1.ª edición: abril, 2016
© 2016 by Marian Arpa
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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ISBN DIGITAL: 978-84-9069-420-6
Maquetación ebook: Caurina.com
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Le dedico esta novela a mi madre, que es mi lectora cero y la más entusiasmada por mi trabajo.
También a mis hijos, que son quienes me apoyan y me animan a seguir.
Y a ti, que en este momento estás leyendo. Espero que tu corazón romántico no quede defraudado cuando llegues al final.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo (1ª parte)
Epílogo (2ª parte)
Agradecimientos
Capítulo 1
Las risas resonaban en el interior de la casa de los Guads. Allí vivían padre e hija, y aquella noche tenían a una invitada a cenar. Sara había preparado un potaje de verduras con bacalao, y lo acompañarían con una ensalada tibia de endivias; era una gran cocinera (siempre se lo decía su padre). Estaban dando buena cuenta de los alimentos, regados con un buen vino de la tierra, mientras su antigua vecina, Lola, les contaba lo bien que le iba en Barcelona. Se había traslado a la ciudad para ampliar horizontes, era una mujer con ambiciones que nunca se podrían llevar a cabo en un pequeño pueblo como aquel. Los padres de Lola eran felices de que su hija tuviera un empleo que le gustaba y que fuera feliz, aunque lejos de la granja donde vivían. La mujer era un espíritu libre, le gustaba la gente, viajar y salir con sus amigos. Eso no lo podía encontrar en un pueblo donde la mayoría de las personas eran mayores. Los jóvenes que no querían dedicarse al ganado o a las tierras lo abandonaban en busca de otras oportunidades.
Mientras tomaban el postre, Sara le dijo que pensaba trasladarse a la ciudad para estudiar, tenía intenciones de alquilar un piso y ponerse a trabajar para pagar los gastos. Juan Guads miraba a su hija con orgullo, era una muchacha muy inteligente, y estaba seguro de que tendría un brillante futuro. Le pesaba que para ello tuviera que separarse de él, pero sabía las limitaciones que ofrecía el pequeño pueblo pirenaico donde vivían.
—Esto es una maravilla —exclamó Lola—. Puedes venirte a vivir conmigo. En mi piso hay espacio suficiente para las dos.
Sara se sorprendió por la oferta, la verdad era que la ciudad la intimidaba un poco, nunca había salido del pueblo, salvo para ir a los de los alrededores con sus amigos, a las fiestas patronales.
—¿Estás segura de que no molestaré? —La franqueza entre las dos era absoluta. Lola era unos años mayor que ella, e imaginaba que quizá sería un estorbo. No quería invadir la intimidad de su amiga.
—Claro que no, no seas boba.
Lola soltó una carcajada y empezó a hacer planes, la mujer era un torbellino. El padre de Sara sonreía ante el entusiasmo de las chicas. Le agradaba la idea de que su hija se fuera a vivir con su antigua vecina, así no se sentiría tan sola en la ciudad.
De aquella velada hacía ya cuatro años. Muy pronto, Sara tendría los exámenes finales de la carrera de empresariales. Trabajaba de secretaria para un diseñador famoso, en una sociedad exitosa que habían levantado, de la nada, un grupo de amigos. Ella había empezado a colaborar para aquella firma tan pronto como se instaló en la ciudad, primero hizo de moza, llevando trajes y complementos de un sitio a otro, pero muy pronto el diseñador se percató de su iniciativa, y acabó como su ayudante personal.
Lola y ella ya no vivían juntas, Sara se había buscado un pequeño apartamento cerca del trabajo y de la universidad. Aunque las dos amigas se mantenían en contacto, se veían con frecuencia, siempre que sus horarios y los estudios se lo permitían. Solían salir a cenar y de juerga siempre que podían, Lola no paraba de presentarle amigos, con la esperanza de que encontrara a algún hombre con quien pasarlo bien, pero ella tenía muy claro lo que quería. Lo primero era acabar los estudios y luego, ya tendría tiempo de divertirse de la manera que le sugería su amiga.
