2
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento;
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!
5
Primera voz
«Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día;
yo algo mejor:
¡yo tengo amor!».
Segunda voz
«Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie,
isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa:
¡dulce embriaguez
la gloria es!».
Tercera voz
«Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro.
Lo que yo adoro
solo es verdad:
¡la libertad!».
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción,
y al golpe del remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
—¿Te embarcas? —gritaban—; y yo sonriendo
les dije al pasar:
—Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
6
Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
dormir parecía al blando
arrullo de sus labios entreabiertos.
¡Oh, quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!
8
Entre el discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído,
como una nota de lejana música,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
—¿En qué piensas? —me dijo.
—En nada... —En nada, ¿y lloras? —Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.
10
Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten en los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me has querido un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.
14
Alguna vez la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí
y pasa sonriéndose y yo digo:
«¿Cómo puede reír?».
Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
máscara del dolor,
y entonces pienso: «Acaso ella se ríe
como me río yo».
15
Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;
hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
y que no hay quien diga el surco
donde al polvo volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar
y rueda y pasa y se ignora
qué playa buscando va;
luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será.
Eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni adónde
mis pasos me llevarán.
16
Cuando me lo contaron sentí el frío