis vivencias para cerrar una etapa de mi vida y porque quiero mostrarles —a aquellos que transitaron, transitan o transitarán algo de lo que yo viví— que se puede salir de la oscuridad.

Quise contar cómo tomé las oportunidades de salir adelante cuando se presentaron. Cómo estuve con los ojos, los oídos y todos los sentidos atentos para que no pasaran de largo. Sé que las oportunidades no son iguales para todos, no pretendo demostrar lo contrario con mi historia. Solo alentar a no desaprovecharlas cuando están ahí. Y a pensar en qué hacer con ellas.

Desde chica soñaba con escribir un libro. Incluso me tatué el dibujo de uno, entre tantos que llevo en el brazo. No tenía claro el motivo, pero sabía que algún día iba a hacerlo.

Lo primero que pensé fue el título, ese juego de palabras con dos adjetivos que me han puesto: negra y altanera. Dos palabras que se usaron en mi contra, pero que convertí en mi escudo. Ya sabemos cómo se usa despectivamente eso de “negra”, para marcarte un lugar, para disciplinarte, para señalar que no deberías aspirar a algunas cosas. Y he sido llamada “altanera” por no resignar esas aspiraciones.

Negra y altanera, entonces, con orgullo.

Y esa es la persona que construí.

Aunque no lo parezca, soy muy tímida e insegura. Logré ponerme un traje. No solo uno sino varios. Entre ellos está el de la confianza, pero también el de la engreída, la sarcástica, la extrovertida. Los usé para no sentirme lastimada. Cuando fuiste herida varias veces, te cubrís con esos disfraces. Algunos te quedan mejor que otros, lo importante es saber ante quiénes y en qué ocasiones utilizarlos y además sacártelos cuando llegás a tu casa o cuando estás con los que de verdad te quieren, con los que si te dicen algo que te duele seguramente es para mostrarte lo que no estás viendo. Hay que saber sacarse el traje y convertirse en servidora, hermana, confidente, en lo que el otro necesite. Y también tener en cuenta que las vestimentas pueden descoserse, achicarse y desteñirse.

En el proceso de reconstruir la historia propia pasa mucho de eso, y al que crea que es solo una muestra de vanidad lo invito a que haga el intento y me cuente. Enfrentarse a uno mismo debería ser, sobre todo, un acto de humildad. Porque es difícil.

Al principio, me dije: “Vamos, Eve, escribí”. Pero frente a mí había una gran laguna. Pensé: “Es un fracaso, no recuerdo nada”. Hasta que empezaron a llegar los recuerdos, y esa laguna se llenó de peces de todos colores, algunos más lindos que otros, incluso había pirañas. En esta pesca de recuerdos puede salir cualquier cosa, la más linda, la más fea, la más triste y la más divertida.

Y también podés pescar oportunidades, así como desarmar malentendidos. Por ejemplo, aquello que me han dicho varias veces: “El fútbol te salvó”. Y no. Ahora que puedo manejar yo las palabras quiero decir que el fútbol fue una herramienta, como cualquier otra. Lo que yo quiero escribir es: “Me salvé yo”.

Porque las negras, las negras sin recursos y olvidadas, tenemos hambre, un hambre que a veces es de comida, pero también de más cosas. Tiene que ver con sentirnos miradas. No ser invisibles o insignificantes. Creo que desde mi infancia quise eso, que me miraran. Y cada vez que me caía y me alejaba de esa atención me levantaba más fuerte. Cuando hablo de atención, hablo de respeto, de igualdad y también de amor, porque hasta eso a veces está negado para nosotras en algunas ocasiones.

Tal vez sea la razón por la que hago este libro: para poner la mirada en las chicas como yo. Las que somos carne de cañón. Las que vivimos en peligro desde niñas y sin saberlo. Las que tomamos un tren y dos colectivos para ir a bailar a la Capital. Las que sufrimos la violencia, que nos hicieron creer que merecíamos. Las que para dar un paso adelante pagamos el precio de los abusos de poder y de los otros. Las que a veces nos preguntamos cómo llegamos vivas hasta acá. Las que lloramos y reivindicamos a las que no. Las que nos pusimos de pie y aprendimos a hermanarnos. Las que todavía nacen con el destino marcado, el techo puesto. Para las negras como yo, con todo mi amor.

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