El sol entraba a raudales por los altos ventanales de la habitación cuando Mark Forqué abrió los ojos. Al instante, sintió sobre su pecho la sedosa suavidad de la melena de la mujer. Sonrió al recordar la apasionada noche que habían pasado. Ella era como una tigresa en la cama, y de vez en cuando se tomaban unas copas y luego iban a su casa. Los dos sabían que aquella relación no los llevaría a ninguna parte, eran adultos y libres, y ninguno de ellos era tan ingenuo como para esperar nada de aquellos encuentros.
Se levantó de la cama con cuidado de no despertarla y se fue a la ducha. Media hora más tarde, se sentaba en la terraza a tomarse un café mientras leía el periódico.
Casi había terminado cuando la bella joven salió al mirador.
—Pensé que dormirías más. —Mark levantó la vista de la lectura mientras ella se le acercaba con sus andares sensuales.
—Tengo sesión de fotos. —Su voz sonaba ronca por la falta de sueño—. No tengo tiempo ni de tomarme un café.
—¿Quieres que te lleve?
—No, cogeré un taxi, no te preocupes. —A ella le gustaba su independencia tanto como a él, eso de acompañarla le sonaba demasiado a rollos de parejas.
Mark se levantó y la acompañó hasta la puerta, allí le dio un beso en los labios y se despidieron.
Mientras él iba a terminarse de vestir, pensó en su disipada vida, no le costaba nada tener a una mujer diferente cada día en su cama. Ellas, prácticamente, se le tiraban encima, igual solteras que casadas, más de una vez le habían dicho que era muy atractivo, pero eso era algo que él no podía cambiar. Le gustaba cuidarse, iba al gimnasio varias veces a la semana y procuraba comer sano. Si, tenía un cuerpo agradable a la vista, pero no creía que fuera para tanto.
Sus relaciones con las mujeres lo habían vuelto un poco cínico, la mayoría de sus amigos ya se habían casado y siempre le tomaban el pelo diciéndole que él, que era más atractivo, debería encontrar a la mujer de su vida y casarse. Pero no estaba por la labor, pensaba en todas las mujeres casadas que habían tratado de seducirlo y sabía que él no lo aguantaría, y para divorciarse a la primera de cambio ya estaba bien como estaba.
Se terminó de arreglar y cogió su coche para irse al trabajo, vivía en las afueras de Barcelona y tenía por delante media hora de trayecto, eso si no había demasiado tráfico, había días que tardaba una hora.
Ese día llegó antes de lo que esperaba y pensó en pasar a ver a su amigo Paul y tomarse un café con él.
Capítulo 2
Paul bajó a la segunda planta hecho una furia. «¿Qué se había creído, el muy cretino?». Comprometer a la empresa de aquella manera, y no solo a esta, su prestigio también estaba en juego. Los demonios se lo llevaban cuando llegó a la puerta de su despacho.
—Sara, necesito esos modelos en mi despacho… ¡Ya! —Ella lo miró, pero no se movió—. ¿Es que no me has oído? —insistió, alzando la voz.
—Si… pero… —Sara iba a decirle algo, pero Paul la interrumpió.
—¡Ahora! —exclamó, claramente irritado.
En el taller se hizo el silencio, todos levantaron la cabeza para ver lo que pasaba, no era normal que ese hombre perdiera los estribos. Mark estaba entrando en aquel momento y se sorprendió; hacía varios años que trabajaba en la empresa y nunca había visto a su amigo comportarse así. Tenía fama de ser un blando con los trabajadores a su cargo, pero la verdad era que con su comportamiento lograba que todos lo respetaran, y a la vez el trabajo se hacía más a gusto. Cuando había exceso de pedidos, ninguno de los trabajadores tenía inconveniente en hacer horas extraordinarias para que todo el género saliera el día indicado. Paul era una persona que con su saber hacer lograba sus propósitos.
