La marca de la sangre (Doctora Kay Scarpetta 22)

Patricia Cornwell

Fragmento

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Contenido

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Epílogo

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Para Staci

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La sabiduría no cala en una mente maliciosa, y la ciencia sin conciencia no es sino la ruina del alma.

FRANÇOIS RABELAIS, 1532

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Para Kay Scarpetta
De Copperhead
Domingo 11 de mayo
(23.43 h, para ser exactos)

Te mando unos versitos que acabo de escribir solo para ti.
¡¡Feliz Día de la Madre, Kay!!

(pasa la página, si eres tan amable...)

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La luz ya viene,
y las sombras
que causaste
(y crees que viste)
se desvanecen.
Fragmentos de oro molido,
y el Verdugo se va sin dejar rastro.
La lujuria busca su nivel, doctora Muerte.
Ojo por ojo,
robo por robo.
Sueño erótico de tu estertor.
Daría un centavo por saber qué piensas.
Quédate con el cambio.
Controla el reloj.
Tic tac.
Tic tac, Doc.

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12 de junio de 2014
Cambridge, Massachusetts

El cobre reluce como fragmentos de cristal de venturina desde lo alto del viejo muro de ladrillo que se alza detrás de nuestra casa. Me vienen a la mente imágenes de hornos ardientes y cañas en los antiguos talleres de estuco de tonalidades pastel que bordean el canal Rio dei Vetrai, donde los maestros sopladores dan forma al vidrio fundido sobre superficies de acero. Con cuidado de no derramar una gota, llevo dos expresos endulzados con néctar de agave.

Sujeto las asas delicadamente curvadas de las tazas de cristallo artesanal, sencillas y transparentes como el cristal de roca, mientras me recreo en el recuerdo del momento en que las descubrimos en la isla veneciana de Murano. Los aromas a ajo y pimientos asados me siguen al exterior, y la puerta mosquitera se cierra detrás de mí con un golpecito sordo. Percibo la deliciosa fragancia de las hojas de albahaca fresca que he desmenuzado con las manos. Es la mañana perfecta. No podría ser mejor.

He preparado mi ensalada especial, he saturado con zumos, hierbas y especias trozos del mantovana que horneé sobre una piedra hace días. Es recomendable dejar que este pan con aceite de oliva se ponga un poco duro antes de utilizarlo en la panzanella que, al igual que la pizza, fue en otro tiempo un alimento de los pobres, cuyo ingenio e inventiva transformaban las sobras de focaccia y verduras en un’abbondanza. Los platos suculentos e imaginativos estimulan y recompensan la improvisación, de modo que esta mañana he añadido un bulbo de hinojo, sal kosher y pimienta molida gruesa. He usado cebolla dulce en vez de roja y un toque de menta que he cogido en la galería acristalada donde cultivo hierbas aromáticas en unas grandes tinajas de barro para aceitunas que encontré hace años en Francia.

Me detengo unos instantes en el patio para echar un vistazo a la barbacoa. El calor que asciende de ella ondula el aire, y hay una bolsa de briquetas colocada a una distancia prudente. Mi esposo Benton, que trabaja para el FBI, no destaca por sus dotes culinarias, pero sabe encender un buen fuego y es meticuloso con la seguridad. Una capa de ceniza blanca recubre la ordenada pila de brasas humeantes y anaranjadas. Pronto podrán ponerse a asar los filetes de pez espada. Mis preocupaciones hedonistas se ven repentinamente interrumpidas cuando el muro capta de nuevo mi atención.

Caigo en la cuenta de que lo que veo son monedas de un centavo. Intento recordar si ya estaban allí al amanecer, cuando he sacado a pasear a Sock, nuestro galgo. Se mostraba remiso e inseguro, y yo estaba más distraída de lo habitual. Mis pensamientos volaban en direcciones distintas, impulsados por la euforia que me provocaba la perspectiva de disfrutar de un brunch toscano, y la bruma de sensualidad empezaba a disiparse tras un despertar indulgente y despreocupado en una cama donde lo único que importaba era el placer. Apenas me acuerdo de haber sacado al perro. Apenas recuerdo detalles de mi paseo con él en la penumbra, por el jardín trasero cubierto de rocío.

Así pues, es muy posible que no me haya fijado en las monedas de cobre ni en ningún otro indicio de que un intruso haya entrado en nuestra propiedad. Percibo helor en un rincón de mi mente, una sombra oscura e inquietante. Me trae a la memoria aquello en lo que no quiero pensar.

«Te has ido ya de vacaciones, aunque en realidad sigues aquí. Es un error impropio de ti.»

Mis pensamientos vuelven a la cocina, a la Rohrbaugh nueve milímetros de acero azul en su funda que descansa sobre la encimera, junto a los fogones. Siempre llevo conmigo la pistola, liviana y con mira láser, incluso cuando Benton está en casa. Pero esta mañana no he pensado ni por un momento en armas o en la seguridad. He liberado mi mente del control obsesivo sobre los paquetes que han llegado a mi oficina central a lo largo de la noche, discretamente metidos en bolsas negras y transportados en mis furgonetas blancas sin ventanas: cinco pacientes muertos que aguardan en silencio la visita de los últimos médicos que los tocarán en este mundo.

He evitado afrontar las realidades peligrosas, trágicas y malsanas de costumbre. Un error impropio de mí.

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