Seis días de diciembre (Inspector Mascarell 5)

Jordi Sierra i Fabra

Fragmento

Día 1

Domingo, 4 de diciembre de 1949

1

Las únicas veces que discutían era para elegir la película de los domingos por la tarde.

Y aquel domingo había sido de los más reñidos.
—¿Qué tal Hamlet?, en el Windsor.
—¿Una sola? Ya sabes que prefiero ver dos, y así estamos más rato y calentitos.

—Pero la hace Laurence Olivier. Y Shakespeare siempre es Shakespeare...

—No sé quién es ése, y el Olivier me parece un señor muy serio. ¿Es un drama?

Su inocencia le fascinaba tanto como le desconcertaba. —Sí —dijo Miquel—, es un drama. ¿No has oído nunca eso de «Ser o no ser»?

La mirada de Patro fue ingrávida.

No necesitó responder.

Miquel había seguido repasando la cartelera de La Vanguardia, con Patro arrebujada a su lado en el sofá.

—En la página dos anunciaban una de Ingrid Bergman —suspiró ella—. Juana de Arco, creo.

—Sabes que no soy creyente.
—¿No es de guerra?
—Pero la hicieron santa.
—Y antes de ser santa hizo guerras, ¿no? Lo he oído en la radio.

—Yo una película que en el cartel pone que es «de interés nacional», no voy a verla.

—Cómo eres.
—Ya me conozco yo «el interés nacional».
—La semana que viene estrenan una de Rita Hayworth, mira. Y con Victor Mature. A ti te gusta mucho Rita Hayworth —fue condescendiente Patro.

—Pues la semana que viene iremos a verla. —Miquel estudió el anuncio de la película, Mi chica favorita—. Pero ahora, como no salgamos en cinco minutos... Y si encima el cine está lejos...

Habían vuelto a concentrarse.
—Si te gustaran las varietés —dijo ella con un suspiro. Miquel prefirió obviar el tema. Aborrecía que entre películas saliera una tonadillera a cantar y unos saltimbanquis a montar el número.

—¿Raíces de pasión, con Susan Hayward y Van Heflin? La hacen en el Aristos, el Cataluña y el Principal Palacio. A cualquiera de los tres llegamos a tiempo.

Patro no le hizo caso. Ni miró el pequeño anuncio. Si quería ver dos películas, verían dos películas. Señaló directamente la apretada cartelera con todos los cines juntos en bloque.

—En el Roxy hacen dos que prometen, Cielo amarillo y Una mujer cualquiera.

Así que habían ido al Roxy.

Ahora salían para enfrentarse de nuevo al frío de diciembre, Patro cogida de su brazo y pegada a él, y Miquel feliz porque lo era ella.

A fin de cuentas, ¿importaba algo más?

Dieron unos pasos, bajando los escalones de la fachada, des pacio, y echaron a andar por la vieja calle Salmerón abajo, dejando la plaza de Lesseps a su espalda. Las preguntas de ritual eran las mismas:

—¿Te han gustado?

Una mujer cualquiera sí. María Félix actúa muy bien. Pero claro, Cielo amarillo... Qué guapos están Gregory Peck y Richard Widmark. —Los pronunció con su inglés de estar por casa.

—Pues que sepas que el guión está parcialmente basado en La tempestad, que es una obra de ese tal Shakespeare del que hemos hablado antes.

—Tú es que eres muy listo. —Le sonrió con dulzura.

La hubiera abrazado y besado allí mismo.

Se contuvo.
—¿Vamos dando un paseo o cogemos el 26? —le preguntó a su mujer.

Su mujer.

Todavía se asombraba cuando lo pensaba o lo decía en voz alta.

—El tranvía nos deja a un poco más de mitad de camino —lo consideró ella—. Hace frío, pero me gusta caminar, y a ti te conviene.

—¿Sabes la de veces que me he pateado Barcelona?
—Por trabajo. Hoy es domingo y estamos paseando. ¿Quién era ese tal Sha... Shakes...?