—Pero, Paul… —empezó a decir Sara.
Mark había llegado hasta ellos y observaba la escena.
—No quiero excusas… —la interrumpió—. Si no tengo esos modelos antes de que termine el día… —Dejó la amenaza al aire, se dio la vuelta y entró en su despacho, dando un portazo.
El estudio de Paul era acristalado, y ella pudo ver, más que oír, como él maldecía. Se levantó de su mesa y desapareció en el taller.
Mark miraba a Sara, que parecía no reaccionar, su superior acababa de darle una orden y ella se limitaba a mirarlo con los ojos muy abiertos, que, por cierto, los tenía preciosos. Cuando ella salió de su estupor, cogió unas hojas que tenía sobre la mesa, y se fue. La observó y se percató de su pequeña y curvilínea figura, vestía unos pantalones vaqueros y una camisa blanca ajustada al cuerpo, el balanceo de sus caderas era muy seductor.
«Ya era hora de que lo hiciera», pensó Mark. Mientras entraba en el despacho de Paul, observó a su amigo, que estaba sentado detrás de su mesa. No dijo nada, ni siquiera esperó una invitación, y ocupó un sillón frente a él. Después de unos segundos…
—¿Tú te crees que el cretino ese ha organizado un desfile privado para esta noche y me lo dice esta mañana? —exclamó el diseñador, irritado.
Mark empezaba a comprender.
—Pues que se lleve los modelos que ya están terminados. —Sugirió sin perder la calma.
Paul se quedó atónito.
—No es su prestigio lo que está en juego, sino el mío, él no dudará en lavarse las manos si los modelos que lleva no son los apropiados. —Tenía razón, y Mark lo sabía, el malnacido de Lucas no dudaría en cargarse la respetabilidad y la fama de Paul si con ello ganaba algo.
—Pues que lo suspenda.
—No va a hacerlo. Te juro que si pudiera, le quitaría esa repelente sonrisa de superioridad a golpes. —Su amigo estaba furioso, y no era para menos.
—¿Fred sabe algo de esto?
Fred Gallardo era quien dirigía y daba nombre a la empresa. Años atrás, varios amigos habían unido esfuerzos y capital para formar la compañía que ahora dirigía.
—Se ha enterado en el mismo momento que yo, trató de impedirlo, pero Lucas ha comprometido a la empresa, todos nos veremos perjudicados si no lo llevamos adelante.
Mark trataba de pensar en algo que solucionara el problema, pero no se le ocurría ninguna solución. Se levantó, se acercó a la cafetera y sirvió dos cafés.
—Toma. —Le tendió uno a su amigo, acercándole una taza—. Quizá las cosas no las veamos tan negras después de tomarnos un buen café. —Hizo una pausa al llenársele las fosas nasales de un agradable aroma—. A propósito, desde hace algún tiempo el café es más bueno aquí que el que sirven arriba.
Paul aspiraba el olor con deleite de la taza que le había servido su amigo.
—Sí, fue Sara quien cambió la cafetera y la marca del café, la verdad es que hemos ganado con ello.
Mark se deleitaba en el fuerte y amargo líquido, cuando reparó en los modelos que Paul tenía en un colgador a sus espaldas.
—¿Y estos modelos que tienes aquí colgados?
Paul se dio la vuelta, y allí estaban los vestidos que un rato antes había estado reclamando a Sara, incluso un par más que habían empezado a última hora, terminados y listos para ser lucidos.
—Oh… Dios… —Mark lo observaba mientras el diseñador revisaba los modelos—. ¡Esta chica es un ángel!
Al ver el cambio de humor de su amigo, se alegró de ello.
—Creo que alguien tendrá que pedir disculpas por una bronca inmerecida.
—Ya lo creo que sí. —Los dos se dieron la vuelta para mirar si ella había vuelto, pero Sara no estaba allí.
