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«Puede ocurrir cualquier cosa —pensó Will Dando—. En los próximos cinco segundos, en los próximos cinco años. Cualquier cosa.»
Dio los últimos sorbos de cerveza y emprendió la difícil tarea de llamar la atención del camarero de la barra, lo cual no parecía fácil. Cuando había llegado, tres o cuatro horas antes, el bar no estaba abarrotado, pero se había llenado al comenzar el partido de los Jets contra los Raiders.
Los Jets perdían de tres puntos y apenas quedaba tiempo para la remontada. Will no era un gran aficionado a los deportes, ni siquiera estaba seguro de haber visto un partido completo. Sin embargo, este era distinto. Era importante.
Relevante por el resultado, ya que era una de las ciento ocho cosas que Will sabía que no habían ocurrido aún.
El bar estaba cerca de su piso y no tenía nada de especial, a excepción de lo que todo bar sobre la faz de la Tierra ofrece a sus comensales: un espacio para beber y (técnicamente) no hacerlo a solas. Will se había agenciado el segundo mejor puesto del local, un taburete lo más alejado posible de la puerta. A pesar de la distancia, el inusual frío de noviembre se colaba a ráfagas en el interior cada vez que alguien entraba o salía, barriendo el local y agitando los pequeños charcos de cerveza derramada y las servilletas arrugadas.
El mejor sitio del bar, el taburete más alejado de la puerta y del aire, se hallaba justo a su izquierda. Estaba ocupado por una atractiva joven de cabellos castaños y rizados, que parecía ser amiga del camarero y conseguía que este le sirviera más rápido que a Will e incluso que la invitara a alguna ronda. En realidad, había otras razones para lograrlo, como, por ejemplo, sus cabellos.
Will había reparado en su nombre —Victoria— y estaba considerando la idea de saludarla. De hecho, llevaba haciéndolo las últimas tres horas.
En ese momento su móvil vibró. Will miró la pantalla: «Jorge», lo cual solía significar algún trabajillo, algo bueno, posiblemente una fiesta en algún local genial del centro y además bien pagado. Incluso el peor encargo de Jorge solía ser divertido, a veces incluso espectacular. Había contratado a Will para tocar en desfiles de lencería, en fiestas posteriores a un concierto con gente de la industria musical, en sesiones de estudio que no eran ninguna broma e incluso como telonero de algunas bandas que iniciaban una gira. Cualquier futuro que Will pudiera tener como bajista en Nueva York estaba ligado, en mayor o menor medida, a Jorge Cabrera.
Will rechazó la llamada justo en el momento en que el camarero finalmente se acercó hasta su extremo de la barra.
—¿Otra? —le preguntó señalando el vaso vacío.
—Sí —respondió Will—. Lo mismo.
Entonces, siguiendo un impulso, se giró hacia Victoria y le sonrió.
—¿Puedo invitarte a una ronda?
Con el rabillo del ojo, Will advirtió que el camarero se detenía durante un instante al ir hacia la nevera. Quizá fueran más que amigos. Bueno… ¿y qué?
Victoria volvió la cabeza para mirarlo.
—Oh, gracias —dijo en un tono apenas cordial—, pero conozco al camarero, bebo gratis.
—Ah, claro —replicó él—. Pero… solo estoy pensando en voz alta… ¿no es mejor que te inviten a que sea gratis?
Victoria inclinó levemente la cabeza.
—Así estoy bien, gracias.
Dicho esto, se centró de nuevo en la pantalla del televisor, ignorándolo de manera evidente sin necesidad de tener que cambiar de asiento. El camarero volvió, deslizó un posavasos de cartón delante de Will y depositó en él la cerveza fría quizá con más brusquedad de la necesaria.
Los Raiders completaron un ensayo y acabaron anotando el punto extra, ampliando su ventaja a diez puntos. Un alarido se alzó de entre la mayoría de los que estaban en la barra, incluyendo a Victoria.
En el bar, delante de Will, había una libretita de espiral con las tapas negras, resquebrajadas como una vieja cartera de piel. El café derramado sobre ella por accidente había manchado sus páginas de una tonalidad marrón en el borde inferior, lo que hacía pensar en hongos adheridos. Will pasó las páginas con el índice y centró su mirada en el fondo del local, advirtiendo su reflejo distorsionado y múltiple en las botellas alineadas en el largo estante. Enseguida enrolló la libreta con las manos, acentuando los pliegues en la tapa.
Pensó en lo que ya sabía y en aquello que podía hacer con esa información.
«Disparos desde el interior de la tienda de comestibles. El Lucky Corner. Dos seguidos, luego una pausa, luego otros tres. Después, un largo intervalo con la respiración contenida. Dentro alguien tomaba decisiones. Más disparos. Mucho ruido. Algo salpica el escaparate de la tienda por dentro. Algo oscuro en el centro, teñido de rojo en los bordes, donde era menos denso y la luz del sol lo transparentaba.»
Jugueteó con la etiqueta de su cerveza a medio consumir y calculó cuántas se había tomado ya. Pensó en las decisiones buenas y malas y en lo difícil que era diferenciarlas.
Luego se volvió hacia Victoria.
—¿Seguidora de los Jets? —le preguntó.
—Por supuesto —dijo ella sin despegar la vista del televisor.
—¿Quieres saber quién ganará este partido? —preguntó él.
—Creo que ya lo sé —respondió ella.
—Puede que te sorprenda —dijo Will—. Ganarán los Jets por una diferencia de cuatro puntos.
Victoria resopló sin llegar a creérselo.
—¿Dos ensayos a solo dos minutos del final? ¡Por favor! Quizá deba decirle a Sam que no te sirva nada más.
—Tú espera y verás —dijo Will.
—¿Y por qué estás tan seguro? ¿Eres el Oráculo, acaso?
Will vaciló.
—Exactamente —respondió.
Victoria apartó finalmente la mirada de la pantalla.
—Ya —dijo—. ¿Sabes cuántas veces he escuchado eso mismo en los últimos meses? Pero lo has hecho mal: supuestamente, debes predecir que mañana nos despertaremos juntos.
Will se limitó a sonreír.
—Eso no lo sé… Pero sí que los Jets ganarán este partido.
—Por cuatro puntos —dijo Victoria.
—Eso es.
—Si eso llega a pasar seré toda tuya. Podrás llevarme a mi casa y hacer lo que quieras conmigo.
Will abrió muchísimo los ojos.
—Vaya.
—No te hagas ilusiones —comentó Victoria.
Al segundo pase inicial de los Jets, uno de los receptores del equipo neoyorquino lo atrapó en las treinta yardas y corrió hasta la zona de ensayo. El bar entero explotó de entusiasmo.
Will miró a Victoria, que también lo estaba mirando a él, fijamente.
—¿Ves lo que te decía? —dijo él.
—Sí, ya —dijo ella—. Pero aún están por debajo en el marcador y no queda mucho tiempo.
—Ajá —dijo Will.
Los Jets anotaron el punto extra y los Raiders dispusieron otra vez del balón.
«Algo oscuro salpicando el escaparate, rojo en los bordes, donde era menos denso.»
Will se levantó con la libreta en la mano y se la puso bajo el brazo.
—¿Adónde vas? —preguntó Victoria.
—Volveré enseguida, tranquila. Hemos hecho una apuesta, ¿lo recuerdas?
—Sin duda.
Will se dirigió a p