—Shakespeare.
—Eso.
—Un inglés que vivió hace cientos de años y escribió los me jores dramas de su tiempo, como por ejemplo Romeo y Julieta.

—¿Ésa es suya? —Se maravilló de conocerla.
—Sí.
—¿Y vivió hace cientos de años y aún se le recuerda? —Sí.
—Vaya. —Se sintió impresionada.

No volvieron a hablar en los dos o tres minutos siguientes, ella pensativa, él observándola de reojo. Cada día estaba más guapa. Y él más viejo. La guerra había acabado en el 39, había salido del Valle de los Caídos en julio de 1947, apenas dos años y cuatro meses antes.

Toda una vida.

Que sin Patro habría sido muy diferente.

Iba a preguntarle si quería cenar en el bar de Ramón o hacerlo en casa, cuando un hombre se volvió a su paso y se detuvo para contemplarla con el rostro iluminado.

Patro se dio cuenta, bajó la cabeza y su mano se tensó en torno al brazo de Miquel.

Su rostro se llenó de color.
—Te mira porque eres preciosa —dijo él.
—Gracias.
—No seas tonta.

Siempre era lo mismo. Cuando se fijaban en ella por la calle no sabía si era por ser joven y atractiva o porque el hombre la recordaba de antes.

De los años duros.
—Miquel.
—¿Qué?
—¿No piensas nunca en los hombres que...?
—Calla, no lo digas. —Fue terminante, pillado a contrapié por el comentario—. Y la respuesta es no.

Pensó que ella insistiría.

No fue así.

Otra larga serie de pasos se llevó su silencio con ellos. La mano de Patro se relajó de nuevo en torno a su brazo. El rostro perdió el súbito tono rojizo de la vergüenza. Miquel volvió a verla como la niña asustada con la que se había reencontrado en julio del 47, el primer año de su nueva vida, no como la mujer que le absorbía ahora.

—Miquel. —El tono fue mucho más dulce, casi un susurro.

—¿Qué? —Contuvo la respiración. —Te quiero mucho.

—Vaya por Dios. —Soltó la bocanada de aire.
—¿Qué pasaría si tuviéramos un hijo?

La respiración se le cortó de pronto en seco. Sintió cómo la espalda se le volvía de piedra y un vértigo extraño le invadía el cerebro. Lo peor fue el estómago, contraído de golpe.

—Coño, Patro —exclamó.
—¿No lo has pensado?
—¿A mis años? No.
—No eres tan mayor.
—Viejo.
—Mayor.
—De acuerdo, no soy tan mayor, pero no creo que mis espermatozoides estén muy lozanos. Más bien deben de tener reuma. Eso si no están ciegos o han perdido la cola.

—No te pongas sarcástico. ¿Te gustaría o no?
—No lo sé. —Alzó las cejas aterrorizado.
—Ya sé que perdiste a tu hijo, y otro no va a sustituirlo, pero...

—Patro, mírame.

Le miró.
—¿Quieres un hijo? —hizo la pregunta Miquel.
—Ni lo había pensado.
—¿Entonces?
—Es que no me viene la regla.

Al vértigo, el estómago contraído y la espalda de piedra se le sumó una repentina flojera de piernas.

—¿Cuándo te tocaba?
—Hace dos días.
—Mujer, un pequeño retraso... —No supo si sentirse aliviado.

—Sabes que soy como un reloj.
—El cuerpo cambia, ha venido el frío de golpe... —Se quedó sin argumentos.

—¿Y si estuviera en estado?

No habían dejado de caminar mientras hablaban. Miquel sí lo hizo en ese instante. Estaban ya en la esquina de la calle Asturias. Se encontró con el rostro de ángel de su mujer lleno de luces y ternuras.

—¿Te sientes embarazada?
—Me siento rara.
—Es lo mismo.
—No, no lo es. Es sólo que de pensarlo... pues eso, que estoy rara. No quiero que te enfades conmigo.

—¿Cómo voy a enfadarme contigo?
—No sé. —Unas lucecitas titilaron en sus ojos.
—Mira

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