—Bueno, si antes no merecía una bronca, ahora sí. —Bromeó Mark, y al ver la cara de asombro de Paul, añadió—: Por abandonar su puesto de trabajo durante tanto tiempo.
—Seguro que está en algún lugar tranquilo repasando sus apuntes. —Mark lo miró sin comprender—. Está estudiando empresariales, dentro de poco tiene los exámenes finales y me pidió permiso para estudiar en ratos perdidos.
—¿Empresariales?
—Sí, hace cuatro años, vino de su pueblo a estudiar y se matriculó en la universidad, fue entonces cuando empezó a trabajar para nosotros.
—Y… ¿Cuándo va a clase? —preguntó, asombrado.
—Por las noches, cuando sale de aquí.
Mark estaba sorprendido, nunca antes había reparado en la chica, pero por lo que decía Paul, tenía que ser muy inteligente para sacarse una carrera al tiempo que trabajaba allí.
El diseñador le leyó el pensamiento.
—No te creas que hago excepciones con ella, trabaja como el que más. Empezó de moza, llevando y trayendo materiales y modelos de aquí para allá, y nunca se quejó a pesar de que es un trabajo duro, y que son los mozos los que se llevan todas las broncas cuando algo se retrasa, aunque no tengan la culpa de ello. Pronto me di cuenta de que ella era distinta, no tenía que ir diciéndole lo que tenía que hacer; ella misma, por iniciativa propia, empezó a encargarse que todo estuviera en su lugar a su tiempo, incluso antes de que se lo pidiera.
—¿No la estás alabando demasiado? —Mark lo miró, escéptico.
—No, al contrario. Poco a poco se ha hecho indispensable, incluso yo me he relajado en mis tareas, puedo dedicarme solo a diseñar los modelos y a escoger las telas; de lo demás se encarga ella, no tengo que ir detrás de nadie, ella ya lo ha hecho antes de que yo lo piense. La muestra la tienes aquí. —Recalcó, señalando los vestidos que estaban allí colgados—. Estos modelos tenían que estar terminados para dentro de dos días y como ves…
Mark estaba sorprendido, Paul hablaba de ella con mucha satisfacción y no pudo evitar pensar…
—¿Hay algo entre vosotros?
Paul lo miró sorprendido.
—Me siento ofendido.
—No me malinterpretes, pero…
—No, no, claro que no… Sara es la hija que nunca tuve… En el caso de haberla tenido, me hubiera gustado que fuera como ella, es alegre, inteligente, decidida y muy agradable.
—¿Dónde crees que estará?
—No tengo ni idea, esperaré a que vuelva.
Mark se despidió de Paul.
—Bueno, el trabajo me espera, ya me contarás cómo han ido las cosas.
El edificio de la empresa Fred’s and Company tenía cuatro plantas; la primera estaba dedicada al embalaje y carga y descarga de mercancías; en la segunda, los talleres donde se diseñaban y confeccionaban los modelos, Paul Olmo era el diseñador y le disgustaba mucho que los chupatintas de la cuarta planta invadieran su territorio, como él lo llamaba, con estúpidas exigencias. En esa planta se trabajaba mucho, y él sabía lo que podía, y lo que no, pedirles a sus trabajadores; no pretendía ni quería hacer milagros, sabía sus limitaciones. En la tercera planta se almacenaban diseños viejos, maniquíes y materiales pasados de moda. La cuarta planta era la que se dedicaba al negocio en sí, llena de despachos, sala de juntas y para recibir visitas.
Había dos ascensores que comunicaban todas las plantas, pero aquella mañana Mark decidió subir por las escaleras; con todo lo ocurrido no tenía ganas de llegar arriba y encontrarse con Lucas, quien no le caía nada bien; desde que había accedido a las acciones de Max Castillo, su padre, cuando a este le cogió un infarto, se había dedicado a hacer la vida imposible a todos, y si la mayoría lo soportaban era por su padre, que había sido uno de los socios fundadores de la empresa y había trabajado muy duro para conseguirlo.
