Platón y Aristóteles (Colección Endebate)

Fernando Savater

Fragmento

cap-2

1

Platón, los diálogos que iniciaron todo

¿Qué es la filosofía? Alguien ha llegado a decir que todas las obras filosóficas que se han escrito son simplemente notas a pie de página de los diálogos de Platón. De modo que para hablar de filosofía, de manera inevitable, tenemos que empezar por Platón, autor de una serie de diálogos, protagonizados la mayoría por el protofilósofo Sócrates.

Sócrates fue maestro del propio Platón. Extraño y con sentido del humor, carecía de estudios. Algunos lo tenían por bufón, otros por un subversivo que deambulaba por Atenas, sin ninguna prosopopeya, sin darse importancia, sin considerarse un profesor. Su actividad se resumía en preguntar a los ciudadanos de la polis ateniense si sabían qué era la belleza, qué era la verdad, qué era la justicia. Cuando sus interlocutores le daban una respuesta convencional —en medio de risas, seguros de que se trataba de temas muy sencillos—, él les volvía a preguntar una y otra vez hasta dejar claro que no sabían cuál era la respuesta correcta. Esto no significaba que Sócrates ofreciera una contestación definitiva, pero demostraba que los demás tampoco sabían mucho sobre aquello que suponían tan claro, fácil y evidente. ¡Ah, el placer de preguntar, de preguntar no para saber, sino para saber qué se puede preguntar y preguntar!

Preguntar filosóficamente es poner en un compromiso al que cree saber o al que quiere que aceptemos que sabe; lo cual no implica, ni mucho menos, que nosotros, preguntones, sepamos más que él. Esta disposición a preguntar para liberarse del sistema de verdades establecidas pero sin la prisa de sustituirlas por otras es propia de Sócrates en los primeros diálogos platónicos. Luego se va haciendo cada vez más asertivo, más informativo. A veces uno pregunta para podar la frondosidad carcelaria de las creencias vigentes, su apariencia de infranqueable dictadura. Los dogmas no son concluyentes, sino ocluyentes: taponan el libre juego de nuestros sentidos y la libertad de nuestra razón. No hay dogma cuando alguien dice: «Ésta es mi roca de fondo y ya no me haré más preguntas». En ello consiste antes o después la cordura. Pero sí hay dogma cuando pretende públicamente imponer a otros que algo es la roca de fondo y que ya no está permitido hacer más preguntas. En tal situación se hace urgente el riesgo de la pregunta, porque la certeza incuestionable decretada por la autoridad, a la que no hemos llegado por nuestro propio esfuerzo como llega a la playa el nadador exhausto, es más asfixiante que la serie asfixiante de las dudas. En cuanto el gurú ahueca la voz para dar por sentado que el mundo cabalga sobre un gran elefante, que Dios hizo cielos y tierra en seis días o que es nuestro deber amar al prójimo, el niño impertinente, la señora puntillosa y el filósofo preguntan a coro «¿por qué?».

Cuando yo era pequeño, mi padre me regaló mi primera enciclopedia, la única inolvidable: se llamaba El Tesoro de la Juventud. Cada uno de sus volúmenes estaba formado por diferentes «libros»: el de las narraciones extraordinarias, el de los hechos heroicos, el de las grandes exploraciones, el de la naturaleza, el de la magia, el de la ciencia…Y cada una de esas secciones, estupendamente ilustradas, brindaba las más elocuentes lecciones, narraba cuentos o describía paisajes. Una de mis favoritas se titulaba «El libro de los ¿por qué?» y respondía a multitud de inquietudes variopintas: ¿por qué hierve el agua? ¿Por qué flotan los barcos? ¿Por qué los gatos ven en la oscuridad? ¿Por qué a lo lejos las montañas son azules? Apenas recuerdo las respuestas de ese fabuloso cuestionario, y las que me vienen a la cabeza quizá las he aprendido después en otros estudios menos gratos. Pero lo que no se me borra de la memoria es la satisfacción que me producían las preguntas en sí y su vértigo cadencioso.

El primer filósofo, la cicuta y los diálogos

Platón recoge esos diálogos protagonizados por la figura de Sócrates, si bien no sabemos hasta qué punto es fiel a la realidad. ¿Se trata de una figura literaria que crea el propio Platón, protagonista de una historia filosófica? De lo que no hay duda es de que el Sócrates que presenta Platón, sin aires de sabio y que se acerca a los demás ciudadanos de hombre a hombre, siempre con una interrogación en los labios, da comienzo a la filosofía.

Platón nació en Atenas en el año 427 a.C. en el seno de una familia aristocrática. Fue testigo de la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta en la que llegó a combatir,1 y también presenció la decadencia ateniense, sacudida por una tiranía oligárquica primero2 y por una democracia populista y demagógica después.3 Platón, como discípulo de Sócrates, había heredado de su maestro la búsqueda conceptual y la exigencia ética. Pero Sócrates fue víctima de acusaciones absurdas y finalmente resultó condenado a suicidarse mediante envenenamiento el año 399 a.C.

El proceso de Sócrates se desencadenó por razones políticas. Algunos de sus discípulos estuvieron vinculados a la tiranía oligárquica y las autoridades democráticas creyeron oportuno alejarlos de las polis. Se le acusó de pervertir a los jóvenes, de defender el ateísmo y, paradójicamente, de introducir nuevos dioses. Se pidió la pena de muerte porque, según el derecho ateniense, el acusado podía optar por un castigo alternativo como el exilio. Pero Sócrates expresó que o bien era culpable y merecía la muerte, o bien no lo era y entonces debían ser reconocidos sus servicios a la sociedad. Rechazó la posibilidad del exilio y hasta ironizó sobre la idoneidad de sus jueces. Fue condenado a beber una copa de cicuta, aceptó la sentencia con gran dignidad y murió sin sobresaltos.

Platón, escandalizado por el proceso a su maestro y preocupado por lo que consideraba una crisis moral y política ateniense, puso toda su energía en tratar de establecer entre sus conciudadanos un ideal de justicia y de respeto por la verdad. Para ello, fundó su célebre Academia, destinada a ofrecer educación filosófica a los futurospolíticos y gobernantes, y escribió un gran número de bellísimos diálogos, donde abordaba diferentes problemas filosóficos.

Los diálogos de Platón se pueden dividir en tres grandes grupos. Están los diálogos tempranos que, en general, plantean un problema y terminan sin dar una respuesta concluyente. Son los más fieles al espíritu socrático: más que solucionar un problema determinado, aspiran a revelar lo problemático de algunas nociones que habitualmente se adoptan sin reflexión. Los diálogos medios o de madurez, entre los que se encuentran las obras más conocidas de Platón como El banquete, Fedón y La República, en donde expone básicamente la teoría de las ideas, aquellas que, según Platón, son objetivas, eternas y universales. Al formular su teoría de las ideas, Platón se preguntaba, por ejemplo, qué es la justicia, la bondad y la belleza. Y con este preguntar abre nada menos que el pensamiento metafísico occidental.

Platón dice que para afirmar que algo tiene una propiedad, esa propiedad debe existir. Pero si esa propiedad no está en ninguna parte ni es p

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