Normalmente, lo ignoraba, pero sabiendo que su última acción había dado tantos quebraderos de cabeza, prefería no verlo.
Cuando llegó al tercer piso, vio que en el fondo había una lámpara encendida, no era normal, y fue a ver quién estaba por allí. Al acercarse, vio a Sara inclinada sobre una vieja mesa de dibujo.
—¿Escondiéndote de tu jefe?
Sara dio un respingo, no lo había oído.
—Lo siento, no quería asustarte. —A Sara le habían subido los colores.
—No, no me escondo de Paul, simplemente, espero a que se le pase el malhumor.
Mark la miraba como si fuera la primera vez que la veía, realmente, nunca había reparado en ella.
Sara se sentía incómoda con aquellos penetrantes ojos negros clavados en ella.
—Tengo que irme. —Se levantó y se dirigió a las escaleras, mientras, Mark se acercó a la mesa donde ella estaba segundos antes.
—¿No olvidas algo?
Sara se dio la vuelta y lo vio sosteniendo sus apuntes. Volvió sobre sus pasos, se acercó a la mesa y los recogió junto con la taza del café que había quedado también olvidada. Para hacerlo, pasó junto a Mark, y él pudo oler su agradable perfume. Mientras ella se alejaba, echó un vistazo a los bocetos que había encima de la mesa.
—¿Son tuyos? —Ella se dio la vuelta.
—No, son bocetos rechazados, yo solo he puesto unas rayas.
Y desapareció.
Mark se quedó allí mirando aquellos bocetos que, a su entender, eran muy buenos, ¿por qué los habrían rechazado? No, no era posible. ¿Y si ella le había mentido al decirle que eran de Paul? Pero si eran suyos, ¿por qué negarlo?
Decidió llevárselos, ya lo averiguaría.
Bajando las escaleras, Sara pensaba en Mark, lo había visto mil veces, su amistad con Paul lo llevaba a su despacho en numerosas ocasiones, pero él nunca había reparado en ella, hasta esa mañana. Tenía que reconocer que era guapo, con sus penetrantes ojos negros, su pelo del mismo color, su nariz recta y orgullosa, y su boca de líneas finas. Tenía un cuerpo esplendido y musculoso, era muy atractivo, esa clase de hombre que llama la atención de las mujeres. Tenía todas las que quisiera, casi todas las modelos de la casa se regocijaban de haber capturado su atención, aunque solo fuera una vez. Con esos pensamientos llegó a su mesa. Cuando Paul la vio, salió a su encuentro. Se la veía pensativa.
—¿Ocurre algo? —le preguntó amigablemente.
—No.
—Sara, lo siento, he descargado mi enojo contigo —se disculpó; ella lo miró, iba a decir algo cuando él…—. No tengo excusa, Lucas logró sacarme de mis casillas.
—No te preocupes, todos tenemos días malos —contestó ella restándole importancia.
—Permíteme que te invite a un café.
—De acuerdo.
—¿Qué te parecen los acabados de estos modelos? —preguntó Sara, señalando los vestidos.
—Fenomenales, serán todo un éxito, lástima que no se puedan lucir en nuestro próximo desfile.
Sara lo miró, sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque se van a exhibir hoy en un evento privado.
—¿Qué? —lo interrumpió Sara—. ¿De qué estás hablando?
—Lucas ha presentado a la empresa en un desfile privado, ya sabes, esas fiestas que organiza gente rica con quien le encanta relacionarse.
—¿Puede hacer eso?
Paul se quedó pensativo.
—Evidentemente, no, pero lo ha hecho, y si nos echamos atrás, quien se llevará la peor parte será la empresa; a estas fiestas asisten algunos de nuestros clientes, y no podemos defraudarlos.
—Oh… vamos, si él se presenta allí sin modelos, quien quedará como un perfecto imbécil será él. Ya va siendo hora de que alguien ponga los puntos sobre las íes, desde que ha llegado que se comporta como si fuera el ombligo del mundo.
—Tienes razón, pero la competencia es feroz, los trapos sucios hay que lavarlos en casa, te imaginas lo que diría mañana la prensa si corre la voz que Fred’s and Company no se ha presentado a un desfile anunciado.
Sara estaba anonadada.
—Sí, pero… tiene que haber alguna manera de pararle los pies.
—Tal vez, pero mientras no la encontremos.
Los dos se sentían impotentes.
Paul era una persona sensata, trabajaba en aquella empresa desde el primer día, era uno de los socios fundadores, y no haría nada que pudiera perjudicarla. Con su buen hacer, talante y elegancia se había ganado la confianza de muchas personas, todos los clientes de la empresa sabían que si él les daba su palabra, tendrían la mercancía en el momento acordado, aunque para ello tuviera que trabajar día y noche. Gracias a ello había fracasado en dos matrimonios, sus esposas nunca entendieron su devoción hacía el trabajo, y aunque no era viejo, había desistido de encontrar otra. «Con dos basta», siempre contestaba cuando le preguntaban si no se decidía a intentarlo otra vez. «Quizá la tercera sea la buena». Pero él se negaba en redondo. Le encantaba vestir bien, iba al gimnasio cada día, por lo que su cuerpo estaba de muy buen ver. Sus ojos eran de color miel, junto a su sonrisa y su carácter moderado, hacían de él una persona sumamente agradable.
Sara se encontraba muy a gusto trabajando con él, podía hablarle de cualquier cosa, consultarle cualquier duda, y Paul siempre se las ingeniaba para que fuera sumamente fácil contarle sus problemas. En los cuatro años que llevaba trabajando allí, siempre había podido contar con él en cualquier momento. Lo consideraba más que un jefe, era, para ella, como si fuera un buen amigo, y por esta razón, cuando él estaba de mal humor, cosa que no ocurría demasiado a menudo, no se lo tomaba en cuenta.
—Lo malo de todo esto es que, además de no poder exhibir los vestidos en nuestro desfile, solo estarán allí de exhibición.
—¿Intentas decirme que no es una reunión comercial?
—Exactamente, es un evento para lucir, para hacer número.
Sara estaba indignada.
—No me lo puedo creer. ¿Y cuántos vestidos va a llevarse?
—Estos cinco y otros cinco más.
—¿De los preparados para el…?
No terminó la frase, Paul asentía con la cabeza.
—Sí, de los reservados para el desfile. —Hizo una pausa—. Me temo que tendremos que retrasar el desfile, no podremos tenerlo todo preparado para la fecha prevista.
Ella cruzó los brazos sobre la mesa y empezó a tamborilear los dedos. Estaba furiosa y no podía estarse quieta, se levantó y empezó a pasearse por la estancia.
—No podemos consentirlo, este hombre quiere hundir la empresa. ¿Es que no os dais cuenta?
—No me extrañaría nada.
Sara estaba pensativa, era una luchadora nata y no pensaba rendirse ahora.
—¿Puedes diseñar los modelos que hagan falta para el desfile en tan poco tiempo?
Él estaba perplejo.
—¿De qué estás hablando? Aunque yo los diseñara, no tendríamos tiempo de confeccionarlos.
—Eso déjalo de mi cuenta.
—¿Cómo lo vas a hacer? No puedes pedirles a los confeccionistas que trabajen las veinticuatro horas.
—No, pero si hacemos turnos, sí se puede trabajar las veinticuatro horas. Además, podríamos contratar a más personal a tiempo parcial.
Paul estaba pensando en lo que ella le decía, tenía razón.
—Serán unas semanas de locos, ¿lo sabes? —le advirtió.
—Sí, pero no pienso consentir que ese bruto hunda la empresa.
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